14. ¡Adelante!

55

Janov Pelorat contempló el paisaje bañado por la tenue luz del amanecer con una extraña mezcla de pesar e incertidumbre.

—Tendríamos que quedarnos más tiempo, Golan. Parece un mundo agradable e interesante. Me gustaría averiguar algo más de él.

Trevize levantó los ojos de la computadora y sonrió con ironía.

—¿Cree que a mí no? Hemos hecho tres comidas en el planeta, todas distintas y excelentes. Me gustaría seguir disfrutando de ellas. Y las pocas mujeres que hemos visto, las hemos visto de pasada, y algunas parecían muy tentadoras, para…, bueno, para lo que tengo en mente.

Pelorat arrugó ligeramente la nariz.

—Oh, mi querido amigo. Con esos cencerros que llaman zapatos, y esa ropa de colores chillones, y esas pestañas tan raras… ¿Se ha fijado en sus pestañas?

—Puede estar seguro de que me he fijado en todo, Janov. Lo que a usted no le gusta es superficial. Sería muy fácil persuadirlas de que se lavaran la cara y, a su debido tiempo, se quitarían los zapatos y los colores.

—Me fiaré de su palabra, Golan. Sin embargo, yo estaba pensando en investigar más a fondo la cuestión de la Tierra. Lo que nos han contado hasta ahora sobre la Tierra es tan insatisfactorio, tan contradictorio…, radiación según una persona, robots según otra.

—Muerte en ambos casos.

—En efecto —reconoció Pelorat de mala gana—, pero es posible que una versión sea cierta y la otra no, o que ambas sean ciertas en algunos aspectos, o que ninguna lo sea. Sin duda, Golan, cuando le explican algo que únicamente sirve para desorientar aún más, sin duda debe desear investigar, aclarar las cosas.

—Así es —dijo Golan—. Por todas las estrellas de la Galaxia, eso es lo que deseo. Sin embargo, el problema inmediato es Gaia. Una vez que lo hayamos resuelto, podremos ir a la Tierra, o regresar a Sayshell para una estancia más larga. Pero primero, Gaia.

Pelorat asintió.

—¡El problema inmediato! Si aceptamos lo que Quintesetz nos ha dicho, sólo la muerte nos espera en Gaia. ¿Cree que debemos ir?

Trevize contestó:

—Es lo que yo mismo me pregunto. ¿Tiene miedo?

Pelorat titubeó como si estuviera sondeando sus propios sentimientos. Luego declaró con sinceridad:

—Sí. ¡Muchísimo!

Trevize se recostó en su butaca y se volvió hacia el profesor. Después dijo seriamente:

—Janov, no hay ningún motivo por el que usted deba correr este riesgo. Diga una sola palabra y le dejaré en Sayshell con sus efectos personales y la mitad de nuestros créditos. Le recogeré cuando vuelva y entonces iremos al Sector de Sirio, si así lo desea, y a la Tierra, si ahí es donde está. Si yo no regreso, los representantes de la Fundación en Sayshell se ocuparán de que usted vuelva a Términus. No habrá resentimientos si se queda, viejo amigo.

Pelorat parpadeó rápidamente y apretó los labios durante unos momentos. Luego, dijo con voz ronca:

—¿Viejo amigo? ¿Cuánto hace que nos conocemos? ¿Una semana o algo así? ¿No es extraño que haya decidido negarme a abandonar la nave? Tengo miedo, pero quiero permanecer con usted.

Trevize movió las manos en un gesto de incertidumbre.

—Pero ¿por qué? Sinceramente, yo no se lo pido.

—No estoy seguro del porqué, y no hace falta que me lo pida. Es… es… Golan, tengo fe en usted. Me da la impresión de que siempre sabe lo que hace. Yo quería ir a Trántor, donde probablemente, como ahora veo, no habría sucedido nada. Usted insistió en ir a Gaia y, por alguna razón, Gaia debe ser un centro neurálgico de la Galaxia. Las cosas parecen ocurrir en relación con él. Y si esto no basta, Golan, he visto cómo arrancaba a Quintesetz la información sobre Gaia. ¡Ha sido una baladronada tan hábil! Me he quedado mudo de admiración.

—Así pues, tiene fe en mí.

—Sí, la tengo —afirmó Pelorat.

Trevize puso una mano sobre el antebrazo del profesor y, durante unos momentos, pareció estar buscando las palabras. Finalmente dijo:

—Janov, ¿me perdonará de antemano si mi decisión es equivocada y, de un modo u otro, se encuentra con… cualquier cosa desagradable que pueda estar esperándonos?

Pelorat contestó:

—Oh, mi querido amigo, ¿por qué lo pregunta? He tomado la resolución libremente y por mis propios motivos, no los suyos. Y, por favor, marchémonos de prisa. No confío en que mi cobardía no me agarre por el cuello y me avergüence durante el resto de mi vida.

—Como usted diga, Janov —repuso Trevize—. Nos marcharemos en cuanto la computadora lo permita. Esta vez haremos la maniobra gravíticamente, en línea recta hacia arriba, tan pronto como sepamos que no hay otras naves en la atmósfera. Y a medida que la atmósfera circundante se vaya haciendo menos densa, nosotros iremos aumentando la velocidad.

Dentro de una hora estaremos en espacio abierto.

—Bien —respondió Janov, y destapó una cafetera de plástico. El orificio abierto empezó a humear casi en seguida. Pelorat se acercó la boquilla a la boca y bebió, dejando entrar bastante aire para enfriar el café a una temperatura soportable.

Trevize sonrió.

—Veo que ya ha aprendido a utilizar esas cosas. Es un veterano del espacio, Janov.

Pelorat contempló el recipiente de plástico durante unos momentos y dijo:

—Ahora que tenemos naves capaces de ajustar un campo de gravedad a voluntad, sin duda podemos usar recipientes normales, ¿verdad?

—Por supuesto, pero no creo que nadie quiera renunciar a sus aparatos especiales. ¿Cómo logrará una rata del espacio poner distancia entre él y los gusanos de superficie si usa una taza tradicional? ¿Ve esas anillas que hay en las paredes y el techo? Son tradicionales en la navegación espacial desde hace veinte mil años o más, pero no sirven de nada en una nave gravítica. Sin embargo, ahí están y le apuesto toda la nave contra una taza de café a que su rata del espacio simulará asfixiarse en el despegue y entonces se balanceará de una anilla a otra como si estuviera bajo gravedad nula cuando, en realidad, la gravedad es normal.

