19. Decisión
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Janov Pelorat dijo, con una sombra de petulancia en la voz:
—La verdad, Golan, nadie parece tener en cuenta el hecho de que esta sea la primera vez en una vida moderadamente larga, no demasiado larga, se lo aseguro, Bliss, que viajo por la Galaxia. Cada vez que llego a un mundo, vuelvo a encontrarme en el espacio antes de tener la oportunidad de estudiarlo. Ya me ha sucedido dos veces.
—Sí —reconoció Bliss—, pero si no hubiera abandonado el otro tan rápidamente, no me habría conocido hasta quién sabe cuándo. Sin duda esto justifica la primera vez.
—En efecto. Sinceramente…, querida, así es.
—Y esta vez, Pel, aunque vuelva a encontrarse en el espacio, yo estoy con usted; y yo soy Gaia, tanto como cualquier partícula del planeta, tanto como la totalidad del planeta.
—Lo es, y no quiero ninguna otra partícula de él.
Trevize, que había escuchado esta conversación con el ceño fruncido, dijo:
—Esto es muy desagradable. ¿Por qué no ha venido Dom con nosotros? Espacio, nunca me acostumbraré a esta monosilabización. Un nombre de doscientas cincuenta sílabas y sólo empleamos una. ¿Por qué no ha venido, junto con las doscientas cincuenta sílabas? Si todo esto es tan importante, si la misma existencia de Gaia depende de ello, ¿por qué no ha venido él con nosotros para dirigirnos?
—Yo estoy aquí, Trev —contestó Bliss—, y soy tan Gaia como él. —Luego, con una rápida mirada de Soslayo—: ¿Le molesta, entonces, que le llame «Trev»?
—Sí, así es. Tengo tanto derecho como ustedes a respetar mis costumbres. Mi nombre es Trevize. Dos sílabas. Tre-vize.
—Con mucho gusto. No deseo hacerle enfadar, Trevize.
—No estoy enfadado. Estoy molesto. —De pronto se levantó, anduvo de un extremo a otro de la habitación, pasando sobre las piernas estiradas de Pelorat (que se apresuró a encogerlas), y después regresó sobre sus pasos. Se detuvo, se volvió, y miró a Bliss. La apuntó con un dedo.
—¡Escuche! ¡Yo no soy mi propio dueño! Me han atraído desde Términus hasta Gaia, e incluso cuando empecé a sospecharlo, no pude hacer nada para liberarme. Y después, cuando llego a Gaia, me dicen que el único fin de mi llegada es salvar a Gaia. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué significa Gaia para mí, o yo para Gaia, que tengo que salvarlo? ¿No hay nadie más entre el millón de billones de seres humanos de la Galaxia que pueda hacerlo?
—Por favor, Trevize —dijo Bliss, dando muestras de un repentino desaliento y abandonando toda afectación de inconsciencia—. No se enfade. Como ve, utilizo su nombre completo y me portaré con mucha seriedad. Dom le pidió que fuera paciente.
—Por todos los planetas de la Galaxia, habitables o no, no quiero ser paciente. Si soy tan importante, ¿no merezco una explicación? En primer lugar, vuelvo a preguntarle por qué no ha venido Dom con nosotros. ¿No es suficientemente importante para él estar en el Estrella Lejana con nosotros?
—Está aquí, Trevize —dijo Bliss—. Mientras yo esté aquí, él estará aquí, así como todos los habitantes de Gaia, y todas las cosas vivientes, y todas las partículas del planeta.
—Usted está convencida de que es así, pero yo no comparto sus ideas. No soy gaiano. No podemos meter todo el planeta en mi nave; sólo podemos meter a una persona. La tenemos a usted, y Dom es parte de usted. Muy bien. ¿Por qué no podíamos traer a Dom, y dejar que usted fuese parte de él?
—En primer lugar —contestó Bliss—, Pel… quiero decir, Pelorat, me pidió que estuviera en la nave con ustedes. A mí, no a Dom.
—Quiso mostrarse galante. ¿Quién tomaría eso en serio?
—Oh, vamos, mi querido amigo —protestó Pelorat, levantándose y ruborizándose—. Hablaba muy en serio. No quiero que nadie interprete mal mis intenciones. Acepto el hecho de que no importa qué componente del todo gaiano esté a bordo, y para mí es más agradable tener aquí a Bliss que a Dom, y para usted también debería serlo. Vamos, Golan, se está portando como un niño.
—¿En serio? ¿En serio? —dijo Trevize, frunciendo el ceño—. Muy bien, así es. De todos modos —volvió a señalar a Bliss—, sea lo que sea lo que esperen de mí, le aseguro que no lo haré si no me tratan como a un ser humano. Dos preguntas para empezar… ¿Qué se supone que debo hacer? Y, ¿por qué yo?
Bliss parecía atónita y retrocedió unos cuantos pasos.
—Por favor —dijo—, ahora no puedo contestarle. Ni todo Gaia puede contestarle. Tiene que llegar al lugar sin saber nada de antemano. Tiene que enterarse de todo allí. Entonces tiene que hacer lo que tenga que hacer, pero tiene que hacerlo con tranquilidad y sin dejarse llevar por las emociones. Si continúa de este modo, todo será inútil y, de una manera u otra, Gaia será destruido. Debe cambiar su estado de ánimo y yo no sé cómo hacerlo.
