Conclusión
88
La alcaldesa Harla Branno tenía motivo para estar satisfecha. La visita de Estado no había durado mucho, pero había sido enormemente productiva.
Como en un deliberado intento de evitar la arrogancia, dijo:
—Por supuesto, no podemos confiar totalmente en ellos.
Se hallaba observando la pantalla. Las naves de la flota estaban, una por una, en el hiperespacio y regresaban a sus bases normales.
No cabría ninguna duda de que su presencia había impresionado a Sayshell, pero no podían haber dejado de advertir dos cosas: una, que las naves habían permanecido en espacio de la Fundación en todo momento; dos, que una vez Branno había indicado que se marcharan, realmente se marchaban con celeridad.
Por otra parte, Sayshell tampoco olvidaría que esas naves podían ser llamadas nuevamente a la frontera con un día de antelación, o menos. Era una maniobra que había combinado una demostración de poder y una demostración de buena voluntad.
—Cierto —repuso Kodell—, no podemos confiar totalmente en ellos, pero tampoco podemos confiar totalmente en nadie de la Galaxia, y Sayshell observará los términos del acuerdo por su propio interés. Hemos sido generosos.
—Lo más importante es elaborar los detalles y pronostico que eso requerirá meses. Las pinceladas generales pueden aceptarse en un momento, pero luego vienen los matices: cómo disponemos la cuarentena de importaciones y exportaciones, cómo pesamos el valor de su grano y ganado comparados con los nuestros, y así sucesivamente —dijo Branno.
—Lo sé, pero con el tiempo se hará y el mérito será suyo, alcaldesa. Era una jugada audaz y admito que yo dudaba de su cordura.
—Vamos, Liono. Sólo era cuestión de que la Fundación reconociese el orgullo sayshelliano. Han conservado una cierta independencia desde los primeros tiempos. En realidad, es admirable.
—Sí, ahora que ya no nos estorbará más.
—Exactamente, de modo que sólo era necesario doblegar nuestro propio orgullo como un gesto hacia ellos. Admito que me costó un esfuerzo decidir que yo, en calidad de alcaldesa de una Confederación poderosísima, debía condescender a visitar un grupo estelar provincial, pero una vez tomé la decisión no me dolió demasiado. Y les agradó. Tuvimos que confiar en que aprobarían la visita cuando trasladamos nuestras naves a la frontera, pero significó ser humilde y sonreír mucho.
Kodell asintió.
—Abandonamos la apariencia del poder para preservar su esencia.
—Exactamente… ¿Quién dijo eso?
—Creo que se dice en una obra de Eriden, pero no estoy seguro. Podemos preguntárselo a alguno de nuestros literatos cuando lleguemos a casa.
—Si me acuerdo. Tenemos que apresurar la devolución de la visita por parte de los sayshellianos a Términus y encargarnos de que reciban el trato adecuado como iguales. Y me temo, Liono, que deberá tomar medidas extremas de seguridad. Es posible que nuestros exaltados se indignen y no sería prudente someterlos a la menor humillación o manifestación de protesta.
—Desde luego —contestó Kodell—. Por cierto, fue una jugada muy hábil enviar a Trevize.
—¿Mi pararrayos? Funcionó mejor de lo que yo misma pensaba, la verdad. Se presentó en Sayshell y atrajo el rayo en forma de protestas con una velocidad que me pareció increíble. ¡Espacio! Fue una excusa perfecta para mi visita; preocupación de que un ciudadano de la Fundación hubiese podido molestarles y gratitud por su indulgencia.
—¡Muy astuto! Sin embargo ¿no cree que habría sido mejor traer a Trevize con nosotros?
—No. Pensándolo bien, prefiero tenerle en cualquier lugar menos en Términus. Allí sería un factor perturbador. Sus tonterías sobre la Segunda Fundación sirvieron de excusa para enviarle fuera y, naturalmente, contábamos con Pelorat para llevarle a Sayshell, pero no quiero que regrese y continúe difundiendo esas tonterías. Nunca se sabe adónde nos llevaría eso.
Kodell se rio entre dientes.
—Dudo que jamás volvamos a encontrar a alguien más crédulo que un académico intelectual. Me pregunto cuánto habría tragado Pelorat si le hubiésemos alentado.
