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De modo que, pese a lo mucho que repugnaba a mi marido aquel documento, pensó que lo mejor era intentar apoderarse de él. Tuvo la sensación de estar tratando con una persona irracional y no se podía saber lo que un tipo semejante podía hacer con él.

—Lo entiendo perfectamente —aseguró a Watanuki—. Si todo es como usted dice, cumpliré con las responsabilidades por propia iniciativa, pero resulta que acabo de conocerlo a usted hoy y necesito la versión de mi esposa sobre esta historia, conque ¿tendría usted a bien prestarme esta copia por unos días? Si se la enseño a ella, seguro que confesará; de lo contrario, sería imposible, porque es muy tozuda.

Al oír aquello y antes de decir si se lo prestaría, Watanuki colocó con cautela el documento sobre sus rodillas.

—¿Y qué hará usted, si la señora Kakiuchi confiesa?

—Lo que haré depende de las circunstancias. No puedo decírselo ahora. No voy a acusar a mi esposa simplemente porque usted me lo pida. Entienda, por favor, que no actúo en pro de los intereses de usted, sino de mi honor y la felicidad de mi matrimonio.

Watanuki frunció ligeramente el ceño.

—No le pido que haga nada por mi bien —dijo—. He venido a verlo porque he pensado que daba la casualidad de que los intereses de usted y los míos coincidían. No puede usted negarlo.

—No tengo tiempo para preocuparme por los intereses de usted —declaró entonces mi marido— ni tampoco quiero hacerlo. Discúlpeme, pero me niego a verme arrastrado a este asunto por usted. Arreglaré cuentas con mi esposa como me parezca más oportuno.

—Ah, entonces no hay nada que hacer —respondió Watanuki—. La verdad es que yo no tengo vinculación alguna con usted, por lo que en modo alguno estoy obligado para con usted, pero, si su esposa se escapa con Mitsuko, yo no seré el único que sufrirá. Empecé a pensar que sería un error por mi parte guardar silencio, en vista de lo que sé —miró fijamente a los ojos de mi marido—. Si se diera esa circunstancia, usted se vería arrastrado al asunto, le gustara o no.

—Sí, entiendo su preocupación —dijo mi marido, de nuevo sarcástico—. Gracias por su amabilidad.

—¡Darme las gracias no es bastante! No creo que fuera usted tan tonto como para dejar escapar a su esposa, pero supongamos que esta lo hiciera. ¿Qué haría usted entonces? ¿Se resignaría y diría: «¡Ya era hora!», o iría tras ella dondequiera que estuviese y la traería de vuelta a casa? ¡Tiene que adoptar esa decisión!

—Hasta que llegue el momento, no puedo decir cómo me comportaría y no voy a hacer promesas a otros ni dejarles entrometerse en lo que yo haga, tanto menos cuanto que las relaciones entre marido y mujer son asunto exclusivo de ellos.

—Pero, aun así, pase lo que pase, ¿no tiene usted intención de divorciarse de su esposa, verdad?

La actitud entrometida de Watanuki era tan exasperante, que mi marido le dijo que dejara de preocuparse; no era asunto suyo si se divorciaba o no de su esposa.

Pero Watanuki siguió insistiendo:

—No, supongo que está usted demasiado en deuda con su familia (y): Sería usted un ingrato, ¿no?, si la repudiara por una simple indiscreción… —cosas así.

Probablemente se hubiera enterado de bastantes cosas sobre nosotros por Mitsuko para estar al corriente de nuestros asuntos familiares.

—Es usted un caballero tan excelente, que no creo que hiciera algo indigno.

Esa forma de hablar resultaba demasiado insoportable para mi marido.

—¿Por qué demonios ha venido usted aquí? —estalló—. ¿Por qué ha de ponerse a parlotear sin cesar sobre algo que no es asunto suyo? ¡Cumpliré mi deber como un caballero sin necesidad de recibir instrucciones de usted! Pero comprenda, por favor, que no puedo garantizar que redunde en beneficio suyo.

—¿Ah, sí? Pues en ese caso lo siento, pero no puedo prestarle mi copia.

Entonces Watanuki cogió el documento y volvió a guardarlo cuidadosamente en su sobre y se lo guardó en un bolsillo interior.