—¿Bromea?

—Bueno, quizás un poco, pero la inercia social afecta a todas las cosas, incluido el avance tecnológico. Esas anillas inútiles están ahí y los recipientes que nos dan tienen boquilla.

Pelorat asintió con aire pensativo y tomó otro sorbo de café. Al fin dijo:

—Y ¿cuándo despegamos?

Trevize se rio de buena gana y contestó:

—Demostrado. He empezado a hablar de anillas y ni siquiera se ha dado cuenta de que despegábamos en aquel momento. Ya estamos en el aire.

—No hablará en serio.

—Compruébelo.

Pelorat lo hizo y después observó:

—Pero no he notado nada.

—No se nota nada.

—¿No estamos quebrantando las normas? ¿No deberíamos haber seguido un radiofaro en una espiral ascendente, como hicimos en una espiral descendente para aterrizar?

—No es necesario, Janov. Nadie nos detendrá.

Absolutamente nadie.

—Al descender, usted dijo…

—Eso era distinto. No estaban ansiosos por vernos llegar, pero están encantados de vernos marchar.

—¿Por qué dice eso, Golan? La única persona que nos ha hablado de Gaia ha sido Quintesetz y él nos ha suplicado que no fuéramos.

—No lo crea, Janov. Lo ha hecho por puro formulismo. Se ha asegurado de que iríamos a Gaia. Janov, usted me admira por haber arrancado la información a Quintesetz. Lo siento, pero no merezco esa admiración. Aunque no hubiera hecho absolutamente nada, nos la habría dado. Aunque me hubiera tapado los oídos, me la habría gritado.

—¿Por qué dice eso, Golan? Es una locura.

—¿Paranoide? Sí, lo sé. —Trevize se volvió hacia la computadora, se concentró intensamente y declaró—: No intentan detenernos. No hay naves en los alrededores y no se detecta ninguna señal de peligro.

Se volvió de nuevo hacia Pelorat y dijo:

—Vamos a ver, Janov, ¿cómo descubrió la existencia de Gaia? Usted sabía que Gaia existía cuando aún estábamos en Términus. Sabía que se hallaba en el Sector de Sayshell. Sabía que el nombre equivalía a la Tierra. ¿Cómo se enteró de todo esto?

Pelorat pareció envararse y repuso:

—Si estuviese en mi despacho de Términus, podría consultar los archivos. No lo he traído todo, y no recuerdo en qué fecha descubrí esto o aquello.

—Pues inténtelo —dijo Trevize con severidad—. Tenga en cuenta que los mismos sayshellianos se niegan a hablar de tema. Son tan reacios a hablar de Gaia que han alentado la superstición de que no existe tal planeta en el espacio ordinario. De hecho, puedo decirle algo más. ¡Observe!

Trevize se volvió hacia la computadora y alargó las manos hacia los soportes con la desenvoltura de una larga experiencia. Cuando estableció contacto notó, como siempre, que una parte de su voluntad fluía hacia fuera.

—Este es el mapa galáctico de la computadora, tal como existía en su banco de datos antes de que aterrizáramos en Sayshell. Voy a mostrarle la porción del mapa que representa el cielo nocturno de Sayshell tal como lo vimos anoche.

La habitación se oscureció y una representación de un cielo nocturno surgió en la pantalla.

Pelorat comentó en voz baja:

—Tan hermoso como lo vimos en Sayshell.

—Más hermoso —dijo Trevize con impaciencia—. No hay interferencias atmosféricas de ninguna clase, ni nubes, ni absorción en el horizonte. Pero espere, déjeme realizar un ajuste.

El paisaje cambió, dándoles la incómoda sensación de que eran ellos quienes se movían. Pelorat se agarró instintivamente a los brazos de la butaca para estabilizarse.

—¡Allí! —exclamó Trevize—. ¿Lo reconoce?

—Por supuesto. Son las Cinco Hermanas, el pentágono de estrellas que nos enseñó Quintesetz. Es inconfundible.

—En efecto. Pero ¿dónde está Gaia?

Pelorat parpadeó. No había ninguna estrella mortecina en el centro.

—No está ahí —dijo.

—Exactamente. No está ahí. Y eso es porque su emplazamiento no está incluido en el banco de datos de la computadora. Puesto que resultaría absurdo suponer que dicha omisión se haya hecho deliberadamente por nuestra causa, deduzco que para los galactógrafos de la Fundación que elaboraron ese banco de datos, y que tenían una enorme cantidad de información a su disposición, Gaia era desconocido.

—¿Supone que si hubiéramos ido a Trántor…? —empezó Pelorat.

—Sospecho que allí tampoco habríamos encontrado datos sobre Gaia. Los sayshellianos mantienen su existencia en secreto y, lo que es más, sospecho que los gaianos también lo hacen. Usted mismo me dijo que algunos mundos procuraban pasar desapercibidos para evitar impuestos o interferencias exteriores.

—Normalmente —explicó Pelorat—, cuando los cartógrafos y estadísticos descubren un mundo de estos, se encuentran en una sección poco poblada de la Galaxia. Su aislamiento les permite esconderse.

Gaia no está aislado.

—Así es. Esa es otra de las cosas que lo hacen anormal. Dejemos este mapa en la pantalla para que usted y yo podamos seguir ponderando la ignorancia de nuestros galactógrafos y permítame volver a preguntárselo… En vista de esta ignorancia por parte de personas tan bien informadas, ¿cómo se enteró usted de la existencia de Gaia?

—He estado reuniendo datos acerca de mitos sobre la Tierra, leyendas sobre la Tierra, e historias sobre la Tierra durante más de treinta años, mi querido Golan. Sin mis archivos completos, ¿cómo puedo yo…?

—Debemos intentarlo, Janov. ¿Se enteró de su existencia, digamos, en los quince primeros años de su investigación o en los quince últimos?

—¡Ah! Bueno, si vamos a ser tan imprecisos, fue últimamente.

—Estoy seguro de que puede concretar un poco más. Supongamos que le sugiero que fue en los dos últimos años.