—Creer en la existencia literal del mítico Gaia sayshelliano fue más que suficiente…, pero olvidémoslo. Tendremos que enfrentarnos con el Consejo en cuanto regresemos, y necesitaremos sus votos para el tratado sayshelliano. Por fortuna poseemos la declaración de Trevize en el sentido de que abandonó Términus voluntariamente. Daré una disculpa oficial por el breve arresto de Trevize y eso satisfará al Consejo.
—Puedo confiar en usted para dar jabón, alcaldesa —dijo Kodell con sequedad—. ¿Ha considerado, no obstante, que Trevize puede seguir buscando la Segunda Fundación?
—Déjelo —repuso Branno, encogiéndose de hombros—, mientras no lo haga en Términus. Lo mantendrá ocupado y no lo llevará a ningún sitio. La existencia continuada de la Segunda Fundación es nuestro mito del siglo, tal como Gaia es el mito de Sayshell.
Se recostó en la butaca y dio muestras de una gran jovialidad.
—Y ahora tenemos Sayshell en nuestro poder… y cuando ellos se den cuenta, será demasiado tarde para librarse. Así que el desarrollo de la Fundación continúa y continuará, ininterrumpida y regularmente.
—Y el mérito será sólo suyo, alcaldesa.
—Tampoco eso me había pasado inadvertido —dijo Branno, y su nave se introdujo en el hiperespacio y reapareció en el espacio cercano a Términus.
89
El orador Stor Gendibal, de nuevo en su propia nave, tenía motivo para estar satisfecho. El encuentro con la Primera Fundación no había durado mucho, pero había sido enormemente productivo.
Había enviado un mensaje sin mencionar su triunfo. Por el momento, sólo era necesario informar al primer orador de que todo había ido bien (como él mismo habría adivinado por el hecho de no haber tenido que utilizar la fuerza general de la Segunda Fundación). Los detalles vendrían luego.
Describiría cómo un delicado y pequeñísimo ajuste en la mente de la alcaldesa Branno había desviado sus pensamientos de la grandiosidad imperialista a la utilidad práctica de un tratado comercial; cómo un delicado ajuste en la mente del caudillo de la Unión de Sayshell había impulsado una invitación a la alcaldesa para parlamentar, y cómo, de allí en adelante, se había llegado a un acercamiento sin ningún otro ajuste y con Compor de regreso hacia Términus en su propia nave para velar por el cumplimiento del acuerdo. Casi había sido, pensó Gendibal con complacencia, un ejemplo de libro de texto sobre los buenos resultados logrados por una mentálica bien aplicada.
Estaba seguro de que eso aplastaría a la oradora Delarmi, y causaría su propia exaltación a primer orador poco después de la presentación de los detalles en una reunión formal de la Mesa.
Y no se negaba a sí mismo la importancia de la presencia de Sura Novi, aunque eso no había por qué recalcarlo ante los oradores en general. No sólo había sido esencial para su victoria, sino que le daba la excusa que ahora necesitaba para dar rienda suelta a un impulso infantil (y muy humano, pues incluso los oradores son humanos) de mostrar su alborozo ante lo que sin duda era una admiración garantizada.
Gendibal sabía que la muchacha no había comprendido nada de lo sucedido, pero era consciente de que él había solucionado el asunto a su conveniencia y rebosaba orgullo. Acarició la uniformidad de su mente y sintió el calor de ese orgullo.
—No habría podido hacerlo sin ti, Novi —dijo—. Gracias a ti supe que la Primera Fundación… los pasajeros de la nave grande.
—Sí, maestro, sé a quiénes te refieres.
—Gracias a ti, supe que tenían un escudo, junto con débiles poderes mentales. Por el efecto sobre tu mente, pude conocer las características de ambas cosas con gran exactitud. Supe el modo de traspasar una y desviar la otra con la máxima eficiencia:
Novi declaró con cierta vacilación:
—No entiendo bien lo que dices, maestro, pero habría hecho mucho más para ayudar, si hubiese podido.
—Lo sé, Novi. Pero lo que hiciste fue suficiente. Es asombroso lo peligrosos que podrían haber sido. Pero cogidos ahora, antes de que su escudo o su campo estuvieran más perfeccionados, podían ser atajados. La alcaldesa regresa ahora a Términus, olvidados el escudo y el campo, satisfecha de haber obtenido un tratado comercial con Sayshell que lo convertirá en una parte de la Confederación. No niego que queda mucho por hacer para desmantelar el trabajo que han realizado respecto al escudo y al campo, algo en relación a lo cual hemos sido muy negligentes, pero se hará.
