Madre se detiene.
-¿Prefieres algo de comer... te compro una pizza allá abajo, en esa casa donde las hacen tan buenas. Antes te gustaban –vuelve a abrazarme, pero la aparto con un movimiento rápido. Entonces ella mira mis manos-. ¿Qué haces con esos papeles? – me los arrebata, lee, y comienza a romper todo a la altura de su pecho. El aire me falta. No puedo hablar. Sin embargo mi voz surge desde el fondo de mi garganta, primero ronca y apagada, después con mayor fuerza:
-¿Cuánto le pediste?
-Hija, siéntate. Vamos a hablar. Eso es lo que quieres, ¿verdad?
-Quiero saber, ¿cuánto le pediste?
-Siéntate.
-Maldita sea. No quiero sentarme. Quiero que me digas todo. Si no lo haces...
-María. Lo hice por ti. Dime, ¿qué tenía de malo que le pidiera cincuenta pesos, una minucia al mes que...
-¿Cincuenta pesos? –grito estupefacta-. ¿Cincuenta malditos pesos? Yo dejé la carrera, me metí en la fábrica...y te doy ese dinero todas las semanas, y tú... mendigabas cincuenta pesos.
-No, María. Ahora no vayas a acusarme de haberte pedido que dejaras la escuela. ¿Qué madre conoces que desee eso para su hija? Claro que yo hubiera querido que tuvieras tu diploma. Habría estado contentísima si hubiera sido así, pero tú comenzaste a dejar todo a un lado. Recuerda que no te importaba otra cosa que no fuera ir a restregarte con ese hombre. Eras una niña y tenìa que pagarte de algún modo. Fue él quien te metió ideas raras en la cabeza. No ha hecho otra cosa que beberse tu cerebro. Te está secando día a día.
-¿Qué fue lo que pediste cuando no pudo darte otro dinero?
-Basta ahora.
-¿Qué le pediste, Rebeca?
-¡Basta! Y no vuelvas a llamarme Rebeca. Yo soy tu madre. ¿Lo has olvidado?
Mis ojos se mueven de un lado a otro, buscando, buscando. Y como por arte de magia hallo la respuesta:
-La casa... Le pediste la casa. ¿Dónde está ese papel?
-No sé de qué hablas.
-Hablo del contrato de la casa. ¿Dónde lo escondiste?
Comienzo a abrir gavetas, echo todo por el suelo, ropas, pañuelos, zapatos. El escaparate. Con un movimiento arrasador de mi mano y mi antebrazo saco fotos, marcos, pomos vacíos de perfumes. Madre da pequeños sobresaltos y gritos, pero cuando mis ojos apuntan hacia el jarrón de porcelana que descansa sobre el