2. Alcaldesa

5

Branno había esperado una hora, reflexionando fatigosamente. Hablando con propiedad, era culpable de allanamiento de morada. Lo que es más, había violado, de forma totalmente inconstitucional, los derechos de un consejero. Según las estrictas leyes que establecían las prerrogativas de los alcaldes, desde la época de Indbur III y el Mulo, hacía casi dos siglos, podía ser inculpada.

Sin embargo, ese preciso día y durante veinticuatro horas no podía cometer ninguna equivocación.

Pero pasaría. Se agitó con nerviosismo.

Los primeros dos siglos habían sido la Edad de Oro de la Fundación, la Era Heroica; al menos retrospectivamente, si no para los desdichados que vivieron en una época tan insegura. Salvor Hardin y Hober Mallow fueron los dos grandes héroes, semidivinizados hasta el punto de rivalizar con el incomparable Hari Seldon en persona. Los tres constituían un trípode sobre el que descansaba toda la leyenda de la Fundación (e incluso la historia de la Fundación).

No obstante, en aquellos días la Fundación sólo era un mundo insignificante, con un tenue dominio sobre los Cuatro Reinos y únicamente una idea aproximada del grado de protección que el Plan Seldon ejercía sobre ella, defendiéndola incluso contra los restos del potente Imperio Galáctico.

Y a medida que aumentaba el poder de la Fundación como entidad política y comercial, disminuía la importancia de sus gobernantes y combatientes.

Lathan Devers había sido casi olvidado. Si por algo se le recordaba, era por su trágica muerte en las minas de esclavos más que por su innecesaria pero triunfal lucha contra Bel Riose.

En cuanto a Bel Riose, el adversario más noble de la Fundación, también había sido casi olvidado, eclipsado por el Mulo, el único de todos sus enemigos capaz de truncar el Plan Seldon y vencer y dominar a la Fundación. Sólo él era el Gran Enemigo; en realidad, el último de los Grandes.

Pocos recordaban que el Mulo había sido derrotado, en esencia, por una sola persona, una mujer, Bayta Darell, y que había logrado la victoria sin ayuda de nadie, sin siquiera el apoyo del Plan Seldon.

También se había casi llegado a olvidar que su hijo y su nieta, Toran y Arkady Darell, derrotaron a la Segunda Fundación, consiguiendo que la Fundación, la Primera Fundación, recuperase la supremacía.

Estos triunfadores de tiempos recientes ya no eran figuras heroicas. Los tiempos se habían vuelto demasiado expansivos para hacer otra cosa que reducir a los héroes a ordinarios mortales. Además, la biografía de Arkady sobre su abuela la había convertido de heroína en personaje de novela.

Y desde entonces no había habido héroes; ni siquiera personajes de novela. La guerra kalganiana fue el último momento de violencia que afectó a la Fundación, y ese fue un conflicto de poca relevancia.

¡Casi dos siglos de virtual paz! Ciento veinte años sin el más leve arañazo en una sola nave. Había sido una paz buena, Branno lo reconocía, una paz beneficiosa. La Fundación no había constituido un Segundo Imperio Galáctico, según el Plan Seldon, sólo estaba a medio camino de hacerlo, pero, como la Confederación de la Fundación, ejercía un fuerte control económico sobre un tercio de las diseminadas unidades políticas de la Galaxia, e influía en lo que no dominaba. Había pocos lugares donde «Soy de la Fundación» no causara respeto. Nadie tenía más alto rango en todos los millones de mundos habitados que el alcalde de Términus.

Este seguía siendo el título. Había sido heredado del caudillo de una ciudad pequeña, aislada y casi olvidada en el límite de la civilización, casi cinco siglos antes, pero a nadie se le ocurriría cambiarlo o darle un átomo de sonido más glorioso. Sólo el casi olvidado título de Majestad Imperial podía rivalizar con él.

Excepto en la propia Términus, donde los poderes del alcalde estaban cuidadosamente limitados, el recuerdo de los Indbur aún perduraba. No era su tiranía lo que el pueblo no podía olvidar, sino el hecho de que habían perdido frente al Mulo.