Meditó unos momentos y prosiguió en voz más baja:
—Dimos por hechas demasiadas cosas acerca de la Primera Fundación. Tenemos que someterles a una estrecha vigilancia. Tenemos que unir a la Galaxia de algún modo. Tenemos que utilizar la mentálica para fomentar una mayor colaboración de conciencia. Eso encajaría en el Plan. Estoy convencido de ello y me encargaré de hacerlo.
Novi dijo con ansiedad:
—¿Maestro?
Gendibal sonrió de pronto.
—Lo siento. Estoy hablando conmigo mismo. Novi, ¿te acuerdas de Rufirant?
—¿Ese campesino de cabeza hueca que te atacó? Yo diría que sí.
—Estoy convencido de que los agentes de la Primera Fundación, armados con escudos personales, lo dispusieron así, junto con todas las demás anomalías que nos han sobrevenido. ¡Y pensar que no me di cuenta de una cosa como esta! Pero, bueno, supongo que ese mito de un mundo misterioso, esa superstición sayshelliana relativa a Gaia, me hizo pasar por alto la Primera Fundación. También en esto tu mente me resultó muy útil. Me ayudó a determinar que la fuente del campo mentálico era la nave de guerra y nada más.
Se frotó las manos.
—¿Maestro? —dijo Novi tímidamente.
—¿Sí, Novi?
—¿No te recompensarán por lo que has hecho?
—Por supuesto. Shandess se retirará y yo seré primer orador. Entonces tendré la oportunidad de hacer que seamos un factor activo en la revolución de la Galaxia.
—¿Primer orador?
—Sí, Novi. Seré el sabio más importante y poderoso de todos.
—¿El más importante? —Parecía desconsolada.
—¿Por qué pones esta cara, Novi? ¿No quieres que me recompensen?
—Sí, maestro, claro que quiero. Pero si tú eres el sabio más importante de todos, no querrás u una hameniana cerca de ti. No sería correcto.
—¿Eso crees? ¿Quién va a impedírmelo? —Sintió una oleada de afecto por ella—. Novi, tú permanecerás conmigo dondequiera que esté y sea lo que sea. ¿Crees que me arriesgaría a tratar con los lobos que tenemos de vez en cuando en la Mesa sin que tu mente me dijera, incluso antes de saberlo ellos mismos, cuáles podrían ser sus emociones? Tienes una mente tan inocente, tan uniforme… Además… —pareció sobresaltarse ante una súbita revelación—. Además de esto, me… me gusta tenerte conmigo y me propongo conservarte a mi lado. Es decir, si tú quieres.
—Oh, maestro —susurró Novi, y cuando él le pasó un brazo alrededor de la cintura, apoyó la cabeza en su hombro.
En lo más profundo, donde la mente superficial de Novi apenas podía reparar en ella, la esencia de Gaia perduraba y guiaba los acontecimientos, pero era esa máscara impenetrable lo que hacía posible la continuación de aquella gran labor.
Y esa máscara, la que pertenecía a la hameniana, era completamente feliz. Era tan feliz que Novi casi no lamentaba la distancia que le separaba de ella misma/ellos/todos, y se sintió satisfecha de ser, a partir de aquel momento, lo que aparentaba ser.
90
Pelorat se frotó las manos y, con un entusiasmo cuidadosamente reprimido, comentó:
—¡Cuánto me alegro de estar otra vez en Gaia!
—Umm —dijo Trevize, abstraído.
—¿Sabe qué me ha contado Bliss? La alcaldesa regresa a Términus con un tratado comercial con Sayshell. El orador de la Segunda Fundación regresa a Trántor convencido de que lo ha arreglado todo, y esa mujer, Novi, va con él para asegurarse de que inicie los cambios que originarán «Galaxia». Y ninguna de las dos Fundaciones sospecha siquiera que Gaia existe. Es realmente asombroso.
—Lo sé —contestó Trevize—. También a mi me lo han comunicado. Pero nosotros sabemos que Gaia existe y podemos hablar.
—Bliss no lo cree así. Dice que nadie nos creería, y que nosotros lo sabemos. Además, yo, por mi parte, no tengo intención de abandonar Gaia jamás.
Trevize salió de su abstracción. Levantó los ojos y preguntó:
—¿Qué?