Trevize forzó la vista en dirección a Pelorat; le resultó imposible ver su cara en la penumbra, y aumentó ligeramente la intensidad de la luz. El fulgor del cielo nocturno reflejado en la pantalla disminuyó en proporción. La expresión de Pelorat era impasible y no revelaba nada.

—¿Y bien? —inquirió Trevize.

—Estoy pensando —contestó Pelorat con suavidad—. Es posible que tenga razón. No podría jurarlo. Cuando escribí a Jimbor, de la Universidad de Ledbet, no le mencioné Gaia, aunque en este caso no habría sido oportuno hacerlo así, y eso fue en… veamos… en el 95, hace tres años. Creo que tiene razón, Golan.

—Y, ¿cómo se enteró? —preguntó Trevize—. ¿Por un comunicado? ¿Un libro? ¿Un artículo científico? ¿Una canción antigua? ¿Cómo? ¡Vamos!

Pelorat se recostó en la butaca y cruzó los brazos. Se sumió en sus pensamientos y no se movió. Trevize no dijo nada y esperó.

Finalmente Pelorat declaró:

—Por medio de un comunicado privado. Pero no me pregunte de quién, mi querido muchacho. No lo recuerdo.

Trevize movió las manos sobre su cinturón. Las notaba sudorosas debido a sus esfuerzos por obtener información sin poner las palabras en la boca del otro.

—¿De un historiador? ¿De un experto en mitología? ¿De un galactógrafo? —preguntó.

—Es inútil. No puedo relacionar un nombre con el comunicado.

—Porque, tal vez, no había ninguno.

—Oh, no. Eso no parece posible.

—¿Por qué? ¿Habría usted rechazado un comunicado anónimo?

—Supongo que no.

—¿Recibió alguno?

—Recibo alguno muy de vez en cuando. Últimamente había llegado a ser muy conocido en ciertos círculos académicos como coleccionista de determinados mitos y leyendas, y algunos de mis corresponsales habían sido tan amables de expedirme material recogido de fuentes no académicas. A veces no podía atribuirse a nadie en particular.

—Sí, pero ¿recibió alguna vez información anónima directamente, y no por medio de algún corresponsal académico? —dijo Trevize.

—Alguna vez, pero muy pocas.

—Y, ¿puede estar seguro de que no fue así en el caso de Gaia?

—Esos comunicados anónimos son algo tan insólito que debería recordar si fue así en este caso. Sin embargo, no puedo asegurar que la información no tenía un origen anónimo. De todos modos, eso no es decir que recibí la información de una fuente anónima.

—Lo comprendo. Pero es una posibilidad, ¿no?

Pelorat respondió, muy de mala gana:

—Supongo que sí. Pero ¿qué significa todo esto?

—Aún no he terminado —dijo Trevize con tono perentorio—. ¿De dónde procedía la información, anónima o no? ¿De qué mundo?

Pelorat se encogió de hombros.

—La verdad, no tengo ni la menor idea.

—¿Pudo ser Sayshell?

—Ya se lo he dicho. No lo sé.

—Estoy sugiriéndole que la recibió desde Sayshell.

—Puede sugerir todo lo que quiera, pero eso no lo convierte necesariamente en un hecho.

—¿No? Cuando Quintesetz señaló la estrella mortecina del centro de las Cinco Hermanas, usted supo inmediatamente que era Gaia. Se lo dijo después a Quintesetz, identificándola antes que él. ¿Lo recuerda?

—Sí, por supuesto.

—¿Cómo fue posible? ¿Cómo supo enseguida que la estrella mortecina era Gaia?

—Porque en el material que yo tenía sobre Gaia, raramente se la designaba por ese nombre. Los eufemismos eran corrientes, y muy distintos. Uno de los eufemismos, repetido varias veces, era «el Hermano Menor de las Cinco Hermanas». Otro era «el Centro del Pentágono» y a veces se la denominaba «o Pentágono». Cuando Quintesetz nos enseñó las Cinco Hermanas y la estrella central, las alusiones me vinieron irresistiblemente a la memoria.

—Nunca me había mencionado esas alusiones con anterioridad.

—No sabía qué significaban y no pensaba que fuese necesario tratar el asunto con usted, que no era un… —Pelorat titubeó.

—¿Especialista?

—Sí.

—Se hace cargo, supongo, de que el pentágono de las Cinco Estrellas es una forma enteramente relativa.

—¿Qué quiere decir?

Trevize se rio afectuosamente.

—¡Oh, viejo gusano de superficie! ¿Acaso cree que el cielo tiene una forma objetiva propia? ¿Que las estrellas están clavadas en un lugar determinado? El pentágono tiene la forma que tiene desde la superficie de los mundos del sistema planetario al que pertenece el planeta Sayshell, y sólo desde ahí. Desde un planeta que gire en torno a cualquier otra estrella, el aspecto de las Cinco Hermanas es distinto. Por un lado, se ven desde un ángulo distinto; por otro, las cinco estrellas del pentágono están a distintas distancias de Sayshell y, vistas desde otros ángulos, podría no haber relación visible entre todas ellas. Una o dos estrellas podrían estar en una mitad del cielo, y las demás en la otra mitad. Mire…

Trevize volvió a oscurecer la habitación y se inclinó sobre la computadora.

—Ochenta y seis sistemas planetarios habitados constituyen la Unión de Sayshell. Mantengamos Gaia, o el lugar donde Gaia debería estar, en el mismo sitio —al decir esto, un pequeño círculo rojo apareció en el centro del pentágono de las Cinco Hermanas—, y comprobemos cómo ven el cielo desde uno cualquiera de los otros ochenta y seis mundos tomado al azar.

El cielo cambió y Pelorat parpadeó. El pequeño círculo rojo permaneció en el centro de la pantalla, pero las Cinco Hermanas habían desaparecido. Había estrellas brillantes en las proximidades, pero ningún pentágono bien definido. El cielo cambió otra vez, y otra, y otra. Siguió cambiando. El círculo rojo permaneció siempre en su lugar, pero en ningún momento apareció un pequeño pentágono de estrellas igualmente brillantes. Algunas veces apareció un deformado pentágono de estrellas desigualmente brillantes, pero nada igualaba al hermoso asterismo que Quintesetz había señalado.