—¿Lo sabría Dom si estuviera aquí? —preguntó Trevize despiadadamente.
—Dom está aquí —dijo Bliss—. El/yo/nosotros no sabemos cambiarle o tranquilizarle. No comprendemos a un ser humano que no pueda percibir su lugar en el esquema de las cosas, que no se sienta parte de un todo mayor.
Trevize replicó:
—No es así. Fueron capaces de capturar mi nave a una distancia de un millón de kilómetros o más, y mantenernos tranquilos mientras estábamos indefensos. Pues bien, tranquilícenme ahora. No finja que no son capaces de hacerlo.
—Pero no debemos. Ahora, no. Si le cambiáramos o ajustáramos de algún modo, usted no sería más valioso para nosotros que cualquier otra persona de la Galaxia y no podríamos utilizarle. Sólo podemos utilizarle porque es usted, y tiene que seguir siéndolo. Si le tocamos de alguna manera en este momento, estamos perdidos. Por favor. Tiene que calmarse espontáneamente.
—Imposible, señorita, a no ser que me explique algo de lo que quiero saber.
—Bliss, déjeme intentarlo —intervino Pelorat—. Haga el favor de ir a la otra habitación.
Bliss salió, retrocediendo con lentitud. Pelorat cerró la puerta tras ella.
—Lo oye, lo ve… y lo percibe todo. ¿Qué diferencia supone esto? —dijo Trevize.
Pelorat contestó:
—Para mí supone una diferencia. Quiero estar solo con usted, aunque el aislamiento sea una ilusión. Golan, usted tiene miedo.
—No diga tonterías.
—Claro que lo tiene. No sabe hacia dónde va, qué encontrará o qué se espera que haga. Es lógico que tenga miedo.
—Pero no lo tengo.
—Sí, lo tiene. Quizá no tema al peligro físico como yo. Yo temía salir al espacio, temo cada mundo nuevo que veo, y temo cada cosa nueva que encuentro. Al fin y al cabo, he vivido medio siglo encerrado, replegado y aislado, mientras que usted ha estado en la Armada y en el mundo de la política, en plena agitación tanto en casa como en el espacio. Sin embargo, yo he intentado no tener miedo y usted me ha ayudado. Durante este tiempo que hemos estado juntos, ha sido paciente conmigo, ha sido amable y comprensivo y, gracias a usted, he logrado dominar mis temores y portarme bien. Así pues, permítame devolverle el favor y ayudarle.
—Le digo que no tengo miedo.
—Claro que sí. Si no de otra cosa, tiene miedo de la responsabilidad a la que deberá hacer frente. Al parecer todo un mundo depende de usted y, por lo tanto, tendrá que vivir con la destrucción de un mundo en la conciencia en caso de que falle. ¿Por qué afrontar esa posibilidad por un mundo que no significa nada para usted? ¿Qué derecho tienen a echar esa carga sobre sus hombros? No sólo teme al fracaso, como haría cualquier persona en su lugar, sino que está furioso por verse arrastrado a una situación en la que debe tener miedo.
—Se equivoca completamente.
—No lo creo. En consecuencia, déjeme ocupar su lugar. Yo lo haré. Sea lo que sea lo que esperen de usted, me ofrezco como sustituto. Deduzco que no es algo que requiera una gran fuerza física o una gran vitalidad, pues un simple aparato mecánico le superaría en este aspecto. Deduzco que no es algo que requiera poder mentálico, pues ellos mismos tienen suficiente. Es algo que… bueno, no lo sé, pero si no requiere músculos ni cerebro, yo tengo todo lo demás igual que usted… y estoy dispuesto a asumir la responsabilidad.
Trevize preguntó vivamente:
—¿Por qué está tan deseoso de llevar la carga?
Pelorat miró al suelo, como si temiera encontrarse con los ojos del otro, y dijo:
—He estado casado, Golan. He conocido a muchas mujeres. Sin embargo, nunca han sido importantes para mí. Interesantes. Agradables. Nunca muy importantes. Sin embargo, esta…
—¿Quién? ¿Bliss?
—Por alguna razón, es diferente… para mí.
—Por Términus, Janov, ella sabe absolutamente todo lo que usted está diciendo.
—Eso no me importa. De todos modos, lo sabe. Quiero complacerla. Me encargaré de esta misión, sea cual sea correré cualquier riesgo, asumiré cualquier responsabilidad, haré cualquier cosa que la impulse a… tener una buena opinión de mí.
—Janov, es una niña.
—No es una niña… y lo que usted piense de ella no me importa.
—¿No comprende lo que usted debe parecerle?
—¿Un viejo? ¿Qué más da? Ella forma parte de un todo mayor y yo no, y eso ya levanta una barrera insuperable entre nosotros. ¿Cree que no lo sé? Pero no le pido nada más que…
—¿Que tenga una buena opinión de usted?
—Sí. O cualquier otra cosa que pueda llegar a sentir por mí.
—¿Y por eso hará mi trabajo? Pero, Janov, ¿no ha estado escuchando? No le quieren a usted; me quieren a mí por alguna maldita razón que no alcanzo a comprender.