—Voy a quedarme aquí. Verá, es increíble. Hace sólo unas semanas llevaba una vida solitaria en Términus, la misma vida que había llevado durante décadas, inmerso en mis archivos y mis pensamientos y sin otro sueño que ir hacia la muerte, cuando quiera que se produjera, todavía inmerso en mis archivos y pensamientos y llevando mi vida solitaria… vegetando gustosamente. Luego, de un modo repentino e inesperado, me convierto en viajero galáctico, me veo envuelto en una crisis galáctica, y… no se ría, Golan…, he encontrado a Bliss.
—No me río, Janov —dijo Trevize—, pero ¿está seguro de que sabe lo que hace?
—Oh, sí. Este asunto de la Tierra ya no me parece importante. El hecho de que fuese el único mundo con una ecología variada y con vida inteligente ya ha sido explicado. Los «eternos», ya sabe.
—Sí, lo sé. ¿Y va a quedarse en Gaia?
—Sin ninguna duda. La Tierra es el pasado y estoy cansado del pasado. Gaia es el futuro.
—Usted no forma parte de Gaia, Janov. ¿O acaso cree que puede convertirse en parte de él?
—Bliss dice que puedo convertirme en una pequeña parte de él; intelectualmente, si no biológicamente. Ella me ayudará, por supuesto.
—Pero ya que ella es parte de él, ¿cómo encontrarán ustedes dos una vida común, un punto de vista común, un interés común…?
Estaban en el exterior y Trevize contempló seriamente la tranquila y fructífera isla, y en la lejanía el mar, y en el horizonte, purpurada por la distancia, otra isla; todo ello pacífico, civilizado, y una unidad.
—Janov, ella es un mundo; usted es un insignificante individuo. ¿Y si se cansa de usted? Es joven…
—Golan, ya he pensado en eso. No he pensado en nada más durante días y días. Cuento con que se canse de mí; no soy un idiota romántico. Pero lo que me dé hasta entonces será suficiente. Ya me ha dado bastante. He recibido más de ella de lo que soñaba que existía en la vida. Aunque no volviese a verla a partir de este momento, me sentiría satisfecho.
—No lo creo —dijo Trevize con suavidad—. Me parece que es un idiota romántico y, cuidado, no querría que fuese de otra manera. Janov, no hace mucho que nos conocemos, pero hemos estado juntos cada minuto de varias semanas y… lo siento si le parece una tontería, pero le he tomado mucho afecto.
—Y yo a usted, Golan —dijo Pelorat.
—Y no quiero que nadie le hiera. Debo hablar con Bliss.
—No, Por favor. Le ruego que no lo haga. La reprenderá.
—No la reprenderé. No es una cuestión totalmente relacionada con usted, y quiero hablar a solas con ella. Por favor, Janov, no quiero hacerlo a espaldas suyas, de modo que deme su consentimiento para que hable con ella y aclare unas cuantas cosas. Si me siento satisfecho, le daré mis sinceras felicitaciones y buenos deseos…, y pase lo que pase, siempre guardaré silencio.
Pelorat meneó la cabeza.
—Lo estropeará todo.
—Le prometo que no. Le ruego…
—Bueno… Pero tendrá cuidado, mi querido amigo, ¿verdad?
—Le doy mi palabra de honor.
91
Bliss manifestó:
—Pel dice que quiere verme.
Trevize contestó:
—Si.
Estaban bajo techo, en el pequeño apartamento que le habían asignado.
Bliss se sentó con gracia, cruzó las piernas, y lo miró sagazmente, luminosos sus hermosos ojos marrones y brillante su largo cabello oscuro.
—Usted tiene mala opinión de mí, ¿verdad? La ha tenido desde el principio —dijo.
Trevize permaneció en pie y contestó:
—Usted ve las mentes y su contenido. Sabe lo que pienso de usted y por qué.
Bliss meneó la cabeza con lentitud.
—Su mente es intocable para Gaia. Usted lo sabe. Necesitábamos su decisión y tenía que ser la decisión de una mente clara e intacta. Cuando apresamos su nave, les coloqué dentro de un campo tranquilizante, pero eso era esencial. El pánico o la ira le habrían dañado, y quizá le habrían vuelto inútil para un momento crucial. Y eso fue todo. Jamás podría ir más allá y no lo he hecho, de modo que no sé lo que está pensando.
