18. Colisión

75

Stor Gendibal iba acercándose a Gaia casi tan prudentemente como lo había hecho Trevize, y ahora que su estrella era un disco perceptible y sólo podía ser observado a través de potentes filtros, se detuvo a reflexionar.

Sura Novi estaba sentada a un lado, y lo miraba de vez en cuando con timidez.

—¿Maestro? —dijo suavemente.

—¿Qué hay, Novi? —preguntó él, distraído.

—¿Eres desgraciado?

La miró rápidamente.

—No. Estoy preocupado. ¿Recuerdas esa palabra? Estoy tratando de decidir si debo seguir adelante o esperar un poco más. ¿Te parece que debo ser valiente, Novi?

—Creo que tú siempre eres valiente, maestro.

—A veces ser valiente es ser tonto.

Novi sonrió.

—¿Cómo puede un maestro sabio ser tonto? Eso es un sol, ¿verdad, maestro? —Señaló hacia la pantalla.

Gendibal asintió.

Tras una breve vacilación, Novi dijo:

—¿Es el sol que brilla sobre Trántor? ¿Es el sol hameniano?

Gendibal contestó:

—No, Novi. Es otro sol completamente distinto. Hay muchos soles, millones de soles.

—¡Ah! Lo sabía con la cabeza. Sin embargo, no podía decidirme a creerlo. ¿Cómo es, maestro, que uno puede saber algo con la cabeza y, aun así, no creerlo?

Gendibal esbozó una sonrisa.

—En tu cabeza, Novi… —empezó y, automáticamente, al decir esto, se encontró él mismo en la cabeza de la muchacha. La frotó suavemente, como hacía siempre, cuando se encontraba allí, un simple toque calmante de los zarcillos mentales para mantener a la hameniana en paz y tranquilidad, y después habría vuelto a salir, como hacía siempre, si algo no le hubiese retenido.

Lo que percibió no era descriptible más que en términos mentálicos pero, metafóricamente, el cerebro de Novi resplandecía. Era el resplandor más débil posible.

No estaría allí a no ser por la existencia de un campo mentálico impuesto desde fuera, un campo mentálico de una intensidad tan débil que el excelente funcionamiento receptor de la entrenada mente del propio Gendibal apenas pudo detectar, incluso en la absoluta uniformidad de la estructura mentálica de Novi.

—Novi, ¿cómo te encuentras? —dijo con viveza.

La muchacha le miró con asombro.

—Me encuentro bien, maestro.

—¿Te sientes aturdida, confusa? Cierra los ojos y no te muevas hasta que yo diga «ahora».

Novi cerró obedientemente los ojos. Gendibal ahuyentó con cuidado todas las sensaciones ajenas a su mente, calmó sus pensamientos, suavizó sus emociones, frotó…, frotó… No dejó nada más que el resplandor y era tan débil que casi habría podido persuadirse de que no estaba allí.

—Ahora —dijo, y Novi abrió los ojos.

—¿Cómo te encuentras, Novi?

—Muy tranquila, maestro. Descansada.

Sin duda era demasiado débil para tener algún efecto perceptible sobre ella.

Se volvió hacia la computadora y forcejeó con ella.

Tuvo que admitir que él y la computadora no encajaban muy bien. Quizás era porque estaba demasiado acostumbrado a utilizar directamente la mente para poder trabajar a través de un intermediario. Pero buscaba una nave, no una mente, y la búsqueda inicial podía hacerse más eficientemente con la ayuda de la computadora.

Y encontró el tipo de nave que sospechaba podía estar presente. Se hallaba a medio millón de kilómetros de distancia y era muy parecida a la suya en diseño, pero mucho más grande y elaborada.

Una vez la hubo localizado con la ayuda de la computadora, Gendibal dejó que su mente actuara directamente. La envió hacia fuera y percibió el equivalente mentálico de «percibir» a la nave, por dentro y por fuera.

Luego envió su mente hacia el planeta Gaia, acercándose a él varios millones de kilómetros más, y se retiró. Ningún proceso bastó para revelarle, inequívocamente, cuál era la fuente del campo.

—Novi, querría que te sentaras a mi lado mientras ocurre lo que vaya a ocurrir —dijo.

—Maestro, ¿hay peligro?

—No debes preocuparte por nada, Novi. Me encargaré de que estés sana y salva.

—Maestro, no estoy preocupada por mí, Si hay peligro, quiero poder ayudarte.

Gendibal se ablandó y dijo:

—Novi, ya me has ayudado. Gracias a ti, me he percatado de un detalle muy importante. Sin ti, quizá me habría metido en una ciénaga y sólo habría podido salir con grandes dificultades.

—¿He hecho esto con mi mente, maestro, como me explicaste una vez? —preguntó Novi, atónita.

—Así es, Novi. Ningún instrumento habría sido más sensitivo. Mi propia mente no lo es; está demasiado llena de complejidad.

La cara de Novi reflejó una gran satisfacción.

—Estoy muy contenta de poder ayudar.

