17

Ah, sí, se me olvidó decirlo, pero, cuando dejé en mi casa el teléfono de la posada de Kasayamachi, dije que era donde vivía la amante del padre de Mitsuko.

Supongo que parecerá extraño: Mitsuko había propuesto que dijese que era una sucursal de su tienda de Semba, pero reunirnos en un lugar así parecía aún más extraño. Al principio, pensé que tal vez debería decir que estaba en el hospital, hasta que me di cuenta de que ella no podía permanecer mucho tiempo en el hospital, ¡por no hablar del peligro de que mi marido decidiera pasarse por allí, al volver a casa del trabajo! Justo cuando estaba estrujándome las meninges para decidir qué hacer, a Ume se le ocurrió una nueva idea.

Deberíamos decir que Mitsuko seguía embarazada —la medicina que había tomado no había dado resultado— y el médico se había negado a practicarle un aborto y, como cada vez le crecía más la tripa, al final había confesado la verdad a su madre y habían decidido llevarla a casa de la amante de su padre hasta que naciera el niño. Diríamos que su amante vivía en la posada Izutsu, en Kasayamachi; yo daría su nombre verdadero, por si mi marido intentaba buscarlo en la guía de teléfonos. Podría incluso venir a buscarme allí.

Al oír eso, Mitsuko rompió a reír.

—¡Voy a tener que ponerme una almohadilla en la cintura antes de ir a tu casa! —dijo, pero eso fue lo que decidimos, para mayor seguridad.

Mi marido se lo tragó completamente.

—Entonces, Mitsuko está embarazada de verdad, ¿no? —dijo con expresión compasiva.

—Tú me dijiste que no me metiera en ese lío, ¿verdad? Por eso, me negué a ayudarla, dijera lo que dijese. De modo que debe permanecer encerrada; no puede pisar la calle hasta que haya nacido el niño. Es como estar presa: se aburre tanto, que quiere que la visite todos los días. ¿Qué debo hacer?… Temo que me guarde rencor. Si la dejara totalmente sola, no podría pegar ojo por la noche.

—Supongo que eso es cierto, pero, si vuelves a juntarte con ella, te creará problemas.

—Pues sí, eso he pensado yo también, pero esta vez lo ha pasado tan mal, que parece otra persona. Según me ha dicho, ahora tendrán que permitirle que se case con Watanuki, y su familia parece estar de acuerdo. El caso es que nadie va a verla ahora: yo soy la única persona en la que puede confiar. Aunque todo sea culpa suya, Mitsuko está en un estado bastante lamentable. «Mira, Hermana», dice, «ahora que estoy embarazada, ¿cómo puede nadie sospechar de nuestra relación? Un día de estos iré a ver a tu marido con Watanuki para disculparme, conque, ¿no podríamos seguir viéndonos como hermanas de verdad?». Es lo único que desea.

Él no parecía dispuesto a aceptarlo, pero al final me dejó hacer lo que me pareciera y se limitó a decir:

—Simplemente ten el máximo cuidado.

A partir de entonces, recibí sin tapujos llamadas telefónicas de Kasayamachi en las que preguntaban si estaba la señora y yo misma llamaba a casa sin vacilar; a veces mi marido me llamaba a la posada hacia la hora de la cena y me preguntaba: «¿Volverás pronto a casa?». Así iba saliendo la cosa y comprendí que Ume había tenido una buena idea.

En cuanto a mis relaciones con Watanuki, Mitsuko había logrado reunirnos, pero seguíamos manteniendo una actitud de cautela mutua y no bajábamos la guardia. Ninguno de nosotros propuso una nueva reunión y la propia Mitsuko pareció haber abandonado la idea de intentar lograr que trabáramos amistad. El caso es que un día —unas dos semanas después de que los tres fuéramos al Shochiku, creo que fue—, en que Mitsuko y yo habíamos pasado la tarde en la posada, a las cinco y media me echó:

—¿Te importa marcharte antes que yo, Hermana? Tengo que hacer un recadito.

Era algo que ocurría constantemente, por lo que no me sentí particularmente molesta.

