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Mazarine llevaba tres noches seguidas anulándole las citas con disculpas superfluas e inconsistentes, y su voz sonaba a mentira; a querer sacárselo de encima con dulzura.
A pesar de que se moría por verla, Pascal prefirió no agobiarla y emplear ese tiempo libre en tratar de estudiar su caso.
El mapa psicológico que iba trazando de ella no se aguantaba de ninguna manera. Lagunas de conjeturas, probabilidades y, sobre todo, silencios. Con tantos vacíos, era casi imposible sacar alguna conclusión.
Trató de hacer una ficha.
Nombre: Mazarine. Apellidos: ¿? Edad: 23 años.
Padres:… Viven: ¿?
Hermanos: Sí. Una hermana gemela.
Nombre de la hermana: ¿?
Quién nació primero, ella o su hermana: ¿?
Infancia: ¿?
Tipo de relación que tuvo con su padre: ¿? Posible falta de padre.
Tipo de relación que tuvo con su madre: Posible relación de incomprensión.
Estudios: Bellas Artes. (Apunta una gran sensibilidad).
A qué se dedica actualmente: ¿? Dirección: ¿?… ¿El Barrio Latino?
Nada, nada, nada. No sabía nada de ella y sin embargo estaba enamorado hasta del aire que respiraba. Pero su amor no era ciego: su profesión no le engañaba. Cuanto más la observaba, más convencido estaba de que escondía algo, aunque no lograba identificarlo. Mazarine tenía unas barreras impenetrables sobre su vida afectiva y todo lo que concernía a su familia y amistades. Era como si nunca hubiese tenido ni memoria ni pasado y se hubiera creado de la nada la noche que la vio caminando por Les Champs Élysées.
Sus innegables ausencias mientras estaban juntos, su mutismo, ese irse de sí y volver como si nada retomando una conversación ya pasada. Las claras alusiones al poco valor que para ella tenía el presente, sus descreídas reflexiones sobre el futuro y el sentido de la vida, la escasa emotividad que mostraba cuando él se le acercaba y la excesiva dulzura con la que a veces se refería a la muerte, la situaban en un extraño lugar. ¿Era normal o anormal? ¿Quién se atrevía a dictar los patrones de normalidad en un mundo donde cada vez se cometían más locuras en su nombre? Se sentía perdido. Empezó a merodear por sus estanterías rebosantes de tratados de psiquiatría, psicología, neurología… Abría y cerraba libros. Indagaba en sus archivos, extraía carpetas de antiguos casos tratando de descubrir algo que le diera una pista.
Buscaba, sabiendo que la respuesta no la iba a encontrar allí; que ningún libro podía resolver sus dudas. Buscaba, tratando de hallar en una página lo que no podía llenar… Buscaba, sencillamente, para no sentirse solo.
Tomó el DSM-IV Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales y lo fue hojeando despacio. Un sinnúmero de clasificaciones, traumas y penas se desbordaban en orden alfabético. Con la A: Abusos físicos, Agorafobia, Ansiedad, Angustia, Amnesia, Anorexia, Aversión, Alcohol… Con la B: Bipolar, Bulimia, Borderline… Con la C: Catalepsia, Cleptomanía, Consumo de sustancias, Cocaína, Cannabis, Convulsiones… Con la D: Demencia, Delírium, Depresión, Desintegración, Deterioro, Disomnia, Duelo, Dolor… traumas humanos, destrozos producidos la mayoría de las veces por el entorno. Sintió pena de que tantos seres se encontraran desaparecidos dentro de sí mismos. En esas oscuridades que palpaba tantas veces en su consulta y que tanto lo agotaban, pero también le daban las fuerzas de seguir luchando. Mientras iba pasando las páginas, llegó a Trastornos adaptativos y fue leyendo hasta detenerse en Trastorno de la personalidad no especificado: «esta categoría se reserva a los trastornos de la personalidad que no cumplen los criterios de un trastorno específico de la personalidad». ¿Qué tipo de trastorno podía tener Mazarine? ¿Trastorno antisocial? ¿Antisocial depresivo con rasgos melancólicos? ¿De estructura histérica?…
De repente, cerró el libro. Pero… ¿qué estaba haciendo?
¿Y si no le pasaba nada a ella y al que le pasaba era a él?
Estaba tan ansioso de que su relación creciera y avanzara a su ritmo, que el hecho de que Mazarine no lo siguiera le provocaba una gran impaciencia.
¿Quién era él para tratar de hacer un dictamen sobre la salud mental de Mazarine? ¿Se había mirado de verdad alguna vez a sí mismo? Si él fuera el paciente, ¿en qué tipo de trastorno se clasificaría? ¿O se creía tan cuerdo que pensaba que nada le afectaba? ¿Era perfecto?
Después de recriminarse ampliamente, volvió a colocar el DSM-IV en la estantería y miró su móvil. Ni una sola llamada de Mazarine. Nunca lo buscaba ni enviaba mensajes. De no ser por él, posiblemente Mazarine desaparecería de su vida tal como había entrado. Evaporándose como una nube de nieve-polvo en una ventisca. A veces sentía que toda la fuerza de la relación la ponía él, y ella simplemente se dejaba querer.
No pudo contenerse por más tiempo. La llamó.
Mazarine caminaba por la rué Galande cogida de la mano de Cádiz cuando sonó su teléfono.
—Contesta —le dijo él, viendo que ella lo dejaba sonar.
—No es importante.
—Haz el favor de contestar —insistió su profesor—. ¿O es que no quieres que yo escuche la conversación?
Había olvidado apagar el móvil.
—Allô?
—Siento llamarte a estas horas. Quería saber cómo te encuentras.