Y allí estaba ella, Harla Branno, la más fuerte desde la muerte del Mulo (ella lo sabía) y únicamente la quinta mujer en ocupar el cargo. Sólo ese día había podido utilizar abiertamente su poder.

Había luchado por su interpretación de lo que era correcto y lo que debía serlo, contra la tenaz oposición de quienes aspiraban al prestigioso Interior de la Galaxia y al aura del poder Imperial, y había vencido.

Aún no, había dicho. ¡Aún no! Lanzaos demasiado pronto hacia el Interior y perderéis por esta razón y aquella. Y Seldon había aparecido y la había respaldado con un lenguaje casi idéntico al suyo.

Esto la había hecho, por una vez y a juicio de toda la Fundación, tan sabia como el propio Seldon. Sin embargo, no ignoraba que podían olvidarlo en cualquier momento.

Y este joven se atrevía a desafiarla en un día tan señalado.

¡Y se atrevía a tener razón!

Este era el peligro. ¡Tenía razón! ¡Y como tenía razón, podía destruir la Fundación!

Y ahora se encontraba frente a él y estaban solos.

—¿No podía venir a verme en privado? ¿Tenía que gritarlo en la Cámara del Consejo por un deseo estúpido de ponerme en ridículo? ¿Qué es lo que ha hecho, muchacho insensato? —dijo tristemente.

6

Trevize se sintió enrojecer y luchó por controlar su ira. La alcaldesa era una mujer a punto de cumplir los sesenta y tres años. Dudó en lanzarse a una violenta discusión con alguien que casi le doblaba la edad.

Además, ella tenía experiencia en guerras políticas y sabía que si lograba irritar a su oponente desde un principio casi habría ganado la batalla. Pero para que dicha táctica resultara efectiva se necesitaba público y allí no había público ante el que uno pudiera ser humillado. Sólo estaban ellos dos.

Por lo tanto hizo caso omiso de sus palabras y se esforzó en examinarla desapasionadamente. Era una anciana vestida a la moda unisex que prevalecía desde hacía dos generaciones. No le sentaba bien. La alcaldesa, líder de la Galaxia, si es que había algún líder, era una simple anciana que podría haber sido confundida fácilmente con un anciano si, en vez de llevar su cabello gris oscuro recogido en un tirante moño, lo hubiese llevado suelto al estilo tradicional masculino.

Trevize sonrió con simpatía. Por más que una anciana oponente se esforzara en que el epíteto «muchacho» sonara como un insulto, este «muchacho» en particular tenía la ventaja de la juventud y la apostura, así como la plena conciencia de ambas.

—Es cierto. Tengo treinta y dos años y, por lo tanto, soy un muchacho, por así decirlo. También soy un consejero y, por lo tanto, ex officio, insensato. Lo primero es inevitable. En cuanto a lo segundo, sólo puedo decir que lo siento —dijo.

—¿Sabe lo que ha hecho? No se quede ahí, intentando mostrarse ingenioso. Siéntese. Ponga el cerebro en funcionamiento, si es que puede, y contésteme racionalmente.

—Sé lo que he hecho. He dicho la verdad tal como la veo.

—¿Y en un día como hoy trata de desafiarme con ella? ¿En un día como hoy, cuando mi prestigio es tal que he podido expulsarle de la Cámara del Consejo y arrestarle, sin que nadie se atreviese a protestar?

—El Consejo recobrará el aliento y protestará. Quizá estén protestando ahora mismo. Y me escucharán todavía más gracias a la persecución de que usted me hace objeto.

—Nadie le escuchará porque si le creyera capaz de continuar lo que ha estado haciendo, seguiría tratándole como a un traidor sin reparar en medios.

—En ese caso, debería someterme a juicio. Tendría una oportunidad ante el tribunal.

—No cuente con eso. Los poderes del alcalde en caso de emergencia son enormes, aunque raramente se utilicen.

—¿Sobre qué base declararía una emergencia?