—Si no pueden tenerle a usted y han de tener a alguien, sin duda yo seré mejor que nada.
Trevize meneó la cabeza.
—Me parece imposible lo que está sucediendo. Se encuentra al borde de la vejez y ha descubierto la juventud. Janov, usted intenta ser un héroe a fin de poder morir por ese cuerpo.
—No diga eso, Golan. No es tema para bromas.
Trevize intentó echarse a reír, pero sus ojos tropezaron con el rostro grave de Pelorat y, en vez de hacerlo, se aclaró la garganta.
—Tiene razón —repuso—. Le pido disculpas. Llámela, Janov. Llámela.
Bliss entró, un poco encogida, y declaró con voz ahogada:
—Lo siento, Pel. No puede sustituir a Trevize. Tiene que ser él o nadie.
Trevize dijo:
—Muy bien. Me calmaré. Sea lo que sea, intentaré hacerlo. Cualquier cosa con tal de evitar que Janov desempeñe el papel de héroe romántico a su edad.
—Sé cuál es mi edad —murmuró Pelorat.
Bliss se acercó lentamente a él, y colocó una mano sobre su hombro.
—Pel, yo… yo tengo una buena opinión de usted.
Pelorat desvió la mirada.
—Está bien, Bliss. No necesita ser amable.
—No quiero ser amable, Pel. Tengo… muy buena opinión de usted.
82
De un modo confuso al principio, y luego con más claridad, Sura Novi supo que era Suranoviremblastiran, y que, de niña, sus padres la conocían como Su y sus amigos como Vi.
Por supuesto, nunca lo había olvidado realmente, pero los hechos se sumergían, de vez en cuando, en las profundidades de su mente. Nunca se habían sumergido a tanta profundidad o durante tanto tiempo como en este último mes, pero tampoco ella había permanecido nunca tan cerca de una mente tan poderosa durante tanto tiempo.
Pero ahora había llegado el momento. No lo determinó ella misma. No tuvo necesidad. Los numerosos residuos de su personalidad estaban abriéndose paso hacia la superficie, por el bien de la necesidad global.
También sintió una cierta molestia, una especie de picazón, que desapareció rápidamente ante el bienestar de la individualidad desenmascarada. Hacía años que no estaba tan cerca del globo de Gaia.
Recordó una de las formas de vida que más le gustaban siendo niña en Gaia. Habiendo considerado entonces sus sensaciones como una pequeña parte de las de ella misma, ahora reconoció las más agudas de las experimentadas por ella. Era una mariposa saliendo de un capullo.
83
Stor Gendibal miró a Novi con agudeza y perspicacia, y con tal asombro que estuvo a punto de perder su dominio sobre la alcaldesa Branno. Si no lo hizo fue, tal vez, porque recibió una súbita ayuda del exterior que, de momento, él pasó por alto.
—¿Qué sabes del consejero Trevize, Novi? —preguntó. Y luego, alarmado por la repentina y creciente complejidad de la mente de la muchacha, exclamó—: ¿Quién eres?
Intentó apoderarse de su mente y la encontró impenetrable. En ese momento, se dio cuenta de que su dominio sobre Branno estaba respaldado por una fuerza mayor que la suya.
—¿Quién eres? —repitió.
Había una sombra de dramatismo en la cara de Novi.
—Maestro —dijo—, orador Gendibal. Mi verdadero nombre es Suranoviremblastiran y soy Gaia.
Eso fue todo lo que dijo en palabras, pero Gendibal, súbitamente furioso, había intensificado su propia emanación mental y con gran habilidad, ahora que estaba excitado, evadió la barrera que se estaba reforzando y retuvo a Branno por sí solo y más fuertemente que antes, mientras agarraba la mente de Novi en una lucha difícil y silenciosa.
Ella le contuvo con igual habilidad, pero no pudo mantener la mente cerrada frente a él, o quizá no deseó hacerlo.
Gendibal le habló como si fuese otro orador.
—Has desempeñado un papel, me has engañado, me has atraído hasta aquí, y perteneces a la especie de la que surgió el Mulo.
—El Mulo fue una aberración, orador. Yo/nosotros no somos Mulos. Yo/nosotros somos Gaia. La esencia completa de Gaia fue descrita en lo que ella comunicó con toda minuciosidad, con mucha más que si lo hubiese hecho con palabras.
—Todo un planeta vivo —dijo Gendibal.
—Y con un campo mentálico mayor, puesto que es un todo, que el tuyo que eres un individuo. Por favor, no resistas con tanta fuerza. Temo el peligro de lastimarte, cosa que no deseo hacer.
—Incluso como planeta vivo, no sois más fuertes que la suma de mis colegas de Trántor. En cierto modo, nosotros también somos un planeta vivo.
—Sólo unos miles de personas en cooperación mentálica, orador, y no puedes recurrir a su ayuda, porque yo la he bloqueado. Compruébalo y verás.
—¿Qué te propones, Gaia?
—Me gustaría, orador, que me llamaras Novi. Lo que hago ahora lo hago como Gaia, pero también soy Novi, y para ti, sólo soy Novi.
—¿Qué te propones, Gaia?