Gendibal sonrió y asintió con la cabeza; luego pensó sombríamente que necesitaría otro tipo de ayuda. Algo protestó en su interior. El trabajo era suyo, sólo suyo. Sin embargo, no podía ser sólo suyo. Las probabilidades se reducían…

76

En Trántor, Quindor Shandess notaba que la responsabilidad del cargo de primer orador descansaba sobre él con un peso sofocante. Desde que la nave de Gendibal se desvaneciera en la oscuridad más allá de la atmósfera, no había convocado ninguna reunión de la Mesa. Había estado inmerso en sus propios pensamientos.

¿Había sido prudente dejar que Gendibal se marchara solo? Gendibal era inteligente, pero no lo suficiente para no ceder a la tentación de confiarse demasiado. El mayor defecto de Gendibal era la arrogancia, como el mayor defecto del propio Shandess (pensó con amargura) era el cansancio de la edad.

Una y otra vez, se le ocurrió pensar que el precedente de Preem Palver, que viajó por toda la Galaxia para arreglar las cosas, era peligroso. ¿Podía algún otro ser un Preem Palver? ¿Siquiera Gendibal? Y Palver se había llevado a su esposa.

Por supuesto, Gendibal se había llevado a aquella hameniana, pero eso no le ayudaría en nada. La esposa de Palver había sido oradora por derecho propio.

Shandess se sentía envejecer día a día mientras esperaba noticias de Gendibal, y a medida que pasaban los días sin que estas llegaran, sentía una tensión creciente.

Debería haber sido una flota de naves, una flotilla.

No. La Mesa no lo habría permitido.

Y sin embargo…

Cuando finalmente recibió la llamada, estaba durmiendo. Su sueño era agitado y no le aportaba ningún alivio. La noche había sido ventosa y le había costado dormirse. Como un niño, había creído oír voces en el viento.

Su último pensamiento antes de conciliar el sueño había sido dimitir, un deseo que no podía realizar, pues en este momento Delarmi le sucedería.

Y entonces recibió la llamada y se incorporó en la cama, totalmente despierto.

—¿Está usted bien? —preguntó.

—Muy bien, primer orador —contestó Gendibal—. ¿Qué le parece si establecemos contacto visual para una comunicación más condensada?

—Más tarde, quizá —repuso Shandess—. En primer lugar, ¿cuál es la situación?

Gendibal habló con lentitud, pues percibió el reciente despertar del otro y notó un profundo cansancio.

—Estoy cerca de un planeta habitado llamado Gaia, cuya existencia no consta en ningún archivo galáctico, que yo sepa —dijo.

—¿El mundo de esos que han estado trabajando para perfeccionar el Plan? ¿Los Anti-Mulos?

—Posiblemente, primer orador. Hay varias razones para creerlo así. Primera, la nave de Trevize y Pelorat se ha acercado mucho a Gaia y lo más probable es que haya aterrizado allí. Segunda, a medio millón de kilómetros de mí, hay una nave de guerra de la Primera Fundación.

—No puede haber tanto interés sin motivo.

—Primer orador, puede que no sea un interés independiente. Yo estoy aquí porque sigo a Trevize, y la nave de guerra puede estar aquí por la misma razón. Sólo queda preguntarse por qué está Trevize aquí.

—¿Se propone seguirle hasta el planeta, orador?

—Había considerado esa posibilidad, pero ha ocurrido algo. Ahora estoy a cien millones de kilómetros de Gaia y percibo un campo mentálico en el espacio que me rodea, un campo homogéneo que es excesivamente débil. No habría podido percatarme de él a no ser por la mente de la hameniana. Es una mente extraordinaria; consentí en llevarla conmigo por esta razón.

—Así pues, tuvo razón al suponer que seria tan… ¿Cree que la oradora Delarmi lo sabía?

—¿Cuando me instó a que me la llevara? No lo creo, pero me ha prestado un gran servicio, primer orador.

—Me alegro. ¿Opina usted, orador Gendibal, que el planeta es el foco del campo?

—Para estar seguro, tendría que tomar medidas desde puntos muy distanciados con objeto de comprobar si el campo tiene una simetría esférica general. Mi sonda mental unidireccional indica que es probable, pero no seguro. Sin embargo, no sería prudente seguir investigando en presencia de la nave de guerra de la Fundación.

—Sin duda no es ningún peligro.

—Puede serlo. Aún no estoy seguro de que no sea ella misma el foco del campo, primer orador.

—Pero ellos…

—Primer orador, con todo respeto, permítame interrumpirle. Nosotros no sabemos qué avances tecnológicos ha hecho la Primera Fundación. Actúan con una extraña confianza en sí mismos y quizá nos tengan reservada alguna sorpresa desagradable. Hay que averiguar si han aprendido a dominar la mentálica por medio de alguno de sus aparatos. En resumen, primer orador, me enfrento a una nave de mentálicos o a un planeta.

»Si es la nave, la mentálica puede ser demasiado débil para inmovilizarme, pero podría ser suficiente para retrasarme, y las armas puramente físicas de la nave podrían bastar entonces para destruirme. Por otra parte, si el foco es el planeta, el hecho de detectar el campo a tal distancia podría significar una intensidad enorme en la superficie, más de lo que incluso yo puedo controlar.

»En ambos casos, será necesario establecer una red, una red total, en la que todos los recursos de Trántor puedan ponerse a mi disposición.

