10. Mesa
33
Habían pasado dos días y Gendibal se sentía más encolerizado que abatido. No existía ningún motivo por el que no pudiera celebrarse el juicio inmediatamente. De no haber estado preparado, de haber necesitado tiempo, le habrían impuesto un juicio urgente, estaba seguro de ello.
Pero como nada más que la mayor crisis desde el Mulo amenazaba a la Segunda Fundación, perdían el tiempo; y sin más propósito que el de irritarlo.
Lo habían irritado y, por Seldon, esto haría su contragolpe aun más fuerte. No tenía ninguna duda al respecto.
Miró a su alrededor. La antesala estaba vacía. Ya hacía dos días que lo estaba. Era un hombre marcado, un orador que, por causa de una acción sin precedentes en los cinco siglos de historia de la Segunda Fundación, pronto perdería su cargo. Sería degradado a simple ciudadano, degradado al nivel de un miembro de la Segunda Fundación, normal y corriente.
Sin embargo, una cosa, y una cosa muy honrosa, era ser un miembro llano de la Segunda Fundación, especialmente si uno ostentaba un título respetable, como Gendibal podría hacer incluso después de la residencia, y algo muy distinto haber llegado a orador y ser degradado.
No obstante, eso no sucedería, pensó Gendibal con fiereza, aunque todos le hubieran rehuido durante dos días. Sólo Sura Novi lo trataba como antes; pero ella era demasiado ingenua para comprender la situación. Para ella, Gendibal seguía siendo el «maestro».
A Gendibal le irritaba encontrar un cierto consuelo en ello. Se sintió avergonzado cuando empezó a notar que su estado de ánimo mejoraba cuando la sorprendía mirándolo con veneración. ¿Es que ya empezaba a agradecer regalos tan pequeños?
Un secretario salió de la cámara para decirle que la Mesa estaba preparada para recibirlo, y Gendibal entró majestuosamente. Gendibal conocía bien al secretario; era un hombre que sabía, hasta la fracción más diminuta, el grado exacto de cortesía que merecía cada orador. En aquel momento, el otorgado a Gendibal fue asombrosamente pequeño. Incluso el secretario lo consideraba casi convicto.
Todos estaban sentados alrededor de la mesa, vestidos con las negras togas. El primer orador, Shandess, parecía un poco incómodo, pero no permitió que su rostro expresara el menor indicio de cordialidad. Delarmi, una de las tres únicas oradoras, ni siquiera lo miró.
El primer orador dijo:
—Orador Stor Gendibal, ha sido usted residenciado por comportarse de un modo indigno para un orador. Ante todos nosotros ha acusado a la Mesa vagamente y sin pruebas, de traición e intento de asesinato. Ha dado a entender que todos los miembros de la Segunda Fundación, incluidos los oradores y el primer orador, debían ser sometidos a un profundo análisis mental para descubrir cuál de ellos ya no era digno de confianza. Tal conducta rompe la cohesión social, sin la que la Segunda Fundación no puede controlar una Galaxia intrincada y potencialmente hostil, y sin la que no puede construir, con seguridad, un Segundo Imperio viable.
»Ya que todos hemos sido testigos de estas ofensas, renunciaremos a la exposición formal de cargos por la parte acusadora. Por lo tanto, pasaremos directamente a la fase siguiente. Orador Stor Gendibal, ¿tiene usted una defensa?
Ahora Delarmi, todavía sin mirarlo, se permitió una ligera sonrisa.
Gendibal dijo:
—Si la verdad se considera una defensa, la tengo. Hay fundamentos para sospechar de una brecha en nuestra seguridad. Esa brecha puede implicar el control mental de uno o más miembros de la Segunda Fundación, sin excluir a los aquí presentes, y esto supone un gran peligro para la Segunda Fundación. Si, en realidad, aceleran este juicio porque no pueden perder tiempo, es posible que todos reconozcan débilmente la seriedad de la crisis, pero en ese caso, ¿por qué han perdido dos días después de que yo reclamara formalmente un juicio inmediato? Declaro que ha sido esta grave crisis lo que me ha obligado a decir lo que he dicho. Me habría comportado de un modo indigno para un orador si no lo hubiera hecho así.
—Se empeña en repetir la ofensa, primer orador —dijo Delarmi con suavidad.
El asiento de Gendibal estaba más separado de la Mesa que el de los demás, lo cual era ya una clara degradación. Él lo alejó aún más, como si eso no le importara nada, y se levantó.
—¿Me condenarán ahora, de antemano y a despecho de la ley, o puedo exponer mi defensa con detalle? —preguntó.
El primer orador contestó:
—Esto no es una asamblea ilegal orador Sin muchos precedentes para guiarnos, le daremos un voto de confianza, reconociendo que si nuestras capacidades «demasiado humanas» nos hicieran desviar de la absoluta justicia, es mejor dejar en libertad al culpable que condenar al inocente. Por lo tanto, aunque el presente caso es tan grave que no podemos dejar alegremente en libertad al culpable, le permitiremos exponer su caso del modo que usted quiera y durante el tiempo que quiera, hasta que decidamos, por votación unánime, incluido mi voto —y alzó la voz en esta frase—, que hemos oído bastante.
—Entonces, permítanme empezar declarando que Golan Trevize, el miembro de la Primera Fundación que ha sido exilado de Términus y al que el primer orador y yo consideramos el filo de la crisis, ha tomado una dirección inesperada —dijo Gendibal.
—Cuestión de información —aclaró Delarmi con suavidad—. ¿Cómo es que el orador —la entonación indicó claramente que la palabra era usada despectivamente— sabe tal cosa?
—Fui informado por el primer orador —contestó Gendibal—, pero yo lo confirmo basándome en mis propios datos. Sin embargo, en estas circunstancias, y teniendo en cuenta mis sospechas sobre el nivel de seguridad de la cámara, deben permitirme que mantenga en secreto mis fuentes de información.
—Yo no tengo nada que oponer. Prosigamos sin aclarar este punto, pero si, a juicio de la Mesa, la información debe conocerse, el orador Gendibal deberá proporcionarla —dijo el primer orador.
Delarmi replicó:
—Si el orador no proporciona la información ahora, debo decir que supongo que tiene un agente a su servicio, un agente empleado particularmente por él y que no trabaja para la Mesa en general. No podemos estar seguros de que tal agente obedezca las reglas de conducta por las que se rige el personal de la Segunda Fundación.
El primer orador añadió con cierta desaprobación:
—Veo todas las implicaciones, oradora Delarmi. No es necesario que me las enumere.
—Únicamente lo menciono para que conste en acta, primer orador, ya que esto agrava la ofensa y no es un dato mencionado en la demanda de residencia, la cual, me gustaría señalar, no ha sido leída en su totalidad y en la que solicito sea añadido este nuevo dato.
—El secretario deberá añadir el dato —dijo el primer orador—, y el texto definitivo será redactado en el momento adecuado. Orador Gendibal —él, cuando menos, no lo dijo en tono despectivo—, su defensa es realmente un paso hacia atrás. Continúe.