Se produjo el temblor mentálico equivalente a un suspiro y Novi dijo:
—Permaneceremos en triple estancamiento. Tú retendrás a la alcaldesa Branno a través de su escudo, y yo te ayudaré a hacerlo, y no nos cansaremos. Supongo que tú mantendrás tu control sobre mí, y yo mantendré el mío sobre ti, y tampoco nos cansaremos haciéndolo. Y así seguiremos.
—¿Hasta cuándo?
—Como ya te he dicho… Estamos esperando al consejero Trevize de Términus, Es él quien romperá el estancamiento como le parezca.
84
La computadora del Estrella Lejana localizó las dos naves y Golan Trevize las proyectó juntas en la pantalla.
Ambas pertenecían a la Fundación. Una de ellas se parecía extraordinariamente al Estrella Lejana y sin duda era la nave de Compor. La otra era más grande y mucho más potente.
Se volvió hacia Bliss y preguntó:
—Bueno, ¿sabe lo que está sucediendo? ¿Puede explicarme algo ahora?
—¡Sí! ¡No se alarme! No le causarán ningún daño.
—¿Por qué cree todo el mundo que estoy paralizado por el pánico? —inquirió Trevize con petulancia.
Pelorat se apresuró a decir:
—Déjela hablar, Golan. No la trate de este modo.
Trevize levantó los brazos en un gesto de impaciente rendición.
—No la trataré de este modo. Hable, señorita.
Bliss explicó:
—En la nave más grande está la gobernadora de su Fundación. Con ella…
Trevize preguntó con asombro:
—¿La gobernadora? ¿Se refiere a la vieja Branno?
—Sin duda ese no es su título —dijo Bliss, frunciendo ligeramente los labios con diversión—. Pero es una mujer. —Hizo una pequeña pausa, como si escuchara atentamente al resto del organismo general del que formaba parte—. Su nombre es Harlabranno.
Parece extraño que sólo tenga cuatro sílabas si es tan importante en su mundo, pero supongo que los no gaianos tienen sus propias costumbres.
—Supongo —respondió Trevize con sequedad—. Ustedes la llamarían Brann, con toda probabilidad. Pero ¿qué hace aquí? ¿Por qué no está en…? Ya comprendo. Gaia también la ha atraído hasta aquí. ¿Por qué?
Bliss no contestó a esta pregunta, pero dijo:
—Con ella está Lionokodell, cinco sílabas, a pesar de ser su subordinado. Parece una falta de respeto. Es un funcionario importante de su mundo. Con ellos están otras cuatro personas que controlan las armas de la nave. ¿Quiere saber sus nombres?
—No. Supongo que en la otra nave hay un solo hombre, Munn Li Compor, y que representa a la Segunda Fundación. Es evidente que ustedes han reunido a ambas Fundaciones. ¿Por qué?
—No exactamente, Trev quiero decir, Trevize.
—Oh, adelante, siga llamándome Trev. No me importa en absoluto.
—No exactamente, Trev. Compor ha abandonado esa nave y ha sido remplazado por dos personas. Una es Storgendibal, un funcionario importante de la Segunda Fundación. Se le llama orador.
—¿Un funcionario importante? Me imagino que tiene poder mentálico.
—Oh, mucho.
—¿Podrán controlarlo?
—Desde luego. La segunda persona, que está en la nave con él, es Gaia.
—¿Es uno de ustedes?
—Si. Su nombre es Suranoviremblastiran. Debería ser mucho más largo, pero ha estado mucho tiempo lejos de mí/nosotros/resto.
—¿Es capaz de dominar a un alto funcionario de la Segunda Fundación?
—No es ella, sino Gaia quien le domina. Ella/yo/nosotros/todos somos capaces de machacarlo.
—¿Es eso lo que va a hacer? ¿Vas a machacarlo a él y a Branno? ¿Qué significa esto? ¿Es que Gaia va a destruir las Fundaciones y a establecer un Imperio Galáctico por su cuenta? ¿El Mulo otra vez? Un Mulo más poderoso…
—No, no, Trev. No se agite. No debe hacerlo. Los tres están en un estancamiento. Están esperando.
—¿Qué esperan?
—Su decisión.
—Ya estamos en las mismas. ¿Qué decisión? ¿Por qué yo?
—Por favor, Trev —dijo Bliss—. Pronto lo sabrá. Yo/nosotros/ella hemos dicho todo lo que yo/nosotros/ella podemos por ahora.
85
Branno declaró con cansancio:
—Es evidente que he cometido un error, Liono, que puede ser fatal.
—¿Cree que debe admitirlo? —murmuró Kodell a través de sus labios inmóviles.
—Ellos saben lo que pienso. No perderemos nada diciéndolo. También saben lo que usted piensa aunque no mueva los labios. Tendría que haber esperado hasta que el escudo estuviera más perfeccionado.
Kodell repuso:
—¿Cómo iba a saberlo, alcaldesa? Si hubiéramos esperado hasta que la seguridad fuese doble y triple y cuádruple e infinitamente grande, habríamos esperado siempre. Sin duda, lamento que hayamos venido nosotros en persona. Habría sido mejor experimentarlo con otro; con su pararrayos, Trevize, por ejemplo.
Branno suspiró.