El primer orador titubeó.

—Una red total. Eso no se ha utilizado nunca, ni siquiera se ha sugerido… excepto en tiempos del Mulo.

—Es muy posible que esta crisis sea incluso más grave que la del Mulo, primer orador.

—No sé si la Mesa consentirá.

—No creo que deba pedirles su consentimiento, primer orador. Debe proclamar el estado de emergencia.

—¿Qué excusa puedo dar?

—Cuénteles lo que yo le he contado, primer orador.

—La oradora Delarmi dirá que es usted un cobarde incompetente, llevado a la locura por sus propios temores.

Gendibal hizo una pausa antes de contestar. Luego manifestó:

—Me imagino que dirá algo así, primer orador, pero déjela decir todo lo que quiera porque yo sobreviviré. Lo que ahora está en juego no es mi orgullo o mi egoísmo, sino la misma existencia de la Segunda Fundación.

77

Harla Branno sonrió sombríamente y las arrugas de su cara se hicieron más profundas.

—Creo que podemos seguir adelante. Estoy preparada —dijo.

Kodell preguntó:

—¿Todavía está segura de que sabe lo que hace?

—Si estuviese tan loca como usted finge creer, Liono, ¿habría insistido en quedarse en esta nave conmigo?

Kodell se encogió de hombros y respondió:

—Probablemente. Entonces estaría aquí, señora alcaldesa, para intentar detenerla, distraerla, al menos hacerle perder tiempo, antes de que llegara demasiado lejos. Y, por supuesto, si no está loca…

—¿Sí?

—Pues entonces no querría que las historias del futuro la mencionaran a usted sola. Dejemos que declaren que yo estaba aquí con usted y que se pregunten, tal vez, a quién corresponde el mérito en realidad, ¿eh, alcaldesa?

—Muy astuto, Liono, muy astuto…, pero totalmente inútil. Yo he sido el poder oculto a lo largo de demasiados mandatos para que ahora crean que permitiría ese fenómeno en mi propia administración.

—Ya lo veremos.

—No, no lo veremos, pues esos dictámenes histéricos se producirán cuando ya estemos muertos. Sin embargo, no temo nada. Ni mi lugar en la historia, ni eso —y señaló la pantalla.

—La nave de Compor —dijo Kodell.

—La nave de Compor, sí —dijo Branno—, pero sin Compor a bordo. Una de nuestras naves de reconocimiento observó el cambio. La nave de Compor fue detenida por otra. Dos personas de la otra nave abordaron esa y más tarde Compor salió y se trasladó a la otra.

Branno se frotó las manos.

—Trevize ha desempeñado su papel a la perfección. Le eché al espacio para que sirviera de pararrayos y así lo ha hecho. Ha atraído el rayo. La nave que detuvo a Compor pertenecía a la Segunda Fundación.

—¿Cómo puede estar segura de eso? —inquirió Kodell, sacando su pipa y empezando a llenarla lentamente de tabaco.

—Porque siempre me he preguntado si Compor no podía estar controlado por la Segunda Fundación. Su vida era demasiado halagüeña. Todo le salía bien, y era un gran experto en rastreo hiperespacial. Su traición a Trevize podía ser la política de un hombre ambicioso, pero lo hizo con demasiada minuciosidad, como si se jugara algo más que sus ambiciones políticas.

—¡Meras conjeturas, alcaldesa!

—Las conjeturas cesaron cuando siguió a Trevize a través de múltiples saltos tan fácilmente como si sólo hubiera sido uno.

—Tenía la computadora para ayudarle, alcaldesa.

Pero Branno echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Mi querido Liono, está tan ocupado tramando complicadas conjuras que olvida la eficacia de los procedimientos sencillos. Envié a Compor en pos de Trevize, no porque necesitara seguir a Trevize. ¿Qué necesidad había? Trevize, por mucho que quisiera ocultar sus movimientos, no podía dejar de llamar la atención en cualquier mundo que visitara. Su avanzada nave de la Fundación, su marcado acento de Términus, sus créditos de la Fundación, le rodearían automáticamente con un brillo de notoriedad. Y en caso de alguna emergencia, recurriría automáticamente a los representantes de la Fundación, como hizo en Sayshell, donde supimos todo lo que hizo en cuanto lo hizo… e independientemente de Compor.

»No —prosiguió con aire reflexivo—, Compor fue enviado al espacio para poner a prueba a Compor. Y ha dado resultado porque le asignamos deliberadamente una computadora defectuosa; no suficientemente defectuosa para impedir la maniobrabilidad de la nave, pero sí para ayudarle a seguir un salto múltiple. A pesar de ello, Compor consiguió hacerlo sin dificultades.

—Veo que no me cuenta muchas cosas, alcaldesa, hasta que decide que debe hacerlo.

—Sólo le oculto aquellos asuntos, Liono, que no le perjudicará no saber. Le admiro y le utilizo, pero mi confianza tiene un límite, como la de usted por mí…, y, por favor, no se moleste en negarlo.

—No lo haré —repuso Kodell secamente—, y algún día, alcaldesa, me tomaré la libertad de recordárselo. Mientras tanto, ¿debería saber algo más? ¿Cuál es la naturaleza de la nave que le detuvo? Sin duda, si Compor es miembro de la Segunda Fundación, esa nave también lo era.