Gendibal continuó:
—No sólo ese Trevize ha tomado una dirección inesperada, sino que lo ha hecho a una velocidad sin precedentes. Mi información, que el primer orador aún no conoce, es que ha recorrido casi diez mil pársecs en mucho menos de una hora.
—¿En un solo salto? —preguntó uno de los oradores con incredulidad.
—En más de dos docenas de saltos, uno tras otro, sin que virtualmente transcurriera tiempo alguno —dijo Gendibal—, algo que resulta incluso más difícil de imaginar que un solo salto. Aunque ahora esté localizado, necesitaremos tiempo para seguirle y, si él nos detecta y realmente quiere huir de nosotros, no podremos alcanzarlo… Y ustedes pierden el tiempo en juegos de residencias y dejan pasar dos días para saborearlos más.
El primer orador consiguió ocultar su angustia.
—Haga el favor de decimos, orador Gendibal, cuál cree usted que es el significado de todo esto.
—Es una indicación, primer orador, de los adelantos tecnológicos hechos por la Primera Fundación, que es ahora mucho más poderosa que en tiempos de Preem Palver. No podríamos hacerles frente si nos encontraran y fueran libres de actuar.
La oradora Delarmi se puso en pie y dijo:
—Primer orador, estamos perdiendo el tiempo con asuntos que no vienen al caso. No somos niños a los que se pueda asustar con cuentos de la Abuela Espacial. No importa lo impresionante que sea la maquinaria de la Primera Fundación si, en cualquier crisis, sus mentes están bajo nuestro control.
—¿Qué tiene que decir a esto, orador Gendibal? —preguntó el primer orador.
—Únicamente que llegaremos a la cuestión de las mentes a su debido tiempo. Por el momento, sólo quiero recalcar el poderío tecnológico superior, y creciente, de la Primera Fundación.
—Pase al siguiente punto, orador Gendibal. Debo manifestar que el primero no me parece estar relacionado con el asunto contenido en la demanda de residencia —dijo el primer orador.
Hubo un claro gesto de conformidad por parte de la Mesa en general.
—Prosigo. Trevize tiene un compañero en su presente viaje —Gendibal hizo una momentánea pausa para considerar la pronunciación—, un tal Janov Pelorat, erudito bastante ineficaz que ha dedicado su vida a reunir mitos y leyendas referentes a la Tierra.
—¿Sabe todo esto acerca de él? ¿Su fuente secreta, supongo? —dijo Delarmi, que se había arrogado el papel de fiscal con evidente satisfacción.
—Si, sé todo esto acerca de él —replicó Gendibal, impasible—. Hace unos cuantos meses, la alcaldesa de Términus, una mujer enérgica y capaz, se interesó por ese erudito sin una razón clara y, como es natural, yo también me interesé. No lo he guardado en secreto. Toda la información obtenida ha sido puesta a disposición del primer orador.
—Confirmo lo manifestado —dijo el primer orador en voz baja.
Un anciano orador preguntó:
—¿Qué es esa Tierra? ¿Es el mundo de origen que se menciona en todas las fábulas? ¿El que fue objeto de tanta agitación en los viejas tiempos imperiales?
Gendibal asintió.
—En los cuentos de la Abuela Espacial, como diría la oradora Delarmi. Sospecho que el sueño de Pelorat era venir a Trántor para consultar la Biblioteca Galáctica, a fin de encontrar información sobre la Tierra que no pudo obtener en el servicio bibliotecario interestelar del que disponía en Términus.
»Cuando salió de Términus, con Trevize, debía de tener la impresión de que su sueño iba a realizarse. Nosotros los esperábamos a los dos y contábamos con tener la oportunidad de examinarlos, en nuestro propio beneficio. Al parecer, como todos ustedes ya saben, no vendrán aquí. Se han desviado hacia un destino que aún no está claro y por una razón que aún no se conoce.
La redonda cara de Delarmi reflejó una expresión querúbica al decir:
—¿Y a qué se debe tanto ruido? Aquí no los necesitamos para nada. En realidad, si nos descartan tan fácilmente, podemos deducir que la Primera Fundación no conoce la verdadera naturaleza de Trántor, y podemos aplaudir la obra de Preem Palver.
Gendibal contestó:
—Si no profundizáramos más, realmente podríamos llegar a esta conclusión tan tranquilizadora. Sin embargo, ¿podría ser que el desvío no se debiera a la incapacidad de ver la importancia de Trántor?
¿Podría ser que el desvío se debiera al miedo de que Trántor, examinando a estos dos hombres, viese la importancia de la Tierra?
Hubo una verdadera conmoción en torno a la Mesa.
—Cualquiera —dijo Delarmi con frialdad— puede inventar tesis absurdas y disfrazarlas con frases mesuradas. Pero ¿acaso esto hace que tengan sentido? ¿Por qué iba alguien a inquietarse por lo que la Segunda Fundación pensara de la Tierra? Tanto si es el verdadero planeta de origen, como si es un mito, como si no hay ningún planeta de origen, es algo que sólo interesa a los historiadores, antropólogos y coleccionistas de leyendas populares, como ese tal Pelorat. ¿Por qué a nosotros?
—Sí, ¿por qué? —dijo Gendibal—. ¿A qué se debe, entonces, que no haya referencias de la Tierra en la biblioteca?
Por primera vez, algo que no era hostilidad se dejó sentir en el ambiente alrededor de la Mesa.
Delarmi inquirió:
—¿No las hay?
Gendibal contestó con calma:
—Cuando me enteré de que Trevize y Pelorat podrían venir aquí en busca de información sobre la Tierra, yo, como es natural, hice que la computadora de nuestra biblioteca confeccionara una lista de los documentos que contenían dicha información.
Me sentí ligeramente interesado al descubrir que no había nada. Ni una cantidad pequeña. Ni muy poco. ¡Nada!
»Pero después ustedes insistieron en que yo esperara dos días antes de que este juicio tuviera lugar, y al mismo tiempo, mi curiosidad se acrecentó con la noticia de que los miembros de la Primera Fundación no vendrían después de todo. Tenía que distraerme de algún modo. Mientras el resto de ustedes estaba, como dice el refrán, bebiendo vino mientras la casa se derrumbaba, revisé algunos libros de historia que tenía yo. Encontré párrafos que mencionaban específicamente algunas de las investigaciones sobre la «Cuestión del Origen» en los últimos tiempos imperiales. Había referencias y citas de determinados documentos, tanto impresos como filmados. Volví a la biblioteca y busqué personalmente esos documentos. Les aseguro que no había nada.
—Aunque sea así, no tiene por qué sorprendernos. Si la Tierra es realmente un mito… —dijo Delarmi.
—Entonces, la encontraría en las referencias mitológicas. Si fuera una historia de la Abuela Espacial, la encontraría en las obras completas de la Abuela Espacial. Si fuera una invención de la mente enferma, la encontraría en psicopatología. El hecho es que existe algo sobre la Tierra o todos ustedes no habrían oído hablar de ella y tampoco la habrían reconocido inmediatamente como el nombre del supuesto planeta de origen de la especie humana. Así pues, ¿por qué no hay ninguna referencia a ella en la biblioteca, ni en ningún sitio?
