23
—Oh, entonces él estaba intentando engañarme, ¿no? —pregunté—. Creí que él se estaba burlando de mí cuando dijo que tus sentimientos por mí eran absolutamente sinceros.
—Sí, y también lo hacía para irritarte, Hermana. Yo estaba escuchando desde detrás de la puerta corredera y pensando en lo mentiroso que era, pero es que nada de lo que dijese iba a convencerte a ti…
Mitsuko se puso furiosa con él, una vez que vio que él la había engañado, pero él se mostró tanto más apremiante con ella, en vista de que no había nadie que pudiese constituir un obstáculo. Si ella lo acusaba de haberlas engañado, él respondía que la verdadera mentirosa era ella. «Tú has estado engañándome con todas tus mentiras, ¿verdad?». Él nunca dejó de sentir rencor contra nosotras. «Estoy seguro de que no has roto con ella por una cosa así», decía. «Probablemente sigas viéndola en alguna parte».
Él ya había conseguido que dejáramos de ser amigas y, sin embargo, o bien no podía disipar sus dudas o bien se limitaba a fingir para mostrarse desagradable.
—¿Por qué no actúas como un hombre —replicaba Mitsuko—, en lugar de seguir machacando sobre algo que está del todo acabado?
—No, no, no está acabado… Supongo que le habrás contado a ella mi secreto.
En realidad, eso era lo que él más temía. Si llegara a suceder alguna vez, tendría que vengarse contra nosotras.
—¡No seas ridículo! ¿Cómo iba a poder contárselo a mi hermana cuando estaba ocultándole precisamente que te conocía? Pero tú la has visto; debes de haberlo deducido de su actitud.
—No, había recelo en la forma como me miraba —dijo él.
Watanuki estaba tan acostumbrado a engañar a otros, que desconfiaba de todo el mundo… pero en aquella ocasión no se trataba de simple mala intención; tenía motivo para sospechar. Como conocía mis relaciones con Mitsuko, pensaba que yo debía de saber sus relaciones con ella, pero yo nunca había dado muestras de celos al respecto, simplemente porque me sentía segura, porque sabía que él no era un hombre normal. De lo contrario, ¿acaso no los habría delatado? Por eso hizo que yo acudiese a la posada de Kasayamachi: para que viera que él acudía con frecuencia a lugares semejantes con Mitsuko, por lo que no podía ser un hombre de sexualidad dudosa.
Si se hubiera dirigido a ella directamente y le hubiese rogado que rompiera conmigo, incluso Mitsuko se habría sentido obligada a hacerlo, pero, una vez que la había engañado así y después la había acusado de traicionarlo, ella sentía un deseo perverso de dar la vuelta a la tortilla. Al pensar en cómo le había dejado interponerse entre nosotros, se sentía aún más atraída hacia mí. Quería hacer todo lo posible para que nos reconciliáramos, al menos volver a verme, aunque solo fuera por última vez, pero, si acudía a mi casa, probablemente yo me negara a recibirla y, en cualquier caso, ¿qué clase de excusa podía presentar? Dijera lo que dijese, no era probable que cambiaran mis sentimientos.
Tras devanarse los sesos en busca de una solución, al final recordó aquel libro… Desde luego, el libro no tenía utilidad para Mitsuko, por lo que se lo había prestado a la señora Nakagawa. Una vez que se le ocurrió la idea, pasó días preparando lo que debía hacer: cómo hacer las llamadas en nombre del Hospital SK y demás. Naturalmente, no consultó a nadie; preparó todo el plan ella sola, pero le pareció que necesitaba una voz de hombre para hacer dichas llamadas, por lo que se confió a Ume y esta se lo encargó al hombre de la lavandería.
—Todo lo que hice fue para recuperarte. Ahora que lo pienso, aquella escena que representé, poniendo los ojos en blanco y demás, ¡no estuvo nada mal, para ser una aficionada!
En fin, tuvo que reconocer que su actuación iba encaminada a engañarme, pero estaba segura de que yo entendería su motivo e incluso me mostraría comprensiva con ella, en lugar de reprochárselo.
Sin embargo, Watanuki no tardó demasiado en enterarse de nuestra reconciliación. Mitsuko quería mostrarle que ella había hecho que su trama se volviera contra él; en lugar de ocultarlo, estaba impaciente por ver cómo se comportaría él cuando lo descubriese.
—Últimamente, has vuelto a reunirte con ella, ¿verdad? No intentes fingir que no. Lo sé todo.
—Oh, no estoy fingiendo nada —respondió ella con frialdad—. De todos modos, sospecharías de mí, por lo que pensé que igual podía verla.
—¿Por qué habías de hacerlo a mis espaldas?
—No fue a tus espaldas. Puedes sospechar de mí todo lo que quieras, pero yo no te mentiré: te diré lo que hice.
—Sí, pero ¿por qué no lo has hecho hasta ahora?