—Inventaría cualquier motivo. Sigo siendo muy ingenua y no temo los riesgos políticos. No me presione, joven. Llegaremos a un acuerdo ahora o jamás recuperará su libertad. Pasará el resto de su vida en prisión. Se lo garantizo.

Sus ojos se encontraron; grises los de Branno, marrones los de Trevize.

Trevize dijo:

—¿Qué clase de acuerdo?

—Ah. Siente curiosidad. Eso está mejor. Ahora podremos dejar de atacarnos y empezar a hablar. ¿Cuál es su punto de vista?

—Lo sabe muy bien. Ha estado chismorreando con Compor, ¿no es así?

—Quiero que usted me lo explique… a la luz de la Crisis Seldon recién ocurrida.

—¡Muy bien, si eso es lo que quiere… señora alcaldesa! —(Había estado a punto de decir «anciana»)—. La imagen de Seldon ha sido demasiado precisa, excesivamente precisa después de quinientos años. Según creo, es la octava vez que aparece. En algunas ocasiones, no hubo nadie para oírle. Al menos en una ocasión, en tiempos de Indbur III, lo que dijo no se ajustaba en absoluto a la realidad…, pero eso fue en tiempo del Mulo, ¿verdad? Sin embargo, ¿cuándo, en cualquiera de esas ocasiones, ha sido tan preciso como hoy? —Trevize se permitió una ligera sonrisa—. Nunca, señora alcaldesa, ateniéndonos a nuestras grabaciones, ha conseguido Seldon describir la situación tan perfectamente, hasta el más pequeño detalle.

Branno dijo:

—¿Esta sugiriendo que la aparición de Seldon, la imagen holográfica, ha sido falsificada; que las grabaciones de Seldon han sido preparadas por un contemporáneo como, por ejemplo, yo misma; que un actor desempeñaba el papel de Seldon?

—No sería imposible, señora alcaldesa, pero lo que quiero decir no es eso. La verdad es mucho peor. Creo que lo que vemos es la imagen de Seldon, y que su descripción del momento actual es la descripción que preparó hace quinientos años. Es lo que le he dicho a su colaborador, Kodell, quien me ha guiado cuidadosamente a través de una charada en la que yo parecía respaldar las supersticiones de cualquier miembro poco reflexivo de la Fundación.

—Sí. En caso necesario, utilizaremos la grabación para demostrar a la Fundación que usted nunca ha estado realmente en la oposición.

Trevize extendió los brazos.

—Pero lo estoy. El Plan Seldon, tal como nosotros creemos que es, no existe; no ha existido desde hace quizá dos siglos. Lo sospecho desde hace años. Y lo que hemos visto en la Bóveda del Tiempo hace doce horas lo demuestra.

—¿Porque Seldon ha sido demasiado preciso?

—Eso es. No sonría. Es la prueba concluyente.

—Como ve, no sonrío. Prosiga.

—¿Cómo puede haber sido tan preciso? Hace dos siglos, el análisis de Seldon sobre lo que entonces era el presente fue completamente erróneo. Habían pasado trescientos años desde el establecimiento de la Fundación y volvió a equivocarse. ¡Completamente!

—Eso, consejero, lo ha explicado usted mismo hace unos momentos. La causa fue el Mulo. El Mulo era un mutante con intenso poder mental y no había habido manera de tenerle en cuenta en el Plan.

—Pero, de todos modos, surgió. El Plan Seldon fue interrumpido. El Mulo no gobernó durante mucho tiempo y no tuvo sucesores. La Fundación recuperó su independencia y su dominio, pero ¿cómo pudo el Plan Seldon reanudar su curso después de un descalabro tan enorme?

Branno frunció el ceño y enlazó fuertemente las manos.

—Ya sabe la respuesta. Somos una de dos Fundaciones. Ha leído los libros de historia.

—He leído la biografía de Arkady sobre su abuela, después de todo es una lectura obligatoria en la escuela, y también he leído sus novelas. He leído la versión oficial de la historia del Mulo y los que gobernaron a continuación. ¿Me permite que dude de ellas?

—¿En qué sentido?