Delarmi guardó silencio durante unos momentos y otro orador tomó la palabra. Era Leonis Cheng, un hombrecillo con unos conocimientos enciclopédicos sobre las minucias del Plan Seldon y una actitud bastante miope hacia la Galaxia. Sus ojos tendían a parpadear rápidamente cuando hablaba.
—Es bien sabido que el Imperio intentó crear en sus últimos días una mística imperial prohibiendo todo interés por los tiempos preimperiales —dijo.
Gendibal asintió.
—Prohibición es el término exacto, orador Cheng. Esto no equivale a destrucción de pruebas. Como usted debería saber mejor que nadie, otra característica de la decadencia imperial fue el repentino interés por tiempos pasados, presuntamente mejores. Yo acabo de referirme al interés por la «Cuestión del Origen» en tiempos de Hari Seldon.
Cheng interrumpió con un formidable carraspeo.
—Lo sé muy bien, joven, y sé mucho más de lo que usted parece creer sobre estos problemas sociales de la decadencia imperial. El proceso de «imperialización» atajó estos juegos de aficionado acerca de la Tierra. Bajo Cleón II, durante el último resurgimiento del Imperio, dos siglos después de Seldon, la imperialización alcanzó su punto culminante y toda especulación sobre la cuestión de la Tierra llegó a su fin. Incluso hubo un mandato referente a esto en tiempos de Cleón, calificando el interés por esos temas de (y creo que lo cito textualmente) «especulación caduca e improductiva que tiende a minar el amor del pueblo por el trono imperial».
Gendibal sonrió.
—Entonces, ¿cree usted que fue en tiempos de Cleón II, orador Cheng, cuando se destruyó toda referencia a la Tierra?
—No saco ninguna conclusión. Sólo he declarado lo que he declarado.
—Es muy astuto por su parte no sacar ninguna conclusión. En la época de Cleón es posible que el Imperio viviera un resurgimiento, pero la universidad y la biblioteca, por lo menos, estaban en nuestras manos o, en todo caso, en las de nuestros predecesores. Habría sido imposible sacar material de la biblioteca sin que los oradores de la Segunda Fundación se enterasen. De hecho, la labor habría tenido que ser encomendada a los oradores, aunque el Imperio moribundo no lo habría sabido.
Gendibal hizo una pausa, pero Cheng, sin decir nada, miró por encima de la cabeza del otro.
Gendibal prosiguió:
—De esto se deduce que la biblioteca no pudo ser vaciada del material sobre la Tierra durante la época de Seldon, ya que entonces la «Cuestión del Origen» era una preocupación activa, y no pudo ser vaciada después porque la Segunda Fundación estaba a cargo de ella. Sin embargo, ahora la biblioteca está vacía. ¿Cómo es posible?
Delarmi intervino con impaciencia:
—Puede dejar de insistir en el dilema, Gendibal. Lo entendemos. ¿Qué sugiere usted como solución? ¿Que ha sacado los documentos usted mismo?
—Como de costumbre, Delarmi, no se anda por las ramas. —Y Gendibal le dedicó una inclinación de cabeza con sardónico respeto (ante la que ella reaccionó alzando ligeramente el labio)—. Una solución es que la depuración haya sido hecha por un orador de la Segunda Fundación, alguien que sepa utilizar a los encargados sin dejar ningún recuerdo tras de sí, y las computadoras sin dejar registro tras de sí.
El primer orador, Shandess, enrojeció:
—Ridículo, orador Gendibal. No creo que un orador hiciera eso. ¿Cuál sería el motivo? Aunque por alguna razón, el material sobre la Tierra hubiera sido retirado, ¿por qué ocultarlo al resto de la Mesa? ¿Por qué arriesgarse a destruir la propia carrera expoliando la biblioteca cuando hay tantas probabilidades de que se descubra? Además, creo que ni el más hábil de los oradores podría realizar esa tarea sin dejar ninguna huella.
—Entonces debe de ser, primer orador, que discrepa de la oradora Delarmi en la sugerencia de que lo he hecho yo.
—Por supuesto —dijo el primer orador—. A veces dudo de su buen juicio, pero aún no lo considero totalmente loco.
—Entonces debe de ser que nunca ha sucedido primer orador. El material sobre la Tierra aún debe de estar en la biblioteca, pues parece que ya hemos eliminado todas las formas posibles en que puede haber sido retirado; y, sin embargo, el material no está allí.
Delarmi dijo con afectado cansancio:
—Bueno, bueno, terminemos de una vez. Vuelvo a preguntarle, ¿qué solución sugiere usted? Estoy segura de que cree tener una.
—Si usted está segura, oradora, es posible que también lo estemos todos. Mi sugerencia es que la biblioteca ha sido expurgada por alguien de la Segunda Fundación que está bajo el control de una sutil fuerza ajena a la Segunda Fundación. La expurgación ha pasado desapercibida porque esa misma fuerza se ha encargado de que fuera así.
Delarmi se echó a reír.
—Hasta que usted lo ha descubierto. Usted, el incontrolado e incontrolable. Si esa misteriosa fuerza existiera, ¿cómo ha descubierto usted la ausencia de material de la biblioteca? ¿Por qué no lo han controlado?
Gendibal contestó con gravedad:
—No es cuestión de risa, oradora. Ellos pueden creer, igual que nosotros, que toda manipulación debe ser reducida al mínimo. Cuando mi vida estuvo en peligro hace unos cuantos días, me preocupé más por abstenerme de intervenir en una mente hameniana que por protegerme a mí mismo. Podría ocurrirles lo mismo a ellos; en cuanto se creyeron a salvo, dejaron de intervenir. Este es el peligro, el temible peligro. El hecho de que yo haya descubierto lo ocurrido puede significar que a ellos ya no les importa. El hecho de que ya no les importe puede significar que ya creen haber vencido. ¡Y aquí nosotros continuamos jugando!
—Pero ¿qué se proponen con todo esto? ¿Qué finalidad persiguen? —preguntó Delarmi, moviendo los pies y mordiéndose los labios. Notaba que su poder disminuía a medida que la Mesa se sentía más interesada, más preocupada.
Gendibal repuso:
—Resumamos… La Primera Fundación, con su enorme arsenal de poder físico, está buscando la Tierra. Simulan librarse de dos exiliados, confiando en que nosotros los tomaremos por tales, pero ¿les equiparían con naves de increíble poder, naves que pueden recorrer diez mil pársecs en menos de una hora, si no fueran más que eso?
»En cuanto a la Segunda Fundación, no hemos buscado la Tierra, y es evidente que se han tomado medidas sin nuestro conocimiento para despojarnos de toda información respecto a ese planeta. La Primera Fundación está ahora tan cerca de encontrar la Tierra, y nosotros estamos tan lejos de hacerlo, que… —Gendibal hizo una pausa y Delarmi dijo:
—Que, ¿qué? Termine su infantil relato. ¿Sabe algo o no?
—No lo sé todo, oradora. No he llegado hasta el fondo de la red que nos está envolviendo, pero sé que la red está ahí. No sé qué importancia puede tener el descubrimiento de la Tierra, pero estoy seguro de que la Segunda Fundación se enfrenta a un enorme peligro y, con ella, el Plan Seldon y el futuro de toda la humanidad.