—Siempre es un placer hablar con usted, Liono. Ve las cosas con mucha rapidez. La Segunda Fundación no se molesta en borrar sus huellas. Tiene defensas en las que confía para hacer esas huellas invisibles, aun cuando no lo son. A un miembro de la Segunda Fundación jamás se le ocurriría emplear una nave de fabricación extranjera, aunque supiera cuán fácilmente podemos identificar el origen de una nave por el dibujo de su utilización energética. Siempre pueden borrar ese conocimiento de la mente que lo haya adquirido, de modo que, ¿por qué molestarse en ocultarse? Pues bien, nuestra nave de reconocimiento pudo determinar el origen de la nave que se acercó a Compor a los pocos minutos de avistarla.

—Y supongo que ahora la Segunda Fundación borrará ese conocimiento de nuestras mentes.

—Si pueden —dijo Branno—, pero quizá descubran que las cosas han cambiado.

—Antes ha dicho que sabía dónde estaba la Segunda Fundación. Que primero se encargaría de Gaia, y después de Trántor. Por ello deduzco que esa otra nave era de origen trantoriano —manifestó Kodell.

—Supone bien. ¿Está sorprendido?

Kodell meneó lentamente la cabeza.

—Pensándolo bien, no. Ebling Mis, Toran Darell y Bayta Darell estuvieron en Trántor durante la época en que el Mulo fue detenido. Arkady Darell, la nieta de Bayta, nació en Trántor y volvía a estar en Trántor cuando se cree que la misma Segunda Fundación fue detenida. En su relato de los acontecimientos, hay un tal Preem Palver que desempeñó un papel clave, apareciendo en los momentos convenientes, y era un comerciante trantoriano. Es obvio que la Segunda Fundación estaba en Trántor, donde, incidentalmente, vivía el mismo Hari Seldon cuando instituyó ambas Fundaciones.

—Muy obvio, pero nadie sugirió nunca esa posibilidad. La Segunda Fundación se encargó de que así fuera. A eso me refería al declarar que no tenían que borrar sus huellas, cuando podían lograr fácilmente que nadie mirase hacia esas huellas, o borrar el recuerdo de esas huellas después de que hubieran sido vistas.

Kodell dijo:

—En ese caso, no miremos demasiado rápidamente hacia donde ellos pueden querer que miremos. ¿Cómo supone que Trevize dedujo que la Segunda Fundación existía? ¿Por qué no lo detuvo la Segunda Fundación?

Branno levantó los dedos y los contó.

—Primero, Trevize es un hombre poco corriente que, por su turbulenta incapacidad para la cautela, tiene algo que no he sido capaz de comprender. Quizá sea un caso especial. Segundo, la Segunda Fundación no lo ignoraba. Compor empezó a espiar a Trevize y le denunció. Confiaron en mí para detener a Trevize sin que la Segunda Fundación tuviera que arriesgarse a tomar parte. Tercero, cuando no reaccioné como esperaban, ni ejecución, ni encarcelamiento, ni borradura de memoria, ni sondeo psíquico de su cerebro, cuando me limité a enviarle al espacio, la Segunda Fundación fue más lejos. Enviaron una de sus propias naves tras él.

Y añadió con reservada satisfacción:

—Si, un pararrayos excelente.

—¿Y nuestro próximo paso? —preguntó Kodell.

—Desafiaremos a ese miembro de la Segunda Fundación que ahora está ante nosotros. De hecho, ya nos dirigimos lentamente hacia él.

78

Gendibal y Novi estaban sentados, uno junto al otro, observando la pantalla.

Novi se sentía atemorizada. Para Gendibal, eso era evidente, así como el hecho de que intentaba combatir ese temor por todos los medios. Gendibal no podía hacer nada para ayudarla en su lucha, pues no consideraba prudente tocar su cerebro en este momento, ya que quizás oscureciese la respuesta que ella exhibía ante el débil campo mentálico que los rodeaba.

La nave de guerra de la Fundación iba acercándose con lentitud, pero inexorablemente. Era una nave grande, con una tripulación que tal vez ascendiera a seis personas, a juzgar por la experiencia referente a naves de la Fundación. Gendibal estaba seguro de que sus armas bastarían para contener y, en caso necesario, aniquilar a toda la flota de la Segunda Fundación, si esa flota tenía que confiar únicamente en la fuerza física.

Comoquiera que fuese, el avance de la nave, incluso contra una sola nave tripulada por un miembro de la Segunda Fundación, permitía sacar ciertas conclusiones. Aunque la nave tuviese poder mentálico, no sería lógico que se enfrentara a la Segunda Fundación de este modo. Lo más probable era que avanzase por ignorancia, y esta podía darse en distintos grados.

Podía significar que el capitán de la nave ignoraba que Compor había sido sustituido o, si lo sabía, ignoraba que el sustituto era un miembro de la Segunda Fundación, o tal vez incluso ignoraba qué era la Segunda Fundación.

¿Y si la nave tenía poder mentálico (Gendibal se proponía considerarlo todo) y, no obstante, avanzaba de este modo tan confiado? Eso sólo podía significar que estaba controlada por un megalómano o que tenía un poder mayor del que Gendibal consideraba posible.

