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—Conque tienes otra copia; entonces esta no es falsa, ¿eh?

Aun entonces seguí guardando silencio y me limité a asentir con la cabeza. Mi marido no podía saber lo que yo estaba pensando y me dirigió una mirada recelosa.

—Entonces, ¿todo esto es cierto? —preguntó.

—Una parte sí que lo es —reconocí—, pero estábamos mintiéndonos mutuamente.

Mientras escuchaba a mi marido, había llegado a la conclusión de que ya era inútil seguir intentando ocultar nada más; era mejor por mi parte devolver el ataque a Watanuki contando toda la historia, hasta el último detalle, bueno o malo, ya mostrara un rasgo mío favorable o no. Dejaría que las cosas siguieran su curso: tal vez resultara mejor de lo que temía; tal vez redundase incluso en mi provecho.

En primer lugar, le hablé del secreto de Watanuki. Añadí que Mitsuko había mentido al decir que estaba embarazada y expliqué que se había puesto un relleno en el estómago en la ocasión en que él había venido a vernos, que en realidad nunca se había ido a vivir a la posada Kasayamachi y que accedí por miedo a hacer un juramento de sangre sobre aquel documento. Le conté todo, desde cómo me había sentido engañada por Mitsuko y Watanuki hasta cómo lo había engañado yo a él. Durante más de dos horas, hablé y hablé sin parar y revelé todo lo que sabía, mientras él se limitaba a responder con gruñidos y a veces suspiraba, al escuchar.

—Entonces, ¿puedo creer lo que acabas de decirme? —preguntó—. ¿Estás segura de lo que dices sobre Watanuki? —y añadió—: La verdad es que he estado investigando yo mismo.

La razón por la que había fingido ignorancia y había dejado descansar el asunto hasta entonces, cuatro o cinco días después de su reunión, era la de que el comportamiento de Watanuki era tan extraño, que debía de haber —le parecía— algo más profundo y oculto. Decidió contratar a un detective privado para que investigara más antes de planteármelo, pero incluso en Osaka no hay muchos representantes de ese gremio y resultó ser el mismo que había contratado Mitsuko.

—Si ese es el hombre que le interesa, lo sé todo sobre él —se apresuró a decir el detective—. Ya lo investigué en una ocasión anterior.

Gracias a eso, la noche misma del día en que Watanuki lo había visitado en su despacho, mi marido ya tenía un informe completo sobre él. Parecía una relación tan extraña, que al principio pensó que podía tratarse de un hombre diferente con el mismo nombre, pero el detective conocía la relación con Mitsuko, por lo que no había margen para la duda… Aun así, le inspiraba tantas preguntas difíciles de comprender —sobre el embarazo de Mitsuko, sobre el sitio en Kasayamachi y sobre mis relaciones con Mitsuko—, que mi marido decidió encargarle que investigara a la propia Mitsuko. Aquel informe había llegado en la mañana del día de nuestra conversación, pero, como abrigaba tantas dudas al respecto y quería echar un vistazo por sí mismo, había hecho la visita por sorpresa a Kasayamachi.

—Ya sabías que Mitsuko se había puesto un relleno en el vientre, ¿verdad? —pregunté procurando adoptar un tono totalmente transparente y franco.

Al principio, mi marido no respondió. Después dijo:

