Capítulo 37
Las aspas del rotor batían con estruendo cuando el helicóptero de rescate quedó suspendido en el aire. La nieve se levantó del suelo formando un círculo alrededor del aparato y Mia Bolander alzó el brazo para protegerse la cara de sus agujas mientras el helicóptero tomaba tierra. Con el brazo todavía levantado, observó cómo la tripulación ayudaba a Isra a subir a bordo. La chica sufría hipotermia severa.
Numerosas unidades habían acudido al aviso, y a través de los árboles se veía parpadear la luz azul de los coches patrulla. A unos cien metros del cobertizo, habían encontrado un Volvo oscuro con matrícula GUV 174, que ya habían empezado a registrar.
El ruido del rotor aumentó cuando el helicóptero se elevó por encima de ella. Describió un giro en el aire y puso rumbo al sur. Bajó el morro, aceleró rápidamente y desapareció por encima del mar.
Mia lo siguió con la mirada. Con los pies muy juntos, por un momento no supo si tenía frío o calor.
—¡Mia! —Uno de sus compañeros se acercó y la saludó con la mano—. Hemos encontrado a un hombre.
—¿Dónde?
—En el suelo, no muy lejos del cobertizo, en un terraplén. Podría ser el tipo que estamos buscando, Danilo Peña.
—¿Está vivo?
—No lo parece.
La nieve caía con un destello azulado y se posaba en tierra, ante ella, como si fuese polvo. Blanca e intacta. Tras ella, en cambio, se teñía de rojo. La sangre formaba un collar en torno a su cuello.
Jana Berzelius avanzó por el acantilado en dirección al bosque, consciente de que la nieve no la ocultaría. En ese momento, era plenamente visible desde el cobertizo.
Pero no tenía elección.
Cinco metros más y podría resguardarse entre los árboles.
El agua que le chorreaba por el pelo, hasta el cuello, ya se había convertido en hielo.
Pensó en cómo podía quitarse la ropa mojada lo antes posible, pero sus pensamientos se dispersaron. El frío se había apoderado de ella tan violentamente que de pronto se sintió confusa y asustada.
Ni siquiera reparó en el helicóptero de rescate que sobrevolaba la zona con sus focos encendidos.
Su lancha seguía allí, meciéndose suavemente en el oscuro oleaje. Tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para subir a bordo.
Intentó abrir el asiento de almacenaje. Tiró del candado, pero no se movió. Levantó el pie y le propinó varias patadas, hasta que por fin se abrió.
Dentro había varias mantas de felpilla. Jana se desnudó y se envolvió en ellas mientras observaba la ensenada.
Todo estaba en calma.
Puso en marcha el motor, movió la palanca y sintió que su cuerpo se inclinaba hacia atrás, empujado por la fuerza de aceleración.
Tenía sangre en la cara, el abdomen y el cuello.
Mia Bolander se acercó lentamente y miró al hombre tumbado en el terraplén, ante ella, sin dejar de apuntarle con la pistola.
Estaba tendido boca arriba, con los ojos abiertos, pero no reaccionó cuando se agachó a su lado. Parecía inconsciente.
—¿Puede oírme? —preguntó Mia una última vez.
Sus ojos oscuros no se movieron. Eran negros como el carbón, pensó Mia. Mientras le palpaba el cuello buscando la arteria carótida, comprendió que su búsqueda había terminado. Habían dado con Danilo Peña. Sonrió al pensarlo.
Pero se le borró la sonrisa cuando de pronto se dio cuenta de que era importante capturarle vivo, que él era el único vínculo entre las jóvenes utilizadas como mulas y los mandos corruptos de la policía.
Oprimió con los dedos su piel fría y sintió un pulso muy débil.
Comprendió que tenían poco tiempo para trasladarlo al hospital.
Muy poco tiempo.