no entienden que se puede ser diferente. Y yo, de tanto querer parecer lo que no soy he terminado con saber que no sé quién soy.
Madre deseaba aprender las oraciones coordinadas, las fórmulas físicas y la geografía, así que se fue para la Facultad por unos meses, los suficientes para darse cuenta de que no tenía tiempo, ni a nadie con quien dejarme a mí, pequeña todavía. Así perdió el interés por la escuela y se refugió entre las paredes del apartamento. Fue en ese tiempo cuando me narró la historia de sus antepasados. Sus tatarabuelos fueron esclavos y cimarrones. Algunos de su familia participaron en la guerra por la independencia, como corresponsales y ayudantes de Máximo Gómez. Madre hablaba de esto y le brillaban los ojos. También su padre luchó en contra Batista, en las lomas. A madre no le gustaba hablar mucho de abuelo porque no perdonaba que en los primeros años de la Revolución regresara para Santiago de Cuba (la Revolución lo necesitaba por allá), y se quedara allá, levantando escuelas y haciéndole hijos a una guajira.
La tarde en que salió de la UMHE hablando sola de los 10 pesos, yo comencé a ver todo de un solo color. Antes veía a colores, aun si la gente se desmayaba a mi lado por la fatiga, el estómago vacío, el sol, las colas; si escuchaba los lamentos de mis vecinos: «No, no, otra vez frijoles. ¿Hasta cuándo? Tengo el culo teñido de negro.» Hasta ese día no me importaba nada que no fuera satisfacer mis propias exigencias, y no eran pocas: carrera de altura que me mantendría estudiando por un siglo, amor por la libre... A veces sentía a madre trajinando en la sala muy tarde en la noche, estudiaba numeritos, porque es una jugadora empedernida de la bolita, que es clandestina, pero todo el mundo en el barrio juega y madre también lo hacía y lo hace porque piensa que en algún momento ganará tanto dinero como para poder comprarse un sofá nuevo con la tercera parte del dinero. Y cuando madre no juega a la bolita arregla sombrillas, porque aquí las sombrillas no se botan, siempre sirven para el próximo chaparrón. Basta que se reparen las varillas rotas. Te cuesta menos que comprar una sombrilla nueva en la shopping.
Antes la sala se llenaba de sombrillas azules, rojas, con lunares, hasta hechas con linóleo transparente. ¿Quién quiere una sombrilla que parece que le han hecho la radiogragía? ¿Qué sombrilla así te protege del sol y de los ciclones de este país? El cubano es muy original, le gusta las cosas raras aunque no sirvan para nada. Y ahí estaban las sombrillas radiográficas. Pero hasta el negocio de arreglar sombrillas se está poniendo malo, así que ya no tocan a la puerta cada cinco segundos. Ahora madre arregla sombrillas, pero sin apuro. Una tarde estaba inclinada sobre una de sus sombrillas, cuando dos muchachitas tocaron a la puerta. Tendrían unos catorce años y venían con sus caritas angelicales, sus uniformes de colegiala y unas hojas en las