Trevize objetó:
—Ya he tomado la decisión que debía tomar. Decidí a favor de Gaia y «Galaxia». Así, pues, ¿a qué viene hablar de una mente clara e intacta? Ya tiene lo que quería y ahora puede hacer conmigo todo lo que desee.
—De ningún modo, Trev. Quizá necesitemos otras decisiones en el futuro. Sigue siendo lo que es y, mientras viva, será un extraordinario recurso de la Galaxia. Sin duda hay otros como usted en la Galaxia, y otros como usted aparecerán en el futuro, pero por ahora sabemos de usted…, y sólo de usted. Aún no podemos tocarle.
Trevize reflexionó.
—Usted es Gaia y no quiero hablar con Gaia. Quiero hablar con usted como individuo, si es que eso significa algo.
—Significa algo. Estamos muy lejos de constituir una fusión común. Puedo desligarme de Gaia durante un rato.
—Si —dijo Trevize—. Creo que puede. ¿Lo ha hecho ahora?
—Lo he hecho.
—Pues, en primer lugar, permítame decirle que ha sido muy hábil. Tal vez no entró en mi mente para influir en mi decisión, pero sin duda entró en la de Janov con este objetivo, ¿no es cierto?
—¿Cree que lo hice?
—Creo que lo hizo. En el momento crucial, Pelorat me recordó su propia visión de la Galaxia como un ser vivo y eso me indujo a tomar la decisión en aquel momento. El pensamiento pudo ser de él, pero la mente que lo provocó fue la de usted, ¿verdad?
—El pensamiento estaba en su mente, pero había muchos otros. Yo allané el camino ante su reminiscencia de la Galaxia viviente, y no ante sus demás pensamientos. Por lo tanto, ese pensamiento determinado salió con facilidad de su conciencia y le tradujo en palabras. Cuidado, yo no creé el pensamiento. Estaba allí —repuso Bliss.
—Sin embargo, eso supuso una transgresión indirecta de la total independencia de mi decisión, ¿verdad?
—Gaia lo consideró necesario.
—¿Ah, si? Bueno, quizá se sienta mejor, o más noble, si sabe que aunque el comentario de Janov me impulsó a tomar la decisión en aquel momento, creo que habría sido la misma aun cuando él no me hubiera dicho nada o hubiera intentado convencerme de que tomara una decisión distinta. Quiero que lo sepa.
—Me siento aliviada —dijo Bliss con indiferencia—. ¿Es esta la razón por la que deseaba verme?
—No.
—¿Cuál es?
Ahora Trevize se sentó en una silla que había colocado frente a ella, de modo que sus rodillas casi se tocaban. Se inclinó hacia ella.
—Cuando nos aproximamos a Gaia, fue usted quien estaba en la estación espacial. Fue usted quien nos atrapó; fue usted quien vino a buscarnos; es usted quien ha permanecido con nosotros desde entonces… menos durante la comida con Dom, que no compartió con nosotros. En particular, fue usted quien estuvo con nosotros en el Estrella Lejana, cuando tomé la decisión. Siempre usted.
—Yo soy Gaia.
—Eso no lo explica. Un conejo es Gaia. Un guijarro es Gaia. Todo lo que hay en el planeta es Gaia, pero no todo es Gaia en el mismo grado. Algunos son más que otros. ¿Por qué usted?
—¿Por qué cree?
Trevize dio el salto y dijo:
—Porque no creo que usted sea Gaia. Creo que es más que Gaia.
Bliss hizo un sonido burlón con los labios.
Trevize se mantuvo firme.
—Cuando estaba tomando la decisión, la mujer que acompañaba al orador…
—Él la llamó Novi.
—Pues bien, esa Novi dijo que Gaia fue encauzado por unos robots que ya no existen y que Gaia fue aleccionado para observar una versión de las Tres Leyes de la Robótica.
—Es totalmente cierto.
—¿Y los robots ya no existen?
—Es lo que Novi dijo.
—No es lo que Novi dijo. Recuerdo sus palabras exactas. Dijo: «Gaia fue formado hace miles de años con la ayuda de robots que, durante un corto período de tiempo, sirvieron a la especie humana y ahora ya no la sirven».
—Y bien, Trev, ¿significa eso que ya no existen?
—No, significa que ya no sirven. ¿No es posible que, en cambio, gobiernen?
—¡Ridículo!