—Oficialmente nosotros, la Primera Fundación, debíamos preservar los conocimientos de las ciencias físicas y ampliarlos. Debíamos actuar abiertamente, de modo que nuestro desarrollo histórico siguiera el Plan Seldon, lo supiéramos o no. Sin embargo también estaba la Segunda Fundación, que debía conservar y desarrollar las ciencias psicológicas, incluida la psicohistoria, y su existencia debía ser un secreto incluso para nosotros. La Segunda Fundación era el órgano sintonizador del Plan, y actuaba ajustando las corrientes de la historia galáctica, cuando se desviaban del camino trazado por el Plan.

—Se está contestando a sí mismo —dijo la alcaldesa—. Bayta Darell derrotó al Mulo, quizá bajo la inspiración de la Segunda Fundación, aunque su nieta asegure que no fue así. Sin embargo, no cabe duda de que fue la Segunda Fundación la que luchó por encarrilar la historia galáctica hacia el plan tras la muerte del Mulo, y es evidente que lo logró.

Así pues, ¿se puede saber de qué está hablando, consejero?

—Señora alcaldesa, si nos guiamos por el relato de Arkady Darell, está claro que la Segunda Fundación, al intentar corregir la historia galáctica, desbarató todo el proyecto de Seldon, ya que al intentar corregir destruyó su propio carácter secreto. Nosotros, la Primera Fundación, descubrimos que nuestro homónimo, la Segunda Fundación, existía, y no podíamos vivir sabiendo que nos estaban manipulando. Por lo tanto, emprendimos la búsqueda de la Segunda Fundación para destruirla.

Branno asintió.

—Y, según el relato de Arkady Darell, lo conseguimos, aunque como es evidente, después de que la Segunda Fundación volviera a encauzar firmemente la historia galáctica tras la interrupción causada por el Mulo. Y sigue encauzada.

—¿Cómo puede usted creer eso? La Segunda Fundación, según el relato, fue localizada y sus diversos miembros eliminados. Esto sucedió en el año 378 E.F., hace ciento veinte años. Durante cinco generaciones hemos actuado, aparentemente, sin la Segunda Fundación, y sin embargo hemos seguido el curso del Plan hasta tal punto que usted y la imagen de Seldon han hablado de un modo casi idéntico.

—La interpretación más lógica es que yo he discernido el modo en que se desarrolla la historia con gran perspicacia.

—Perdóneme. No dudo de su gran perspicacia, pero creo que la explicación más lógica es que la Segunda Fundación no fue destruida. Sigue dirigiéndonos. Sigue manipulándonos. Y este es el motivo por el que hemos reanudado el curso del Plan Seldon.

7

Si la alcaldesa se sintió escandalizada por tal declaración, no lo demostró.

Era más de la una de la madrugada y deseaba ansiosamente zanjar la cuestión, pero no podía precipitarse. Aquel joven tenía cualidades dignas de ser aprovechadas y ella no quería impulsarle a romper la cuerda. No quería tener que librarse de él, si antes podía sacarle partido.

—¿De verdad? ¿Afirma, entonces, que el relato de Arkady sobre la guerra kalganiana y la destrucción de la Segunda Fundación es falso? ¿Inventado? ¿Una estratagema? ¿Una mentira? —preguntó.

Trevize se encogió de hombros.

—No tiene por qué serlo. Ese es otro asunto. Supongamos que el relato de Arkady fuese totalmente cierto, a su entender. Supongamos que todo ocurrió exactamente como Arkady dijo: que el emplazamiento de la Segunda Fundación fue descubierto, y que sus miembros fueron eliminados. Sin embargo, ¿cómo podemos asegurar que los exterminamos a todos? La Segunda Fundación tenía bajo su dominio a toda la Galaxia. No sólo manipulaban la historia de Términus o de la Fundación. Sus responsabilidades abarcaban algo más que nuestra capital o toda Nuestra Confederación. Seguro que había algún miembro de la Segunda Fundación a mil pársecs de distancia o más. ¿Es posible que los extermináramos a todos?