Delarmi se puso en pie. No sonreía y habló con voz tensa pero rigurosamente controlada.
—¡Tonterías! ¡Primer orador, ponga fin a esto! Lo que se debate es el comportamiento del acusado. Lo que él nos dice no sólo es infantil sino irrelevante. No puede excusar su conducta inventando una serie de teorías que sólo tienen sentido para él.
Solicito la votación inmediata, la votación unánime en favor de su culpabilidad.
—Esperen —dijo vivamente Gendibal—. Me han asegurado que tendría una oportunidad para defenderme y queda una prueba más, una más. Déjenme presentarla y luego podrán pasar a la votación sin más objeciones por mi parte.
El primer orador se restregó los ojos con cansancio.
—Puede continuar, orador Gendibal. Desearía hacer notar a la Mesa que la condena de un orador residenciado es una acción tan grave y, en realidad sin precedentes, que no debemos dar la impresión de obstaculizar la defensa. Recuerden, asimismo, que incluso si el veredicto nos satisface, puede no satisfacer a aquellos que vendrán después de nosotros, y no creo que un miembro de la Segunda Fundación de cualquier nivel, para no hablar de los oradores de la Mesa, no aprecie plenamente la importancia de la perspectiva histórica. Actuemos de modo que podamos aseguramos la aprobación de los oradores que nos sucederán en los siglos venideros.
Delarmi replicó con mordacidad:
—Corremos el riesgo, primer orador, de que la posteridad se ría de nosotros sin dudar de lo evidente. Continuar la defensa es decisión de usted.
Gendibal tomó aliento.
—Entonces, de acuerdo con su decisión, primer orador, deseo llamar a un testigo, una joven a la que conocí hace tres días y sin la cual quizá no habría llegado nunca a la reunión de la Mesa, en vez de haberlo hecho sólo con retraso.
—¿Conoce la Mesa a la mujer de la que habla? —preguntó el primer orador.
—No, primer orador. Es una nativa de este planeta.
Delarmi abrió desmesuradamente los ojos.
—¿Una hameniana?
—¡En efecto! ¡Así es!
—¿Qué tenemos que ver con uno de esos? Nada de lo que dicen puede ser importante. ¡No existen! —dijo Delarmi.
Los labios de Gendibal se fruncieron en una mueca que no habría podido confundirse con una sonrisa y declaró mordazmente:
—Físicamente todos los hamenianos existen. Son seres humanos y desempeñan su papel en el Plan de Seldon. En la protección indirecta de la Segunda Fundación desempeñan un papel crucial. Quiero disociarme de la crueldad de la oradora Delarmi y espero que su afirmación conste en acta y sea considerada como evidencia de su posible ineptitud para el cargo de oradora. ¿Estará de acuerdo el resto de la Mesa con la increíble afirmación de la oradora y me privará de mi testigo?
El primer orador dijo:
—Llame a su testigo, orador.
Los labios de Gendibal se relajaron en los inexpresivos rasgos normales de un orador bajo presión.
Su mente estaba protegida, y cercada, pero tras esa barrera protectora, notó que el momento de peligro había pasado y que él había vencido.
34
Sura Novi parecía nerviosa. Tenía los ojos muy abiertos y el labio inferior le temblaba ligeramente. Sus manos se cerraban y abrían con lentitud y su respiración era acelerada. Su cabello había sido peinado hacia atrás y trenzado en un moño; su cara tostada por el sol se crispaba de vez en cuando. Sus manos estrujaban los pliegues de su falda larga. Miró apresuradamente en torno a la Mesa, de un orador a otro, con grandes ojos llenos de temor.
Ellos le devolvieron la mirada con diversos grados de desprecio e inquietud. Delarmi mantuvo la mirada muy por encima de la coronilla de Novi, haciendo caso omiso de su presencia.
Gendibal tocó cuidadosamente la capa exterior de su mente, sosegándola y relajándola. Podría haber hecho lo mismo acariciándole la mano o la mejilla, pero aquí, en estas circunstancias, eso era imposible, naturalmente.
—Primer orador, estoy entumeciendo el conocimiento consciente de esta mujer para que su testimonio no esté deformado por el miedo. ¿Hará el favor de observar…, observarán todos ustedes, si lo desean, que no modificaré su mente en modo alguno?
Novi había vuelto a sobresaltarse de terror al oír la voz de Gendibal, y Gendibal no se sorprendió al notarlo. Sabía que nunca había oído hablar entre ellos a los miembros de la Segunda Fundación de alto rango. Nunca había experimentado esa extraña y veloz combinación de sonido, tono, expresión y pensamiento. Sin embargo, el temor se desvaneció tan rápidamente como la había invadido, cuando él apaciguó su mente.
Una expresión de placidez se adueñó de su rostro.
—Hay una silla detrás de ti, Novi —dijo Gendibal—. Haz el favor de sentarte.
Novi hizo una pequeña y torpe reverencia y se sentó, manteniéndose erguida.
Habló con gran claridad, pero Gendibal le pidió que repitiera algunas cosas cuando su acento hameniano era demasiado marcado. Y como él mantuvo la formalidad de su propio lenguaje por deferencia a la Mesa, también tuvo que repetir algunas de sus preguntas.
El relato de la lucha entre él y Rufirant fue descrito sosegada y perfectamente.
Gendibal preguntó:
—¿Viste todo esto tú misma, Novi?
—Nanay, maestro, o lo habría antes detenido. Rufirant ser buen tipo, pero no rápido en la cabeza.
—Pero tú lo has descrito todo. ¿Cómo es posible, si no lo viste todo?
—Rufirant lo contó a mí después, al preguntarle. Estar avergonzado.
—¿Avergonzado? ¿Sabes si se había comportado de esta manera con anterioridad?
—¿Rufirant? Nanay, maestro. Él ser amable, aunque ser grande. El no ser luchador y tener miedo de los serios. Él dice a menudo que ellos tienen mucha fuerza y poder.
—¿Por qué no pensaba así cuando me encontró?
—Ser extraño. Ser no comprensible. —Meneó la cabeza—. El no ser sí mismo. Yo le dije: «Tú, cabeza hueca. ¿Te parece bien asaltar a serio?». Y él dijo: «No sé cómo ha pasado. Ser como si yo estoy a un lado, quieto y mirando a no-yo».
El orador Cheng interrumpió:
—Primer orador, ¿por qué razón se hace declarar a esta mujer lo que le ha dicho un hombre? ¿Es que el hombre no puede ser interrogado?
Gendibal contestó:
—Puede serlo. Si, después del testimonio de esta mujer, la Mesa desea oír más testimonios, estaré dispuesto a llamar a Karoll Rufirant, mi reciente antagonista, al estrado. Si no, la Mesa podrá emitir su veredicto cuando haya terminado con esta testigo.
—Muy bien —accedió el primer orador—. Prosiga.
Gendibal preguntó:
—¿Y tú, Novi? ¿Fue propio de ti intervenir de este modo en la pelea?