Cádiz soltó su mano.
—Ya hablaremos en otro momento —contestó Mazarine, contrariada.
—¿Estás ocupada?
—Sí, oye… ya te llamaré. D’accord?
Pascal insistió, presintiendo que la chica estaba acompañada.
—¿Hay alguien contigo?
—Au revoir!
Colgó.
Estaba acompañada. Seguro que estaba acompañada. ¿Cómo no se le había ocurrido pensar que podía tener a alguien? Pero, si era así, ¿por qué no se lo había dicho? ¿Por qué le había permitido ilusionarse? ¿Casada? No, imposible. Era demasiado joven. ¿Y si tenía una doble vida? ¿Si era una belle du jour? Pascal estaba loco de celos.
Tenía a alguien. Estaba seguro. Tras la llamada, Cádiz sentía a Mazarine nerviosa.
—¿Quién era?
—Una amiga.
—No me mientas, pequeña. Sin querer, he escuchado la voz de un hombre.
—Era una amiga y ya está bien. ¿Verdad que yo no te pregunto por tu mujer? Pues tú no deberías preguntar.
—¿Cómo es? Imagino que es joven, ¿verdad?
—Ya te dije que no tengo a nadie. Para mi desgracia, me robaste el corazón.
—¿Y qué crees que has hecho tú con el mío?
Mazarine lo miró triunfadora.
—Por cierto, hay algo que quiero saber: ¿por qué últimamente me invitas a salir de noche? ¿Dónde está Sara?
Al escuchar el nombre de su mujer, Cádiz se molestó.
—¿Por qué tenías que nombrarla?
—Porque existe.
—Lo has estropeado todo.
—No está aquí, ¿verdad?
—No voy a hablarte nunca de mi otra vida.
—Muy bien. Entonces, no me pidas sinceridad. Si tú tienes derecho a una vida sin mí, yo también tengo derecho a la mía sin ti. ¿Qué te parece si a este estilo de relación le llamamos Dualismo… —se quedó pensando—… Impúdico?
Cádiz no contestó. Sabía que la chica tenía toda la razón, pero no se la iba a dar. Cambió de conversación.
—Así que quieres enseñarme tu guarida.
—No, mi guarida, no. —Mazarine pensó en su armario—. Allí no entra nadie más que yo… a no ser que se convierta en mi total confidente y para ello necesito fidelidad. ¿Qué te crees tú? Yo también tengo mis secretos. Lo que quiero mostrarte es otra cosa. Un local muy especial: La Guillotine, la cueva donde un grupo de músicos tocan un jazz que te mueres. Hasta te olvidas de que puedes llegar a enloquecer de claustrofobia.
Cuando se fueron acercando, Cádiz le preguntó extrañado.
—¿Esta no es tu casa?
—Sí. El pub está justo enfrente.
—¿Han regresado tus padres? Porque me has dicho que tienes padres, ¿verdad? Hay luces en las ventanas.
Mazarine siempre dejaba las luces encendidas, aunque fuera de día. Así, cuando llegaba en la noche, sentía que alguien la esperaba: la total omnipresencia de Sienna.
—Nunca me has hablado de ellos.
—¿De quiénes? Ah, sí… porque no tengo nada que contar. Hacen su vida; hoy están, pero mañana pueden volver a marcharse sin decir ni adiós. Somos muy independientes. Yo no les cuestiono a dónde van y ellos, a cambio, me dejan en paz. Liberté familière. C’est la vie, mon amour. Ven…
La chica arrastró a su profesor dentro del bar. El ambiente estaba cargado de humo, y en el aire serpenteaba el sonido de una trompeta haciendo un solo magnífico. Bajaron por las estrechas escaleras de piedra y se sentaron en ellas, al no encontrar ninguna mesa vacía. El grupo de chicos interpretaba con maestría Carnet shop suey, un clásico de Louis Armstrong.
Cádiz observaba a su alrededor. Un lugar atestado de jóvenes homenajeando creaciones musicales de otro tiempo que, por su fuerza, habían sido indultadas del olvido. Allí estaba reunido el gran patrimonio efímero: la carne joven y el intelecto fresco, con el don de redimir lo que ellos consideraban un clásico moderno. Allí estaba él, adherido a Mazarine día y noche. Bebiendo de su fuerza y juventud el gran elixir de la vida.
Había sido un verdadero descanso que Sara se marchara para no tener que verse en la tesitura de dar explicaciones, desde todo punto de vista imposibles. La sabiduría que tanto admiraba en su mujer lo dejaba libre para probar y decidir. Y estaba probando. Probando a ser lo que no podía ser. El compañero de una niña de veintitrés años, que bien podría haber sido su hija y hasta su nieta; pero no se daba por vencido. Esa mano joven le guiaba y enseñaba con una espontaneidad que él ya hacía mucho había perdido. Lo acercaba a la alegría… algo tan lejano. Le tendía un lazo que lo amarraba a la vida. La abrazó y Mazarine recostó su cabeza en su hombro. Al sentirla tan cerca, Cádiz hundió su nariz en sus cabellos y los besó. Olían a champú de melocotón, a primavera.
En la semipenumbra del local, un silencio roto solo por una voz íntima, imitando a la perfección a Ella Fitzgerald… Oh, Lady begood, y el sonido oscuro y certero del contrabajo a lo Ray Brown.
La vio. ¿Era ella? Sí.
Sentada en la escalera, estaba la chica de sus sueños: Mazarine… abrazada a otro. ¿A quién? Una cabeza le impedía verlo. Se movió hasta encontrar el mejor ángulo: solo alcanzaba a ver unos cabellos blancos. ¡Estaba con un viejo!