»Y si no lo hicimos, ¿podíamos decir que habíamos Vencido? ¿Pudo el Mulo haberlo dicho en su época? Conquistó Términus y, junto con él todos los mundos que controlaba directamente, pero los mundos comerciantes independientes se mantuvieron firmes. Conquistó los Mundos Comerciantes, pero quedaron tres fugitivos: Ebling Mis, Bayta Darell y su marido. Consiguió dominar a ambos hombres y dejó a Bayta en libertad. Lo hizo, según el relato de Arkady, a causa de un sentimiento. Y eso fue suficiente. A juzgar por la versión de Arkady, había una sola persona, Bayta, que podía actuar a su antojo, y debido a ello el Mulo no consiguió localizar la Segunda Fundación y, por lo tanto, fue derrotado.

»¡Una sola persona sin controlar, y todo se perdió! Aquí se demuestra la importancia de una persona, pese a todas las leyendas que rodean al Plan Seldon en el sentido de que el individuo no es nada y la masa lo es todo.

»Y si nosotros no sólo dejamos con vida a un miembro de la Segunda Fundación, sino a varias docenas, como parece probable, ¿qué pudo ocurrir? ¿No es posible que se agruparan, reconstruyeran sus fortunas, volvieran a desempeñar su profesión, multiplicaran su número por medio del reclutamiento y la instrucción, y nos convirtieran una vez más en peones?

Branno dijo con gravedad:

—¿Lo cree así?

—Estoy seguro de ello.

—Pero, dígame, consejero. ¿Por qué iban a molestarse? ¿Por qué un grupo tan exiguo iba a aferrarse desesperadamente a un deber que nadie acoge con satisfacción? ¿Qué les impulsa a encauzar a la Galaxia hacia el Segundo Imperio Galáctico? Y si ese grupo tan pequeño insiste en cumplir su misión, ¿por qué vamos a preocuparnos? ¿Por qué no aceptamos el curso del Plan y nos alegramos de que ellos se encarguen de que no nos desviemos o perdamos?

Trevize se llevó la mano a los ojos y se los restregó. A pesar de su juventud, parecía el más cansado de los dos. Miró fijamente a la alcaldesa y dijo:

—No puedo creerla. ¿Acaso tiene la impresión de que la Segunda Fundación hace esto por nosotros? ¿Que son una especie de idealistas? ¿No le bastan sus conocimientos de política, de las consecuencias prácticas del poder y la manipulación, para darse cuenta de que lo hacen por ellos mismos?

»Nosotros somos el filo cortante. Somos el motor, la fuerza. Trabajamos y sudamos, sangramos y lloramos. Ellos se limitan a controlar, ajustando un amplificador aquí, cerrando un contacto allí, y haciéndolo con tranquilidad y sin riesgo para sí mismas. Después, cuando todo esté hecho y cuando, tras mil años de esfuerzos y luchas, hayamos establecido el Segundo Imperio Galáctico, los miembros de la Segunda Fundación se introducirán en él como la elite gobernante.

Branno dijo:

—Entonces, ¿quiere eliminar la Segunda Fundación? Estando a mitad de camino del Segundo Imperio, ¿quiere correr el riesgo de completar la labor nosotros solos y actuar como nuestra propia elite? ¿Eso es?

—¡Exactamente! ¡Exactamente! ¿Acaso usted no lo desea? Usted y yo no viviremos para verlo, pero usted tiene nietos y yo puedo llegar a tenerlos, y ellos tendrán nietos, y así sucesivamente. Quiero que ellos vean el fruto de nuestros esfuerzos y quiero que nos recuerden como el origen, y nos ensalcen por lo que hemos realizado. No quiero que toda la gloria corresponda a una conspiración tramada por Seldon, que no es un héroe de mi gusto. Le aseguro que es una amenaza mayor que el Mulo… si permitimos que su Plan siga adelante. Por la Galaxia, ojalá el Mulo hubiese desviado el Plan enteramente, y para siempre. Le habríamos sobrevivido. Él era único en su clase y muy mortal. La Segunda Fundación parece ser inmortal.