—No quería ponerlos sobre aviso, Liono. Sin embargo, usted ha puesto el dedo en la llaga. Debería haber esperado hasta que el escudo fuese razonablemente impenetrable. No absolutamente impenetrable, pero sí razonablemente. Sabía que ahora tenía una filtración perceptible, pero no podía seguir esperando. Solucionar la filtración habría significado esperar hasta el término de mis funciones y quería hacerlo durante mi mandato… y quería estar presente. Así que, como una tonta, me convencí a mí misma de que el escudo era adecuado. No quise escuchar ninguna advertencia, ni siquiera sus dudas, Liono.
—Aún es posible que venzamos, si somos pacientes.
—¿Puede dar la orden de abrir fuego contra la otra nave?
—No, no puedo, alcaldesa. Por alguna razón, el pensamiento es algo que no puedo dominar.
—Yo tampoco. Y si usted o yo lográsemos dar la orden, estoy segura de que los tripulantes no la obedecerían, porque no serían capaces de hacerlo.
—En las circunstancias actuales no, alcaldesa, pero las circunstancias podrían cambiar De hecho, un nuevo actor está apareciendo en escena.
Señaló la pantalla. La computadora de la nave había dividido automáticamente la pantalla cuando una nueva nave entró en su campo de acción. La segunda nave apareció en el lado derecho.
—¿Puede ampliar la imagen, Liono?
—Sin ninguna dificultad. El miembro de la Segunda Fundación es hábil. Somos libres de hacer cualquier cosa que no le cree problemas.
—Bueno —dijo Branno, escudriñando la pantalla—, ese es el Estrella Lejana, estoy segura. Y me imagino que Trevize y Pelorat se encuentran a bordo. —Luego, con amargura—: A no ser que también hayan sido reemplazados por miembros de la Segunda Fundación. Mi pararrayos ha sido realmente muy eficaz. Si mi escudo hubiera sido más fuerte…
—¡Paciencia! —rogó Kodell.
Una voz resonó en los confines de la sala de mando de la nave y Branno supo de algún modo que no se componía de ondas sonoras. La oyó en su propia mente y una ojeada a Kodell le bastó para saber que él también la había oído.
La voz dijo:
—¿Me oye, alcaldesa Branno? Si es así, no se moleste en decir nada. Será suficiente con que lo piense.
Branno preguntó con calma:
—¿Quién es usted?
—Yo soy Gaia.
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Cada una de las tres naves se hallaba esencialmente inmóvil con respecto a las otras dos. Las tres giraban con gran lentitud alrededor del planeta Gaia, como un lejano satélite tripartito del planeta. Las tres acompañaban a Gaia en su interminable viaje en torno a su sol.
Trevize seguía observando la pantalla, cansado de hacer conjeturas sobre cuál sería su papel, la razón por la que le habían obligado a recorrer un millar de pársecs. El sonido que percibió en la mente no le sobresaltó. Fue como si hubiera estado esperándola.
El sonido dijo:
—¿Me oye, Golan Trevize? Si es así, no se moleste en decir nada. Será suficiente con que lo piense.
Trevize miró a su alrededor. Pelorat, claramente sobresaltado, miraba en todas direcciones, como intentando hallar la fuente de la voz. Bliss estaba tranquilamente sentada, con las manos en el regazo. Trevize no dudó ni por un momento de que era consciente del sonido.
Pasó por alto la orden de utilizar los pensamientos y habló articulando las palabras con deliberada claridad.
—Si no averiguo de qué se trata todo esto, no haré nada de lo que me pidan.
Y la voz dijo:
—Está a punto de averiguarlo.
87
Novi dijo:
—Todos ustedes me oirán en su mente. Todos ustedes son libres de responder con el pensamiento. Me encargaré de que todos ustedes se oigan unos a otros. Y, como todos ustedes saben, estamos bastante cerca, de modo que, a la velocidad de la luz del campo mentálico espacial, no habrá retrasos inconvenientes. Para empezar, todos estamos aquí porque así se ha dispuesto.
—¿De qué manera? —preguntó la voz de Branno.
—Sin manipulación mental —dijo Novi—. Gaia no ha intervenido en ninguna mente. No es nuestro estilo. Nos limitamos a valernos de la ambición. La alcaldesa Branno quería establecer un Segundo Imperio inmediatamente; el orador Gendibal quería ser primer orador. Bastó con alentar estos deseos y seguir la corriente, de un modo selectivo y con criterio.
—Yo sé cómo me atrajeron aquí —declaró Gendibal con rigidez. Y era cierto. Sabía por qué se había sentido tan ansioso de salir al espacio, tan ansioso de perseguir a Trevize, tan seguro de poder controlarlo todo. Fue por causa de Novi. ¡Oh, Novi!
—El caso del orador Gendibal era muy especial. Tenía una gran ambición, pero también una debilidad que nos facilitó las cosas. Él sería bondadoso con una persona a la que hubieran enseñado a considerarse inferior en todos los aspectos. Yo me aproveché de esto y lo volví contra él. Yo/nosotros estoy/estamos avergonzada/avergonzados. La excusa es que el futuro de la Galaxia está en peligro.
Novi hizo una pausa y su voz (aunque no hablara por medio de las cuerdas vocales) se tornó más sombría, y su cara, más seria.
