16. Convergencia
64
Cuando Stor Gendibal divisó la nave de Compor en la pantalla, le pareció que era el final de un viaje increíblemente largo. Pero, por supuesto, no era el final, sino sólo el principio. El trayecto de Trántor a Sayshell no había sido nada más que el prólogo.
Novi se mostró impresionada.
—¿Es esta otra nave del espacio, maestro?
—Nave espacial, Novi. Lo es. Es la que queríamos alcanzar. Es una nave más grande que esta, y mejor. Puede viajar tan rápidamente por el espacio que, si huyera de nosotros, esta nave no podría atraparla…, ni siquiera seguirla.
—¿Más rápida que una nave de los maestros? —Sura Novi pareció consternada.
Gendibal se encogió de hombros.
—Como tú dices, es posible que yo sea un maestro, pero no lo soy en todo. Los sabios no tenemos naves como estas, ni tenemos muchos de los dispositivos materiales que poseen los dueños de esas naves.
—Pero ¿cómo pueden los sabios carecer de tales cosas, maestro?
—Porque somos maestros en lo que es importante. Los progresos materiales que tienen estos otros son bagatelas.
Las cejas de Novi se juntaron.
—A mí me parece que ir tan rápidamente que un maestro no pueda seguirte no es una bagatela. ¿Quiénes son esas personas que son tenedoras de maravillas… que tienen tales cosas?
Gendibal sonrió con diversión.
—Se llaman a sí mismos la Fundación. ¿Has oído hablar alguna vez de la Fundación? (Se sorprendió preguntándose qué sabrían o no sabrían los hamenianos de la Galaxia y por qué a los oradores nunca se les ocurría preguntarse estas cosas. ¿O era sólo él quien nunca se las había preguntado, y sólo él quien suponía que los hamenianos no se interesaban más que por trabajar la tierra?).
Novi meneó la cabeza con aire pensativo.
—Nunca he oído hablar de ella, maestro. Cuando el maestro de escuela me enseñó la ciencia de letras… a leer, quiero decir, me explicó que había muchos otros mundos y me dijo los nombres de algunos. Me explicó que nuestro mundo hameniano tenía el nombre propio de Trántor y que en otros tiempos había gobernado todos los mundos. Dijo que Trántor estaba cubierto de brillante hierro y tenía un emperador que era un maestro de todo.
Alzó los ojos hacia Gendibal con tímido regocijo.
—Sin embargo, descreo casi todo. Hay muchas historias que nos cuentan los hiladores de palabras en las salas de reunión en la época de noches más largas. Cuando era pequeña, las creía todas, pero al ir creciendo, fui descubriendo que muchas de ellas no eran verdad. Ahora creo muy pocas; quizá ninguna. Incluso los maestros de escuela cuentan historias increíbles.
—No obstante, Novi, esa historia en particular del maestro de escuela es cierta…, pero ocurrió hace mucho tiempo. Trántor estaba realmente cubierto de metal y tenía realmente un emperador que gobernaba toda la Galaxia. Ahora, sin embargo, es el pueblo de la Fundación quien gobernará todos los mundos algún día. Cada vez son más fuertes.
—¿Todos los mundos, maestro?
—No inmediatamente. Dentro de quinientos años.
—¿Y dominarán también a los maestros?
—No, no. Gobernarán los mundos. Nosotros les gobernaremos a ellos, por su seguridad y la seguridad de todos los mundos.
Novi volvió a fruncir el ceño y preguntó:
—Maestro, ¿tiene el pueblo de la Fundación muchas naves tan admirables como esta?
—Me imagino que si, Novi.
—¿Y otras cosas muy…, sorprendentes?
—Tienen poderosas armas de todas clases.
—Entonces, maestro, ¿no pueden conquistar todos los mundos ahora?
—No, no pueden. Aún no es tiempo.
—Pero ¿por qué no pueden? ¿Les detendrían los maestros?
—No sería necesario, Novi. Aunque no hiciéramos nada, no podrían conquistar todos los mundos.
—Pero ¿qué les detendría?
—Verás —empezó Gendibal—, hay un plan que trazó una vez un hombre muy sabio… —se interrumpió, sonriendo ligeramente, y meneó la cabeza—. Es difícil de explicar, Novi. En otro momento, quizá. De hecho, cuando veas lo que sucederá antes de que regresemos a Trántor, es posible que lo comprendas sin que yo te lo explique.
—¿Qué sucederá, maestro?
—No estoy seguro, Novi. Pero todo irá bien.
Se volvió y se preparó para establecer contacto con Compor. Y, mientras lo hacía, no pudo evitar que un recóndito pensamiento le dijera: «Por lo menos, así lo espero».
Se enojó instantáneamente consigo mismo, pues sabía cuál era la fuente del absurdo y enervante pensamiento. Era la imagen del enorme poderío de la Fundación bajo la forma de la nave de Compor y su pesar por la manifiesta admiración de Novi.
¡Qué estupidez! ¿Cómo podía comparar la posesión de la mera fuerza y el poder con la posesión de la facultad para guiar los acontecimientos? Era lo que muchas generaciones de oradores habían llamado «la falacia de la mano en la garganta».
¡Pensar que aún no era inmune a sus tentaciones!
65
Munn Li Compor no estaba nada seguro respecto a cómo debería comportarse. Durante la mayor parte de su vida, había tenido la visión de unos oradores todopoderosos que existían más allá de su círculo de experiencia; oradores con los que estaba en contacto de vez en cuando y que tenían a toda la humanidad en su misterioso poder.
De todos ellos, se había vuelto hacia Stor Gendibal, en tiempos recientes, para buscar ayuda. No era siquiera una voz lo que había encontrado la mayor parte de las veces, sino una mera presencia en su mente; hiperlenguaje sin hiperrelé.
En este aspecto, la Segunda Fundación había llegado mucho más lejos que la Fundación. Sin dispositivo material, sólo mediante el educado y desarrollado poder de la mente, podían comunicarse a través de los pársecs de un modo que nadie era capaz de transgredir. Era un sistema invisible e indetectable que mantenía el control sobre todos los mundos por medio de unos pocos individuos.
Compor había experimentado, más de una vez, una especie de exaltación al pensar en su papel. Qué reducido era el grupo del que formaba parte; qué enorme influencia ejercían. Y qué secreto era todo. Ni siquiera su esposa sabía nada de su vida oculta.
Y eran los oradores quienes movían los hilos; y este orador en particular, este Gendibal, podía ser (pensaba Compor) el siguiente primer orador, el más que un emperador del más que un Imperio.
