Lleva el torso desnudo. Si miras su físico de atleta no recuerdas su enfermedad. Sus codos reposan sobre sus piernas. Viste unos jeans y está descalzo.
-Acabo de venir de casa de Roberta –hablo desde la puerta y por encima del volumen de la grabadora-. Me dijo que te dio un dinero. ¿Puedo saber para qué lo querías?
No hace caso. Doy cinco pasos grandes y en menos de dos segundos estoy delante de él y apago la fastidiosa gravadora. Respiro hondo. Ahora sí se puede hablar. Vuelvo a repetir todo, mientras Luisito me escucha, sin mirarme, moviendo los músculos de la cara. Se toca el hombro desnudo, se levanta. Ahora yo me siento pequeña como una hormiga.
-Así que la maricona te fue con el chisme.
-¿Por qué hablas así? ¿Qué coño te pasa, Luisito?
-¿Qué me pasa? ¿Tú quieres saber qué me pasa? ¿Por qué no pruebas a adivinar qué me pasa?
-Mejor me voy...
-Ya estoy cansado de que todos me digan lo que es bueno o no. ¡Maldita sea!
–grita-. ¿Tú quieres saber para qué quería el dinero? ¿Quieres saberlo? –abre la gaveta del escritorio y se vuelve hacia mí agitando una pistola en la mano-. Para esto.
-¡Ay, mi santísima Yemayá, mi’hijo! –grita la madre, quien de pronto sale de detrás de la puerta. ¡Ay, mi’hijo, suelta eso! ¡Paco! ¡Paco!
Camino hacia atrás. Choco con la puerta sin dejar de mirar a Luisito y su mano. La madre lucha con él para quitarle el arma. Paco no viene. Luisito coloca la punta del arma sobre la sien y aprieta el gatillo, una, dos veces. No sé cómo encuentro el valor y avanzo hacia ellos, logro interponerme, forcejeo y mi mano queda prendida de la muñeca de Luis.
-Dame eso, Luis.
-¡Paco! ¡Paco!
-Luisito, por favor. Dame eso –imploro otra vez. Sus labios se contraen, aprieta los párpados y lentamente baja el arma. Esta termina en mis manos. Temblorosamente la coloco sobre la mesita de noche. Luisito se sienta al borde del lecho. La madre se arrodilla delante él.
-Te prepararé algo de comer.
-No tengo hambre.
-Celia, ¿puede ir hasta mi casa y pedirle a mi vecina Ileana que le regale un poco de tilo? ¡Apúrese, Celia!
Celia se va. Tal vez Ileana no está en su casa, pienso; pero no tengo mucho tiempo para pensar otra cosa. Me arrodillado delante de Luisito.