—El momento había llegado. Gaia no podía seguir esperando. Durante más de un siglo, el pueblo de Términus había estado desarrollando un escudo mentálico. Si dejábamos pasar otra generación, sería impenetrable incluso para Gaia, y ellos podrían utilizar sus armas físicas a voluntad. La Galaxia no sería capaz de hacerles frente y un Segundo Imperio, a la manera de Términus, sería establecido de inmediato, a pesar del Plan Seldon, a pesar de la gente de Trántor, a pesar de Gaia. La alcaldesa Branno tenía que ser inducida de algún modo a dar el paso mientras el escudo seguía siendo imperfecto.
»Después está Trántor. El Plan Seldon funcionaba perfectamente, pues el mismo Gaia velaba para mantenerlo encauzado con toda precisión. Y durante más de un siglo había habido primeros oradores quietistas, de modo que Trántor vegetaba. Sin embargo, ahora Stor Gendibal medraba rápidamente. Sin duda se convertiría en primer orador y, bajo su mando, Trántor asumiría un papel activista. Sin duda se concentraría en el poder físico y reconocería el peligro de Términus y tomaría medidas contra él. Si podía actuar contra Términus antes de que su escudo estuviera perfeccionado, el Plan Seldon vería cumplido su objetivo con un Segundo Imperio Galáctico, a la manera de Trántor, a pesar del pueblo de Términus y a pesar de Gaia. En consecuencia, Gendibal tenía que ser inducido de algún modo a dar el paso antes de convertirse en primer orador.
»Afortunadamente, gracias a que Gaia ha trabajado mucho durante décadas, hemos traído a ambas Fundaciones al lugar adecuado en el momento adecuado. Repito todo esto principalmente para que el consejero Golan Trevize de Términus lo entienda.
Trevize intervino de inmediato y volvió a pasar por alto el esfuerzo de conversar por medio del pensamiento. Habló con firmeza:
—No lo entiendo. ¿Qué hay de malo en ambas versiones del Segundo Imperio Galáctico?
Novi contestó:
—El Segundo Imperio Galáctico, desarrollado a la manera de Términus, será un Imperio militar, establecido por la fuerza, mantenido por la fuerza y, con el tiempo, destruido por la fuerza. No será más que el Primer Imperio Galáctico renacido. Este es el parecer de Gaia.
»El Segundo Imperio Galáctico, desarrollado a la manera de Trántor, será un Imperio paternalista, establecido por el cálculo, mantenido por el cálculo, y en perpetua muerte en vida por el cálculo. Será un callejón sin salida. Este es el parecer de Gaia.
—¿Y qué ofrece Gaia como alternativa? —preguntó Trevize.
—¡Un Gaia más grande! ¡Una Galaxia más grande! Todos los planetas habitados tan vivos como Gaia. Todos los planetas vivientes combinados en una vida hiperespacial aún más grande. La participación de todos los planetas deshabitados. De todas las estrellas. De todas las partículas de gas interestelar. Quizás incluso del gran agujero negro central. Una galaxia viviente que pueda hacerse favorable a toda clase de vida por medios que aún no podemos prever. Un sistema de vida fundamentalmente distinto de todos los que han imperado hasta ahora y sin repetir ninguno de los viejos errores.
—Originando otros nuevos —murmuró Gendibal con sarcasmo.
—Hemos tenido miles de años de Gaia para corregirlos.
—Pero no a escala galáctica.
Trevize, pasando por alto el corto intercambio de pensamientos y yendo a lo que le interesaba, preguntó:
—¿Y cuál es mi papel en todo esto?
La voz de Gaia, canalizada a través de la mente de Novi, tronó:
—¡Escoger! ¿Qué alternativa debe prevalecer?
Un profundo silencio sucedió a esta revelación y después, en ese silencio, la voz de Trevize, al fin mental, pues estaba demasiado atónito para hablar, sonó ahogada y todavía desafiante:
—¿Por qué yo?
Novi dijo:
—Aunque reconocimos que había llegado el momento en que Términus o Trántor serían demasiado poderosos para ser atajados o, lo que es peor, en que ambos podrían ser tan poderosos que devastaran la Galaxia con su equilibrio de fuerzas, seguimos sin poder hacer nada. Para nuestros propósitos, necesitábamos a alguien, una persona determinada, con talento para la corrección. Encontramos al consejero. No, el mérito no es nuestro. La gente de Trántor lo encontró por medio del hombre llamado Compor, aunque ni siquiera ellos sabían lo que tenían. El acto de encontrar al consejero atrajo nuestra atención hacia él. Golan Trevize tiene el don de saber qué hay que hacer.
—Lo niego —dijo Trevize.
—De vez en cuando, está seguro. Y nosotros queremos que esta vez esté seguro por el bien de la Galaxia. Quizás él no desee la responsabilidad. Puede que haga lo posible para no tener que escoger. No obstante, se dará cuenta de que hay que hacerlo. ¡Estará seguro! Y entonces escogerá. En cuanto lo encontramos, supimos que la búsqueda había terminado, y hemos trabajado durante años para alentar una línea de acción que, sin interferencias mentálicas directas, afectara a los acontecimientos de tal modo que los tres, la alcaldesa Branno, el orador Gendibal y el consejero Trevize, estuvieran en las cercanías de Gaia al mismo tiempo. Lo hemos conseguido.