Pero lo que él consideraba posible no era un factor terminante…

Tocó con cuidado la mente de Novi. Novi no podía percibir conscientemente los campos mentálicos, mientras que Gendibal, desde luego, podía hacerlo, pero la mente de Gendibal no podía lograrlo con tanta delicadeza o detectar un campo mental tan débil como la de Novi. Era una paradoja que debería estudiarse en el futuro y quizá diera frutos que a la larga resultaran mucho más importantes que el problema inmediato de una astronave cada vez más próxima.

Gendibal se había asido a esta posibilidad, intuitivamente, cuando observó por vez primera la extraordinaria uniformidad y simetría de la mente de Novi, y se enorgulleció de su intuición. Los oradores siempre se habían sentido orgullosos de sus poderes intuitivos, pero ¿hasta qué punto eran producto de su incapacidad para medir campos por métodos físicos y, por lo tanto, de su ineptitud para comprender qué era lo que hacían en realidad? Resultaba fácil encubrir la ignorancia con la mística palabra «intuición». Y, ¿hasta qué punto se debía esta ignorancia a la subestimación de la física frente a la mentálica?

Y, ¿hasta qué punto era eso un orgullo ciego?

Cuando fuese primer orador, pensó Gendibal, esto cambiaría. Tenía que haber una reducción del abismo físico entre las Fundaciones. La Segunda Fundación no podía afrontar eternamente la posibilidad de destrucción cada vez que el monopolio mentálico les fallara un poco.

En realidad, quizás el monopolio estuviera fallándoles ahora mismo. Quizá la Primera Fundación había progresado o existía una alianza entre la Primera Fundación y los Anti-Mulos. (Era la primera vez que se le ocurría esta idea y se estremeció).

Sus pensamientos al respecto pasaron por su mente con la rapidez propia de todo orador, y mientras pensaba, también siguió vigilando el resplandor de la mente de Novi, la respuesta al campo mentálico escasamente penetrante que los rodeaba. Este no se intensificaba a medida que la nave de la Fundación se acercaba.

Eso no significaba, por sí solo, que la nave no fuese mentálica. Era bien sabido que el campo mentálico no se ajustaba a las leyes ordinarias de la distancia. No se intensificaba sustancialmente a medida que la distancia entre el emisor y el receptor disminuía. En este sentido difería de los campos electromagnético y gravitatorio. Sin embargo, aunque los campos mentálicos variaban menos con la distancia que los diversos campos físicos, tampoco eran del todo insensibles a la distancia. La respuesta de la mente de Novi debería revelar un aumento detectable a medida que la nave se acercaba, algún momento. (¿Cómo era posible que en cinco siglos, desde Hari Seldon, ningún miembro de la Segunda Fundación hubiese pensado nunca en elaborar una relación matemática entre la intensidad mentálica y la distancia? Esta indiferencia por la física debía cesar y cesaría, juró silenciosamente Gendibal).

Si la nave era mentálica y si sabía con certeza que estaba acercándose a un miembro de la Segunda Fundación, ¿no aumentaría al máximo la intensidad de su campo antes de avanzar? Y en ese caso, ¿no registraría la mente de Novi una respuesta mayor de algún tipo?

¡Sin embargo, no era así!

Gendibal eliminó confiadamente la posibilidad de que la nave fuese mentálica. Avanzaba por simple ignorancia y, como amenaza, apenas contaba.

Claro que el campo mentálico seguía existiendo, pero tenía que originarse en Gaia. Esto resultaba bastante inquietante, pero el problema inmediato lo constituía la nave. Primero había que eliminarlo y después podría volver su atención hacia el mundo de los Anti-Mulos.

Esperó. La nave haría algún movimiento o se acercaría lo suficiente para que él pudiese emprender un ataque efectivo.

La nave seguía acercándose, ahora bastante de prisa, y seguía sin hacer nada. Al fin Gendibal calculó que la fuerza de su acometida sería suficiente. No produciría dolor, apenas ninguna molestia; todos los que estuvieran a bordo se limitarían a descubrir que los músculos de su espalda y extremidades sólo respondían perezosamente a sus deseos.

Gendibal redujo el campo mentálico controlado por su mente. Este se intensificó y saltó sobre el abismo que separaba las dos naves a la velocidad de la luz. (Las dos naves se hallaban suficientemente cerca para que el contacto hiperespacial, con su inevitable pérdida de precisión, fuese innecesario).

Y entonces Gendibal retrocedió con asombro.

La nave de la Fundación poseía un eficiente escudo mentálico que ganaba densidad en la misma proporción que su propio campo ganaba intensidad. Después de todo, la nave no se acercaba por ignorancia… y contaba con una inesperada arma pasiva.

79

—¡Ah! —dijo Branno—. Ha intentado un ataque, Liono. ¡Mire!

La aguja del psicómetro se movió y tembló en su ascenso irregular.

El desarrollo del escudo mentálico había ocupado a los científicos de la Fundación durante ciento veinte años en el más secreto de todos los proyectos científicos, excepto quizás el solitario desarrollo del análisis psicohistórico de Hari Seldon. Cinco generaciones de seres humanos habían trabajado en el perfeccionamiento gradual de un dispositivo que no estaba respaldado por ninguna teoría satisfactoria.