—Pero a usted le gustaría destruir la Segunda Fundación, ¿no es así?

—¡Si supiera cómo!

—Ya que no lo sabe, ¿no cree que probablemente ellos lo destruirían a usted?

Trevize adoptó una actitud despectiva.

—He llegado a pensar que incluso usted podría estar bajo control. Su acertada suposición de lo que diría la imagen de Seldon y su modo de tratarme podrían ser obra de la Segunda Fundación. Usted podría ser una cáscara hueca con un contenido de la Segunda Fundación.

—Entonces, ¿por qué me habla como lo está haciendo?

—Porque si usted esta controlada por la Segunda Fundación, yo estoy perdido de todos modos y bien puedo dar rienda suelta a mi ira; y porque, en realidad, no creo que esté bajo su control, sino que no se da cuenta de lo que hace.

Branno dijo:

—Así es. No estoy bajo el control de nadie más que el mío. Sin embargo, ¿puede estar seguro de que digo la verdad? Si estuviese controlada por la Segunda Fundación, ¿lo admitiría? ¿Sabría yo misma que estaba bajo su control?

»Pero no tiene objeto hacerse tales preguntas. Yo creo que no estoy controlada y usted debe creerlo también. Sin embargo, piense en esto. Si la Segunda Fundación existe, no cabe duda de que su mayor empeño es asegurarse de que ningún habitante de la Galaxia conozca su existencia. El Plan Seldon sólo funciona bien si los peones, nosotros, ignoramos cómo funciona el Plan y cómo somos manipulados.

La Segunda Fundación fue destruida en tiempos de Arkady porque el Mulo centró la atención de la Fundación en la Segunda Fundación. ¿O debería decir casi destruida, consejero?

»De esto podemos deducir dos corolarios. Primero, podemos suponer razonablemente, que interfieren lo menos posible. Podemos suponer que les resultaría imposible apoderarse de todos nosotros. Incluso la Segunda Fundación, si existe, debe de tener un poder limitado. Apoderarse de algunos y permitir que otros lo adivinaran distorsionaría el Plan.

Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que su interferencia es tan discreta, indirecta y escasa como es posible… y, en consecuencia, yo no estoy controlada. Y usted tampoco.

Trevize dijo:

—Este es un corolario y yo tiendo a aceptarlo porque deseo hacerlo, quizá. ¿Cuál es el otro?

—Uno más simple e inevitable. Si la Segunda Fundación existe y quiere guardar el secreto de esa existencia, una cosa es segura. Cualquiera que piense que aún existe, y hable de ello, y lo anuncie, y lo grite a toda la Galaxia debe ser eliminado, acallado, aniquilado inmediatamente. ¿No llegaría usted también a esta conclusión?

Trevize dijo:

—¿Por eso me ha arrestado, señora alcaldesa?, ¿para protegerme de la Segunda Fundación?

—En cierto modo. Hasta cierto punto. La cuidadosa grabación que Liono Kodell ha hecho de sus creencias será publicada no sólo para evitar que el pueblo de Términus y la Fundación se altere indebidamente, sino también para evitar que la Segunda Fundación lo haga. Si existe, no quiero que se fije en usted.

—¿En serio? —dijo Trevize con marcada ironía—. ¿Por mi bien? ¿Por mis hermosos ojos marrones?

Branno se agitó y después, sin previo aviso, se rio quedamente y dijo:

—No soy tan vieja, consejero, para no ver que tiene unos hermosos ojos marrones y, hace treinta años, ese podría haber sido motivo suficiente. Sin embargo, ahora no movería un dedo para salvarlos, como tampoco a todo el resto de su cuerpo si sólo sus ojos corrieran peligro. Pero si la Segunda Fundación existe, y si atraemos su atención hacia usted quizá no se detenga ahí. Debo tener en cuenta mi propia vida, y la de muchos otros más inteligentes y valiosos que usted, así como todos los planes que hemos hecho.

—¡No me diga! ¿Así que cree en la existencia de la Segunda. Fundación, ya que reacciona tan cautelosamente ante la posibilidad de su respuesta?