—En este lugar del espacio, en las presentes circunstancias, ¿no es verdad, Gaia, si es así como quiere que la llame, que puede vencer tanto a la alcaldesa cómo al orador? ¿No es verdad que puede establecer esa Galaxia viviente de la que habla sin que yo haga nada? ¿Por qué, entonces, no lo hace? —preguntó Trevize.
Novi contestó:
—No sé si podré explicárselo a su entera satisfacción. Gaia fue formado hace miles de años con la ayuda de robots que, durante un corto período de tiempo, sirvieron a la especie humana y ahora ya no la sirven. Nos hicieron comprender claramente que sólo podríamos sobrevivir con la aplicación estricta de las Tres Leyes de la Robótica a la vida en general. La Primera Ley, en esos términos, es: «Gaia no debe dañar la vida o, por medio de la inacción, permitir que la vida llegue a ser dañada». Hemos observado esta norma a lo largo de toda nuestra historia y no podemos hacer otra cosa.
»El resultado es que ahora estamos indefensos. No podemos imponer nuestra visión de la Galaxia viviente a un millón de billones de seres humanos y otras incontables formas de vida y perjudicar tal vez a muchos. Tampoco podemos quedarnos sin hacer nada mientras la mitad de la Galaxia se destruye a sí misma en una lucha que habríamos podido evitar. No sabemos si la acción o la inacción costará menos a la Galaxia; y si escogemos la acción, tampoco sabemos si respaldar a Términus o a Trántor costará menos a la Galaxia. Así pues, dejemos que el consejero Trevize decida y, cualquiera que sea su decisión, Gaia la acatará.
Trevize inquirió:
—¿Cómo esperan que tome una decisión? ¿Qué hago?
Novi contestó:
—Tiene su computadora. La gente de Términus no sabía que, cuando la hizo, la hizo mejor de lo que sabía. La computadora que hay en su nave incorpora parte de Gaia. Coloque las manos sobre las terminales y piense. Puede pensar que el escudo de la alcaldesa Branno es impenetrable, por ejemplo. Si lo hace, es posible que ella utilice inmediatamente sus armas para inmovilizar o destruir las otras dos naves, establecer la autoridad física sobre Gaia y, más tarde, sobre Trántor.
—¿Y no harán nada para impedirlo? —preguntó Trevize con estupefacción.
—Absolutamente nada. Sí usted está seguro de que la dominación de Términus hará menos daño a la Galaxia que cualquier otra alternativa, contribuiremos gustosamente al establecimiento de dicha dominación, incluso a costa de nuestra propia destrucción.
»Por otra parte, quizás encuentre el campo mentálico del orador Gendibal y quizás entonces una sus esfuerzos multiplicados por la computadora a los de él. En este caso, él se librará de mí y me rechazará. Quizás entonces ajuste la mente de la alcaldesa y, en combinación con sus naves, establezca la dominación física sobre Gaia y asegure la supremacía continuada del Plan Seldon. Gaia no hará nada para impedirlo.
»O puede que encuentre mi campo mentálico y se una a él, en cuyo caso la Galaxia viviente se pondrá en marcha hasta llegar a su realización, no en esta generación o la próxima, sino tras siglos de trabajo durante los que el Plan Seldon continuará. La elección es suya.
La alcaldesa Branno dijo:
—¡Espere! No tome la decisión todavía. ¿Puedo hablar?
Novi contestó:
—Puede hablar sin reservas. Igual que el orador Gendibal.
—Consejero Trevize —dijo Branno—. La última vez que nos vimos en Términus, usted declaró: «Quizá llegue el día, señora alcaldesa, en que usted me pida un esfuerzo. Entonces haré lo que me parezca mejor, pero recordaré estos dos últimos días». —No sé si previó todo esto, o intuyó que sucedería, o simplemente tenía lo que esta mujer que habla de una Galaxia viviente llama talento para la corrección. En cualquier caso, usted estaba en lo cierto. Le pido que haga un esfuerzo por el bien de la Confederación.
»Tal vez sienta la tentación de vengarse de mí por haberle arrestado y exiliado. Le pido que recuerde que lo hice por lo que consideraba el bien de la Confederación de la Fundación. Incluso si me equivoqué o incluso si actué por un despiadado egoísmo, recuerde que fui yo quien lo hice, y no la Confederación. No destruya ahora toda la Confederación por un deseo de desquitarse por lo que yo sola le he hecho. Recuerde que es un miembro de la Fundación y un ser humano, que no quiere ser una cifra en los planes de los insensibles matemáticos de Trántor o menos que una cifra en un revoltijo galáctico de vida y no vida. Usted quiere que usted mismo, sus descendientes, sus compatriotas, sean organismos independientes, con libre albedrío. Sólo esto importa.