Ahora Gendibal estaba aquí, en una nave de Trántor, y Compor intentaba borrar su decepción por el hecho de que el encuentro no tuviese lugar en el mismo Trántor.
¿Podía ser aquello una nave de Trántor? Cualquiera de los primeros comerciantes que habían llevado los productos de la Fundación a través de una Galaxia hostil habrían tenido una nave mejor que aquella. No era extraño que el orador hubiese tardado tanto en cubrir la distancia de Trántor a Sayshell.
Ni siquiera estaba equipada con el mecanismo de acoplamiento que habría unido las dos naves para el transbordo. Incluso la desdeñable flota sayshelliana lo poseía. En cambio, el orador tuvo que igualar las velocidades y después lanzar una correa sobre el abismo y deslizarse por ella, como en tiempos imperiales.
Exactamente igual, pensó Compor con abatimiento, incapaz de refrenar la sensación. La nave no era más que una anticuada embarcación imperial y, por si esto fuera poco, pequeña.
Dos figuras avanzaban a lo largo de la correa, una de ellas tan torpemente que debía de ser la primera vez que se aventuraba a salir al espacio.
Al fin llegaron a bordo y se quitaron los trajes espaciales. El orador Stor Gendibal era un hombre de estatura media y aspecto normal; no era grande ni vigoroso, ni exudaba un aire de saber. Sus ojos oscuros y hundidos constituían la única indicación de su sabiduría. Pero entonces el orador miró en torno suyo con una clara indicación de estar impresionado.
El otro era una mujer tan alta como Gendibal, de aspecto vulgar. Abrió la boca con estupefacción mientras miraba a su alrededor.
66
Deslizarse por la correa no había sido una experiencia totalmente desagradable para Gendibal. No era astronauta, ningún miembro de la Segunda Fundación lo era, pero tampoco era un completo gusano de superficie, pues a ningún miembro de la Segunda Fundación se le permitía serlo. Al fin y al cabo, la posible necesidad de emprender un vuelo espacial era una amenaza constante para todos ellos, aunque hasta el último miembro de la Segunda Fundación esperaba que esa necesidad no surgiera con frecuencia. (Preem Palver, cuya experiencia en viajes espaciales era legendaria, había dicho una vez, sin poder ocultar su tristeza, que la medida del éxito de un orador era la escasez de veces que tuviera que salir al espacio para asegurar el éxito del Plan).
Gendibal había tenido que utilizar una correa en tres ocasiones. Esta era la cuarta y, aunque le hubiese causado ansiedad, habría desaparecido ante su inquietud por Sura Novi. No necesitó la mentálica para ver que su próxima salida al vacío la había trastornado completamente.
—Yo ser temerosa, maestro —dijo, cuando él le explicó lo que debería hacer—. Ser la vaciedad y yo no puedo poner el pie en nada. —Si no otra cosa, su repentina adopción del dialecto hameniano habría revelado el alcance de su preocupación.
Gendibal arguyó con amabilidad:
—No puedo dejarte a bordo de esta nave, Novi, porque yo iré a la otra y debo tenerte conmigo. No hay peligro, pues tu traje espacial te protegerá de todo mal y no hay lugar donde puedas caerte. Aunque llegues a soltarte de la correa, permanecerás casi en el mismo sitio y yo estaré cerca para cogerte. Vamos, Novi, demuéstrame que eres valiente, y suficiente mente inteligente para convertirte en sabia.
No hizo más objeciones y Gendibal, aunque reacio a alterar la uniformidad de su mente, se decidió a inyectar un toque tranquilizador en la superficie de la misma.
—Puedes seguir hablándome —dijo, una vez se hubieron puesto los trajes espaciales—. Te oiré si piensas intensamente. Piensa las palabras con intensidad y claridad, una por una. Me oyes ahora, ¿verdad?
—Sí, maestro —contestó ella.
Gendibal vio moverse sus labios a través, de la placa transparente y dijo:
—Habla sin mover los labios, Novi. No hay radio en los trajes de los sabios. Todo se hace con la mente.
Los labios de Novi no se movieron y su expresión se hizo más ansiosa: «¿Me oyes, maestro?».
«Perfectamente bien —pensó Gendibal, sin mover tampoco los labios—. ¿Me oyes tú?».
—«Sí, maestro».
—«Entonces, ven conmigo y haz lo que yo haga».
Salieron de la nave. Gendibal sabía la teoría, aunque sólo dominara la práctica moderadamente bien.
—El truco era mantener las piernas juntas y extendidas, y balancearlas sólo desde las caderas. Esto hacía que el centro de gravedad se desplazara en línea recta mientras los brazos se balanceaban hacia delante en una alternancia continua. Se lo había explicado a Sura Novi y, sin volverse a mirarla, examinó la actitud de su cuerpo por la configuración de las zonas motoras de su cerebro.
Para ser una novata, lo hizo muy bien, casi tanto como Gendibal. Reprimió sus propias tensiones y siguió todas las indicaciones. Gendibal se sintió, una vez más, muy satisfecho de ella.
Sin embargo, no pudo ocultar su alegría al hallarse de nuevo en una nave, y Gendibal tampoco. Miró a su alrededor mientras se quitaba el traje espacial y se quedó atónito al ver el lujo y la calidad del equipo. No reconoció casi nada, y se le cayó el alma a los pies al pensar que tal vez dispusiera de muy poco tiempo para aprender a manejarlo todo. Tal vez tendría que absorber los conocimientos del hombre que ya estaba a bordo, lo cual nunca era tan satisfactorio como el verdadero saber.
Luego se concentró en Compor. Compor era alto y delgado, unos cinco años mayor que él, bastante apuesto en un estilo ligeramente frágil, y con un ensortijado cabello de un sorprendente amarillo mantecoso.
Gendibal vio claramente que se sentía decepcionado, hasta el desdén, por el orador con quien ahora se encontraba por primera vez. Lo que es más, ni siquiera lograba ocultarlo.
En general, a Gendibal no le importaban esas cosas. Compor no era trantoriano, ni tan sólo un miembro verdadero de la Segunda Fundación, y evidentemente tenía sus ilusiones. Incluso el más superficial examen de su mente lo revelaba. Entre ellas estaba la ilusión de que el poder real se relacionaba necesariamente con la apariencia de poder. Sin duda, podía conservar sus ilusiones siempre que no fuesen obstáculo para lo que Gendibal necesitaba, pero en aquel momento, esa ilusión determinada constituía un obstáculo.
