camisa y lo acaricié. No era velludo, cosa que agradecí, porque no me gustan los hombres velludos. Descendí lentamente oliendo su cuerpo. De rodillas comencé a aflojarle el cinturón, pero sus manos me levantaron, cogió mi cara y deslizó su lengua en mi boca. Fue un beso desesperado, casi robado, porque yo temblaba de temor de que de un momento a otro dijera que había sido un malentendido. Oh, me equivoqué. Lo siento. Pero al contrario, lamió mi paladar y luego mi cara, mi cuello, mis orejas, mis asilas, mientras me arrastraba hacia atrás. Fue así choqué con la mesa. Y fue sobre la mesa donde me tendió y me deshizo de mis vestidos con las manos y la boca. “Te deseo tanto”, repitió varias veces, dejando mi cuerpo al aire libre, sobre todo mis pechos. Entonces me levanté un poco y vi que estaba mirando mis senos.
Lo que sucedió después fue algo extraño. Miedo y pudor reaparecieron de pronto y me hizo cubrirme con las manos; pero él apartó mis manos suavemente y besó mis pezones con delicadeza. Hizo lo mismo con mi vientre. Cuando se deslizó entre mis piernas donde –otra cosa extraña- se formaba un charco de jugos incontrolable fueron mis manos aferradas a los bordes de la mesa las que evitaron el temblequeo de mi cuerpo.
Recuerdo todo como si hubiera ocurrido ayer, cómo su lengua se movía con tanta ligereza y habilidad que sentí una rara sensación, como si cientos de hormigas retozonas me recorrieran dejando cosquilleos en mi espalda y en mis nalgas hasta llegar a mi sexo. Y no pude más, volví a echarme sobre la mesa, levanté las rodillas y abrí las piernas del todo; me abandoné al roce de sus dedos y a su lengua que me besaban una y otra vez. Luego lo empujé hacia mí. Bajé sus pantalones casi a ciegas. Entró sin dificultad. Sí, estaba dentro de mí, regalándome placeres jamás sentidos. Y apenas unos segundos, de mis ojos brotaron grandes lagrimones, pero no de dolor, sino de puro gusto. Y así mientras las manos de Guillermo me acariciaban y su carne danzaba, brincaba, se movía de un lado a otro dentro de mí, todo mi cuerpo comenzó a estremecerse. Tarde me di cuenta que tenía un orgasmo, mi primer orgasmo, se presentó envuelto en raras sacudidas y convulsiones que me derrumbaron del todo.
Acabó demasiado aprisa para mí. Guillermo con la cabeza junto a la mía me embriagaba con su dulce respiración anhelante. De sólo acariciar sus cabellos volvió la sensación de humedad. Él extendió un brazo, cogió mi blusa, me cubrió y se apartó. Hasta ese momento yo no recordaba que no era virgen y que confirmar ese secreto podía molestarlo, o en el peor de los casos herirlo. Pero cuando él se compuso el pantalón y volvió a mirarme, la ternura de sus ojos me hizo arrepentirme de lo que pensaba. Sé que no debí preguntar si le gustaban mis senos, pero era más fuerte que yo el deseo de saber, de escudriñar su reacción, y su respuesta fue besarme. Con la
mano entrelazada a la mía me llevó hacia el cuarto y nos tumbamos en la cama.