—¿O supervisen? ¿Por qué estaba usted allí en el momento de la decisión? usted no parecía ser esencial. Era Novi quien llevaba el asunto y ella es Gaia. ¿Qué necesidad teníamos de usted? A menos que…
—¿Bueno? A menos que ¿qué?
—A menos que usted sea la supervisora cuyo papel consista en asegurarse de que Gaia no olvide las Tres Leyes. A menos que sea un robot, tan bien hecho que no puede distinguirse de un ser humano.
—Si no se me puede distinguir de un ser humano, ¿cómo es que usted cree poder hacerlo? —inquirió Bliss con una sombra de sarcasmo.
Trevize se echó hacia atrás.
—¿No me aseguran todos ustedes que tengo la facultad de estar seguro; de tomar decisiones, ver soluciones, llegar a las conclusiones correctas? No soy yo quien lo afirmo; es lo que ustedes dicen de mí. Pues bien, desde el momento en que la vi me sentí inquieto. Usted tenía algo raro. Sin duda soy tan susceptible al encanto femenino como el mismo Pelorat, o incluso más, y usted tiene el aspecto de una mujer atractiva. Sin embargo, ni por un momento sentí la más ligera atracción.
—No sabe cuánto me apena oír eso.
Trevize pasó por alto el comentario y dijo:
—Cuando entró en nuestra nave, Janov y yo habíamos estado debatiendo la posibilidad de una civilización no humana en Gaia, y cuando Janov la vio, preguntó, en su inocencia: «¿Es usted humana?». Quizás un robot deba contestar la verdad, pero supongo que puede ser evasivo. Usted se limitó a decir: «¿No parezco humana?». Sí, parece humana, Bliss, pero permítame volver a preguntárselo. ¿Es usted humana?
Bliss no contestó y Trevize continuó:
—Creo que incluso en aquel primer momento, intuí que no era una mujer. Es un robot y yo lo supe de algún modo. Y a causa de mi intuición, todos los acontecimientos que siguieron tuvieron sentido para mí, en particular su ausencia de la comida.
—¿Cree que no puedo comer, Trev? ¿Ha olvidado que tomé un plato de gambas en su nave? Le aseguro que soy capaz de comer y de realizar cualquier otra función biológica. Incluido, antes de que me lo pregunte, el sexo. Y, sin embargo, admito que eso sólo no demuestra que no sea un robot. Los robots habían alcanzado un grado de perfección, incluso miles de años atrás, en que únicamente se diferenciaban de los seres humanos por el cerebro, y únicamente podían ser identificados por quienes sabían manejar campos mentálicos. El orador Gendibal habría podido averiguar si yo era un robot o un ser humano, si se hubiera molestado en mirarme una sola vez. Naturalmente, no lo hizo.
—Sin embargo, aunque yo carezco de mentálica, estoy convencido de que es un robot.
—¿Y qué, si lo soy? No admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si lo soy?
—No es necesario que admita nada. Sé que es un robot. Si necesitaba una última prueba, esta era su tranquila seguridad de que podía desligarse de Gaia y hablarme como un individuo. No creo que pudiese hacerlo si fuera parte de Gaia, pero no lo es. Es un robot supervisor y, por lo tanto, ajeno a Gaia. Ahora que lo pienso, me pregunto cuántos robots supervisores requiere y posee Gaia.
—Lo repito: no admito nada, pero tengo curiosidad. ¿Y qué, si soy un robot?
—En ese caso, lo que quiero saber es esto: ¿Qué quiere usted de Janov Pelorat? Es amigo mío y, en ciertos aspectos, es un niño. Cree amarla; cree que sólo quiere lo que usted esté dispuesta a darle y que ya le ha dado suficiente. No conoce, y no puede concebir, el dolor de la pérdida del amor o, lo que es lo mismo, el singular dolor de saber que usted no es humana…
—¿Conoce usted el dolor del amor perdido?
—He tenido mis experiencias. No he llevado la vida recluida de Janov. Mi vida no ha estado consumida y anestesiada por una profesión intelectual que devoró todo lo demás, incluso esposa e hijo. La de él, sí. Y de repente, lo abandona todo por usted. No quiero que sufra. No dejaré que sufra. Si he servido a Gaia, merezco una recompensa, y mi recompensa es su promesa de que el bienestar de Janov Pelorat será preservado.
—¿Simulo que soy un robot y le contesto?