Lo que Gendibal hizo fue el equivalente mentálico de un chasquido de los dedos. Compor se sobresaltó ligeramente bajo la impresión de un dolor agudo pero fugaz. Fue una impresión de concentración impuesta que arrugó la corteza de su pensamiento y le hizo consciente de un poder enorme que podría ser utilizado si el orador lo deseaba.
Compor sintió instantáneamente un gran respeto por Gendibal.
Gendibal dijo con amabilidad:
—Sólo quiero atraer su atención, Compor, amigo mío. Haga el favor de comunicarme el paradero de su amigo Golan Trevize, y el amigo de este, Janov Pelorat.
Compor respondió con indecisión:
—¿Puedo hablar en presencia de la mujer, orador?
—La mujer, Compor, es una prolongación de mí mismo. Así pues, no hay ningún motivo por el que no pueda hablar sin reservas.
—Como usted diga, orador. Trevize y Pelorat están aproximándose a un planeta conocido como Gaia.
—Eso me decía en su último comunicado. Seguramente ya han aterrizado en Gaia y tal vez hayan vuelto a marcharse. No se quedaron demasiado tiempo en el planeta Sayshell.
—Aún no habían aterrizado mientras yo los seguía, orador. Se acercaban al planeta con grandes precauciones, deteniéndose durante períodos sustanciales entre uno y otro microsalto. Está claro que no tienen información sobre el planeta y, por lo tanto, vacilan.
—¿Tiene usted información, Compor?
—Ninguna, orador —dijo Compor—, o por lo menos, la computadora de mi nave no la tiene.
—¿Esta computadora? —Los ojos de Gendibal se posaron sobre el panel de mandos y preguntó con súbita esperanza—: ¿Es capaz de ayudar a pilotar la nave?
—Es capaz de pilotar la nave por sí sola, orador. Sólo es necesario pensar en lo que se quiere que haga.
Gendibal se sintió repentinamente inquieto.
—¿Es que la Fundación ha llegado tan lejos?
—Sí, pero de un modo muy torpe. La computadora no funciona bien. Tengo que repetir mis pensamientos varias veces e incluso así sólo obtengo una información mínima.
—Quizá yo pueda conseguir algo más —dijo Gendibal.
—Estoy seguro de ello, orador —contestó Compor respetuosamente.
—Pero dejemos eso por el momento. ¿Por qué no tiene información sobre Gaia?
—No lo sé, orador. Alega tener información, si es que se puede decir que una computadora es capaz de alegar, sobre todos los planetas de la Galaxia habitados por seres humanos.
—No puede tener más información de la que le han proporcionado, y si los que la procesaron creían tener datos sobre todos esos planetas cuando, en realidad, no los tenían, la computadora funcionaría bajo ese mismo malentendido. ¿Correcto?
—Desde luego, orador.
—¿Hizo usted averiguaciones en Sayshell?
—Orador —repuso Compor con desasosiego—, en Sayshell hay personas que hablan sobre Gaia, pero lo que dicen es absurdo. Una mera superstición. Sostienen que Gaia es un mundo poderoso que incluso mantuvo alejado al Mulo.
—¿Eso dicen? —preguntó Gendibal, reprimiendo la excitación—. ¿Estaba tan seguro de que era una superstición que no pidió detalles?
—No, orador. Seguí preguntando, pero lo que acabo de contarle es lo único que saben. Pueden hablar del tema durante largo rato, pero cuando han terminado, todo se reduce a lo que acabo de contarle.
—Al parecer —dijo Gendibal—, eso es también lo que Trevize ha averiguado, y va a Gaia por alguna razón relacionada con ello…, para comprobar si es cierto, quizá. Y lo hace con cautela, porque quizá también teme ese gran poder.
—Es muy posible, orador.
—Y, sin embargo, ¿no lo siguió?
—Claro que lo seguí, orador, lo suficiente para asegurarme de que se dirigía hacia Gaia. Después regresé a las afueras del sistema gaiano.
—¿Por qué?
—Por tres razones, orador. Primera, usted estaba a punto de llegar y yo quería ir a su encuentro y traerle a bordo cuanto antes, tal como usted me indicó. Ya que mi nave tiene un hiperrelé a bordo, no podía alejarme demasiado de Trevize y Pelorat sin despertar sospechas en Términus, pero consideré que podía arriesgarme a venir hasta aquí. Segunda, cuando vi que Trevize se acercaba muy lentamente al planeta Gaia, consideré que yo tendría tiempo suficiente para venir a recibirle y apresurar nuestro encuentro sin ser sorprendido por los acontecimientos, en especial porque usted sería más competente que yo para seguirlo hasta el mismo planeta y para resolver cualquier problema que pudiera surgir.
—Muy cierto. ¿Y la tercera razón?
—Desde nuestra última comunicación, orador, ha sucedido algo que yo no esperaba y que no comprendo. Pensé que, también por esta razón, debía apresurar nuestro encuentro todo lo posible.
—¿Y este acontecimiento que no esperaba y no comprende?
—Unas naves de la flota de la Fundación están aproximándose a la frontera sayshelliana. Mi computadora ha obtenido la información por los noticiarios radiofónicos sayshellianos. Un mínimo de cinco sofisticadas naves componen la flotilla y tienen poder suficiente para arrollar Sayshell.
Gendibal no contestó en seguida, pues no era conveniente demostrar que él tampoco esperaba ese hecho… o que no lo comprendía, Así pues, al cabo de un momento, dijo con indiferencia:
—¿Supone que esto tiene algo que ver con el avance de Trevize hacia Gaia?
—Sin duda se produjo inmediatamente después, y si B sigue a A, hay una posibilidad de que A causara B —respondió Compor.
—Bueno, parece ser que todos convergemos sobre Gaia; Trevize y yo, y la Primera Fundación. Ha actuado bien, Compor —dijo Gendibal—, y esto es lo que haremos ahora, En primer lugar, me enseñará cómo funciona esta computadora y, al mismo tiempo, cómo se maneja la nave. Estoy seguro de que no tardaremos demasiado tiempo.
»Después de eso, usted irá a mi nave, ya que entonces habré impresionado sobre su mente cómo se maneja. No tendrá ningún problema, aunque debo decirle, como sin duda habrá adivinado por su aspecto, que la encontrará muy primitiva. Una vez esté al mando de la nave, la mantendrá aquí y me esperará.
—¿Cuánto tiempo, orador?