Novi no dijo nada durante unos momentos. Un pequeño ceño apareció entre sus tupidas cejas y luego desapareció.
—Yo no sé. Yo no deseo mal a serios. Yo sentirme empujada, y me mezclé sin pensamiento. —Una pausa, y después—: Yo lo haré otra vez si ser necesario.
—Novi, ahora ir dormirás. No pensarás en nada. Descansarás y ni siquiera soñarás —dijo Gendibal.
Novi balbuceó durante un momento. Sus ojos se cerraron y su cabeza cayó hacia atrás contra el respaldo de la silla.
Gendibal esperó un momento y luego dijo:
—Primer orador, con todo respeto, sígame al interior de la mente de esta mujer. La encontrará notablemente simple y simétrica, lo cual es una suerte, pues lo que verá podría no haber sido visible en otras circunstancias. ¡Aquí…, aquí! ¿Lo observa? Si el resto de ustedes quieren entrar…, será más fácil si lo hacen uno por uno.
Hubo un creciente zumbido en torno a la mesa.
—¿Alguno de ustedes duda todavía? —preguntó Gendibal.
Delarmi dijo:
—Yo dudo, porque… —Hizo una pausa al borde de lo que era, incluso para ella, difícil de decir.
Gendibal lo dijo en su lugar.
—¿Cree que he manipulado deliberadamente esta mente a fin de que presentara una falsa evidencia? ¿Cree, por lo tanto, que soy capaz de realizar un ajuste tan delicado; una sola fibra mental claramente deformada sin nada a su alrededor o en las proximidades que esté alterado en lo más mínimo? Si pudiera hacerlo, ¿qué necesidad tendría de tratar con cualquiera de ustedes de esta manera? ¿Por qué someterme a la deshonra de un juicio? ¿Por qué esforzarme en convencerles? Si yo pudiera hacer lo que se ve en la mente de esta mujer, todos ustedes estarían indefensos frente a mi, a menos que se hallaran bien preparados. El hecho contundente es que ninguno de ustedes podría manipular una mente como ha sido manipulada la de esta mujer. Yo tampoco. Sin embargo, alguien lo ha hecho.
Hizo una pausa, mirando a todos los oradores por orden, y, fijando después sus ojos en Delarmi, habló con lentitud.
—Ahora, si no disponen nada más, haré entrar al campesino hameniano, Karoll Rufirant, al que he examinado y cuya mente también ha sido manipulada de esta manera.
—No será necesario —dijo el primer orador, que tenía una expresión consternada—. Lo que hemos visto es más que suficiente.
—En ese caso —dijo Gendibal—, ¿puedo despertar a esta hameniana y dejarla ir? He dispuesto que fuera haya alguien para encargarse de su recuperación.
Cuando Novi hubo salido, llevada del brazo por Gendibal, este dijo:
—Permítanme hacer un breve resumen. Las mentes pueden ser, y han sido, alteradas de un modo que está más allá de nuestro poder. Así pues, los propios encargados de la biblioteca pueden haber sido influidos para sacar de allí el material sobre la Tierra, sin nuestro conocimiento o el de ellos. Hemos visto cómo se dispuso que mi llegada a la reunión de la Mesa fuese retrasada. Me amenazaron; me rescataron. La consecuencia es que fui residenciado. La consecuencia de esta sucesión de hechos aparentemente naturales es que puedo ser destituido de una posición de poder; y la línea de acción que yo defiendo y que amenaza a esas personas, quiénes quiera que sean, puede ser anulada. —Delarmi se inclinó hacia delante. Estaba claramente trastornada.
—Si esa organización secreta es tan ingeniosa, ¿cómo pudo usted descubrir todo esto?
Ahora, Gendibal no tuvo inconveniente en sonreír.
—El mérito no es mío —dijo—. No me considero más hábil que los demás oradores y, por supuesto, no más que el primer orador. Sin embargo, tampoco estos Anti-Mulos, como el primer orador los ha bautizado ingeniosamente, son infinitamente sabios o infinitamente inmunes a las circunstancias. Quizá eligieron a esta hameniana determinada como instrumento precisamente porque necesitaba muy pocos ajustes. Ella era, por su propio carácter, simpatizante de los que llama «sabios», y los admiraba intensamente.
»Pero después, cuando esto hubo terminado, su momentáneo contacto conmigo reforzó su fantasía de convertirse ella misma en «sabia». Al día siguiente acudió a mí con esa idea en mente. Curioso por tan peculiar ambición, examiné su mente, lo que ciertamente no habría hecho en otras circunstancias, y más por accidente que otra cosa, descubrí el ajuste y percibí su significado. De haber sido elegida cualquier otra mujer, una menos predispuesta a favor de los sabios, los Anti-Mulos habrían tenido que hacer más de un ajuste, pero quizá entonces no habría habido consecuencias y yo no me habría enterado de nada. Los Anti-Mulos calcularon mal, o bien no previeron esta posibilidad. El hecho de que puedan tropezar de este modo es alentador.
—El primer orador y usted llaman a esta… organización… los Anti-Mulos, supongo que porque parecen trabajar para mantener a la Galaxia en la trayectoria del Plan Seldon, en vez de desviarla como hizo el propio Mulo. Si los Anti-Mulos hacen eso, ¿por qué son peligrosos? —dijo Delarmi.
—¿Por, qué iban a esforzarse, si no fuera con algún propósito? Nosotros no sabemos cuál es ese propósito. Un cínico podría decir que quieren intervenir en alguna época futura e impulsar la corriente en otra dirección, alguna que posiblemente les agradaría más a ellos que a nosotros. Esta es mi propia opinión, a pesar de que no estoy especializado en cinismo. ¿Acaso la oradora Delarmi se atrevería a afirmar, debido al amor y confianza que conforman tan gran parte de su carácter, que son altruistas cósmicos, que hacen nuestro trabajo en lugar de nosotros, sin aspirar a una recompensa?
Hubo unas carcajadas ahogadas en torno a la mesa y Gendibal comprendió que había vencido.
Y Delarmi comprendió que había perdido; y una oleada de ira apareció a través de su férreo control mentálico como un momentáneo rayo de sol a través de una espesa bóveda de hojas.
—A raíz del incidente con el campesino hameniano, llegué a la conclusión de que había un orador tras él. Cuando observé el ajuste en la mente de la hameniana, supe que estaba en lo cierto respecto a la conspiración, pero equivocado respecto al conspirador. Ruego me disculpen por la mala interpretación y alego las circunstancias como atenuante —prosiguió Gendibal.
El primer orador dijo:
—Creo que esto puede ser interpretado como una disculpa…
Delarmi interrumpió. Había recobrado la serenidad; su rostro era afable y su voz, pura sacarina.
—Con todo respeto, primer orador, si se me permite interrumpir… Olvidemos este asunto de la residencia. En este momento yo no votaría por la condena y supongo que nadie lo haría. Incluso sugiero que la residencia no conste en el intachable historial del orador. El orador Gendibal se ha exonerado hábilmente a sí mismo. Le felicito por ello… y por denunciar una crisis que el resto de nosotros bien habríamos podido ignorar indefinidamente, con resultados incalculables. Ofrezco al orador mis sinceras disculpas por mi anterior hostilidad.
