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—Pero, Hermana, ¿por qué habría de ocultarle que estaba embarazada? ¿Por qué habría de mentir al respecto y precisamente a usted? ¿De verdad no lo sabía?

Seguía apremiándome, como si tuviera dudas, pero el hecho es que Mitsuko no me había dicho nada al respecto. Según Watanuki, ya estaba de tres meses y había ido a ver a un médico. En ese caso, habría estado embarazada cuando hizo aquella escena sobre la hemorragia, aunque, estando de unos tres meses, solo un médico habría podido decirle cuál era su estado… y yo había oído de sus propios labios: «No creo que pueda quedarme embarazada». No cabe duda de que estaba haciendo teatro aquel día, pero, si lo que decía Watanuki era cierto, igual habría podido estar ocultándome su embarazo.

—¿Dijo por qué no podía quedarse embarazada? —preguntó Watanuki—. ¿Era porque estaba siguiendo las instrucciones que había leído en aquel libro o porque tenía algún problema físico?

Naturalmente, yo había procurado siempre no tener que ver nada con Watanuki, por lo que nunca había hablado con ella de él… y, además, el otro día, sin ir más lejos, ella había comentado en broma: «¡Voy a tener que ponerme almohadillas en la cintura para ir a tu casa, Hermana!».

Le dije que no podía creer que estuviera embarazada y él respondió que Mitsuko estaba decidida a no casarse, pero, una vez que su embarazo resultara evidente para todo el mundo, se vería obligada a hacerlo, de todos modos.

—Estoy seguro de que, mientras pueda, lo ocultará —dijo.

En opinión de Watanuki, la auténtica preferencia de Mitsuko iba para su amante lesbiana, estaba mucho más enamorada de mí y esa era la razón por la que no quería casarse… Pensaba que, si se casaba y tenía un hijo, yo la abandonaría; por eso, seguía aplazando una decisión de un día para otro, sin saber qué hacer: deshacerse del hijo que llevaba en las entrañas o buscar una forma de distanciarse de él…

Tal vez fuera una sensación subjetiva por mi parte, pero, sencillamente, no podía creer que estuviese tan enamorada de mí.

—No, no, es absolutamente cierto. ¡Usted es la afortunada, Hermana! —dijo—. ¡Ah! A mí me ocurre lo contrario… ¡qué mala suerte he tenido!

Hablaba como un actor en un melodrama y parecía estar a punto de echarse a llorar. Desde el primer momento en que nos conocimos, yo lo había considerado bastante afeminado, pero, cuando habló así, toda su expresión y actitud parecía desagradablemente mujeril, débil pero insistente, pues no dejaba de lanzarme miradas de reojo para ver cómo reaccionaba yo. No era de extrañar —empecé a pensar— que Mitsuko no lo apreciara demasiado.

Después Watanuki dijo que, la noche en que les robaron la ropa en Kasayamachi, él no quería que me llamara. Ella debería haber tenido la sangre fría para pedir prestado un kimono a una de las sirvientes con el que volver a su casa. Podría haber dicho a sus padres que había tenido una relación con un hombre y era demasiado tarde para remediarlo. Podrían haberse casado en seguida o haber decidido fugarse y no habrían tenido nada que temer. ¿Cómo podía ser tan desvergonzada como para llamar a su «hermana» en un momento así? ¡La hermana, que no tenía ni idea de lo que ocurría! «Además», había dicho él, «seguro que no vendría, aunque la llamaras».

Pero Mitsuko se negó a escucharlo. «Si no llevo puesto ese kimono, no puedo volver a casa esta noche».

«Entonces, escapémonos juntos».

«Si lo hacemos, tendremos problemas más adelante», había dicho Mitsuko. «Voy a decir a mi hermana que me lo traiga. Si se lo pido, no me dejará en la estacada. Aunque esté un poco enfadada conmigo, encontraré la forma de ganármela». De modo que fue a telefonearme.

—Pero parecía que alguien más estaba susurrándole, ahí, junto al teléfono —dijo.

—Naturalmente, yo estaba preocupado, por lo que la acompañé hasta el teléfono —me dijo.

Antes de darnos cuenta, Watanuki y yo habíamos cruzado el Puente de Sankyu y habíamos llegado hasta la avenida Hommachi. «Sigamos un poco más», convenimos y, tras cruzar los raíles del tranvía, nos dirigimos hacia Kitahama. Hasta entonces, todo lo que yo había imaginado sobre él había estado marcado por mis sentimientos por Mitsuko y lo había considerado una persona totalmente despreciable, pero aquella vez no parecía un mentiroso e incluso su actitud mujeril y recelosa podía haber sido, al menos en parte, obra de Mitsuko: yo misma me había tragado sus engaños. Cuanto más lo pensaba, más razonable me parecía: en fin, aun cuando pensara que no podía fiarse de mí, me daba la impresión de ser sincero.

Naturalmente, no creí que Mitsuko estuviera más enamorada de mí.

—Debe de estar usted equivocado al respecto —le dije, casi en tono consolador—. Mire, señor Watanuki, ha estado usted preocupándose demasiado, simplemente.

—No —protestó—, me gustaría creerlo, pero no es así, Hermana, usted no conoce el verdadero carácter de Mitsu.

Según él, Mitsuko era la clase de persona que consideraba divertido fingir ante mí que amaba a Watanuki y ante este que me amaba a mí, pero su verdadera preferencia era por mí. De lo contrario, no habría inventado aquella historia sobre el hospital ni habría ido a verme, ¿no?, después de que hubiéramos roto como lo habíamos hecho.

—¿Qué dijo Mitsu cuando acudió a su casa? —me preguntó—. ¿Cómo consiguió reanudar la relación con usted? Después me enteré, pero no conozco ningún detalle al respecto.

De modo que le conté lo de las convulsiones y la hemorragia, cosa que lo dejó asombrado.

—¿De verdad? —exclamó una y otra vez—. ¡Nunca habría podido imaginar que llegara a causar semejante conmoción! Naturalmente, yo sabía que estaba embarazada, pero pensaba que debía tener el niño, por lo que le advertí que no se deshiciera de él y no hiciese nada antinatural. Cuando me enteré de que había ido a pedirle consejo a usted, me irrité, pero, aun así, aun cuando tomara alguna medicina, estoy seguro de que estaba fingiendo todo el dolor y la hemorragia. ¿Qué se imagina que podía ser aquella supuesta sangre?

Le parecía inconcebible que hubiera llegado hasta ese extremo para lograr la reconciliación, a no ser que me amara. Yo comprendía eso, pero entonces, ¿por qué seguía viéndose con Watanuki? Si de verdad me hubiera amado, ¿no lo habría dejado mucho antes? Yo me sentía perpleja al respecto, pero él dijo que Mitsuko nunca habría mostrado su vulnerabilidad, por mucho que se sintiera atraída por alguien, desearía manipular a la otra persona para que se enamorara de ella. Como era tan presumida como hermosa, si no se veía adorada, se sentía como desdeñada. Parecía convencida de que, si se rendía de amor ante alguien, se rebajaba. Por eso, estaba utilizando a Watanuki para ponerme celosa y mantener su superioridad.

—Otra cosa —dijo—. Tiene miedo de lo que yo podría hacer, si hablara de dejarme. Tal como está la situación, no creo que se atreva, pero, si lo hiciera, me jugaría la vida para impedirlo.

Mientras hablaba, me miraba fijamente y con una expresión dura en sus rojos ojos de reptil.