—Hasta que regrese. No creo que tarde tanto como para que usted se quede sin provisiones, pero si algo me retrasa, puede ir a algún planeta habitado de la Unión de Sayshell y esperar allí. Dondequiera que esté, le encontraré.
—Como usted diga, orador.
—Y no se alarme. Puedo controlar este misterioso Gaia y, si es necesario, las cinco naves de la Fundación.
67
Littoral Thoobing había sido embajador de la Fundación en Sayshell durante siete años. Le gustaba el cargo.
Alto y bastante robusto, llevaba un tupido bigote castaño en una época en que la moda preponderante, tanto en la Fundación como en Sayshell, era ir afeitado. Aunque sólo contaba cincuenta y cuatro años, tenía el rostro surcado de arrugas, y era muy dado a una disciplinada indiferencia. Su actitud hacia el trabajo que llevaba a cabo no era manifiesta.
Sin embargo, le gustaba el cargo. Le mantenía alejado de la tumultuosa política de Términus, lo cual consideraba valioso, y le daba la oportunidad de vivir como un sibarita sayshelliano y mantener a su esposa e hija en el nivel al que se habían acostumbrado. No quería que su vida cambiara.
Por otra parte, tenía una cierta aversión a Liono Kodell, quizá porque Kodell también lucía bigote, aunque más pequeño, más corto y blanquecino. En los viejos tiempos, habían sido las dos únicas personalidades de la vida pública que siguieron esa moda, y había habido una especie de rivalidad entre ellos por esta causa. Ahora (pensaba Thoobing) ya no había ninguna; el de Kodell era despreciable.
Kodell había sido director de Seguridad mientras Thoobing aún estaba en Términus, soñando con enfrentarse a Harla Branno en la carrera por la alcaldía, hasta que lo compraron con la embajada. Naturalmente, Branno lo había hecho por su propio bien, pero él había terminado agradeciéndoselo.
Sin embargo, no sentía lo mismo hacia Kodell.
Quizá fuese por la resuelta alegría de Kodell, el modo en que siempre era una persona amigable, incluso después de decidir la manera exacta en que te cortaría la garganta.
Ahora lo tenía frente a sí, en imagen hiperespacial, tan alegre como siempre y rebosando cordialidad. Naturalmente, su cuerpo real estaba en Términus, lo cual le ahorró a Thoobing la necesidad de ofrecerle alguna muestra física de hospitalidad.
—Kodell —dijo—, quiero que esas naves sean retiradas.
Kodell sonrió con afabilidad.
—Caramba, yo también, pero la vieja se ha empeñado.
—Usted sabe persuadirla de lo que sea.
—En alguna ocasión… quizá lo haya hecho. Cuando ella quería dejarse persuadir. Esta vez no quiere.
—Thoobing, haga su trabajo. Mantenga Sayshell en calma.
—No estoy pensando en Sayshell, Kodell. Estoy pensando en la Fundación.
—Como todos.
—Kodell, no se escabulla. Quiero que me escuche.
—Encantado, pero estos son días de mucha agitación en Términus y no le escucharé eternamente.
—Seré tan breve como pueda… al comentar la posibilidad de que la Fundación sea destruida. Si esta línea hiperespacial no está intervenida, hablaré sin reservas.
—No está intervenida.
—Entonces, ahí va. Hace unos días recibí un mensaje de un tal Golan Trevize. Recuerdo a un Trevize de mis propios tiempos de político, un comisionado de transportes.
—El tío de ese joven —aclaró Kodell.
—Ah, así pues, conoce al Trevize que me envió el mensaje. Según los datos que he reunido desde entonces, se trataba de un consejero que, tras la satisfactoria resolución de la última crisis Seldon, fue arrestado y enviado al exilio.
—Exactamente.
—No lo creo.
—¿Qué es lo que no cree?
—Que fuese enviado al exilio.
—¿Por qué no?
—¿Cuándo se ha enviado al exilio a un ciudadano de la Fundación? —inquirió Thoobing—. Se le arresta o no se le arresta. Si se le arresta, se le juzga o no se le juzga. Si se le juzga, se le condena o no se le condena. Si se le condena, se le multa, degrada, desacredita, encarcela o ejecuta. Nunca se le envía al exilio.
—Siempre hay una primera vez.
—Tonterías. ¿En una sofisticada embarcación naval? ¿Qué tonto puede dejar de ver que la vieja le ha asignado una misión especial? ¿A quién quiere engañar?
—¿Cuál seria la misión?
—Se supone que encontrar el planeta Gaia.
La cordialidad se borró del rostro de Kodell. Sus ojos reflejaron una desacostumbrada dureza y dijo:
—Sé que no se siente demasiado inclinado a creerme, señor embajador, pero le ruego que haga una excepción en este caso. Ni la alcaldesa ni yo habíamos oído hablar de Gaia cuándo Trevize fue enviado al exilio. Hasta el otro día no sabíamos siquiera que existiese. Si lo cree, podemos seguir hablando.
—Reprimiré mi tendencia al escepticismo el tiempo suficiente para crearlo, director, aunque me resulte difícil hacerlo.
—Es la pura verdad, señor embajador, y si de repente me he puesto serio es porque cuando esto termine, se encontrará con que tiene que contestar muchas preguntas y no le parecerá nada divertido. Habla como si Gaia fuese un mundo conocido para usted. ¿Cómo es que sabe algo que nosotros ignoramos? ¿No tiene el deber de comunicarnos todo lo que sepa sobre la unidad política donde está destinado?
Thoobing respondió con suavidad:
—Gaia no forma parte de la Unión de Sayshell. De hecho, probablemente no existe. ¿Debo transmitir a Términus todas las patrañas que las supersticiosas clases inferiores de Sayshell cuentan sobre Gaia? Algunos afirman que Gaia se halla en el hiperespacio. Según otros, es un mundo que protege a Sayshell de un modo sobrenatural. Y según otros, envió al Mulo a conquistar la Galaxia. Si piensa decir al gobierno sayshelliano que Trevize ha sido enviado en busca de Gaia y que cinco sofisticadas naves de la Armada de la Fundación han sido enviadas para ayudarle en su búsqueda, nunca le creerán. Quizá el pueblo crea las patrañas sobre Gaia, pero el gobierno no, y no se dejarán convencer de que la Fundación lo hace. Supondrán que intentan anexionar Sayshell a la Confederación de la Fundación.
—¿Y si es eso lo que planeamos?