La verdad es que mi marido deseaba que se lo prestara, pero entonces concluyó que era inútil continuar con aquel asunto. Solo habría servido para dar muestra de debilidad.

—Muy bien. No voy a pedirle que me lo preste contra su voluntad —dijo—. Puede usted sentirse libre para volver a llevárselo. Solo que debe usted entender una cosa: como no he podido enseñárselo a mi mujer, en modo alguno podría aceptarlo como auténtico, en caso de que ella niegue lo que usted dice. Naturalmente, la creería a ella antes que a un extraño.

—En fin, la adoración de una mujer es la perdición de un hombre —murmuró Watanuki como para sí mismo—. De todos modos, su mujer tiene una copia; si la busca, seguro que aparecerá. Naturalmente, no necesita molestarse en hacer eso. Simplemente pídale que le muestre su brazo y estoy seguro de que encontrará aún la prueba en él.

Tras esa desagradable insinuación, se excusó educadamente:

—Lamento mucho haberlo molestado.

Y se marchó.

Mi marido lo acompañó hasta el corredor y volvió a su despacho con un suspiro de alivio y pensando: «¡Qué tipo más horrible!». Pero, unos cinco minutos después, oyó que llamaban de nuevo a la puerta y era Watanuki otra vez.

—Con permiso. Siento seguir molestándolo —dijo, con una sonrisa curiosamente amable—. ¿Me permite robarle un poco más de su tiempo?

A saber por qué, parecía una persona enteramente distinta.

Sobresaltado y una vez más repelido por su actitud, mi marido observó en silencio a Watanuki acercarse a la mesa, hacer una reverencia y, sin esperar a ser invitado, sentarse en la misma silla de antes.

—Hace un momento me he equivocado —dijo—, pero, como estoy a punto de perder a la mujer por la que daría la vida, mis sentimientos me han cegado y no he podido ponerme a pensar en cómo debe de sentirse usted. No era mi intención hacerle daño: por favor, perdone mi tosquedad.

—¿Ha vuelto para decirme eso?

—Sí. Después de salir de su despacho, lo he pensado mejor y me he dado cuenta de que estaba equivocado. La verdad es que, si no hubiera vuelto a disculparme, no habría podido sentirme tranquilo.

—Es muy amable por su parte —respondió mi marido, sarcástico.

—Pues sí… —Watanuki se quedó vacilante y violento, sin abandonar aquella extraña sonrisa forzada—. El caso es que he venido aquí, verdad, en parte para hacerle esa petición y en parte para disculparme, todo ello porque estoy en un apuro tan atroz, que no encuentro una salida. Intente simplemente imaginar mi desdicha, ¡las lágrimas que no puedo empezar a derramar! Si entiende lo desdichado que me siento, estoy dispuesto a prestarle ese documento.

—¿Y cómo debo entenderlo exactamente?

—Voy a serle sincero: lo que más temo es que usted se divorcie de su esposa. Si lo hace, ella estará tan desesperada, que causará aún más problemas y yo perderé todas las esperanzas de casarme con Mitsuko. No es que considere probable que usted se divorcie de ella, pero no puedo por menos de preocuparme por la posibilidad de que la señora Kakiuchi escape a algún sitio con Mitsuko. Siento tener que insistir al respecto, pero, si usted no vigila estrictamente a su esposa, seguro que un día de estos escapará; cuando así sea, aun cuando usted quiera perdonarla, puede resultarle imposible, en vista de las actitudes de otras personas. Solo de pensarlo, siento el peligro que me acucia. Es tan grave, ¡que no puedo dormir por las noches!

Mientras hablaba, Watanuki hizo una reverencia hasta tocar con la frente en la mesa.

—Por favor, se lo ruego —gimoteó—. Así es, aunque pueda usted pensar que soy un egoísta, al pedir simplemente lo que quiero, pero tenga en cuenta mi aprieto y empiece a responsabilizarse del control de su esposa. No la deje separarse de usted nunca. Sé que no puede usted atarla, tal vez no pueda impedir que escape, pero prométame que, si lo hace, usted irá tras ella y la traerá a salvo de vuelta a casa. Si accede a eso, le entregaré mi copia de la promesa.

