intervenir y prepararles un cocimiento con tilo robado del cantero de Ileana. Mi tía adelantó el regreso al campo. Dos meses después nos llamó por teléfono y no volvimos a saber de ella. Mejor dicho, fueron mis padres quienes no volvieron a saber nada de ella.
Ahora, a distancia de diez años casi; madre dice que esa es una mala agradecida porque ella la trató como a una reina, hasta le puso sábanas nuevas y todo. Yo poco o nada tengo que reprochar. Lo único que me molestó fue que no trajera más cacao y un buen pedazo de carnero. Y lo que me gustó de su repentina salida es que olvidó llevarse el gallo.
Mi apartamento es pequeño, pero bastante confortable, con su sala, sus dos cuartos, la cocinita y el baño. En este edificio todavía hay vecinos que usan los baños colectivos del otro lado del pasillo. Allí siempre hay cola para cualquier necesidad. A veces la gente está con su cubo repleto de agua apestosa donde flotan sus defecaciones. Pero nadie cede el turno. Hay que hacer la cola.
La puerta está entreabierta. Rebeca, así es el nombre de mi madre, estará por casa de los vecinos chismeando o enterándose de qué se dice de ella. La olla a presión suena como una condenada. ¿Quién sabe cuánto tiempo ha pasado desde que comenzó a sonar?
Las cinco de la tarde. “Alto Cerro voy, para Marcané...” , suenan las chicharras del grupito del hotel y entonces no dejan escuchar otros rumores. Creo que me llaman desde la calle. Me asomo en el balcón de la sala. Veo a la Chusma. Siempre viste bien. ¡Cuánto la envidio! Yo que todos los días me llevo un pedazo de fábrica no tengo ni para comprarme una hebilla para recogerme el pelo. Hace tres semanas que me visto con la misma ropa, mi saya azul y mi blusita rosada gastadita. Todo apesta. Mañana tendré que ir con el vestido carmelita que no me da suerte.
Era Juana quien llamaba a María. No a mí, sino a la Chusma que se llama como yo. Quiere mostrarle las fotos. Hace dos semanas que Juana muestra fotos de su hijo que está en Miami. Pocos recuerdan que el hijo de Juana se llama Yury, porque ahora todos lo llaman el Yuma, y por consiguiente, Juana es la mamá del Yuma.
Oh, Yury. Eras el negro más ostentoso de La Habana. Parecías el peor delincuente del barrio cuando nunca hiciste daño ni a una mosca, pero un negro de 180 metros de altura y 90 kilos de peso es jamón para la fiana. De hecho te metieron en una celda donde no tenías ni lugar para sentarse cuando tu único delito era haber cogido las joyas de familia -cuando todos las llevaban para las casas comisionistas- y pedirle a un dentista que te las pusiera en la boca. Cuando sonreías parecías una