—Sería fatal. Vamos, Kodell, en los cinco siglos de historia de la Fundación, ¿cuándo hemos librado una guerra de conquista? Hemos librado guerras para impedir nuestra propia conquista, y fracasamos una vez, pero ninguna guerra ha terminado con una ampliación de nuestro territorio. Los ingresos en la Confederación se han realizado por medio de pacíficos tratados. Sólo se nos han unido los que consideraban beneficiosa la adhesión.
—¿No es posible que Sayshell considere beneficiosa la adhesión?
—Nunca harán tal cosa mientras nuestras naves permanezcan en sus fronteras. Retírelas.
—No puedo.
—Kodell, Sayshell es una propaganda maravillosa de la benevolencia de la Confederación. Está casi cercado por nuestro territorio, ocupa una posición sumamente vulnerable, y no obstante se ha mantenido incólume, ha seguido su propio camino, e incluso ha podido adoptar una política exterior contraria a la Fundación. ¿Hay un modo mejor de demostrar a la Galaxia que no forzamos a nadie, que nuestras intenciones son buenas? Si conquistamos Sayshell, conquistamos lo que, en esencia, ya tenemos. Al fin y al cabo, lo dominamos económicamente, aunque sea con discreción. Pero si lo conquistamos por la fuerza de las armas, advertimos a toda la Galaxia de que nos hemos vuelto expansionistas.
—¿Y si le dijera que, en realidad, sólo estamos interesados en Gaia?
—No lo creería y la Unión de Sayshell, tampoco. Ese hombre, Trevize, me envía el mensaje de que se dirige hacia Gaia y me pide que lo transmita a Términus. En contra de mi voluntad, lo hago porque es mi obligación y, casi antes de que la línea hiperespacial se haya enfriado, la Armada de la Fundación se pone en movimiento. ¿Cómo piensan llegar a Gaia, sin violar el espacio sayshelliano?
—Mi querido Thoobing, sin duda no se escucha a sí mismo. ¿No acaba de decirme que Gaia, en el caso de que exista, no forma parte de la Unión de Sayshell? Y ¿supongo que sabe que el hiperespacio es libre para todos y no forma parte del territorio de ningún mundo? Entonces, ¿cómo puede Sayshell quejarse si pasamos de territorio de la Fundación (donde están nuestras naves ahora mismo) a territorio gaiano, a través del hiperespacio, sin ocupar un solo centímetro cúbico de territorio sayshelliano en el proceso?
—Sayshell no interpretará los acontecimientos de ese modo, Kodell. Gaia, si es que existe, está totalmente rodeado por la Unión de Sayshell, aun cuando políticamente no forma parte de ella, y hay precedentes que hacen de esos enclaves una parte virtual del territorio circundante, en lo que a naves de guerra enemigas se refiere.
—Las nuestras no son naves de guerra enemigas. Estamos en paz con Sayshell.
—Le digo que Sayshell puede declarar la guerra. No esperarán ganarla por medio de la superioridad militar, pero el hecho es que la guerra provocará una oleada de actividad anti-Fundación en toda la Galaxia. La nueva política expansionista de la Fundación alentará la firma de alianzas contra nosotros. Algunos miembros de la Confederación empezarán a replantearse sus vínculos con nosotros. Es muy posible que perdamos la guerra a causa de los desórdenes internos y no cabe duda de que entonces invertiríamos el proceso de crecimiento que tan provechoso ha sido para la Fundación durante quinientos años.
—Vamos, vamos, Thoobing —dijo Kodell con indiferencia—. Habla como si quinientos años no fuesen nada, como si aún estuviéramos en tiempos de Salvor Hardin, luchando contra el pequeño reino de Anacreonte. Ahora somos mucho más fuertes que el mismo Imperio Galáctico en su apogeo. Un escuadrón de nuestras naves podría derrotar a toda la Armada Galáctica, ocupar cualquier sector galáctico, y no saber siquiera que había librado una batalla.
—No estamos combatiendo al Imperio Galáctico.
Combatimos a planetas y sectores de nuestro propio tiempo.
—Que no han avanzado como nosotros. Podríamos conquistar toda la Galaxia ahora mismo.
—Según el Plan Seldon, no podemos hacerlo hasta dentro de otros quinientos años.
—El Plan Seldon subestima la velocidad del avance tecnológico. ¡Podemos hacerlo ahora! Entiéndame no digo que vayamos a hacerlo ahora ni siquiera que deberíamos hacerlo ahora. Sólo digo que podríamos hacerlo ahora.
—Kodell, usted ha vivido siempre en Términus. No conoce la Galaxia. Nuestra armada y nuestra tecnología pueden derrotar a las fuerzas armadas de otros mundos, pero aún no podemos controlar a toda una Galaxia rebelde y dominada por el odio, y así será si la tomamos por la fuerza. ¡Retire las naves!
—No puedo, Thoobing. Considere… ¿Y si Gaia no es un mito?
Thoobing hizo una pausa, escudriñando la cara del otro como si ansiara leer sus pensamientos.
—¿Un mundo en el hiperespacio no es un mito?
—Un mundo en el hiperespacio es una superstición, pero incluso las supersticiones pueden tener algo de verdad. Ese hombre que fue exiliado, Trevize, habla de él como si fuese un mundo real en el espacio real. ¿Y si tiene razón?
—Tonterías. Yo no lo creo.
—¿No? Créalo por un momento. ¡Un mundo real que haya protegido a Sayshell del Mulo y de la Fundación!
—Usted mismo se contradice. ¿Cómo está protegiendo Gaia a los sayshellianos de la Fundación? ¿No estamos enviando naves contra ellos?
—Contra ellos, no; contra Gaia, que es tan misteriosamente desconocido y se empeña hasta tal punto en pasar inadvertido que, aun estando en el espacio real, convence de algún modo a sus mundos vecinos de que está en el hiperespacio, y que incluso se las arregla para no figurar entre los datos computadorizados de los mejores y más completos mapas galácticos.
—Entonces, debe de ser un mundo de lo más insólito, pues debe de ser capaz de manipular las mentes.
—Y, ¿no acaba usted de decirme que, según una leyenda sayshelliana, Gaia envió al Mulo a conquistar la Galaxia? Y, ¿no podía el Mulo manipular las mentes?
—¿Y, por lo tanto, Gaia es un mundo de Mulos?
—¿Está seguro de que no podría serlo?
—¿Por qué no un mundo de una renacida Segunda Fundación, en ese caso?
—En efecto, ¿por qué no? ¿No habría que investigarlo?