Dirigió una resplandeciente sonrisa a Gendibal, que la admiró a pesar suyo por la manera en que había cambiado inmediatamente de táctica a fin de reducir sus pérdidas. También intuyó que esto sólo eran los preliminares a un ataque desde otra dirección.
35
Cuando se esforzaba en mostrarse encantadora, la oradora Delora Delarmi conseguía dominar a la Mesa de Oradores. Su voz se tornó suave, su sonrisa indulgente, sus ojos brillantes, y toda ella irradió dulzura. Nadie pensó en interrumpirla y todos esperaron que asestara el golpe de gracia.
—Gracias al orador Gendibal, creo que ahora todos sabemos lo que debemos hacer. No vemos a los Anti-Mulos; no tenemos ningún dato acerca de ellos, excepto sus fugitivos toques en las mentes de personas que viven en la sede de la misma Segunda Fundación. No sabemos qué está planeando el centro de poder de la Primera Fundación. Quizá nos encontremos ante una alianza de los Anti-Mulos y la Primera Fundación. No lo sabemos.
»Sí sabemos que este Golan Trevize y su compañero, cuyo nombre se me escapa en este momento, se dirigen hacia algún lugar que no sabemos cuál es, y que el primer orador y Gendibal creen que Trevize es la clave de esta grave crisis. Así pues, ¿qué debemos hacer? Está claro que debemos averiguar todo lo que podamos sobre Trevize; adónde va, qué piensa, cuál puede ser su propósito; o bien si tiene algún punto de destino, algún pensamiento, algún propósito; si no podría ser, en realidad, un mero instrumento de una fuerza mayor que él.
—Está sometido a observación —dijo Gendibal.
Delarmi frunció los labios en una indulgente sonrisa.
—¿De quién? ¿De uno de sus agentes extranjeros? ¿Podemos esperar que esos agentes se resistan a aquellos que tienen las facultades demostradas aquí? Indudablemente no. En tiempos del Mulo, y también más tarde, la Segunda Fundación no vaciló en enviar fuera, e incluso sacrificar, a voluntarios de los mejores que teníamos, ya que ninguna otra cosa podía servir. Cuando fue necesario restaurar el Plan Seldon, el mismo Preem Palver registró la Galaxia como un comerciante trantoriano a fin de traer a esa muchacha, Arkady. No podemos cruzarnos de brazos, ahora, cuando la crisis puede ser más grave que en ningún caso previo. No podemos confiar en funcionarios menores, vigilantes y mensajeros.
—¿No estará sugiriendo que el primer orador abandone Trántor en este momento? —preguntó Gendibal.
Y Delarmi contestó:
—Por supuesto que no. Lo necesitamos aquí. Por otra parte, está usted, orador Gendibal. Es usted quien ha intuido y sopesado correctamente la crisis. Es usted quien detectó la sutil interferencia exterior en la biblioteca y las mentes hamenianas. Es usted quien ha mantenido sus opiniones contra la cerrada oposición de la Mesa… y ha vencido. Aquí no hay nadie que haya visto la situación tan claramente como usted, y nadie más que usted podrá seguir viéndola con claridad. En mi opinión, es usted quien debe salir al espacio para enfrentarse al enemigo. ¿Puedo saber el parecer de la Mesa?
No necesitó una votación formal para conocer ese parecer. Cada orador tocó las mentes de los otros y quedó claro para un Gendibal súbitamente consternado que, en el momento de su victoria y de la derrota de Delarmi, esta formidable mujer había maniobrado para enviarle irrevocablemente al exilio con una misión que le ocuparía durante un período indefinido, mientras ella permanecía allí para controlar la Mesa y, por lo tanto, la Segunda Fundación y, consecuentemente, la Galaxia, enviando a todos por igual, tal vez, hacia su total destrucción.
Y si, de alguna manera, el exiliado Gendibal conseguía obtener la información que permitiría a la Segunda Fundación eludir la inminente crisis, sería Delarmi quien merecería el reconocimiento por haberlo organizado, y el éxito de él sólo confirmaría el poder de ella. Cuanto más rápido fuese Gendibal, cuanto más éxito tuviera, más sólidamente confirmaría el poder de la oradora Delarmi.
Era una maniobra muy hermosa, una recuperación increíble.
Y dominaba claramente a la Mesa, incluso ahora que estaba usurpando virtualmente las atribuciones del primer orador. El pensamiento de Gendibal en este sentido fue atajado por la ira que emanaba del primer orador.
Se volvió. El primer orador no hacía ningún esfuerzo para ocultar su cólera, y pronto quedó claro que una nueva crisis interna no tardaría en suceder a la que había sido resuelta.
36
Quindor Shandess, el vigésimo quinto primer orador, no se hacía demasiadas ilusiones respecto a sí mismo.
Sabía que no era uno de los pocos primeros oradores dinámicos que habían iluminado los cinco siglos de historia de la Segunda Fundación; pero, en realidad, no tenía que serlo. Presidía la Mesa durante un tranquilo período de prosperidad galáctica y no había necesidad de dinamismo. Había parecido que se trataba de una época idónea para jugar a la defensiva y él había sido el hombre adecuado para este papel. Su predecesor lo había escogido por este motivo.
—Usted no es un aventurero; usted es un sabio —había dicho el vigésimo cuarto primer orador—. Usted preservará el Plan, mientras que un aventurero podría echarlo a perder. ¡Preservar! Que esta sea la palabra clave para su Mesa.
Lo había intentado, pero eso significó un mandato pasivo y, en muchas ocasiones, se había interpretado como debilidad. Había rumores periódicos en el sentido de que se proponía dimitir y también manifestar intrigas para asegurar la sucesión en una u otra dirección.
Shandess no tenía la menor duda de que Delarmi había sido la instigadora de la lucha. Tenía la personalidad más fuerte de la Mesa, e incluso Gendibal, con, todo el fuego y la locura de la juventud, retrocedía ante ella, como estaba haciendo ahora mismo.
Pero, por Seldon, quizá fuese pasivo, o incluso débil, pero había una prerrogativa del primer orador a la que ni uno solo había renunciado, y él tampoco lo haría.
Se levantó para hablar e inmediatamente se produjo un siseo en torno a la mesa. Cuando el primer orador se levantaba para hablar, no podía haber interrupciones. Ni siquiera Delarmi o Gendibal se atreverían a interrumpir.
—¡Oradores! Convengo en que nos enfrentamos a una crisis peligrosa y en que debemos tomar medidas drásticas. Soy yo quien tendría que ir al encuentro del enemigo. La oradora Delarmi, con la amabilidad que la caracteriza, me dispensa de la labor declarando que soy necesario aquí. Sin embargo, la verdad es que no soy necesario aquí ni allí. Me hago viejo; me siento cansado. Desde hace tiempo se espera que dimita algún día y quizá debería hacerlo.
Cuando esta crisis haya sido resuelta, dimitiré.