Trevize respondió:
—Sí. Ahora mismo.
—Muy bien. Supongamos que sea un robot, Trev, y supongamos que ocupe un cargo de supervisión. Supongamos que haya unos pocos, muy pocos, que tengan un papel similar al mío y supongamos que raramente nos encontremos. Supongamos que nuestra fuerza propulsora sea la necesidad de velar por los seres humanos y supongamos que no haya seres humanos en Gaia, porque todo forma parte de un ser planetario general.
»Supongamos que nos guste cuidar de Gaia, pero no del todo. Supongamos que en nosotros haya algo primitivo que desee ansiosamente un ser humano tal como existían cuando los robots fueron fabricados e ideados. No me interprete mal; no soy tan vieja (suponiendo que sea un robot). Tengo la edad que le dije o, al menos (suponiendo que sea un robot) esa ha sido la duración de mi existencia. De todos modos (suponiendo que sea un robot), mi propósito fundamental sería el que siempre ha sido y desearía cuidar de un verdadero ser humano.
»Pel es un ser humano. No forma parte de Gaia. Es demasiado viejo para llegar a convertirse en una verdadera parte de Gaia. Quiere quedarse en Gaia conmigo, pues no abriga los mismos sentimientos que usted en relación a mi. El no cree que yo sea un robot. Pues bien, yo también le necesito. Si usted me considera un robot, verá que es cierto. Soy capaz de todas las reacciones humanas y le amaría. Si siguiera insistiendo en que soy un robot, podría no creerme capaz de amar en un místico sentido humano, pero no podría distinguir mis reacciones de las que usted llamaría amor, de modo que, ¿cuál sería la diferencia?
Se calló y lo miró, con intransigente orgullo.
—¿Me está diciendo que no le abandonaría? —preguntó Trevize.
—Si usted cree que soy un robot, verá por sí mismo que la Primera Ley me impediría abandonarle, a menos que él me ordenara hacerlo y, además, yo estuviese convencida de que lo deseaba realmente y que le haría más daño quedándome que marchándome.
—¿Acaso un hombre más joven no…?
—¿Qué hombre más joven? Usted es más joven, pero no le imagino necesitándome en el mismo sentido que Pelorat y, de hecho, usted no me necesita, de modo que la Primera Ley me impediría tratar de asirme a usted.
—No estoy hablando de mí, sino de algún otro hombre más joven…
—No hay ningún otro. ¿Quién hay en Gaia aparte de Pel y de usted mismo que pudiera calificarse de ser humano en el sentido no gaiano?
Trevize dijo, más suavemente:
—¿Y si no es usted un robot?
—Decídase —repuso Bliss.
—Digo, ¿y si no es un robot?
—Entonces yo digo que, en ese caso, usted no tiene ningún derecho a inmiscuirse. Sólo a mí y a Pel nos corresponde decidir.
—Entonces, vuelvo al punto de partida. Quiero mi recompensa, y esa recompensa es que usted lo trate bien. No insistiré en el detalle de su identidad. Únicamente asegúreme, como una inteligencia a otra, que lo tratará bien.
Y Bliss contestó con suavidad:
—Lo trataré bien… no para recompensarle a usted, sino porque así lo deseo. Es mi más ferviente deseo. Lo trataré bien. —Llamó: «¡Pel!». Y otra vez: «¡Pel!».
Pelorat entró desde el exterior.
—Sí, Bliss.
Bliss extendió una mano hacia él.
—Creo que Trev quiere decirnos algo.
Pelorat le cogió la mano y entonces Trevize cogió las dos manos unidas entre las suyas.
—Janov —dijo—, me alegro por ambos.
—¡Oh, mi querido amigo! —exclamó Pelorat.
Trevize añadió:
—Probablemente me marche de Gaia. Ahora voy a hablar de ello con Dom. No sé cuándo o si volveremos a vernos, Janov, pero, en todo caso, nos ha ido bien juntos.
—Sí, nos ha ido bien —afirmó Pelorat, sonriendo.
—Adiós, Bliss, y, por adelantado, gracias.
—Adiós, Trev.
Y Trevize, agitando la mano, salió de la casa.
92
Dom dijo:
—Hizo bien, Trev. Bueno, hizo lo que yo pensaba que haría.
También ahora estaban comiendo, algo tan poco satisfactorio como la primera vez, pero a Trevize no le importaba. Quizá nunca más volviese a comer en Gaia.