—De acuerdo, me iré antes que tú —dije.

Pero, en cuanto salí de la posada, oí una voz baja que me llamaba: «¡Hermana!». Cuando me volví a mirar, vi que era Watanuki.

—¿Se va ya a casa, Hermana? —preguntó.

—Sí. Mitsu está esperándola a usted, conque dese prisa —respondí, sarcástica, y empecé a caminar por la calle hacia Soemoncho para buscar un taxi.

—Un momentito… por favor —me llamó, al tiempo que me seguía muy de cerca—. Quiero hablar de algo con usted. ¿Podríamos pasear por el barrio una hora, más o menos, si no le importa?

—No tengo inconveniente en escuchar lo que deba decirme —le dije—, pero ella lo está esperando a usted.

—Pues quizá debería llamarla por teléfono —dijo Watanuki.

Paramos en el cercano salón de té Umezono a tomar un piscolabis y él telefoneó a Mitsuko. Después, paseamos hacia el norte por la avenida del Puente de Tazaemon.

—Le he dicho que tenía que atender un asunto importante y que podría tardar una hora, más o menos —dijo—. ¿Promete mantener en secreto esta reunión nuestra, Hermana? De lo contrario, no podré hablar.

—Si me dice que debo mantenerla en secreto, ¡puede estar seguro de que lo haré! —respondí en tono áspero—, pero a veces, cuando estoy intentando no incumplir una promesa, descubro que me están ridiculizando…

—Oh, Hermana, cree que Mitsuko se comporta como lo hace porque yo la dirijo, ¿verdad? Sé que tiene usted motivos para pensar eso —bajó la vista y suspiró—. De eso es precisamente de lo que quiero hablarle. ¿A cuál cree que quiere ella más? ¿A usted o a mí? Estoy seguro de que usted cree que es la víctima y se siente utilizada, pero yo me siento igual. Reconozco que estoy celoso. Según Mitsuko, sus visitas son un truco para engañar a sus padres; esa es la razón por la que se relaciona con usted, según dice, pero ¿acaso necesita seguir haciéndolo? ¿Acaso no va a acabar interponiéndose entre nosotros? Si Mitsuko me quiere, ¿por qué no ha estado dispuesta a casarse conmigo?

Escuché atentamente, pero, por lo que podía ver, Watanuki hablaba con la mayor seriedad y lo que decía parecía tener sentido.

—Si no quiere casarse con usted, será porque su familia se opone a ello, ¿no cree? Ella siempre me dice que le gustaría casarse.

—Eso es lo que dice, desde luego. Estoy seguro de que su familia se opondría. Aun así, si de verdad lo quisiera, encontraría una forma de ganársela, con mayor razón en su estado actual: ¿adónde podría ir, si no?

(…) Sí, por lo que me decía, ¡Mitsuko debía de estar embarazada, al fin y al cabo! Escuché asombrada lo que dijo a continuación.

—Dice que su padre está de lo más furioso y nunca le dejaría casarse con alguien que no valiera al menos un millón de yenes, y, desde luego, no con un tipo sin un céntimo y de poca monta. Si tiene un niño, lo destinarán a la adopción. ¡Es ridículo! Sobre todo, por el pobre niño: es inhumano, ¿verdad? ¿Qué opina usted, Hermana?

Pero pareció asombrado cuando dije:

—En realidad, ahora me entero de que está embarazada. ¿Está seguro?

—¡Cómo! ¿Que ahora se entera? —me miró, incrédulo, a los ojos y fijamente.

—Sí. ¡Mitsuko no me ha dicho ni palabra al respecto!

—Pero, de todos modos, ¿no fue a verla para preguntarle por la forma de abortar, Hermana?

—Sí, pero era una absoluta mentira, un simple pretexto para intentar reanudar la relación conmigo. Cuando dije a mi marido que Mitsuko estaba embarazada, solo era una excusa para poder ir a verla.

—¿De verdad? —dijo Watanuki.

De repente, se le fue el color de la cara, aunque tenía los ojos inyectados en sangre.