»Pero, naturalmente, es privilegio del primer orador escoger a su sucesor. Voy a hacerlo ahora. Hay un orador que domina desde hace tiempo las sesiones de la Mesa; un orador que, por la fuerza de su personalidad, ha suplido el liderazgo que yo no ejercía. Todos ustedes saben que estoy hablando de la oradora Delarmi.
Hizo una pausa, y después añadió:
—Sólo usted, orador Gendibal, denota desaprobación. ¿Puedo preguntar por qué? —Se sentó, para que Gendibal tuviera derecho a contestar.
—No lo desapruebo, primer orador —dijo Gendibal en voz baja—. A usted le corresponde elegir a su sucesor.
—Y así lo haré. Cuando usted regrese, habiendo conseguido iniciar el proceso que pondrá fin a esta crisis, será el momento adecuado para mi dimisión. Mi sucesor será entonces el encargado de dirigir la política necesaria para continuar y completar ese proceso. ¿Tiene algo que decir, orador Gendibal?
Gendibal contestó sosegadamente:
—Ya que ha asignado a la oradora Delarmi como su sucesora, primer orador, confío en que tendrá a bien aconsejarle que…
El primer orador lo interrumpió con brusquedad.
—He hablado de la oradora Delarmi, pero no la he nombrado mi sucesora. Y ahora, ¿qué tiene que decir?
—Le pido perdón, primer orador. Debería haber dicho, suponiendo que designe a la oradora Delarmi como su sucesora tras mi regreso de esta misión, ¿tendrá a bien aconsejarle que…?
—Tampoco la nombraré mi sucesora en el futuro, de ninguna manera. Y ahora, ¿qué tiene que decir? —El primer orador fue incapaz de hacer este anuncio sin mostrar su satisfacción por el golpe que le estaba asestando a Delarmi. No habría podido hacerlo de un modo más brillante.
—Bueno, orador Gendibal —repitió—, ¿qué tiene que decir?
—Que estoy desconcertado.
El primer orador volvió a levantarse y dijo:
—La oradora Delarmi ha dominado y acaudillado, pero esto no es todo lo que se necesita para el cargo de primer orador. El orador Gendibal ha visto lo que nosotros no hemos visto. Ha hecho frente a la hostilidad de toda la Mesa, y la ha obligado a reconsiderar la cuestión, y la ha forzado a aceptar sus teorías. Yo tengo mis sospechas sobre los motivos de la oradora Delarmi para echar la responsabilidad de la persecución de Golan Trevize sobre los hombros del orador Gendibal, pero a él le corresponde llevar esa carga. Sé que triunfará, confío en mi intuición para saberlo, y cuando regrese, el orador Gendibal se convertirá en el vigésimo sexto primer orador.
Se sentó bruscamente y cada uno de los oradores empezaron a manifestar su opinión en una batahola de sonido, tono, pensamiento y expresión. El primer orador no prestó atención alguna a la cháchara, sino que miró indiferente hacia delante. Ahora que ya estaba hecho, se dio cuenta, con cierta sorpresa, del gran alivio que suponía despojarse del manto de la responsabilidad. Debería haberlo hecho antes, pero no habría podido.
Hasta ahora no había encontrado a su sucesor idóneo.
Y entonces, por alguna razón, su mente tropezó con la de Delarmi y levantó los ojos hacia ella. ¡Por Seldon! Estaba tranquila y sonriente. Su profunda decepción no se traslucía; no había renunciado. Se preguntó si en realidad sólo habría conseguido hacerle el juego. ¿Qué otra baza podía quedarle por jugar?
37
Delora Delarmi habría mostrado abiertamente su desesperación y decepción si eso hubiera podido serle útil de alguna manera.
Habría sentido una gran satisfacción atacando a aquel necio senil que controlaba la Mesa o aquel idiota juvenil con quien había conspirado la Fortuna, pero satisfacción no era lo que quería. Quería algo más.
Quería ser primera oradora.
Y mientras quedara una sola carta por jugar, la jugaría.
Sonrió afablemente, y consiguió levantar la mano como si se dispusiera a hablar; luego la mantuvo en alto el tiempo suficiente para asegurarse de que, cuando hablara, el ambiente no seria sólo normal, sino expectante.
—Primer orador, como antes ha declarado el orador Gendibal, no desapruebo su decisión. A usted le corresponde elegir a su sucesor. Si ahora hablo, es porque puedo contribuir, espero, al éxito de lo que ahora constituye la misión del orador Gendibal. ¿Puedo explicar mis pensamientos, primer orador?
—Hágalo —contestó lacónicamente el primer orador. Le pareció que se mostraba demasiado suave, demasiado dócil.
Delarmi inclinó la cabeza con gravedad. Había dejado de sonreír y dijo:
—Tenemos naves. No son, tecnológicamente, tan espléndidas como las de la Primera Fundación, pero llevarán al orador Gendibal. Creo que él sabe pilotarlas, como todos nosotros. Tenemos representantes en todos los planetas importantes de la Galaxia, y será bien recibido en todas partes. Además, él puede defenderse incluso de esos Anti-Mulos, ahora que es consciente del peligro. Aunque ninguno de nosotros lo fuera, sospecho que prefieren trabajar con las clases inferiores e incluso con los campesinos hamenianos. Como es natural, inspeccionaremos minuciosamente las mentes de todos los miembros de la Segunda Fundación, incluidos los oradores, pero estoy segura de que han permanecido invioladas. Los Anti-Mulos no se atreven a interferir en nosotros.
»Sin embargo, no hay razón para que el orador Gendibal se exponga más de lo necesario. La temeridad nunca es aconsejable y creo que sería conveniente disfrazar su misión de algún modo… si es que ellos no tienen conocimiento de nada. Podría asumir el papel de un comerciante hameniano. Todos sabemos que Preem Palver se internó en la Galaxia como un supuesto comerciante.
—Preem Palver tenía un motivo específico para hacerlo así; el orador Gendibal no lo tiene. Si hay que adoptar algún disfraz, estoy seguro de que él se las ingeniara para adoptarlo —dijo el primer orador.
—Con todo respeto, primer orador, deseo sugerir un disfraz muy sutil. Como recordarán, Preem Palver llevó consigo a su esposa y compañera de muchos años. Ninguna otra cosa estableció tan claramente la tosca naturaleza de su personaje como el hecho de viajar con su esposa y así alejó toda sospecha.
—Yo no tengo esposa. He tenido compañeras, pero ninguna se prestaría ahora a asumir el papel marital —objetó Gendibal.
—Eso es bien sabido, orador Gendibal —replicó Delarmi—, pero la gente dará ese papel por sentado si cualquier mujer va con usted. No cabe duda de que aparecerá alguna voluntaria. Y si cree que puede ser necesaria una prueba documental, se la proporcionaremos. Opino que debería acompañarle una mujer.
Por espacio de un momento, Gendibal se quedó sin aliento. Delarmi no podía estar pensando en… ¿Podía ser una maniobra para asegurarse una parte del triunfo? ¿Podía estar preparando el terreno para una ocupación conjunta, o rotatoria, del cargo de primer orador?
—Me halaga que la oradora Delarmi haya pensado en sí misma para… —dijo Gendibal sombríamente.