—Hice lo que pensaba que haría usted, pero no, quizá, por la razón que usted pensaba —repuso.
—Sin duda estaba seguro de que su decisión era acertada.
—Sí, lo estaba, pero no por esa mística capacidad de certeza que parezco tener. Si escogí «Galaxia», fue por un razonamiento ordinario, el tipo de razonamiento que cualquier otro habría utilizado para llegar a una decisión. ¿Quiere que se lo explique?
—Desde luego que sí, Trev.
—Habría podido hacer tres cosas. Habría podido unirme a la Primera Fundación, o a la Segunda Fundación, o a Gaia.
»Si me hubiese unido a la Primera Fundación, la alcaldesa Branno habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Segunda Fundación y sobre Gaia. Si me hubiese unido a la Segunda Fundación, el orador Gendibal habría tomado medidas inmediatas para establecer su dominio sobre la Primera Fundación y sobre Gaia. En ambos casos, lo que hubiera tenido lugar habría sido irreversible, y si ambas posibilidades constituían la solución equivocada, habría sido una catástrofe irreversible.
»No obstante, si me unía a Gaia, la Primera Fundación y la Segunda Fundación tendrían la convicción de haber obtenido una victoria relativamente pequeña. Entonces todo continuaría como antes, ya que la formación de «Galaxia», según me habían dicho, requeriría generaciones, e incluso siglos.
»Así pues, unirme a Gaia fue mi modo de contemporizar y asegurarme de que quedaría tiempo para modificar las cosas, o incluso invertirlas, si mi decisión resultaba equivocada.
Dom enarcó las cejas. Aparte de esto, su rostro viejo y casi cadavérico se mantuvo inalterable.
—¿Opina usted que su decisión puede resultar equivocada? —preguntó con su voz aguda.
Trevize se encogió de hombros.
—No lo creo, pero debo hacer una cosa para saberlo con certeza. Tengo la intención de visitar la Tierra, si es que logro encontrar ese mundo.
—Por supuesto no le detendremos si desea abandonamos, Trev…
—Yo no encajo en su mundo.
—Igual que Pel; sin embargo, si desea quedarse, le acogeremos con tanto agrado como a él. Pero no le retendremos. Dígame, ¿a qué se debe su interés por la Tierra?
—Pensaba que lo sabía —contestó Trevize.
—No lo sé.
—Hay un dato que me ocultó, Dom. Quizá tuviese sus razones, pero preferiría que no lo hubiera hecho.
—No sé a qué se refiere.
—Escuche, Dom, con objeto de tomar la decisión, utilicé la computadora y durante un fugaz momento me encontré en contacto con las mentes de quienes me rodeaban: la alcaldesa Branno, el orador Gendibal y Novi. Tuve una breve visión de varias cosas que, por sí solas, apenas significaron nada para mí, como, por ejemplo, los diversos efectos que Gaia, según el parecer de Novi, había producido sobre Trántor, efectos que tenían como objetivo inducir al orador a ir a Gaia.
—¿Sí?
—Y una de esas cosas era el expolio de todas las referencias a la Tierra existentes en la biblioteca de Trántor.
—¿El expolio de las referencias a la Tierra?
—Exactamente. Esto significa que la Tierra es muy importante, y no sólo indica que la Segunda Fundación no debe saber nada acerca de ella, sino que yo tampoco. Si voy a hacerme responsable de la dirección del desarrollo galáctico, no acepto voluntariamente la ignorancia. ¿Querrá decirme por qué es tan importante mantener en secreto todo lo relacionado con la Tierra?
Dom contestó con solemnidad:
—Trev, Gaia no sabe nada de ese expolio. ¡Nada!
—¿Pretende decirme que Gaia no es responsable?
—No lo es.
Trevize reflexionó durante unos momentos, pasando lentamente la lengua sobre sus labios.
—Entonces, ¿quién fue el responsable?
—No lo sé. No veo ninguna utilidad en ello.
Los dos hombres se miraron con asombro y, luego, Dom dijo:
—Tiene usted razón. Creíamos haber llegado a una conclusión de lo más satisfactoria, pero mientras este punto continúe sin aclararse, no podremos descansar. Quédese un tiempo con nosotros y pensaremos en lo que debemos hacer. Después podrá marcharse, con toda nuestra ayuda.
—Gracias —dijo Trevize.
FIN
(por ahora)