Thoobing recobró la seriedad. No había dejado de sonreír despectivamente durante la última parte de la conversación, pero ahora bajó la cabeza y alzó la mirada por debajo de sus cejas.
—Si habla en serio, ¿no es peligroso hacer tal investigación?
—¿Lo es?
—Responde a mis preguntas con otras preguntas porque no tiene respuestas razonables. ¿De qué servirán las naves contra Mulos o miembros de la Segunda Fundación? De hecho, ¿no es probable que, si existen, nos estén tendiendo una trampa para destruirnos? Escuche, usted me dice que la Fundación puede establecer su imperio ahora, a pesar de que el Plan Seldon sólo haya alcanzado su punto intermedio, y yo le he advertido que se estaba precipitando demasiado y que los intrincados detalles del Plan le detendrían forzosamente de algún modo. Quizá, si Gaia existe y es lo que usted afirma, todo esto sea un ardid para provocar esa detención. Haga voluntariamente lo que quizá pronto le obliguen a hacer. Haga ahora pacíficamente y sin derramamiento de sangre lo que quizá un deplorable desastre le obligue hacer. Retire las naves.
—No puedo. De hecho, Thoobing, la misma alcaldesa Branno se propone incorporarse a las naves, y ya hay naves de reconocimiento volando por el hiperespacio hacia lo que presuntamente es territorio gaiano.
Thoobing abrió mucho los ojos.
—Habrá guerra, ya lo verá.
—Usted es nuestro embajador. Evítelo. Dé a los sayshellianos todas las garantías que necesiten. Niegue toda mala voluntad por nuestra parte. Si hay que hacerlo, dígales que les conviene estar quietos en espera de que Gaia nos destruya. Diga lo que quiera, pero manténgalos quietos.
Hizo una pausa, escudriñando la atónita expresión de Thoobing, y añadió:
—En realidad, eso es todo. Que yo sepa, ninguna nave de la Fundación aterrizará en ningún mundo de la Unión de Sayshell o entrará en ningún punto del espacio real que pertenezca a esa Unión. Sin embargo, cualquier nave sayshelliana que intente desafiarnos fuera del territorio de la Unión y, por lo tanto, dentro de territorio de la Fundación, será inmediatamente reducida a cenizas. Procure que esto también quede claro y mantenga quietos a los sayshellianos. Si fracasa, lo lamentará. Su trabajo ha sido muy fácil hasta ahora, Thoobing, pero ha llegado el momento de la verdad y las próximas semanas lo decidirán todo. Fállenos y no estará a salvo en ningún lugar de la Galaxia.
No había alegría ni cordialidad en el rostro de Kodell cuando se cortó la comunicación y su imagen desapareció.
Thoobing permaneció boquiabierto en el mismo lugar donde estaba.
68
Golan Trevize se agarró el cabello como si intentara juzgar el estado de su mente por medio del tacto y preguntó bruscamente a Pelorat:
—¿Cuál es su estado de ánimo?
—¿Mi estado de ánimo? —repitió Pelorat con desconcierto.
—Sí. Aquí estamos, atrapados, con nuestra nave bajo un control ajeno y siendo arrastrados inexorablemente hacia un mundo del que no sabemos nada. ¿Siente pánico?
La alargada cara de Pelorat reflejaba una cierta melancolía.
—No —contestó—. No estoy contento. Tengo un poco de aprensión, pero no siento pánico.
—Yo tampoco. ¿No es extraño? ¿Por qué no estamos más preocupados?
—Ya lo esperábamos, Golan. Algo así.
Trevize se volvió hacia la pantalla. Continuaba firmemente enfocada en la estación espacial. Ahora era más grande, lo que significaba que estaba más cerca. No tenía aspecto de ser una estación espacial impresionante. No había indicios de superciencia. De hecho, parecía un poco primitiva. Sin embargo, tenía la nave en su poder.
—Estoy siendo muy analítico, Janov. ¡Muy audaz! Me gusta pensar que no soy cobarde y que respondo bien en situaciones extremas, pero tiendo a halagarme a mí mismo. Todo el mundo lo hace. En este momento debería estar muy nervioso y un poco sudoroso. Quizá esperásemos algo, pero eso no cambia el hecho de que estamos indefensos y tal vez nos maten.
Pelorat contestó:
—No lo creo, Golan. Si los gaianos pueden controlar la nave a distancia, ¿no podrían matarnos a distancia? Si aún estamos vivos…
—Pero no del todo intactos. Se lo digo, Janov, tanta serenidad no es normal. Creo que nos han tranquilizado.
—¿Por qué?
—Para mantenernos en buena forma mental, supongo. Es posible que deseen interrogarnos. Después, quizá nos maten.
—Si son suficientemente racionales para querer interrogarnos, tal vez sean suficientemente racionales para no matarnos sin una buena razón.
Trevize se recostó en la butaca (esta se inclinó hacia atrás; al menos no la habían privado de su funcionamiento) y colocó los pies encima de la mesa, donde normalmente apoyaba las manos para establecer contacto con la computadora.
—Quizá sean suficientemente ingeniosos para encontrar lo que ellos consideren una buena razón. No obstante, si han alterado nuestras mentes, no ha sido demasiado. Si se hubiera tratado del Mulo, por ejemplo, nos sentiríamos ansiosos de ir, exaltados, exultantes, y hasta la última fibra de nuestro ser clamaría por llegar allí. —Señaló la estación espacial—. ¿Se siente así, Janov?
—Por supuesto que no.
—Como verá, aún soy capaz de razonar con lógica y objetividad. ¡Muy extraño! O, ¿quién sabe? ¿Estoy asustado, atontado, loco y meramente bajo la ilusión de que soy capaz de razonar con lógica y objetividad?
Pelorat se encogió de hombros.
—A mí me parece cuerdo. Quizá yo esté tan loco como usted y bajo la misma ilusión, pero esta clase de argumentos no nos lleva a ninguna parte. Toda la humanidad podría compartir una locura común y hallarse inmersa en una ilusión común mientras vive en un caos común. Eso no puede refutarse, pero no tenemos más remedio que fiamos de nuestros sentidos. —Y luego, de repente, añadió—: De hecho, yo mismo he estado razonando un poco.
—¿Sí?
—Bueno, hablamos de Gaia como un posible mundo de Mulos, o como la Segunda Fundación renacida. ¿Y si le dijera que hay una tercera alternativa y que es más razonable que las dos primeras?
—¿Qué tercera alternativa?
Los ojos de Pelorat parecieron concentrarse en sí mismo. No miró a Trevize y su voz fue baja y pensativa.