Pero no habría sido posible ningún avance sin la invención del psicómetro que actuaba de guía, indicando la dirección y cantidad de avance en todas las etapas. Nadie podía explicar cómo funcionaba, pero todo indicaba que medía lo inmensurable y daba números a lo indescriptible. Branno tenía la sensación (compartida por algunos de los propios científicos) de que si algún día la Fundación podía explicar el funcionamiento del psicómetro, igualarían a la Segunda Fundación en control mental.

Pero eso se refería al futuro. En el presente, el escudo tendría que bastar, respaldado como estaba por una abrumadora preponderancia en armas físicas.

Branno envió el mensaje, pronunciado en una voz masculina de la que se habían erradicado todas las alusiones emocionales, hasta hacerla neutra y terminante:

«Llamando a la nave Estrella Brillante y sus ocupantes. Han tomado violentamente una nave de la Armada de la Confederación de la Fundación en un acto de piratería. Se les ordena entregar la nave y rendirse inmediatamente o hacer frente al ataque».

La contestación llegó en voz natural:

—Alcaldesa Branno de Términus, sé que está en la nave. El Estrella Brillante no fue tomado en una acción pirática. Fui invitado a subir a bordo por su capitán legal, Munn Li Compor de Términus. Solícito una tregua para debatir cuestiones muy importantes para ambos.

Kodell susurró a Branno:

—Déjeme hablar a mí, alcaldesa.

Ella levantó el brazo con ademán despectivo.

—La responsabilidad es mía, Liono.

Tras ajustar el transmisor, habló en un tono casi tan forzado y exento de emociones como la voz artificial que había hablado antes:

—Hombre de la Segunda Fundación, comprenda su posición. Si no se rinde inmediatamente, podemos mandar su nave fuera del espacio en el tiempo que necesita la luz para ir de nuestra nave a la de usted, y estamos dispuestos a hacerlo. No perderemos nada haciéndolo, pues usted no sabe nada por lo que debamos mantenerle con vida. Sabemos que es de Trántor y, una vez nos hayamos ocupado de usted, nos ocuparemos de Trántor. Le concederemos unos minutos para que diga lo que tenga que decir, pero ya que no puede revelamos nada útil, no le escucharemos demasiado rato.

—En ese caso —repuso Gendibal—, hablaré rápidamente y sin rodeos. Su escudo no es perfecto y no puede serlo. Lo han sobrestimado a él y me han subestimado a mí. Puedo manejar su mente y controlarla. No con tanta facilidad, quizá, como si no hubiese ningún escudo, pero con suficiente facilidad.

En el mismo momento que intenten emplear algún arma, la atacaré…, y debe comprender lo siguiente: sin escudo, puedo manejar su mente con suavidad y sin lastimarla; sin embargo, con el escudo, tengo que traspasarlo, lo cual soy capaz de hacer, y entonces no podré manejarla con suavidad o destreza. Su mente quedará destrozada como el escudo y el efecto será irreversible. En otras palabras, usted no puede detenerme y yo, por el contrario, puedo detenerla a usted viéndome obligado a hacer algo peor que matarla. Le dejaré un caparazón sin mente. ¿Quiere correr el riesgo?

Branno contestó:

—Usted sabe que no puede hacer lo que dice.

—¿Quiere, entonces, arriesgarse a sufrir las consecuencias que he descrito? —inquirió Gendibal con un aire de fría indiferencia.

Kodell se inclinó hacia delante y susurró:

—Por el amor de Seldon, alcaldesa…

Gendibal dijo (no enseguida, pues la luz, y todo lo que iba a la velocidad de la luz, requería un poco más de un segundo para ir de una nave a la otra):

—Sigo sus pensamientos, Kodell. No necesita susurrar. También sigo los pensamientos de la alcaldesa. Está indecisa, de modo que aún no debe alarmarse. Y el simple hecho de que yo sepa todo esto es una prueba concluyente de que su escudo no es perfecto.

—Puede reforzarse —contestó la alcaldesa en tono desafiante.

—Mi fuerza mentálica, también —dijo Gendibal.

—Pero yo estoy cómodamente sentada, sin consumir más energía física que para mantener el escudo, y tengo la suficiente para mantenerlo durante largos períodos de tiempo. Usted debe usar energía mentálica para traspasar el escudo y se cansará.

—No estoy cansado —replicó Gendibal—. En este momento, ninguno de ustedes es capaz de dar una orden a algún miembro de la tripulación de su nave o a algún tripulante de alguna otra nave. Puedo lograrlo sin causarle ningún daño, pero no haga ningún esfuerzo extraordinario para librarse de este control, porque si yo lo igualo aumentando mi propia fuerza, como tendré que hacer, le sucederá lo que he dicho.

—Esperaré —decidió Branno, colocando las manos en el regazo con aire de infinita paciencia—. Usted se cansará y cuando lo haga, no ordenaré destruirle, pues entonces será inofensivo. Mis órdenes serán enviar la flota principal de la Fundación contra Trántor. Si desea salvar su mundo, ríndase. Una segunda orgía de destrucción no dejará incólume su organización, como hizo la primera en tiempo del Gran Saqueo.