Branno descargó un puñetazo sobre la mesa que tenía delante.

—¡Claro que creo en ella, grandísimo tonto! Si no supiera que la Segunda Fundación existe, y si no estuviera combatiéndoles tan firme y efectivamente como es posible, ¿me importaría lo que usted dijera sobre este tema? Si la Segunda Fundación no existiera, ¿importaría que usted declarase lo contrario? Hace meses que deseaba silenciarle, para que sus afirmaciones no trascendieran pero carecía del poder político para tratar severamente a un concejal. La aparición de Seldon me ha hecho ganar fuerza y me ha dado el poder, aunque sólo sea temporal, y en este preciso momento, sus afirmaciones han trascendido. He actuado con rapidez, y ahora le haré matar sin un solo remordimiento o un microsegundo de vacilación… si no hace exactamente lo que le diga.

»Toda nuestra conversación, a una hora en la que preferiría estar durmiendo en la cama, ha tenido como objeto lograr que me crea cuando le digo esto. Quiero que sepa que el problema de la Segunda Fundación, que usted mismo ha esbozado, me da razón suficiente para hacerle un lavado de cerebro sin juicio.

Trevize casi se levantó del asiento.

—Oh, no haga ningún movimiento. Yo sólo soy una anciana, como seguramente debe estar diciéndose a sí mismo, pero antes de que pudiera ponerme una mano encima, estaría muerto. Mis hombres, muchacho insensato, nos observan de cerca —dijo Branno.

Trevize se sentó y, con voz un poco trémula, replicó:

—No la comprendo. Si creyera que la Segunda Fundación existe, no hablaría tan libremente de ella. No se expondría a los peligros a los que, según usted, me estoy exponiendo yo.

—Entonces, reconoce que tengo más sentido común que usted. En otras palabras, usted cree que la Segunda Fundación existe, pero habla libremente de ella, porque es un necio. Yo creo que existe, y también hablo libremente…, pero sólo porque he tomado precauciones. Ya que parece haber leído con detenimiento la historia de Arkady, quizá recuerde que habla de un invento hecho por su padre llamado «Dispositivo Estático Mental». Sirve de escudo frente a la clase de poder mental que posee la Segunda Fundación. Aún existe y, además, ha sido mejorado bajo el mayor de los secretos. Por el momento, esta casa se halla razonablemente a salvo de sus fisgoneos. Una vez explicado esto, déjeme decirle lo que va a hacer.

—¿Qué?

—Deberá averiguar si lo que usted y yo creemos es realmente así. Deberá averiguar si la Segunda Fundación todavía existe y, en ese caso, dónde. Esto significa que tendrá que abandonar Términus e ir adonde sea, aunque al final tal vez resulte, como en tiempos de Arkady, que la Segunda Fundación está entre nosotros. Significa que no regresará hasta que tenga algo que comunicarnos; y si no tiene nada que comunicarnos, no regresará nunca, y la población de Términus contará con un tonto menos.

Trevize se sorprendió tartamudeando:

—Por Términus, ¿se puede saber cómo lograré buscarlos sin que se enteren? Se limitarán a darme muerte, y usted no sabrá más que antes.

—Entonces no les busque, muchachito ingenuo. Busque alguna otra cosa. Busque alguna otra cosa con todo su empeño y todas sus fuerzas, y si, mientras tanto, se tropieza con ellos porque no se han molestado en prestarle atención alguna, ¡buena suerte! En ese caso, puede enviarnos información por hiperondas blindadas y codificadas, y le dejaremos regresar como recompensa.

—Supongo que ya ha pensado en lo que debo buscar.

—Claro que lo he pensado. ¿Conoce a Janov Pelorat?

—Jamás he oído hablar de él.

—Lo conocerá mañana. Él le dirá lo que debe buscar y se marchará con usted en una de nuestras naves más perfeccionadas. Sólo serán ustedes dos, pues sería absurdo arriesgar más vidas. Y si intenta volver sin tener los datos que necesitamos, le arrojaremos fuera del espacio antes de que llegue a un pársec de Términus. Eso es todo. La conversación terminado.

