Capítulo 61


Francesca se giró ante el elegante espejo, regocijándose de la imagen tan poco familiar que veía. ¿Era realmente ella? ¿Eran suyos esos pómulos tan pronunciados, esos ojos verdes tan exóticos y rasgados, esa piel tan sedosa y tostada? ¿Cuándo su delgada figura se había vuelto tan bien formada? Aún era delgada, por supuesto, pero tenía senos turgentes y sus nalgas redondeadas y pequeñas eran provocativas. Se adivinaba su forma bajo el traje de noche blanco que lucía. Sus vivaces rizos negros, elegantemente recogidos en la nuca, la hacían parecer una muchacha de 20 años. ¡Iba a asistir a su primer baile, un baile, no una verbena!


¡Pensar que había odiado el vestido cuando Laurel se lo había mostrado por primera vez! En la percha, le había parecido demasiado sencillo; la falda recta, de seda blanca, con un lazo verde en la cintura. Había comentado que era un vestido infantil y poco sofisticado. Pero ahora se daba cuenta de que eso no era importante. El corpiño ajustado tenía un escote revelador y el lazo oscuro realzaba su estrecha cintura. El vestido tenía un corte detrás para facilitar el movimiento, exponiendo sus tostadas piernas a cada paso que daba. Una ola de seguridad en sí misma la invadió, y alzó ligeramente la barbilla. ¡Se sentía guapa! No podía esperar a que su familia la viese. John y Mason se quedarían sorprendidos. ¡Y Jesse! ¡Oh!, si él pudiera verla ahora, la trataría con más seriedad. Se daría cuenta de que había crecido, de que era tan atractiva como la hermosa muchacha color ébano con quien había estado en el parque el domingo anterior, la hija de la cocinera del hotel Gideon Putnam. Se llamaba Lacey.

Francesca se había sentido turbada al verlos juntos. Lacey estaba apoyada en un árbol. Jesse, frente a ella, se reclinaba también contra el árbol, apoyando las palmas en el tronco. Ella estaba entre sus brazos, mirándole con una expresión tímida, y sus dientes blancos brillaban en su suave rostro oscuro. Al verles, Francesca se había dado la vuelta inmediatamente; pero antes, la brisa del verano llevó hasta sus oídos el sonido de la risa de la muchacha. En esas breves notas, Francesca había percibido un tono adulto de seducción. Seducción que hacía pensar en abrazos en la oscuridad, en cuerpos fusionados, en actos de secreta intimidad. Y el sonido había despertado en Francesca el deseo y los celos.

Para hacer las cosas aún peores, Jesse casi la había ignorado desde que ella había empezado a trabajar con Jeremiah a finales de junio. Habían salido a cabalgar algunas veces, pero Jesse nunca parecía tener tiempo para ir de excursión o nadar. Además, el horario de trabajo de Francesca le impedía tener tanto tiempo libre como los anteriores veranos.

Jesse se había vuelto aún más distante cuando llegaron a Saratoga hacía tres


semanas. Al principio, Francesca se había sentido confusa. Después de verle en el parque, sospechaba que no había perdido el tiempo para empezar un romance estival con Lacey. Por esta razón, no tenía tiempo para Francesca. Ella se sentía sola sin él, le echaba de menos, como amigo y como… no estaba segura. Sólo sabía que echaba de menos el tiempo que habían pasado juntos.

A veces, cuando estaba en la cama, muy avanzada la noche, se preguntaba qué sentiría al tocar los músculos de la espalda de Jesse. Se preguntaba qué sentiría si sus fuertes brazos la acercaran hacia él y la abrazaran. Esos pensamientos eran muy excitantes. Tan excitantes, que empezó a sentir un extraño cosquilleo en el estómago cada vez que veía a Jesse.

Ahora, por primera vez en su vida, tenía la convicción de que ella también podía despertar ese tipo de deseo. De pronto, recordó aquel día, al comienzo del verano, en que ella y Jesse habían ido a nadar. Por un instante fugaz, había pensado que Jesse se sentía atraído por ella. Pero no podía estar segura. Desde entonces, no había vuelto a ver en él esa clase de emoción. Y, por supuesto, no podía contar a nadie sus sentimientos hacia él. De algún modo, esto hacía que su deseo se agudizase.

Con un suspiro, se apartó del espejo. Miró el chal de encaje blanco que estaba sobre la cama, cuidadosamente preparado para ella por la sirvienta de su madre. Sabía que Laurel insistiría en que lo llevara. Pero cubriría su hermoso vestido. Ignorándolo, Francesca se dirigió hacia la escalera.


Francesca, por supuesto, no vio a Jesse esa noche. Pero vio a Kelly Majors, y eso le resultó igualmente gratificante.

El arrogante y joven jockey abrió la boca en gesto de admiración cuando vio a Francesca en el vestíbulo del hotel Gideon Putnam. Rápidamente, recuperó la compostura al ver que detrás de ella estaban su madre y Mason Wilder. Se acerco a ellos apresuradamente y saludó a su patrona y a su acompañante, mientras enviaba miradas furtivas a Francesca. No se había dado cuenta de que fuese tan… tan… adulta. Se dio cuenta de que las palabras se le atropellaban mientras intentaba charlar con el grupo. Luego, demasiado pronto, tuvo que separarse para ir al encuentro de la muchacha a la que había invitado. Pero recordaría la imagen de Francesca esa noche.

Y Francesca recordaría la expresión de los ojos de Kelly. Sus ojos y los de todos los conocidos. ¡Oh, había sido emocionante estar rodeada de admiradores! Bailar cada pieza con un muchacho diferente. Que los muchachos que iban a la universidad la trataran como si tuviese su misma edad; que los muchachos de su edad se quedaran sin habla deseosos de agradarla. Ahora comprendía la seguridad de la felina rubia Marina Witherspoon, una compañera suya de Washington. De pronto, pudo comprender por qué sus amigas hablaban sólo de chicos. Era interesante medir el poder de la sexualidad. Lo que le había faltado durante la adolescencia se presentaba ahora ante ella como la llave de una bóveda secreta llena de riquezas.


El encantamiento no terminó esa noche. A la mañana siguiente, la actitud de Kelly hacia ella era totalmente distinta. No la ignoraba, ni se burlaba de sus comentarios. La escuchaba. La seguía con los ojos. Coqueteaba con ella. Y Francesca coqueteaba con él. Con mayor entusiasmo cuando Jesse estaba cerca. Se aseguraba de que su risa tuviera esa nota que era tan perturbadora viniendo de Lacey.

–¿Qué te pasa hoy? – preguntó Jesse cuando estuvieron solos por un momento en el establo. Su voz estaba llena de irritación.

–¿A qué te refieres? – preguntó ella con timidez.

Jesse la miró directamente a los ojos con las manos sobre la cintura.

–Me refiero a que estás riéndote y actuando como una… una… -Se encogió de hombros e hizo un gesto con la mano-. No lo sé.

–Bueno -dijo Francesca altanera-, yo tampoco lo sé.

–Anda, deja ya de hacer tonterías, Frankie. Tenemos mucho trabajo hoy.

–¡Oh!, vaya, discúlpeme, señor. – El sarcasmo brotaba de su boca-. No pretendía interferir en tu importante trabajo. – Jesse la miró con disgusto y se dio la vuelta dispuesto a marcharse-. ¡Espera un momento! – gritó Francesca imperiosamente- Tengo algo que decirte. – Jesse se detuvo con la espalda tensa por el enfado. No se volvió para mirarla-. De ahora en adelante -dijo Francesca al muchacho- quiero que me llames Francesca. ¡Se acabó lo de Frankie!