—¿Ha tenido suficiente? —preguntó Trevize—. Se lo aseguro, las Cinco Hermanas no pueden verse exactamente como las hemos visto desde cualquier mundo habitado más que desde los mundos del sistema planetario de Sayshell.

—El panorama sayshelliano debió de ser exportado a otros planetas. En la época imperial había muchos proverbios, algunos de los cuales se reflejan incluso en los nuestros, que estaban centrados en Trántor —dijo Pelorat.

—¿Siendo Sayshell tan reservado sobre Gaia como sabemos que es? Y, ¿por qué iban a mostrarse interesados unos mundos no pertenecientes a la Unión de Sayshell? ¿Por qué iba a importarles un «Hermano Menor de las Cinco Hermanas» si no veían nada de esto en su propio cielo?

—Quizá tenga razón.

—Entonces, ¿no comprende que su información original tuvo que proceder del mismo Sayshell? No de algún lugar de la Unión, sino específicamente del sistema planetario al que pertenece el mundo capital de la Unión.

Pelorat meneó la cabeza.

—Lo dice como si tuviera que ser así, pero yo no lo recuerdo. Simplemente, no lo recuerdo.

—Sin embargo, ve la fuerza del argumento, ¿verdad?

—Sí, así es.

—Y ahora… ¿Cuándo cree que pudo originarse la leyenda?

—En cualquier época. Supongo que surgió a principios de la Era Imperial. Parece una antigua…

—Se equivoca, Janov. Las Cinco Hermanas están relativamente cerca del planeta Sayshell, por esa razón son tan brillantes. En consecuencia, cuatro de ellas tienen un movimiento propio y ninguna forma parte de la misma familia, de modo que se mueven en direcciones distintas. Observe lo que ocurre si hago retroceder lentamente el mapa en el tiempo.

También ahora el círculo rojo que señalaba el emplazamiento de Gaia permaneció en su lugar, pero el pentágono fue deshaciéndose, a medida que cuatro de las estrellas se alejaban en distintas direcciones y la quinta se desplazaba ligeramente.

—Mire eso, Janov —dijo Trevize—. ¿Le parece que eso era un pentágono regular?

—Claramente asimétrico —respondió Pelorat.

—Y, ¿está Gaia en el centro?

—No, está muy hacia el lado.

—Muy bien. Así es cómo se veía el asterismo hace ciento cincuenta años. Un siglo y medio, eso es todo.

El material que usted recibió acerca del «Centro del Pentágono», y demás no tenía sentido hasta este siglo en ningún sitio, ni siquiera en Sayshell. El material que usted recibió tuvo que originarse en Sayshell y a lo largo de este siglo, quizás en la última década. Y lo recibió, a pesar de que Sayshell sea tan reservado acerca de Gaia.

Trevize encendió las luces, apagó el mapa estelar, y miró seriamente a Pelorat.

—Estoy desconcertado. ¿Qué significa todo esto? —dijo Pelorat.

—¿Y a mi me lo pregunta? ¡Piense! Un buen día se me ocurrió la idea de que la Segunda Fundación aún existía. Estaba haciendo un discurso durante mi campaña electoral. Inicié una pequeña estrategia emocional destinada a obtener el voto de los indecisos con un dramático «Si la Segunda Fundación aún existiera…» y poco después me dije a mí mismo: ¿Y si realmente existiera todavía? Empecé a leer libros de historia y al cabo de una semana, estaba convencido.

»No había ninguna prueba terminante, pero siempre he creído tener el don de llegar a la conclusión correcta basándome en simples especulaciones. Sin embargo, esta vez…

Trevize caviló un poco, y luego prosiguió:

—Y mire lo que ha sucedido desde entonces. De todas las personas, escogí a Compor para confidente y me traicionó. Después de eso la alcaldesa Branno me hizo arrestar y me envió al exilio. ¿Por qué al exilio, en vez de limitarse a encarcelarme, o a tratar de imponerme silencio con amenazas? ¿Y por qué en una nave último modelo que me da el extraordinaria poder de saltar a través de la Galaxia? ¿Y por qué insiste precisamente en que vaya con usted y sugiere que le ayude a buscar la Tierra?

»Y, ¿por qué estaba yo tan seguro de que no debíamos ir a Trántor? Estaba convencido de que existía un lugar mejor para nuestras investigaciones y entonces usted me habla del misterioso mundo de Gaia, respecto al cual, como ahora sabemos, recibió información en circunstancias inexplicables.

»Vamos a Sayshell, la primera parada natural, y entonces encontramos a Compor, que nos cuenta una historia sobre la Tierra y su muerte. Después nos asegura que está en el Sector de Sirio y nos recomienda que vayamos allí.

—Ahí tiene. Usted parece estar deduciendo que todas las circunstancias nos empujan hacia Gaia pero, como ha dicho, Compor intentó persuadimos de que fuéramos a otro lugar —dijo Pelorat.

—Y, en respuesta, yo decidí seguir en nuestra línea de investigación original debido a mi desconfianza hacia ese hombre. ¿No cree que él debía de contar con ello? Es posible que nos aconsejara deliberadamente ir a otro lugar para impedir que lo hiciéramos.

—Eso es mera fantasía —murmuró Pelorat.

—¿De verdad? Prosigamos. Nos ponemos en contacto con Quintesetz simplemente porque estaba a mano…

—De ningún modo —replicó Pelorat—. Yo reconocí su nombre.

—Le pareció familiar. No había leído nada de lo que había escrito…: que usted recordara. ¿Por qué le resultó familiar? En cualquier caso, dio la casualidad de que él sí había leído un artículo escrito por usted y le había encantado; ¿hasta qué punto era eso probable? Usted mismo admite que su trabajo no es muy conocido.

»Lo que es más, la joven que nos conducía hasta él menciona gratuitamente Gaia y nos dice que está en el hiperespacio, como para asegurarse de que lo recordaremos. Cuando se lo preguntamos a Quintesetz, se comporta como si no quisiera hablar de ello, pero no nos echa, a pesar de que soy bastante brusco con él. En cambio nos lleva a su casa y, por el camino, se toma la molestia de enseñarnos las Cinco Hermanas. Incluso se asegura de que reparemos en la estrella mortecina del centro. ¿Por qué? ¿No es una extraordinaria sucesión de coincidencias?