—Tenemos un mundo, Gaia, que ha hecho todo lo posible, durante un período de tiempo indefinido, para conservar un aislamiento completo. Nunca ha intentado establecer contacto con ningún otro mundo, ni siquiera con los cercanos mundos de la Unión de Sayshell. Tienen una ciencia avanzada, en algunos aspectos, si la historia de su destrucción de flotas es cierta, y sin duda su capacidad para controlarnos ahora mismo lo demuestra, y a pesar de ello no han intentado extender su poder. Sólo desean estar tranquilos.
Trevize entornó los ojos.
—¿Y qué?
—Todo es muy inhumano. Los más de veinte mil años de historia humana en el espacio han sido una sucesión de conquistas y tentativas de conquista. Prácticamente todos los mundos que pueden ser habitados están habitados. Casi todos los mundos se han peleado durante este tiempo y casi todos los mundos han empujado a sus vecinos en un momento u otro.
Si Gaia es tan inhumano para ser distinto en este aspecto, puede ser porque realmente sea… inhumano.
Trevize meneó la cabeza.
—Imposible.
—¿Por qué imposible? —inquirió Pelorat con vehemencia—. Ya le he comentado lo sorprendente que resulta que la raza humana sea la única inteligencia evolucionada de la Galaxia. ¿Y si no lo es? ¿No podría haber otra, en otro planeta, que careciese del impulso expansionista humano? De hecho —Pelorat se excitó—, ¿no es posible que haya un millón de inteligencias en la Galaxia, pero sólo una, nosotros, sea expansionista? Todas las demás se quedarían en casa discretas, ocultas…
—¡Ridículo! —exclamó Trevize—. Nos tropezaríamos con ellos. Aterrizaríamos en sus mundos. Tendrían distintos tipos y grados de tecnología y la mayoría no podría detenernos. Pero nunca nos hemos tropezado con ninguno. ¡Espacio! Ni siquiera hemos encontrado las ruinas o reliquias de una civilización no humana, ¿verdad? Usted es el historiador, de modo que dígamelo, ¿las hemos encontrado?
Pelorat meneó la cabeza.
—No, nunca. Pero, Golan, podría haber una ¡Esta!
—No lo creo. Usted dice que su nombre es Gaia, que es una antigua versión dialéctica del nombre «Tierra». ¿Cómo podría no ser humana?
—Fueron seres humanos los que bautizaron el planeta con el nombre de «Gaia» y, ¿quién sabe por qué? Su semejanza con una palabra antigua podría ser fortuita. Pensándolo bien, el mismo hecho de que nos hayan atraído hacia Gaia, como usted ha explicado antes, y ahora nos conduzcan hacia allí, en contra de nuestra voluntad, es un argumento a favor del carácter no humano de los gaianos.
—¿Por qué? ¿Qué tiene eso que ver?
—Sienten curiosidad por nosotros, por los humanos.
—Usted está loco, Janov. Han vivido en una Galaxia poblada por humanos durante miles de años. ¿Por qué iban a sentir curiosidad ahora? ¿Por qué no mucho antes? Y en todo caso, ¿por qué nosotros? Si quieren estudiar a los seres humanos y la cultura humana, ¿por qué no los mundos de Sayshell? ¿Por qué se iban a molestar en atraernos desde un mundo tan lejano como Términus?
—Quizás estén interesados en la Fundación.
—Tonterías —dijo Trevize con violencia—. Janov, usted quiere una inteligencia no humana y la tendrá. Ahora mismo, creo que si usted pensara que iba a encontrarse con seres no humanos, no le preocuparía haber sido capturado, estar indefenso, ni siquiera que pudiesen matarle…, si ellos le dieran un poco de tiempo para satisfacer su curiosidad.
Pelorat pareció a punto de replicar con indignación, pero se contuvo, aspiró profundamente, y dijo:
—Bueno, quizá tenga razón, Golan, pero aun así me aferraré a mi teoría durante un rato más. No creo que tengamos que esperar mucho para ver quién tiene razón. ¡Mire!
Señaló hacia la pantalla. Trevize, que, en su excitación, había dejado de observar, volvió los ojos hacía ella.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—¿No es una nave despegando de la estación?
—Es algo —admitió Trevize de mala gana—. Aún no aprecio los detalles y no puedo aumentar más la imagen. Está ampliada al máximo. —Al cabo de unos momentos dijo—: Parece acercarse y supongo que es una nave. ¿Hacemos una apuesta?
—¿Qué clase de apuesta?
Trevize repuso con sarcasmo:
—Si algún día volvemos a Términus, organizaremos una gran cena para nosotros y todos los amigos a los que queramos invitar hasta, digamos, cuatro, y seré yo quien pague si esa nave transporta a seres no humanos y usted, si son humanos.
—De acuerdo —aceptó Pelorat.
—Así pues, hecho. —Y Trevize escudriñó la pantalla, intentando ver algún detalle y preguntándose si algún detalle sería suficiente para denunciar, sin ningún género de duda, el carácter no humano (o humano) de los seres que iban a bordo.
69
El cabello gris oscuro de Branno estaba impecablemente peinado y bien habría podido hallarse en el ayuntamiento, considerando su ecuanimidad. No daba muestras de encontrarse en el espacio sólo por segunda vez en su vida. (Y la primera vez, cuando acompañó a sus padres en un viaje turístico a Kalgan, apenas podía contarse. En aquella ocasión sólo tenía tres años).
Se volvió hacia Kodell y le dijo con cansancio:
—Al fin y al cabo, es deber de Thoobing exponer su opinión y advertirme. Muy bien, me ha advertido. No le culpo.
Kodell, que había abordado la nave de la alcaldesa para hablar con ella sin la dificultad psicológica de la imagen, repuso:
—Hace demasiado tiempo que ocupa el mismo cargo. Empieza a pensar como un sayshelliano.
—Es el peligro que una embajada lleva consigo, Liono. Esperemos hasta que esto haya terminado, le concederemos unas largas vacaciones y después le destinaremos a cualquier otra parte. Es un hombre capaz. Al fin y al cabo, tuvo el acierto de transmitirnos el mensaje de Trevize sin perder un momento.
Kodell esbozó una sonrisa.
—Sí, me dijo que lo había hecho en contra de su voluntad. «Lo hago porque es mi obligación», dijo. Verá, señora alcaldesa, tenía que hacerlo, aun en contra de su voluntad, porque en cuanto Trevize entró en el espacio de la Unión de Sayshell, ordené al embajador Thoobing que nos comunicara, inmediatamente, cualquier información relacionada con él.
