Capítulo 60


–Estoy preocupada por el potrillo francés Carte Blanche -dijo Francesca acalorada y agitada por el ejercicio en la pista con el mejor caballo de Willowbrook, el potrillo de dos años Roll the Dice. Señaló con la cabeza al diminuto caballo blanco mientras Jesse y Jeremiah seguían su mirada.


–¿Por qué? – Jesse la miró-. No está acostumbrado a pistas de tierra, ni tampoco a correr en sentido contrario a las agujas del reloj. ¿Cómo puedes considerarlo un adversario serio? – En Francia, como en el resto de Europa, las carreras se llevaban a cabo en pistas de césped y se corría en el sentido de las agujas del reloj.

Francesca observó al jockey estrella de Willowbrook, Kelly Majors, para estudiar su reacción ante la advertencia. Él se sonrió de la afirmación de la muchacha, seguro de sí mismo y de Roll the Dice.

Francesca se encogió de hombros.

–Hay algo raro en él. El jinete siempre está frenándolo durante el ejercicio. El caballo quiere correr. Siempre quiere correr.

Roll the Dice también -dijeron Jesse y Kelly al unísono.

Jeremiah, sin embargo, no estaba tan complacido. Aunque éste era su primer año de entrenamiento, respetaba el instinto de Francesca. También era su primera participación oficial en las carreras de Saratoga, de modo que estaba muy nerviosa, deseosa de demostrar su capacidad. Y lo había hecho. Tenía instinto para saber cuánto debía exigir al caballo. No era muy inteligente hacer correr al caballo de forma demasiado rápida en los ejercicios previos a la carrera, porque eso podría hacer que se coartara su capacidad de ganar. Por otro lado, un entrenamiento demasiado lento no proporcionaba al caballo la estimulación y el precalentamiento necesarios. Debía lograrse un equilibrio cuidadoso, y Francesca tenía talento para lograr ese equilibrio. Además, seguía al pie de la letra las instrucciones de Jeremiah, sin tomarse las libertades que pretendían tomarse otros jinetes jóvenes y ambiciosos. Jeremiah la observaba tranquilizando al caballo con suaves murmullos y mano firme. No cabía duda, pensó Jeremiah, tenía talento.

Durante unos momentos, Jeremiah observó al potrillo francés, prestando atención a su modo de correr. Se sintió mal por no haberle prestado más atención. En su lugar, los apostadores habían apuntado hacia Gallant Man, montado por Willy Shoemaker, como el competidor principal de Roll the Dice. Shoemaker era un gran jockey que sabía elegir a caballos vencedores, así que Jeremiah tomó en serio la amenaza. Pero ahora empezó a preguntarse si habría cometido un error al limitarse a aceptar lo que parecía evidente.

Jeremiah se dirigió a Francesca.

–Puedes descansar un rato. Tu madre quiere desayunar contigo. Pero vuelve dentro de una hora -le dijo.

Ella asintió y llevó su caballo al establo. No fue preciso que le dijeran dónde estaba su madre. Como casi todos los propietarios, Devon desayunaba todos los días en el club del hipódromo. Laurel y Alice, aunque asistían entusiasmadas a todas las carreras, preferían pasar las mañanas en la pequeña casa victoriana que la familia alquilaba.

Francesca se metió en un baño situado cerca de los establos y se puso una falda y una blusa, ya que habría sido poco apropiado entrar en el club con la ropa de trabajo. Cuando salió, el sol empezaba a iluminar el horizonte. Mientras caminaba por las gradas adornadas por hierros pintados de blanco, admiró las ventanas del club llenas de geranios y petunias. Las petunias estaban abriendo sus pétalos delgados como papel, y su aroma flotaba en el aire neblinoso de la mañana.

Cuando Francesca llegó, Gloria Vanderbilt se levantó de la mesa de Devon, besó a Devon en la mejilla, luego a Francesca, y se despidió.

–¿Ha comido algo? – susurró Francesca mirando a la delgadísima mujer.

–Nunca lo hace -dijo Devon moviendo la cabeza.

Era una vieja broma entre madre e hija. Gloria Vanderbilt, una mujer agradable que disfrutaba de la compañía de Devon, nunca comía en público, aunque le encantaba la vida social. Asistía a los desayunos, las cenas y los bailes, pero muy raras veces se llevaba un tenedor a la boca. Por el contrario, Devon continuaba disfrutando de los suculentos desayunos a los que estaba acostumbrada desde que era niña.

–Me pregunto cómo puede soportar estar ahí sentada y verte comer tortitas mientras ella sólo toma café solo -comentó Francesca.

–Es una mujer más fuerte que yo -rió Devon.

Francesca cogió de la bandeja un trozo de pastel de moras y empezó a mordisquearlo.

–¿Sabes? – dijo-, Kelly Majors no me hace caso cuando le digo que debemos tener cuidado con Carte Blanche. – Devon levantó las cejas interrogativamente, esperando que Francesca continuara-. Creo que ese potrillo es una amenaza.

–Kelly nos ha funcionado muy bien. Durante el último año ha ganado muchas carreras.

–Está demasiado seguro de sí mismo.

Devon soltó una alegre carcajada.

–¡Gajes del oficio!

Francesca sonrió y bajó la mirada.

–Supongo -admitió- Pero Jeremiah no cree que yo esté loca.

La expresión de Devon se tornó seria.

–Tal vez sea mejor que vuelva a repasar la trayectoria de Carte Blanche.

–¿No es demasiado tarde? La carrera es mañana -dijo Francesca.

–Nunca es tarde para cambiar la estrategia. No hasta que los caballos están en el punto de partida. – Devon tiró la servilleta y se puso de pie bruscamente. Lucía unos pantalones de lino negro y una camisa a rayas blancas y negras, muy apropiada para la ocasión. Cogió una bolsa de lona y se dirigió al baño de mujeres donde cambiaría sus sandalias de cuero negro por unas botas de montar.

Francesca siguió a su madre, con un segundo trozo de pastel en la mano.

–¿Te vas ahora mismo? – preguntó.

–Sí. ¿Por qué?

–Tío John ha quedado aquí conmigo esta mañana. ¿No quieres esperarle?

Devon dudó por un momento. Enseguida, recordó los comentarios de Mason sobre sus obvios sentimientos por John. Abrió la puerta del servicio de señoras, entró y se sentó en un sillón a rayas rojas y blancas. Se cambió rápidamente los zapatos y luego se puso de pie.

–Cariño, esta mañana no tengo tiempo. Además, John viene a verte a ti y no a mí.

Francesca sonrió.

–Lo que tú digas, mamá.