—Si las enumera de ese modo… —dijo Pelorat.

—Enumérelas como le plazca —repuso Trevize—. Yo no creo en tan extraordinarias sucesiones de coincidencias.

—Entonces, ¿qué significa todo esto? ¿Que nos están empujando hacia Gaia?

—Sí.

—¿Quién?

Trevize contestó:

—No hay ninguna duda al respecto. ¿Quién es capaz de ajustar las mentes, de dar leves toques a esta o aquella, de conseguir desviar el avance en esta o aquella dirección?

—Va a decirme que es la Segunda Fundación.

—Bueno, ¿qué nos han contado sobre Gaia? Es intocable. Las flotas que pretenden atacarlo son destruidas. Las personas que llegan allí no regresan. Ni siquiera el Mulo se atrevió a atacarlo, y el Mulo, de hecho, probablemente nació allí. Todo parece indicar que Gaia es la Segunda Fundación y, después de todo, mi objetivo primordial es averiguarlo.

Pelorat meneó la cabeza.

—Pero, según algunos historiadores, la Segunda Fundación detuvo al Mulo. ¿Cómo podía ser uno de ellos?

—Un renegado, supongo.

—Pero ¿por qué querría la Segunda Fundación arrastrarnos tan inexorablemente hacia la Segunda Fundación?

Trevize tenía la mirada perdida en la lejanía y la frente surcada de arrugas.

—Deduzcámoslo. Siempre le ha parecido muy importante a la Segunda Fundación que la Galaxia sepa lo menos posible acerca de ella. Quiere que su existencia siga siendo desconocida. Es lo único que sabemos de ellos. Durante ciento veinte años se ha creído que la Segunda Fundación había sido destruida, y eso debe de haber sido muy conveniente para sus propósitos. Sin embargo, cuando yo empecé a sospechar que si existía, no hicieron nada. Compor lo sabía. Podrían haberle utilizado para silenciarme de un modo u otro, aunque fuese matándome. Sin embargo, no hicieron nada.

—Le hicieron arrestar, si es que quiere culpar de ello a la Segunda Fundación. Según lo que usted me explicó, eso dio como resultado que el pueblo de Términus no conociera sus opiniones. El pueblo de la Segunda Fundación alcanzó ese objetivo sin violencia, por lo que quizá piensen, como Salvor Hardin, que «la violencia es el último refugio de los incompetentes» —dijo Pelorat.

—Pero ocultarlo al pueblo dé Términus no basta. La alcaldesa Branno conoce mis puntos de vista y, en el peor de los casos, debe de preguntarse si estoy en lo cierto. Y ahora ya es demasiado tarde para atacarnos. Si se hubieran librado de mí en un principio, estarían a salvo. Si me hubieran dejado en paz, quizá también estarían a salvo, pues habrían podido hacer creer a Términus que yo era un excéntrico o tal vez un loco. El previsible derrumbamiento de mi carrera política incluso podría haberme forzado a guardar silencio en cuanto hubiese visto lo que significaría el anuncio de mis creencias.

»Y ahora es demasiado tarde para que hagan nada.

La alcaldesa Branno receló tanto de la situación como para enviar a Compor tras de mí y, mucho más astuta que yo, tampoco confió en él, por lo que colocó un hiperrelé en la nave de Compor. En consecuencia, sabe que estamos en Sayshell. Y anoche, mientras usted dormía, hice que nuestra computadora enviara un mensaje directamente a la computadora del embajador de la Fundación en Sayshell, explicándole que nos dirigíamos a Gaia. También me tomé la molestia de darle sus coordenadas. Si la Segunda Fundación nos hace algo ahora, estoy seguro de que la alcaldesa Branno investigará el asunto, y la atención concentrada de la Fundación debe de ser precisamente lo que ellos no quieren.

—¿Les preocuparía atraer la atención de la Fundación, si fueran tan poderosos?

—Si —respondió Trevize con energía—. Se ocultan porque, en ciertos aspectos, deben de ser débiles, y porque el desarrollo tecnológico de la Fundación tal vez sea incluso mayor de lo que el mismo Seldon pudo prever. El modo discreto, e incluso furtivo, en que están empujándonos hacia su mundo parece demostrar su empeño en no hacer nada que llame la atención. Y en este caso, ya han perdido, al menos en parte, pues han llamado la atención, y dudo que puedan hacer nada para invertir la situación.

Pelorat preguntó:

—Pero ¿por qué hacen todo esto? ¿Por qué se destruyen a sí mismos, si su análisis es correcto, persiguiéndonos a través de la Galaxia? ¿Qué quieren de nosotros?

Trevize miró fijamente a Pelorat y se sonrojó.

—Janov —dijo—, tengo una corazonada al respecto. Poseo este don de llegar a una conclusión correcta partiendo de casi nada. Siento una especie de seguridad en mi interior que me dice cuando tengo razón… y ahora estoy seguro. Yo tengo algo que ellos necesitan, y lo necesitan tanto como para arriesgar su propia existencia. No sé qué puede ser, pero he de averiguarlo, porque si lo tengo y es tan poderoso, quiero poder utilizarlo para lo que yo creo que es correcto. —Se encogió ligeramente de hombros—. ¿Aún desea venir conmigo, viejo amigo, ahora que sabe lo loco que estoy?

Pelorat contestó:

—Le he dicho que tenía fe en usted. Aún la tengo.

Y Trevize se echó a reír con enorme alivio.

—¡Maravilloso! Porque otra de mis corazonadas es que, por alguna razón, usted también es esencial en este asunto. Así pues, Janov, pongamos rumbo hacia Gaia, a toda velocidad. ¡Adelante!

56

La alcaldesa Harla Branno aparentaba mucha más edad que los sesenta y dos años que tenía. No siempre parecía mayor, pero ahora sí. Había estado suficientemente absorta en sus pensamientos para olvidarse de rehuir el espejo y había visto su imagen cuando iba de camino hacia la sala de mapas. Así pues, era consciente de su aspecto macilento y cansado.

Suspiró. Resultaba agotador. Cinco años de alcaldesa y la verdadera autoridad tras dos títeres durante los doce años anteriores. Todos ellos habían sido tranquilos todos ellos prósperos, todos ellos… agotadores. Se preguntó qué habría ocurrido si hubiera habido tensiones, fracasos o desastres.