»Estos otros pueden decirle que nuestro Imperio llevará al derramamiento de sangre y a la miseria, pero no es necesario. Podemos elegir libremente si debe ser así o no. Podemos escoger que no sea así. Y, en todo caso, es mejor ir a la derrota con libre albedrío que vivir en una seguridad sin sentido como piezas de una máquina. Observe que ahora le están pidiendo que tome una decisión como un ser humano con voluntad propia. Esas cosas de Gaia son incapaces de decidir nada porque su maquinaria no se lo permite, de modo que dependen de usted. Y se destruirán a sí mismos si usted se lo ordena. ¿Es eso lo que desea para toda la Galaxia?
Trevize respondió:
—No sé si tengo libre albedrío, alcaldesa. Mi mente puede haber sido manipulada sutilmente, con objeto de que dé la contestación deseada.
—Su mente está intacta —dijo Novi—. Si pudiéramos ajustarla para favorecer nuestros propósitos, esta reunión sería innecesaria. Si fuéramos tan amorales, habríamos hecho lo que hubiésemos considerado más agradable para nosotros sin preocuparnos de las necesidades y del bien de la humanidad en conjunto.
—Creo que ahora me toca a mí hablar —dijo Gendibal—. Consejero Trevize, no se deje guiar por la estrechez de miras. El hecho de que haya nacido en Términus no debe impulsarle a creer que Términus debe anteponerse a la Galaxia. Ya hace cinco siglos que la Galaxia actúa en conformidad con el Plan Seldon, dentro y fuera de la Confederación de la Fundación.
»Usted forma, y ha formado, parte del Plan Seldon por encima y más allá de su papel secundario de miembro de la Fundación. No haga nada para alterar el Plan, ni por un limitado concepto de patriotismo ni por un romántico anhelo de cosas nuevas y experimentales. Los miembros de la Segunda Fundación no pondrán trabas de ninguna clase al libre albedrío de la humanidad. Somos guías, no déspotas.
»Y ofrecemos un Segundo Imperio Galáctico fundamentalmente distinto al Primero. A lo largo de la historia humana, ninguna década de las decenas de miles de años transcurridas desde el inicio de los viajes hiperespaciales se ha librado de derramamientos de sangre y muertes violentas en toda la Galaxia, incluso en aquellas épocas en que la misma Fundación estaba en paz. Escoja a la alcaldesa Branno y eso continuará indefinidamente. Será una lamentable rutina. El Plan Seldon al fin nos ofrece una liberación, y no a costa de convertirnos en un átomo más de una Galaxia de átomos, siendo reducidos a la igualdad con la hierba, las bacterias y el polvo.
Novi dijo:
—Estoy de acuerdo con lo que el orador Gendibal ha declarado sobre el Segundo Imperio de la Primera Fundación. Sin embargo, no lo estoy con lo que ha declarado sobre el de ellos. Al fin y al cabo, los oradores de Trántor son seres humanos libres e independientes y siempre lo han sido. ¿Están libres de rivalidades destructivas, de luchas políticas, de querer progresar a cualquier precio? ¿No hay disputas e incluso odios en la Mesa de Oradores, y serán siempre unos guías a los que ustedes se atrevan a seguir? Haga jurar al orador Gendibal por su honor y pregúnteselo.
—No es necesario hacerme jurar por mi honor —replicó Gendibal—. Admito libremente que en la Mesa tenemos nuestros odios, rivalidades y traiciones. Pero una vez se toma una decisión, todos la acatan. Jamás ha habido una excepción.
—¿Y si no hago ninguna elección? —dijo Trevize.
—Tiene que hacerla —contestó Novi—. Sabrá que es lo correcto y, por lo tanto, hará una elección.
—¿Y si intento elegir y no puedo?
—Tiene que hacerlo.
—¿De cuánto tiempo dispongo? —preguntó Trevize.
—Hasta que esté seguro, tarde lo que tarde —repuso Novi.
Trevize guardó silencio.
Aunque los otros también se mantenían en silencio, a Trevize le pareció oír los latidos de su corriente sanguínea.
Oyó la voz de la alcaldesa decir firmemente:
—¡Libre albedrío!
La voz del orador Gendibal dijo perentoriamente:
—¡Guía y paz!
La voz de Novi dijo con anhelo:
—Vida.
Trevize se volvió y encontró a Pelorat mirándole fijamente.
—Janov, ¿ha oído todo esto? —le preguntó.
—Sí, lo he oído, Golan.
—¿Qué opina?
—La decisión no es mía.
—Lo sé. Pero dígame qué opina.
—No lo sé. Las tres alternativas me asustan. Y, sin embargo, me viene a la memoria un pensamiento un tanto extraño…
—¿Sí?
—La primera vez que salimos al espacio, usted me enseñó la Galaxia. ¿Lo recuerda?
—Desde luego.
—Usted aceleró el tiempo y la Galaxia giró visiblemente. Y yo dije, como anticipándome a este mismo momento: «La Galaxia parece una cosa viviente, arrastrándose por el espacio». ¿Cree que, en cierto sentido, ya está viva?
Y Trevize, al recordar aquel momento, se sintió repentinamente seguro. De pronto recordó su corazonada de que Pelorat también desempeñaría un papel esencial. Se volvió de prisa, ansioso de no tener tiempo para pensar, para dudar, para mostrarse indeciso.
Colocó las manos sobre las terminales y pensó con una intensidad desconocida hasta entonces.
Había tomado la decisión, la decisión de la que dependía el destino de la Galaxia.