—Veo que hoy hablas con una claridad inhabitual, pero, por favor, dime claramente si es porque sientes remordimiento de tus faltas pasadas. Sé que comprendes, sin que yo te lo diga, lo deshonroso que ha sido tu comportamiento. No estoy interesado en profundizar en esos desagradables asuntos, por lo que solo te pido que decidas sinceramente enmendarte. Naturalmente, no tenemos que preocuparnos por cumplir promesa alguna a Watanuki, pero yo le juré que no me divorciaría de ti. Comprendo que tuve mis propios fallos. No deja de haber algo de cierto en el argumento de que desatendí mis responsabilidades de marido; de hecho, me parece que debo, más incluso que tú, una disculpa a la familia de Mitsuko. Creo que los dos tenemos la culpa de lo ocurrido. Por encima de todo, ¿cómo podría yo defenderme ante tus padres, si todo esto se hiciera público en la prensa? Aun entonces, si solo representara una aventura amorosa, un simple triángulo, habría cierto margen para la comprensión y la compasión, pero ¡quien leyese ese acuerdo habría de concluir que era un disparate! Tal vez sea prejuicioso por mi parte, pero, por lo que me has contado, ese asqueroso de Watanuki ha causado todo el problema; es el único de verdad culpable. Si ni Mitsuko ni tú hubierais tenido que ver con él, estoy seguro de que nunca se habría llegado a este extremo… Me pregunto cómo se sentirían los Tokumitsu, si se enteraran. Hasta ahora, yo pensaba que la culpa era de Mitsuko, una joven delincuente que estaba ejerciendo una mala influencia sobre ti, pero ¡me imagino que sus padres querrían arrancarle la piel a tiras a Watanuki! Tener una hija tan hermosa, de la que se podría sentir orgullo en cualquier parte, y después verla arruinada por un canalla como ese: habrían sido los que más habrían sufrido…

Yo sabía que se trataba de un tipo de estrategia por parte de mi marido: temía decir algo contrario a mis sentimientos, que siempre eran tan fáciles de provocar, y estaba intentando apelar a mis emociones en lugar de a mi razón. Aun así, el hecho de que sacara a relucir a sus padres y mostrase simpatía por Mitsuko no podía por menos de afectarme, pues sus palabras hacían eco a lo que yo misma sentía. Mientras escuchaba, los ojos se me llenaron de lágrimas.

—¿No es así? —preguntó, al tiempo que miraba mis mejillas manchadas de lágrimas—. De nada servirá seguir llorando. Por favor, decídete a ser sincera conmigo y, por esta vez, por una vez, dime la verdad. Si estás decidida a dejarme, sé que no podré impedirlo, pero, en realidad, al único que odio es a ese hombre: creo que tanto Mitsuko como tú sois dignas de compasión. Aun cuando al final tengamos que separarnos y tú te vayas por tu camino con Mitsuko, yo siempre sentiré lástima de ti. Sufriré mucho yo mismo, pero tú, verdad, también. Al fin y al cabo, nunca podrías casarte con ella, ¿no? Puedes sentirte libre de las ataduras del matrimonio, pero no puedes abrigar la esperanza de que los demás te perdonen. Conque eres tú quien debe decidir si esperar hasta que te veas obligada a rendirte a la sociedad, después de preocupar a tantas personas y cubrirte de oprobio, o recuperar el juicio antes de que así sea. De ti depende.

—Sí… pero fue mi destino el que hizo que las cosas salieran así… ¡Tendré que morir para resarcir a aquellos a quienes se lo debo!

Mi marido se sintió tan afectado, que casi saltó en su silla y yo rompí a llorar otra vez, al tiempo que dejaba caer la cabeza sobre la mesa.

—¿Qué puedo hacer ahora? Todo el mundo me abandonará; nunca me atreveré a mostrar la cara en público… Por favor, déjame morir simplemente. No tienes por qué sentir la pérdida de una mujer tan depravada…

—¿Quién ha dicho jamás que yo te abandonaría? Si eso fuera lo que me propusiese hacer, ¿acaso hablaría como estoy haciéndolo?

—Te lo agradezco, pero, si hago borrón y cuenta nueva, ¿qué será de Mitsuko?… Tú mismo dijiste que no era culpa suya, ¿no?

—Sí, así es y por eso quiero salvaros a las dos… Mira, escúchame: estás cometiendo un error fatal. Tu amor no salvará a Mitsuko. No eres tú solo quien me preocupa. Creo que tengo el deber de explicar esta situación a la familia Tokumitsu y advertirle que debe controlarla de cerca para que nunca vuelva a acercarse a ese hombre… y deje de verte también a ti. Sería bueno para Mitsuko, ¿verdad?

—Si lo haces, se matará…

—¿Ah, sí? ¿Por qué habría de hacerlo?

—Lo haría seguro… Lleva mucho tiempo amenazando con hacerlo. Yo apenas si he podido impedírselo… Entonces yo también moriré. Me disculparé ante todo el mundo muriendo.

—¡No seas absurda! ¿Qué clase de disculpa sería esa de causar semejante sufrimiento a tus padres y a mí?