Se levantó, miró sus manos desnudas, y luego se puso lentamente los guantes. Se dirigió hacia la puerta, que abrieron dos guardias, armas en mano. Estos se apartaron para dejarla pasar. Al llegar al umbral se volvió.

—Fuera hay otros guardias. No haga nada sospechoso o nos evitará la molestia de su existencia.

—Entonces usted también perdería las ventajas que puedo proporcionarle —dijo Trevize y, con un esfuerzo, consiguió decirlo despreocupadamente.

—Correremos ese riesgo —dijo Branno con una sonrisa desprovista de regocijo.

8

—He oído toda la conversación. Ha hecho gala de una paciencia extraordinaria —dijo Liono Kodell, que la esperaba en el exterior.

—Pero estoy extraordinariamente cansada. Creo que el día ha tenido setenta y dos horas. Ahora debe ocuparse usted.

—Lo haré, pero dígame… ¿Había realmente un Dispositivo Estático Mental dentro de la casa?

—Oh, Kodell —dijo Branno con cansancio—. Usted lo sabe mejor que yo. ¿Qué probabilidades había de que estuvieran vigilándonos? ¿Se imagina que la Segunda Fundación lo vigila todo, en todas partes, siempre? Yo no soy tan romántica como Trevize; él puede pensarlo, pero yo no. Y aunque así fuera, si la Segunda Fundación tuviese ojos y oídos en todas partes, ¿no nos habría delatado inmediatamente la presencia de un DEM? Y ¿no habría su uso demostrado a la Segunda Fundación que existía un escudo contra sus poderes, una vez detectaran una región mentalmente opaca? ¿Acaso el secreto de la existencia de dicho escudo, hasta que estemos preparados para utilizarlo al máximo, no vale más, no sólo que Trevize, sino que usted y yo juntos? Y sin embargo…

Estaban en el vehículo de superficie, y Kodell conducía.

—Y sin embargo… —dijo este.

—Y sin embargo, ¿qué? —preguntó Branno—. Oh, sí. Y sin embargo, ese joven es inteligente. Le he llamado tonto media docena de veces de distintas maneras con objeto de mantenerle en su lugar, pero no lo es. Es joven y ha leído demasiadas novelas de Arkady Darell, y ellas le han hecho creer que la Galaxia es así, pero posee una gran perspicacia y será una lástima perderlo.

—Entonces, ¿está segura de que se perderá?

—Completamente segura —dijo Branno con tristeza—. De todos modos, es mejor así. No necesitamos jóvenes románticos que ataquen a ciegas y destrocen, quizás en un instante, lo que nos ha costado años construir. Además, nos será de utilidad. No cabe duda de que atraerá la atención de la Segunda Fundación, suponiendo que en realidad exista y se interese por nosotros. Y mientras se ocupan de él, posiblemente nos dejen en paz. Quizá consigamos algo más que eso. Es posible que, en su preocupación por Trevize, lleguen a delatarse a sí mismos, dándonos la oportunidad y el tiempo para tomar medidas preventivas.

—Así pues, Trevize atraerá el rayo.

Los labios de Branno se crisparon.

—Ah, la metáfora que he estado buscando. Él es nuestro pararrayos, absorberá la descarga y nos protegerá del mal.

—¿Y ese Pelorat que también estará en el radio de acción del rayo?

—Quizá también sufra, Eso no puede evitarse.

Kodell asintió.

—Bueno, ya sabe lo que Salvor Hardin solía decir: «Nunca dejes que tu sentido de la moralidad te impida hacer lo que está bien».

—En este momento no tengo ningún sentido de la moralidad —murmuró Branno—. Tengo el sentido del cansancio óseo. Y sin embargo…, podría nombrar a muchas personas cuya pérdida no me importaría tanto como la de Golan Trevize. Es un joven muy guapo. Y naturalmente, él lo sabe. Sus últimas palabras fueron un susurro casi inaudible; cerró los ojos y se sumió en un sueño ligero.