A ella personalmente no le había ido mal —decidió de pronto—. La acción le habría dado fuerzas. Era la horrible certeza de no poder hacer nada lo que la había consumido.

Era el Plan Seldon lo que tenía éxito y era la Segunda Fundación quien se aseguraba de que continuase teniéndolo. Ella, pese a ser la máxima autoridad de la Fundación (en realidad de la Primera Fundación, aunque nadie en Términus pensara jamás en añadirle el adjetivo), sólo se dejaba llevar.

La historia diría poco o nada sobre ella. Únicamente se hallaba ante los mandos de una astronave, mientras la astronave era pilotada por control remoto.

Incluso Indbur III, que gobernaba durante la catastrófica toma de la Fundación por el Mulo, había hecho algo. Al menos él había fracasado.

¡La alcaldesa Branno no haría nada!

A menos que ese Golan Trevize, ese consejero insensato, ese pararrayos, consiguiera…

Miró el mapa con aire pensativo. No era el tipo de estructura producida por una computadora moderna. Más bien, era un racimo tridimensional de luces que representaba la Galaxia holográficamente en el aire. Aunque no se podía mover, girar, duplicar o reducir, uno podía moverse a su alrededor y verlo desde todos los ángulos.

Una amplia sección de la Galaxia, quizás un tercio del total (excluido el núcleo, que era un «terreno sin vida»), se tornó roja cuando ella tocó un contacto.

Era la Confederación de la Fundación, los más de siete millones de mundos habitados gobernados por el Consejo y por ella misma, los siete millones de mundos habitados que votaban a sus representantes en la Casa de los Mundos, la cual debatía cuestiones de menor importancia y les votaba a ellos, y nunca, ni por casualidad se ocupaba de nada realmente importante.

Otro contacto y una sombra de color rosa se extendió hacia fuera desde los limites de la Confederación, aquí y allí ¡Esferas de influencia! No era territorio de la Fundación, pero las regiones, aunque nominalmente independientes jamás soñarían con resistirse a la Fundación.

La alcaldesa no albergaba la menor duda de que ningún poder de la Galaxia podía oponerse a la Fundación (ni siquiera la Segunda Fundación, aunque nadie supiese dónde estaba), y de que la Fundación podía fletar sus modernas naves cuando quisiera y establecer el Segundo Imperio.

Pero solo habían pasado cinco siglos desde el inicio del plan. El plan requería diez siglos para que el Segundo Imperio pudiera ser establecido, y la Segunda Fundación se aseguraría de que el Plan fuese respetado. La alcaldesa meneó tristemente su cabeza gris. Si la Fundación actuaba ahora, fracasaría de algún modo. Aunque sus naves fuesen irresistibles, la acción fracasaría.

A menos que Trevize, el pararrayos, atrajera el rayo de la Segunda Fundación, y el rayo pudiera ser rastreado hasta el punto de origen.

Miro a su alrededor. ¿Dónde estaba Kodell? Este no era momento para que llegara tarde.

Fue como si su pensamiento le hubiera llamado, pues entró en aquel instante, sonriendo alegremente, más parecido que nunca a un benévolo abuelo con su bigote canoso y tez bronceada. Un abuelo, pero no viejo. Sin duda era ocho años menor que ella.

¿Cómo era posible que no revelara signos de tensión? ¿Acaso, quince años de director de Seguridad no dejaban marca?

57

Kodell inclinó lentamente la cabeza en el ceremonioso saludo que se requería para iniciar una conversación con la alcaldesa. Era una tradición que había existido desde la lamentable época de los Indbur. Casi todo había cambiado, pero la etiqueta seguía siendo la misma.

—Lamento llegar tarde, alcaldesa, pero el arresto del consejero Trevize finalmente empieza a traspasar la anestesiada piel del Consejo —dijo.

—¿Ah sí? —preguntó flemáticamente la alcaldesa—. ¿Nos enfrentamos a una revolución palaciega?

—Ni mucho menos. Todo está controlado. Pero, sin duda, habrá ruido.

—Que hagan ruido. Así se desahogarán, y yo… yo me mantendré al margen. ¿Puedo contar, supongo, con la opinión del público en general?

—Creo que sí. Especialmente con la de fuera de Términus. Nadie fuera de Términus se preocupa por lo que pueda ocurrirle a un consejero descarriado.

—Yo si.

—¿Ah? ¿Más noticias?

—Liono —dijo la alcaldesa—. Quiero saber algo de Sayshell.

—No soy un libro de historia con dos piernas —contestó Liono Kodell, sonriendo.

—No quiero historia. Quiero la verdad. ¿Por qué es Sayshell independiente? Mírelo. —Señaló el rojo de la Fundación sobre el mapa holográfico y allí, bien adentrado en las espirales internas, había un punto blanco—. Lo tenemos casi encerrado, casi absorbido, pero es blanco. Nuestro mapa ni siquiera indica si es un aliado leal de color rosa.

Kodell se encogió de hombros.

—Oficialmente no es un aliado leal, pero nunca nos molesta. Es neutral.

—De acuerdo. Entonces, vea esto. —Otro toque a los mandos. El rojo se extendió aún más. Cubrió casi la mitad de la Galaxia—. Esos —dijo la alcaldesa Branno— eran los dominios del Mulo en el momento de su muerte. Si la busca atentamente entre el rojo, encontrará la Unión de Sayshell, esta vez rodeada por completo, pero también en blanco. Es el único enclave al que el Mulo permitió conservar la independencia.

—Entonces también era neutral.

—El Mulo no tenía un gran respeto por la neutralidad.

—En este caso, parece haberlo tenido.

—Parece haberlo tenido. ¿Qué tiene Sayshell?

—¡Nada! Créame, alcaldesa, será nuestro cuando queramos —respondió Kodell.

—¿Ah sí? Sin embargo, por alguna razón, no es nuestro.

—No hay ninguna razón para que queramos que lo sea.

Branno se recostó en su butaca y, con una pasada del brazo sobre los mandos, oscureció la Galaxia.

—Creo que ahora lo queremos.

—¿Perdón, alcaldesa?

—Liono, envié a ese necio consejero al espacio como un pararrayos. Pensé que la Segunda Fundación lo consideraría un peligro mayor de lo que era y consideraría a la misma Fundación un peligro menor. El rayo lo fulminaría y nos revelaría su origen.