—¿Por qué había de hacerlo? No tengo que comunicarte todo lo que hago.
—¿Aunque sea algo tan importante? Tiene que haber algo más.
—Pero te dije que fui a verla, ¿no?
—Decir que fuiste a verla no es suficiente. Dime cuál de vosotras dio el primer paso.
—Fui a disculparme y ella me perdonó.
—¡Cómo! —gritó él—. ¿Por qué habías de disculparte?
—¿Acaso debía olvidarme de ella, después de haberla hecho ir a la posada a aquella hora y haberle pedido ropa y dinero prestados? Tal vez tú puedas ser tan desagradecido, pero yo no.
—Yo le devolví el día siguiente por correo todo lo que nos había prestado. No hace falta tomarse la molestia de dar las gracias a una mujer tan insufrible.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dijiste tú a mi hermana en aquel momento? ¿Acaso no hiciste una reverencia a esa «mujer insufrible» y le pediste ayuda con las manos juntas? «No me importa lo que me pase a mí», dijiste, «pero, si lleva usted a salvo a Mitsuko a su casa, ¡le estaré eternamente agradecido!». ¡Y ahora hablas así! En primer lugar, piensa en la cantidad de problemas que le has causado, en caso de que la ropa que devolviste haya caído en manos de su marido. Digas lo que digas, es alguien que nos ayudó… ¡tú no conoces el significado de la palabra «agradecido»! Cuanto más te oigo hablar, más creo que algo tramabas aquella noche…
Watanuki pareció sobresaltarse.
—¿Que yo tramaba algo? ¿Y qué podía ser?
—No sé, pero ¿acaso no es curioso que estuvieras seguro de que habíamos roto para siempre, pese a que yo no te había dicho nada al respecto? Si pensaste que yo caería en la trampa que me preparaste, te equivocabas.
—¡No tengo la menor idea de a qué te refieres!
—Pues entonces, ¿por qué no devolvió la policía nuestros kimonos robados?
—¿Cómo voy a saberlo, tanto tiempo después? —pareció escocido por la pregunta de ella y la desechó con una sonrisa violenta—. No veo por qué estás tan disgustada… deberías dejar de acribillarme a preguntas y decírmelo tú.
Pero no era de esperar que para Watanuki la cuestión quedara así. Unos días después, volvió a sacarla a relucir, aquella vez con un matiz de lisonja.
—La señora Kakiuchi debió de tener un enfado de cuidado: me gustaría saber cómo lograste ganártela —dijo—. ¡Eso es algo que me gustaría que me enseñaras! —y añadió—: Para ser una muchacha de apariencia tan tierna, eres extraordinariamente lista… ¡No tienes nada que envidiar a las mujeres del barrio de los placeres!
Después de aquel elogio con doble sentido, ella pensó que podía ceder y contarle toda la historia de cómo me engañó para que aceptara la reconciliación.
—¿Dónde has aprendido a representar esa farsa?
—¡Lo he aprendido de ti, naturalmente!
—¡No seas absurda! Me imagino que ya me habrás aplicado a mí esa clase de engaño.
—¿Lo ves? Ya vuelves a sospechar. Nunca he hecho una cosa semejante.
—No entiendo por qué te tomas tantas molestias para tener una relación amistosa con ella.
—¿Acaso no le dijiste tú que no te importaba? El otro día dijiste que nosotros tres debíamos ser amigos.
—Solo lo dije por miedo a que, si la provocábamos, creara problemas.
—Esa es otra mentira. Estabas intentando engañarla: ahora sé todo lo que te proponías aquella noche.
—Y yo sigo sin saber a qué te refieres.
—Mira, hasta una persona paciente puede acabar enseñando los dientes, verdad, y la gente no te dejará que conspires impunemente a sus espaldas.
—No tienes pruebas de que yo haya hecho lo que llamas conspirar. ¿Acaso no eres tú la recelosa?
—Puede ser, pero, llegados a este punto, creo que deberías seguir siendo amigo de mi hermana, ¡como prometiste! Puede que no me creas, pero nunca le he dicho nada desagradable sobre ti…
Mitsuko tenía la suficiente agudeza para decir a Watanuki que una razón por la que había acudido hasta mí con su estrafalaria historia fue la de ayudarlo a él a ocultar su humillante estado. Quería que yo creyese que él era totalmente normal. Si ella se tomaba semejante molestia para preservar su reputación, ¿por qué no podía ser él un poco más generoso y permitir que en adelante fuéramos amigos los tres?… Ella estaba pinchándolo en un punto sensible, engatusándolo y amenazándolo alternativamente.
—Mientras siga reuniéndome contigo aquí, en la posada, me propongo hacerlo, también con mi hermana —declaró y le dijo que no quería que él volviera a meter la nariz en nuestras relaciones: si lo hiciese, lo dijo con toda claridad, sería a él a quien ella dejaría, no a mí.
Después de eso, él no dijo nada.