Y añadió:

—No necesito repetirme. Sé que usted quiere mucho a su mujer y nunca se divorciaría de ella, pero me gustaría oírlo de sus propios labios. Si siente usted la menor compasión de mí, ¿puede decirme lo que abriga su corazón?

Cuanto más oía mi marido, más asqueado se sentía. ¿Por qué no podía haber dicho aquel hombre simplemente lo que quería en todo ese tiempo, en lugar de entrometerse en sus asuntos y abordarlo de la forma más inconveniente? ¡Qué tipo más escurridizo! Cambiaba de actitud con cada cambio en la reacción de su interlocutor. Cualquier mujer se sentiría irritada por ello: Mitsuko también, seguro. Ese era otro de sus rasgos desagradables.

En aquel momento mi marido estaba empezando a sentir casi compasión de él.

—Entonces, ¿jura usted que nunca hará público este documento? —preguntó—. ¿Lo dejará en mi poder durante todo el tiempo que yo desee? Si accede, estoy dispuesto a aceptar sus condiciones.

—Como ya ha visto usted, nuestra propia promesa dice que no se puede enseñarlo a nadie sin el consentimiento previo de la otra parte, pero está claro que la señora Kakiuchi no ha cumplido su promesa, por lo que puedo hacer lo que me plazca con ella. Podría utilizarla para crearles problemas a ustedes dos, pero no soy, verdad, una persona vengativa; por eso lo he traído aquí, dispuesto a confiárselo a usted. Además, si no hay sinceridad, ningún acuerdo es más que un pedazo de papel, conque tómelo y lléveselo a casa, si le sirve de algo. Yo me sentiré satisfecho, siempre y cuando usted prometa observar las condiciones que he citado.

Mi marido no entendía por qué no le había dicho eso en primer lugar.

—Muy bien —dijo—. Me haré cargo de él de momento.

Pero, cuando estaba a punto de entregarle el documento, Watanuki vaciló.

—Un momento, por favor. Siento tener que pedirle esto, pero ¿podría hacer un recibo con vistas a una referencia futura?

Mi marido accedió y escribió: «Por la presente reconozco haber recibido el siguiente…», momento en el que Watanuki lo interrumpió.

—Por favor, añada un poco más a eso.

—¿Qué quiere que escriba?

Entonces Watanuki dictó toda una serie de requisitos:

El abajo firmante promete observar las siguientes condiciones durante el tiempo que tenga en su poder este documento.

1. Se responsabilizará de su mujer y procurará que no viole el comportamiento apropiado de una esposa.

2. En ninguna circunstancia se divorciará de su esposa.

3. Se compromete a presentar el documento o devolverlo en cualquier momento en que se lo solicite su legítimo propietario.

4. En caso de pérdida del documento mientras lo tenga en su poder, no quedará exento de las obligaciones especificadas en las estipulaciones primera y segunda hasta que haya ofrecido otras garantías satisfactorias a su legítimo propietario.

No fue algo que Watanuki expresara de corrido y de una vez. En cuanto mi marido había escrito una condición, se quedaba pensando un momento y decía: «Ah, sí, añada otra, por favor», a medida que aumentaba su número.

«¡Qué absurdo!», pensó mi marido. Ese bribón parece un picapleitos de andar por casa. A medias divertido, le dejó dictar lo que le apeteciera y lo escribió, pero después dijo:

—Me gustaría añadir una condición por mi parte: «Sin embargo, si el documento resulta ser falso, todas las promesas que en él figuran, serán nulas y quedarán invalidadas». ¿Qué le parece? No tiene inconveniente en que pongamos eso por escrito, ¿verdad?

Watanuki pareció cogido por sorpresa y un poco confuso, pero mi marido se apresuró a escribir esa condición y a entregarle el recibo. Una vez más Watanuki vaciló, pero al final guardó a regañadientes los papeles y se marchó.

Mi marido me contó todo eso a toda prisa y después preguntó:

—¿Qué? ¿No firmaste de verdad semejante documento? Si tienes una copia tuya, déjame verla.

Después esperó en silencio mi respuesta.

Yo me levanté sin decir palabra, abrí el cajón cerrado con llave, saqué la copia que había escondido en él y, sin romper mi silencio, lo coloqué en la mesa delante de él.