—¡Sí, alcaldesa!

—Mi intención era que fuese a las podridas ruinas de Trántor para consultar lo que quedara de su biblioteca, si es que quedaba algo, y buscara la Tierra. Recordará que este es el mundo donde esos fastidiosos místicos nos dicen que se originó la humanidad, como si eso importara, aun en el improbable caso de que fuese verdad. La Segunda Fundación no habría creído que eso era lo que realmente perseguía y se habrían movido para descubrir lo que buscaba en realidad.

—Pero no fue a Trántor.

—No. Inesperadamente, ha ido a Sayshell. ¿Por qué?

—No lo sé. Pero haga el favor de perdonar a un viejo sabueso cuyo deber es sospechar de todos y dígame cómo sabe que él y ese tal Pelorat han ido a Sayshell. Sé que Compor nos lo ha comunicado, pero ¿hasta qué punto podemos confiar en Compor?

—El hiperrelé nos dice que la nave de Compor ha aterrizado realmente en el planeta Sayshell.

—Sin duda, pero ¿cómo sabemos que Trevize y Pelorat lo han hecho? Compor puede haber ido a Sayshell por sus propias razones y puede no saber dónde están los otros.

—El hecho es que nuestro embajador en Sayshell nos ha informado de la llegada de la nave donde colocamos a Trevize y Pelorat. No estoy dispuesta a creer que la nave llegó a Sayshell sin ellos. Lo que es más, Compor informa haber hablado con ellos y, si no queremos fiarnos de él, tenemos otros informes que los sitúan en la Universidad de Sayshell, donde consultaron con un historiador sin demasiado renombre.

—Nada de esto —dijo Kodell con mansedumbre— me ha sido comunicado.

Branno irguió la cabeza altiva.

—No se sienta humillado. Yo me ocupo personalmente de este asunto y ya le he puesto al corriente de todo, sin demasiado retraso, por cierto. Las últimas noticias que acabo de recibir proceden del embajador. Nuestro pararrayos sigue adelante. Permaneció dos días en el planeta Sayshell, y luego se marchó. Dice que se dirige hacia otro sistema planetario, a unos diez pársecs de distancia. Le dio el nombre y las coordenadas galácticas de su destino al embajador, quien nos los ha transmitido.

—¿Lo ha corroborado Compor?

—El mensaje por el que Compor nos informaba de que Trevize y Pelorat habían abandonado Sayshell llegó incluso antes que el mensaje del embajador.

Compor aún no ha determinado hacia dónde se dirige Trevize. Es de suponer que lo seguirá.

Kodell observó:

—Estamos pasando por alto los porqués de la situación. —Se metió una pastilla en la boca y la chupó con aire meditabundo—. ¿Por qué fue Trevize a Sayshell? ¿Por qué se marchó?

—La pregunta que me intriga más es: ¿Adónde? ¿Adónde va Trevize?

—Creo haberle oído decir, alcaldesa, que le dio el nombre y las coordenadas de su destino al embajador. ¿Está insinuando que mintió al embajador? ¿O que el embajador nos miente a nosotros?

—Aun suponiendo que todo el mundo haya dicho la verdad y que nadie haya cometido ningún error, hay un nombre que me interesa. Trevize comunicó al embajador que iba a Gaia. G-A-I-A. Trevize se lo deletreó.

Kodell se sorprendió.

—¿Gaia? Es la primera vez que lo oigo.

—¿De veras? No me extraña. —Branno señaló en el aire el lugar donde había estado el mapa—. En el mapa que hay en esta habitación, yo puedo localizar en un momento cada estrella alrededor de la que gira un mundo habitado y muchas estrellas prominentes con sistemas deshabitados. Si manejo adecuadamente los controles, puedo señalar más de treinta millones de estrellas en unidades aisladas, en pares o en racimos. Puedo señalarlas en cinco colores distintos, de una en una o todas a la vez. Lo que no puedo hacer es encontrar Gaia en el mapa. En este mapa, Gaia no existe.

—Por cada estrella representada en el mapa, hay diez mil que no lo están —observó Kodell.

—De acuerdo, pero las estrellas no representadas carecen de planetas habitados y, ¿para qué querría ir Trevize a un planeta deshabitado?

—¿Ha consultado la computadora central? Tiene una lista de los trescientos mil millones de estrellas galácticas.

—Eso me han dicho, pero ¿es cierto? Usted y yo sabemos muy bien que varios miles de planetas habitados no constan en ninguno de nuestros mapas, no sólo en el de esta habitación, sino tampoco en la computadora central. Al parecer, Gaia es uno de ellos.

La voz de Kodell siguió siendo pausada, incluso paciente.

—Alcaldesa, quizá no haya absolutamente nada por lo que preocuparse. Trevize puede estar persiguiendo una quimera o puede habernos mentido y no hay ninguna estrella llamada Gaia, y absolutamente ninguna en las coordenadas que nos ha dado. Intenta despistarnos ahora que ha visto a Compor, y quizá supone que vamos tras él.

—¿Cómo quiere despistamos? Compor no dejará de seguirle. No, Liono, se me ha ocurrido otra posibilidad, y es mucho más inquietante. Escúcheme… Hizo una pausa y advirtió:

—La habitación está acorazada, Liono. Entiéndalo bien. Nadie puede oírnos, de modo que hable sin reparos. Yo también lo haré.

»Ese tal Gaia, si aceptamos la información, está localizado a diez pársecs del planeta Sayshell, y por lo tanto forma parte de la Unión de Sayshell. La Unión de Sayshell es una zona de la Galaxia muy bien explorada. Todos sus sistemas estelares, habitados o no habitados, están registrados, y todos los habitados son conocidos con detalle. Gaia es la única excepción.

Habitado o no, nadie ha oído hablar de él; no figura en ningún mapa. Añadamos a esto que la Unión de Sayshell mantiene un peculiar estado de independencia con respecto a la Confederación de la Fundación, y que incluso lo hizo en relación con los anteriores dominios del Mulo. Ha sido independiente desde la caída del Imperio Galáctico.

—¿Y qué más? —preguntó Kodell con cautela.