—¿Ah, sí? —La alcaldesa Branno se volvió en su butaca para ver mejor el rostro de Kodell—. ¿Qué le impulsó a hacerlo?
—Consideraciones elementales, en realidad. Trevize utilizaba una nave último modelo de la Fundación y sin duda los sayshellianos se darían cuenta. Es un joven muy poco diplomático y sin duda también se darían cuenta. Por lo tanto, podía meterse en líos y, si hay algo que un miembro de la Fundación sabe, es que si se mete en líos en cualquier lugar de la Galaxia, puede recurrir al representante más cercano de la Fundación. Personalmente no me habría importado ver a Trevize en un lío, ya que eso podría ayudarle a crecer y hacerle un gran bien, pero usted le había enviado al espacio como su pararrayos y yo quería que usted pudiese juzgar la naturaleza de los rayos que atrajera, de modo que me aseguré de que el representante más cercano de la Fundación lo vigilara, nada más.
—¡Ya veo! Bueno, ahora comprendo por qué Thoobing reaccionó tan enérgicamente. Yo le había enviado una advertencia similar. Ya que cada uno de nosotros se comunicó con él por separado, es lógico que atribuyera a la cuestión más importancia de la que en realidad tiene. ¿Cómo es, Liono, que no me consultó antes de enviar el aviso?
Kodell contestó fríamente:
—Si le consultara todo lo que hago, no tendría tiempo para ser alcaldesa. ¿Cómo es que usted no me comunicó sus intenciones?
Branno respondió con acritud:
—Si le informara de todas mis intenciones, Liono, sabría demasiado. Pero es un asunto trivial, y también lo es la alarma de Thoobing y, en este caso, también lo es cualquier pataleta que puedan tener los sayshellianos. Estoy más interesada en Trevize.
—Nuestras naves de reconocimiento han localizado a Compor. Está siguiendo a Trevize y ambos se dirigen muy cautelosamente hacia Gaia.
—He recibido todos los informes, Liono. Al parecer, tanto Trevize como Compor se toman Gaia muy en serio.
—Todo el mundo se burla de las supersticiones relativas a Gaia, señora alcaldesa, pero todo el mundo piensa: «¿Y si, a pesar de todo…?». Incluso el embajador Thoobing está intranquilo. Podría ser una política muy astuta por parte de los sayshellianos.
Una especie de coloración protectora. Si uno difunde historias de un mundo misterioso e invencible, la gente se apartará no sólo del mundo, sino de cualquier otro mundo cercano, como los de la Unión de Sayshell.
—¿Cree que por eso el Mulo no atacó Sayshell?
—Posiblemente.
—¿Sin duda no pensará que la Fundación ha respetado Sayshell a causa de Gaia, cuando nada indica que conociéramos la existencia de ese mundo?
—Admito que no hay ninguna mención de Gaia en nuestros archivos, pero tampoco hay otra explicación razonable para nuestra moderación respecto a la Unión de Sayshell.
—Confiemos, entonces, en que el gobierno sayshelliano, pese a la opinión contraria de Thoobing, se haya convencido a sí mismo, aunque sólo sea un poco, del poder de Gaia y su naturaleza mortífera.
—¿Por qué?
—Porque, entonces, la Unión de Sayshell no se opondrá a que nos dirijamos hacia Gaia. Cuanto más agraviados se sientan por ello, más seguros estarán de que deben permitírnoslo para que Gaia nos engulla. Pensarán que será una lección muy provechosa y que los futuros invasores no la echarán en saco roto.
—¿Y si, a pesar de todo, están en lo cierto, alcaldesa? ¿Y si Gaia es mortífero?
Branno sonrió.
—Ahora es usted quien alega el «¿Y si, a pesar de todo…?», ¿verdad, Liono?
—Tengo que prever todas las posibilidades, alcaldesa. Es mi trabajo.
—Si Gaia es mortífero, apresarán a Trevize. Ese es su trabajo puesto que es mi pararrayos. Y también a Compor, espero.
—¿Lo espera? ¿Por qué?
—Porque eso les hará ser demasiado confiados, lo que nos resultaría muy útil. Subestimarán nuestro poder y serán más fáciles de manejar.
—Pero ¿y si los demasiado confiados somos nosotros?
—No lo somos —dijo Branno categóricamente.
—Esos gaianos, sean lo que sean, pueden ser algo sobre lo que no tengamos ni idea y cuya peligrosidad no podamos juzgar correctamente. Me limito a sugerirlo, alcaldesa, porque incluso habría que sopesar esa posibilidad.
—¿En serio? ¿Por qué se le ha ocurrido tal cosa, Liono?
—Porque creo que usted piensa que, en el peor de los casos, Gaia es la Segunda Fundación. Sospecho que piensa que es la Segunda Fundación, sin embargo, Sayshell tiene una historia interesante, incluso durante el Imperio. Sólo Sayshell tuvo un sistema de autogobierno. Sólo Sayshell se libró de los peores impuestos bajo los llamados «emperadores malos». En resumen, Sayshell parece haber tenido la protección de Gaia, incluso en tiempos imperiales.
—¿Y qué?
—Pero la Segunda Fundación fue establecida por Hari Seldon al mismo tiempo que nuestra Fundación. —La Segunda Fundación no existía en tiempos imperiales, y Gaia, sí. Por lo tanto, Gaia no es la Segunda Fundación. Es alguna otra cosa y, tal vez, incluso peor.
—No pienso dejarme aterrorizar por lo desconocido, Liono. Sólo hay dos posibles fuentes de peligro, armas físicas y armas mentales, y estamos preparados para ambas. Usted regrese a su nave y mantenga a las unidades en las afueras de Sayshell. Esta nave irá sola hacia Gaia, pero estaré en comunicación constante con usted y espero que, en caso necesario, acuda en un solo salto. Márchese, Liono, y borre esa expresión trastornada de su rostro.
—¿Una última pregunta? ¿Está segura de que sabe lo que hace?
—Lo estoy —repuso ella con severidad—. Yo también he estudiado la historia de Sayshell y he visto que Gaia no puede ser la Segunda Fundación, pero, como le he dicho, he recibido todos los informes de las naves de reconocimiento y gracias a ellos…
—¿Si?
—Bueno, sé dónde está la Segunda Fundación y nos encargaremos de ambas cosas, Liono. Primero nos ocuparemos de Gaia y luego de Trántor.