Y Delarmi prorrumpió en carcajadas y miró a Gendibal casi con verdadero afecto. Había caído en la trampa y se había puesto en ridículo. La Mesa no lo olvidaría.
—Orador Gendibal, yo no cometería la impertinencia de querer participar en esta misión. Es suya y sólo suya, igual que el cargo de primer orador será suyo y sólo suyo. Nunca habría podido imaginarme que desearía llevarme con usted. La verdad, orador, a mi edad, ya no me considero una mujer fascinante…
Hubo sonrisas en torno a la mesa e incluso el primer orador intentó disimular una.
Gendibal acusó el golpe y procuró no agravar la pérdida reaccionando con violencia. No lo consiguió y dijo, lo menos ferozmente que pudo:
—Entonces, ¿qué es lo que sugiere? Le aseguro que no he creído, por un solo momento, que deseara acompañarme. Sé que aquí está en su elemento y, en cambio, no sabría desenvolverse en la confusión de los asuntos galácticos.
—Así es, orador Gendibal, así es —dijo Delarmi—. Sin embargo, mi sugerencia se refiere a su papel como comerciante hameniano. Para darle verdadera autenticidad, ¿qué mejor compañera que una hameniana?
—¿Una hameniana? —Por segunda vez en poco rato, Gendibal fue tomado por sorpresa y la Mesa se regocijó.
—La hameniana —prosiguió Delarmi—. La que le salvó de la paliza. La que lo mira con adoración. Aquella cuya mente sondeó usted y que después, de modo totalmente inconsciente, le salvó una segunda vez de algo mucho más grave que una paliza. Sugiero que se la lleve.
El primer impulso de Gendibal fue negarse, pero comprendió que eso era lo que ella esperaba. Significaría más diversión para la Mesa. Ahora resultaba evidente que el primer orador, ansioso por atacar a Delarmi, había cometido un error nombrando su sucesor a Gendibal, o, por lo menos, Delarmi lo había convertido rápidamente en uno.
Gendibal era el más joven de los oradores. Había encolerizado a la Mesa y después se había librado de ser condenado por ellos. En realidad, les había humillado. Ninguno podía verle como el heredero aparente sin resentimiento.
Esto habría sido bastante difícil de superar, pero ahora recordarían la facilidad con que Delarmi le había hecho caer en el ridículo y lo mucho que ellos habían disfrutado. Ella lo utilizaba para convencerles, con toda facilidad, de que carecía de la edad y la experiencia necesarias para el papel de primer Orador. Su presión conjunta obligaría al primer orador a cambiar la decisión mientras Gendibal estaba lejos. O, si el primer orador se mantenía firme, Gendibal terminaría encontrándose con un cargo que no le serviría de nada frente a una oposición tan cerrada.
Lo vio todo en un instante y fue capaz de contestar sin aparente vacilación.
—Oradora Delarmi, admiro su perspicacia. Yo había pensado sorprenderles a todos. Realmente tenía la intención de llevarme a la hameniana, aunque no por la misma razón que usted ha sugerido. Deseaba llevármela por su mente. Todos ustedes han examinado su mente. La han visto tal como es: asombrosamente inteligente pero, más que eso, clara, simple, desprovista de toda astucia. Como ya deben haber supuesto, ni el más leve toque efectuado en esa mente pasaría desapercibido.
»Así pues, me pregunto si se le habrá ocurrido, oradora Delarmi, que esa joven actuaría como un excelente sistema de alarma. Yo detectaría la primera presencia sintomática del mentalismo por medio de su mente, antes, creo, que por medio de la mía.
Hubo un silencio atónito, y Gendibal añadió, con desenfado:
—Ah, ninguno de ustedes había pensado en ello. ¡Bueno, bueno, no tiene importancia! Y ahora les dejo. No hay tiempo que perder.
—Espere —dijo Delarmi, habiendo perdido la iniciativa por tercera vez—. ¿Qué se propone hacer?
Con un ligero encogimiento de hombros, Gendibal contestó:
—¿Por qué entrar en detalles? Cuanto menos sepa la Mesa, menos probable será que los Anti-Mulos intenten molestarla.
Lo dijo como si la seguridad de la Mesa fuera su mayor preocupación. Llenó su mente con ello, y dejó que se notara.
Les halagaría. Más que eso, la satisfacción que ocasionaría tal vez les impediría preguntarse si, en realidad, Gendibal sabía exactamente qué se proponía hacer.
38
El primer orador habló con Gendibal a solas aquella noche.
—Tenía usted razón —dijo—. No he podido dejar de penetrar bajo la superficie de su mente. He visto que consideraba el anuncio un error y lo ha sido. Debemos achacarlo a mi ansiedad por borrar esa eterna sonrisa de la mente de la oradora y vengarme de la indiferencia con que tan a menudo usurpa mi papel.
Gendibal dijo con amabilidad:
—Quizá habría sido mejor comunicármelo en privado y esperar hasta mi regreso para anunciarlo públicamente.
—Eso no me habría permitido atajarla… No es un motivo muy válido para un primer orador, lo sé.
—Ello no la detendrá, primer orador. Seguirá intrigando para obtener el cargo y quizá con buenas razones. Estoy seguro de que muchos opinan que yo debería haber rechazado la propuesta. Seguramente opinan que la oradora Delarmi es el mejor cerebro que hay en la Mesa y que sería el mejor primer orador.
—El mejor cerebro que hay en la Mesa, no fuera de ella —gruñó Shandess—. No reconoce a ningún enemigo real, excepto a los demás oradores. Ni siquiera debería haber sido elegida oradora… Vamos a ver, ¿debo prohibirle que se lleve a la hameniana?
Ella ha maniobrado para obligarle, lo sé.
—No, no, el motivo que he dado para llevármela es cierto. Será un sistema de alarma y agradezco a la oradora Delarmi que me haya ayudado a darme cuenta. La muchacha resultará muy útil, estoy convencido.
—De acuerdo, entonces. Por cierto, yo tampoco estaba mintiendo. Tengo el pleno convencimiento de que usted hará todo lo necesario para poner fin a esta crisis…, si es que confía en mi intuición.
—Creo que puedo confiar en ella, pues opino como usted. Le prometo que, suceda lo que suceda, no trataré a los demás como me han tratado a mí. Regresaré para ser primer orador, pese a todo lo que los Anti-Mulos, o la oradora Delarmi, puedan hacer.
Gendibal se percató de su propia satisfacción incluso mientras hablaba. ¿Por qué se sentía tan complacido, y se aferraba de tal modo a esta solitaria aventura por el espacio? Ambición, sin duda. Preem Palver había hecho exactamente lo mismo, y él demostraría que Stor Gendibal también podía hacerlo.
Nadie se atrevería a arrebatarle el cargo de primer orador después de esto. Y no obstante, ¿había algo más que ambición? ¿El aliciente del combate? ¿El deseo generalizado de agitación en alguien que había estado confinado en un escondido rincón de un planeta subdesarrollado durante toda su vida adulta?
No lo sabía con exactitud, pero sabía que estaba completamente resuelto a marcharse.