—Sin duda los dos puntos están relacionados. Sayshell incorpora un sistema planetario totalmente desconocido y Sayshell es intocable. No pueden ser independientes. Sea Gaia lo que sea, se protege a sí mismo. Procura que no se conozca su existencia fuera de sus alrededores inmediatos, y protege esos alrededores para que ninguna fuerza extranjera pueda conquistarlos.

—¿Está insinuando, alcaldesa, que Gaia es la sede de la Segunda Fundación?

—Sólo estoy diciendo que Gaia merece una inspección.

—¿Me permite mencionar un punto extraño que podría ser difícil de explicar por medio de esta teoría?

—Le ruego que lo haga.

—Si Gaia es la Segunda Fundación y si, durante siglos, se ha protegido físicamente a si mismo contra los intrusos, protegiendo a toda la Unión de Sayshell como un ancho y profundo escudo, y si incluso ha impedido que su existencia fuera conocida en la Galaxia, ¿por qué se ha desvanecido súbitamente toda esta protección? Trevize y Pelorat parten de Términus y, aunque usted les había aconsejado ir a Trántor, van inmediatamente y sin vacilación a Sayshell y ahora a Gaia. Lo que es más, usted puede pensar en Gaia y especular sobre él. ¿Por qué no se lo impiden de algún modo?

La alcaldesa Branno no contestó durante largo rato. Tenía la cabeza inclinada y su cabello gris brillaba bajo la luz. Al fin dijo:

—Porque creo que el consejero Trevize ha trastornado las cosas de algún modo. Ha hecho algo, o está haciendo algo, que pone en peligro el Plan Seldon de alguna manera.

—Eso es imposible, alcaldesa.

—Supongo que todas las cosas y todas las personas tienen sus defectos. Sin duda, ni siquiera Hari Seldon fue perfecto. El Plan tiene un defecto en algún lugar y Trevize lo ha encontrado, quizá incluso sin saberlo. Tenemos que saber lo que está ocurriendo y tenemos que estar allí.

Finalmente, la expresión de Kodell fue grave.

—No tome decisiones por sí sola, alcaldesa. No queremos actuar sin la debida reflexión.

—No me tome por idiota, Liono. No voy a hacer la guerra. No voy a hacer desembarcar una fuerza expedicionaria en Gaia. Sólo quiero estar allí… o cerca de allí, si lo prefiere. Liono, averígüeme, odio hablar con un Ministerio de la Guerra que es tan ridículamente fanático después de ciento veinte años de paz, pero a usted no parece importarle, averigüe, digo, cuántas naves de guerra se hallan estacionadas cerca de Sayshell. ¿Podemos lograr que sus movimientos parezcan rutinarios y no una movilización?

—En estos bucólicos tiempos de paz, no hay, muchas naves en la vecindad, estoy seguro. Pero lo averiguaré.

—Incluso dos o tres serán suficientes, sobre todo si una es de la clase Supernova.

—¿Qué quiere hacer con ellas?

—Quiero que se acerquen lo más posible a Sayshell, sin crear un incidente, y que estén suficientemente cerca una de la otra para ofrecerse apoyo mutuo.

—¿Con qué propósito?

—Flexibilidad. Quiero poder atacar si es necesario.

—¿A la Segunda Fundación? Si Gaia pudo mantenerse aislado e intocable contra el Mulo, sin duda puede resistirse a unas cuantas naves.

Branno, con el brillo de la batalla en los ojos, respondió:

—Amigo mío, le he dicho que nada ni nadie es perfecto, ni siquiera Hari Seldon. Al trazar su Plan, no pudo dejar de ser una persona de su época. Era un matemático de los tiempos del Imperio moribundo, cuando la tecnología casi había desaparecido. De eso se deduce que no pudo dejar espacio suficiente en su Plan para el desarrollo tecnológico. La gravítica, por ejemplo, es una dirección completamente nueva que él no pudo adivinar. Y hay muchas otras cosas.

—Gaia también puede haber avanzado.

—¿Aislado? Vamos. En la Confederación de la Fundación hay diez cuatrillones de seres humanos, entre los cuales han surgido muchos que han aportado contribuciones al desarrollo tecnológico. Un solo mundo aislado no puede hacer nada comparable.

Nuestras naves avanzarán y yo estaré en ellas.

—Perdóneme, alcaldesa. ¿Cómo ha dicho?

—Yo misma estaré presente en las naves que se concentrarán en las fronteras de Sayshell. Quiero evaluar personalmente la situación.

Kodell se quedó boquiabierto durante unos momentos. Luego tragó saliva ruidosamente.

—Alcaldesa, esto no es… prudente. —Si alguna vez ha habido un hombre deseoso de hacer una observación más enérgica, este fue Kodell.

—Prudente o no —replicó Branno con violencia—, lo haré. Estoy harta de Términus y sus inacabables batallas políticas, sus luchas internas, sus alianzas y contraalianzas, sus traiciones y renovaciones. Llevo diecisiete años en el centro de todo esto y quiero hacer alguna otra cosa… cualquier otra cosa. Ahí fuera —agitó la mano en una dirección escogida al azar— puede estar cambiando toda la historia de la Galaxia y quiero tomar parte en el proceso.

—Usted no sabe nada de estas cosas, alcaldesa.

—¿Y quién sí, Liono? —Se puso en pie con rigidez—. En cuanto usted me traiga la información que necesito sobre las naves, y en cuanto yo tome disposiciones para que los necios asuntos de Términus sigan su curso, me marcharé. Y, Liono, no intente disuadirme de ningún modo o me olvidaré de nuestra larga amistad y le hundiré. Eso aún puedo hacerlo.

Kodell asintió.

—Lo sé, alcaldesa, pero antes de que se decida, ¿puedo pedirle que reconsidere el poder del Plan Seldon? Lo que usted se propone puede ser un suicidio.

—No abrigo ningún temor en ese sentido, Liono. El Plan se equivocó respecto al Mulo, cuya aparición no pudo prever, y si no fue capaz de prever una cosa, también puede no ser capaz de prever otra.

Kodell suspiró.

—En fin, si está realmente decidida, la apoyaré en la medida de mis posibilidades y con absoluta lealtad.

—Bien. Vuelvo a advertirle que será mejor para usted hacerlo así. Y teniendo esto presente, Liono, pongamos rumbo a Gaia. ¡Adelante!