–¿Por qué? – Jesse la miró-. No está acostumbrado a pistas de
tierra, ni tampoco a correr en sentido contrario a las agujas del
reloj. ¿Cómo puedes considerarlo un adversario serio? – En Francia,
como en el resto de Europa, las carreras se llevaban a cabo en
pistas de césped y se corría en el sentido de las agujas del
reloj.
Francesca observó al jockey estrella
de Willowbrook, Kelly Majors, para estudiar su reacción ante la
advertencia. Él se sonrió de la afirmación de la muchacha, seguro
de sí mismo y de Roll the
Dice.
Francesca se encogió de hombros.
–Hay algo raro en él. El jinete siempre está frenándolo
durante el ejercicio. El caballo quiere correr. Siempre quiere
correr.
–Roll the Dice también -dijeron Jesse
y Kelly al unísono.
Jeremiah, sin embargo, no estaba tan complacido. Aunque éste
era su primer año de entrenamiento, respetaba el instinto de
Francesca. También era su primera participación oficial en las
carreras de Saratoga, de modo que estaba muy nerviosa, deseosa de
demostrar su capacidad. Y lo había hecho. Tenía instinto para saber
cuánto debía exigir al caballo. No era muy inteligente hacer correr
al caballo de forma demasiado rápida en los ejercicios previos a la
carrera, porque eso podría hacer que se coartara su capacidad de
ganar. Por otro lado, un entrenamiento demasiado lento no
proporcionaba al caballo la estimulación y el precalentamiento
necesarios. Debía lograrse un equilibrio cuidadoso, y Francesca
tenía talento para lograr ese equilibrio. Además, seguía al pie de
la letra las instrucciones de Jeremiah, sin tomarse las libertades
que pretendían tomarse otros jinetes jóvenes y ambiciosos. Jeremiah
la observaba tranquilizando al caballo con suaves murmullos y mano
firme. No cabía duda, pensó Jeremiah, tenía
talento.
Durante unos momentos, Jeremiah observó al potrillo francés,
prestando atención a su modo de correr. Se sintió mal por no
haberle prestado más atención. En su lugar, los apostadores habían
apuntado hacia Gallant Man, montado por
Willy Shoemaker, como el competidor principal de Roll the Dice. Shoemaker era un gran jockey que sabía elegir a caballos vencedores, así
que Jeremiah tomó en serio la amenaza. Pero ahora empezó a
preguntarse si habría cometido un error al limitarse a aceptar lo
que parecía evidente.
Jeremiah se dirigió a Francesca.
–Puedes descansar un rato. Tu madre quiere desayunar contigo.
Pero vuelve dentro de una hora -le dijo.
Ella asintió y llevó su caballo al establo. No fue preciso
que le dijeran dónde estaba su madre. Como casi todos los
propietarios, Devon desayunaba todos los días en el club del
hipódromo. Laurel y Alice, aunque asistían entusiasmadas a todas
las carreras, preferían pasar las mañanas en la pequeña casa
victoriana que la familia alquilaba.
Francesca se metió en un baño situado cerca de los establos y
se puso una falda y una blusa, ya que habría sido poco apropiado
entrar en el club con la ropa de trabajo. Cuando salió, el sol
empezaba a iluminar el horizonte. Mientras caminaba por las gradas
adornadas por hierros pintados de blanco, admiró las ventanas del
club llenas de geranios y petunias. Las petunias estaban abriendo
sus pétalos delgados como papel, y su aroma flotaba en el aire
neblinoso de la mañana.
Cuando Francesca llegó, Gloria Vanderbilt se levantó de la
mesa de Devon, besó a Devon en la mejilla, luego a Francesca, y se
despidió.
–¿Ha comido algo? – susurró Francesca mirando a la
delgadísima mujer.
–Nunca lo hace -dijo Devon moviendo la
cabeza.
Era una vieja broma entre madre e hija. Gloria Vanderbilt,
una mujer agradable que disfrutaba de la compañía de Devon, nunca
comía en público, aunque le encantaba la vida social. Asistía a los
desayunos, las cenas y los bailes, pero muy raras veces se llevaba
un tenedor a la boca. Por el contrario, Devon continuaba
disfrutando de los suculentos desayunos a los que estaba
acostumbrada desde que era niña.
–Me pregunto cómo puede soportar estar ahí sentada y verte
comer tortitas mientras ella sólo toma café solo -comentó
Francesca.
–Es una mujer más fuerte que yo -rió Devon.
Francesca cogió de la bandeja un trozo de pastel de moras y
empezó a mordisquearlo.
–¿Sabes? – dijo-, Kelly Majors no me hace caso cuando le digo
que debemos tener cuidado con Carte
Blanche. – Devon levantó las cejas interrogativamente,
esperando que Francesca continuara-. Creo que ese potrillo es una
amenaza.
–Kelly nos ha funcionado muy bien. Durante el último año ha
ganado muchas carreras.
–Está demasiado seguro de sí mismo.
Devon soltó una alegre carcajada.
–¡Gajes del oficio!
Francesca sonrió y bajó la mirada.
–Supongo -admitió- Pero Jeremiah no cree que yo esté
loca.
La expresión de Devon se tornó seria.
–Tal vez sea mejor que vuelva a repasar la trayectoria de
Carte Blanche.
–¿No es demasiado tarde? La carrera es mañana -dijo
Francesca.
–Nunca es tarde para cambiar la estrategia. No hasta que los
caballos están en el punto de partida. – Devon tiró la servilleta y
se puso de pie bruscamente. Lucía unos pantalones de lino negro y
una camisa a rayas blancas y negras, muy apropiada para la ocasión.
Cogió una bolsa de lona y se dirigió al baño de mujeres donde
cambiaría sus sandalias de cuero negro por unas botas de
montar.
Francesca siguió a su madre, con un segundo trozo de pastel
en la mano.
–¿Te vas ahora mismo? – preguntó.
–Sí. ¿Por qué?
–Tío John ha quedado aquí conmigo esta mañana. ¿No quieres
esperarle?
Devon dudó por un momento. Enseguida, recordó los comentarios
de Mason sobre sus obvios sentimientos por John. Abrió la puerta
del servicio de señoras, entró y se sentó en un sillón a rayas
rojas y blancas. Se cambió rápidamente los zapatos y luego se puso
de pie.
–Cariño, esta mañana no tengo tiempo. Además, John viene a
verte a ti y no a mí.
Francesca sonrió.
–Lo que tú digas, mamá.