—¿No ve que si empiezo a sentirme cansado, alcaldesa, lo que no ocurrirá, puedo salvar mi mundo destruyéndola a usted antes de que mi fuerza se agote?

—No lo hará. Su misión principal es mantener el Plan Seldon. Destruir a la alcaldesa de Términus sería asestar un golpe al prestigio y la confianza de la Primera Fundación, provocar un retroceso de su poder y alentar a todos sus enemigos, lo cual causaría una interrupción del Plan que sería casi tan mala para usted como la destrucción de Trántor. Es mejor que se rinda.

—¿Está dispuesta a confiar en mi renuncia a destruirla?

El pecho de Branno ascendió mientras tomaba aire y lo sacaba lentamente. Después contestó con firmeza:

—¡Si!

Kodell, sentado a su lado, palideció.

80

Gendibal contempló la figura de Branno, superpuesta en el volumen de habitación que quedaba enfrente de la pared. Resultaba un poco vacilante y confusa debido a la interferencia del escudo. La cara del hombre sentado junto a ella era casi invisible, pues Gendibal no disponía de energía que desperdiciar en él. Debía concentrarse en la alcaldesa.

Sin duda, ella no tenía ninguna imagen de él. No podía saber que también estaba acompañado, por ejemplo. No podía emitir ningún juicio basándose en sus expresiones o su lenguaje corporal. En este aspecto, se hallaba en desventaja.

Todo lo que le había dicho era verdad. Podía destrozarla a costa de un enorme consumo de fuerza mentálica y, al hacerlo, difícilmente podría evitar que su mente quedara afectada de un modo irreparable.

Sin embargo, lo que ella había dicho también era verdad. Destruirla dañaría el Plan tanto como el mismo Mulo lo había dañado. En realidad, ahora el daño sería más grave, pues habría menos tiempo para volver a encauzarlo.

Por si esto fuera poco, estaba Gaia, que aún era un factor desconocido, y cuyo campo mentálico seguía detectándose con la misma debilidad.

Tocó con cuidado la mente de Novi para asegurarse de que el resplandor aún estaba allí. Estaba, y no había cambiado.

La muchacha no pudo sentir ese toque de ningún modo, pero se volvió hacia él y le susurró con temor:

—Maestro, allí hay una ligera bruma. ¿Es eso con lo que hablas?

Debía de haber percibido la bruma a través de la pequeña conexión establecida entre sus mentes. Gendibal se llevó un dedo a los labios.

—No tengas miedo, Novi. Cierra los ojos y descansa.

Alzó la voz:

—Alcaldesa Branno, sus suposiciones son acertadas en este aspecto. No deseo destruirla enseguida, pues creo que si le explico una cosa, prestará oídos a la razón y no habrá necesidad de que nos destruyamos mutuamente.

»Supongamos, alcaldesa, que usted gana y yo me rindo. ¿Qué pasará a continuación? En un alarde de confianza en sí mismos y excesiva seguridad en su escudo mentálico, usted y sus sucesores intentarán extender su poder por toda la Galaxia con excesivo apresuramiento. Al hacerlo así, sólo pospondrán el establecimiento del Segundo Imperio, porque también destruirán el Plan Seldon.

Branno replicó:

—No me sorprende que no desee destruirme enseguida y creo que, mientras espera, se verá obligado a admitir que no se atreve a hacerlo en absoluto.

—No se engañe a sí misma con falsas esperanzas —añadió Gendibal—. Escúcheme. La mayor parte de la Galaxia aún no pertenece a la Fundación y, en gran medida, es contraria a la Fundación. Incluso hay porciones de la misma Confederación de la Fundación que no han olvidado sus días de independencia. Si la Fundación actúa con demasiada rapidez después de mi rendición, privará al resto de la Galaxia de su mayor debilidad, su desunión e indecisión. Les obligará a unirse por temor y fomentará la tendencia a la rebelión interna.

—Me está amenazando con porras de paja —dijo Branno—. Tenemos poder para derrotar fácilmente a todos los enemigos, aunque todos los mundos de la Galaxia no adheridos a la Fundación se aliaran contra nosotros, y aunque fueran ayudados por una rebelión de la mitad de los mundos de la misma Confederación. No habría problema.

—Problema inmediato, alcaldesa. No cometa el error de limitarse a ver los resultados que aparecen enseguida. Pueden establecer un Segundo Imperio sólo con proclamarlo, pero no podrán mantenerlo. Tendrán que reconquistarlo cada diez años.

—Pues lo haremos hasta que los mundos se cansen, como usted se está cansando.

—No se cansarán, igual que yo no me canso. Además, el proceso no durará mucho, pues hay un segundo y más temible peligro para el seudoimperio que ustedes proclamarían, ya que sólo podrá mantenerse temporalmente por medio de una fuerza militar cada vez más poderosa que se ejercitará siempre; los generales de la Fundación serán, por primera vez, más importantes e influyentes que las autoridades civiles. El seudoimperio se desmembrará en regiones militares donde cada comandante será el jefe supremo. Reinará la anarquía, y se producirá una vuelta a una barbarie que quizá dure más de los treinta mil años previstos por Seldon antes de poner en práctica el Plan Seldon.

