embarazada y de que no había tiempo para hacerme una regulación menstrual. Al día siguiente en el pre traté de coincidir con él en el matutino, pero no lo vi. A la hora del receso tampoco. Pregunté a sus amigos que con una risita burlona señalaron el laboratorio. En la puerta tropecé con una risueña de su grupo. “No conozco a ningún...” “Es de tu aula”, dije, y metí la cabeza en el laboratorio. Ahí estaba, inclinado contra una mulatica que echaba sustancias en el interior de unas probetas. El corazón me dio un brinco. “Ah. Pero él no se llama así, sino...” Así supe que su nombre era Miguel y no Adonis como se hacía llamar. “Miguel, nos vemos más tarde”, se despidió la mulatica. Miguel en silencio escuchó cuanto dije, pero cuando sonó el timbre, dijo que hablaríamos más tarde y echó a correr. Las siguientes semanas no lo vi por mucho que lo esperé a la salida de la escuela. La noche en que me encontró en la sala de su casa, acompañando a su padre que escuchaba un discurso de Fidel, me asió de la mano y me condujo hacia su habitación. Pasó el pestillo detrás de mí.
-Miguel, yo...
-¿Le dijiste algo a mi padre?
-Yo quería decirte que...
-¿Le dijiste algo a mi padre?
-No... yo...
Respiró aliviado. Luego se echó boca arriba sobre el lecho, se pasó las manos por la frente y el cabello alborotado.
-Ven, acuéstate al lado mío.
Obedecí. Su mano cogió la mía y la puso sobre el bulto de su pantalón.
-No, Miguel...
-Dale, chica. El viejo está instruyéndose en la sala. No le importa nada.
-Es que...
Sus labios sellaron mi boca y sus manos se colaron por debajo de mi vestido. No pude resistirme. Lo hicimos, y una vez más el resultado fue el mismo, la sensación de culpa y la seguridad de no haber pasado un buen rato. Miguel se componía el calzoncillo de espalda a mí cuando le expliqué que no había mucho tiempo. Necesitaba su sangre.
-¿Qué? –gritó, más que dijo.
-Es para el legrado –susurré.
-Ah, no. De eso nada. A mí nadie me saca sangre, nadie, ¿tú estás loco? Capaz que se me pegue una hepatitis o algo peor. Con esos hospitales no se sabe. Mira que ni siquiera desinfectan las agujas. Nananí, nananá.
-Pero Miguel, a lo mejor tu mamá que es enfermera...