—Amenazas infantiles. Aunque los cálculos matemáticos del Plan Seldon predijeran todo esto, sólo predicen probabilidades, no inevitabilidades.

—Alcaldesa Branno —dijo Gendibal con seriedad—. Olvídese del Plan Seldon. Usted no comprende sus cálculos matemáticos y no puede imaginarse su configuración. Pero quizá no tenga que hacerlo. Usted es un político probado; y de éxito, a juzgar por el cargo que ocupa; aún más, valiente, a juzgar por el riesgo que ahora corre. Por lo tanto, utilice su perspicacia política. Considere la historia política y militar de la humanidad y considérela a la luz de lo que sabe sobre la naturaleza humana, sobre el modo en que las personas, los políticos y los militares actúan, reaccionan y se influyen mutuamente, y vea si no tengo razón.

—Aunque la tenga —dijo Branno—, miembro de la Segunda Fundación, es un riesgo que debemos correr. Con un liderazgo adecuado y un progreso tecnológico continuado, tanto en mentálica como en física, podemos vencer. Hari Seldon no calculó correctamente ese progreso. No podía hacerlo. ¿En qué parte del Plan da cabida al desarrollo de un campo mentálico por la Primera Fundación? ¿Para qué necesitamos el Plan, en todo caso? Podemos arriesgarnos a fundar un nuevo Imperio sin él. Al fin y al cabo, un fracaso sin él sería mejor que un éxito con él. No queremos un Imperio en el que seamos marionetas de los ocultos manipuladores de la Segunda Fundación.

—Dice eso porque no comprende lo que significaría un fracaso para los habitantes de la Galaxia.

—¡Quizá! —replicó Branno sin compasión—. ¿Está empezando a cansarse, miembro de la Segunda Fundación?

—En absoluto. Déjeme proponer una acción alternativa que usted no ha considerado, una acción por la que yo no tendré que rendirme a usted, ni usted a mí. Estamos en las proximidades de un planeta llamado Gaia.

—Lo sé muy bien.

—¿Sabe que probablemente fue el lugar de nacimiento del Mulo?

—Necesito alguna prueba aparte de su aseveración al respecto.

—El planeta está rodeado por un campo mentálico. Es la sede de muchos Mulos. Si usted lleva a cabo su sueño de destruir la Segunda Fundación, nos convertiremos en esclavos de este planeta de Mulos. ¿Qué daño les han hecho nunca los miembros de la Segunda Fundación? Me refiero a un daño específico, no imaginado o teórico. Ahora pregúntese a sí misma qué daño les ha hecho un solo Mulo.

—Sigo sin tener nada más que sus aseveraciones.

—Mientras permanezcamos aquí no puedo darle nada más. Por lo tanto, le propongo una tregua. Mantenga su escudo levantado, si no confía en mí, pero esté preparada para colaborar conmigo. Acerquémonos juntos a este planeta, y cuando se haya convencido de que no es peligroso, yo anularé su campo mentálico y usted ordenará a sus naves que tomen posesión de él.

—¿Y después?

—Y después, al menos, será la Primera Fundación contra la Segunda Fundación, sin tener que considerar fuerzas ajenas. Entonces la lucha quedará declarada mientras que ahora no nos atrevemos a luchar, pues ambas Fundaciones están acorraladas.

—¿Por qué no lo ha dicho antes?

—Pensaba que podría convencerla de que no éramos enemigos, con objeto de que llegáramos a colaborar. Como al parecer he fracasado en esto, sugiero que colaboremos de todos modos.

Branno hizo una pausa con la cabeza inclinada en actitud reflexiva. Luego dijo:

—Está intentando dormirme con una canción de cuna. ¿Cómo podrá, usted solo, anular el campo mentálico de todo un planeta de Mulos? La idea es tan infantil que no puedo confiar en la sinceridad de su propuesta.

—No estoy solo —declaró Gendibal—. Detrás de mí está toda la fuerza de la Segunda Fundación y esta fuerza, canalizada a través de mi, se ocupará de Gaia. Lo que es más, puede apartar su escudo, en cualquier momento, como si fuera una leve neblina.

—En este caso, ¿por qué necesita mi ayuda?

—En primer lugar, porque anular el campo no es suficiente. La Segunda Fundación no puede consagrarse, ahora y siempre, a la incesante labor de anular, del mismo modo que yo no puedo pasar el resto de mi vida bailando este minué dialéctico con usted. Necesitamos la acción física que sus naves pueden proporcionar. Y además, si no logro convencerla por la lógica de que las dos Fundaciones deben considerarse aliadas, quizás una empresa conjunta de la mayor importancia resulte convincente. A veces los hechos logran lo que las palabras no pueden.

Un segundo silencio y después Branno dijo:

—Estoy dispuesta a acercarme un poco más a Gaia, si podemos hacerlo al mismo tiempo. No le prometo nada más.

—Eso me basta —repuso Gendibal, inclinándose sobre la computadora.

—No, maestro —dijo Novi—, hasta ahora no importaba, pero te ruego que no des un paso más. Tenemos que esperar al consejero Trevize de Términus.