21

—¡Mi medallón! —gritó Mazarine al despertarse y darse cuenta de que no lo llevaba—. Devuélvamelo.

Arcadius le acarició los cabellos.

—Ay, jovencita, esta vez tengo que decirte que no lo tengo. Te lo di ayer, ¿recuerdas?

—No es verdad, dígame que no es verdad. Usted lo tiene.

—No te preocupes, llamaremos a la enfermera, tal vez ella sepa algo.

Arcadius tocó el timbre y una asistente de bata blanca entró.

—La chica quiere saber si, por alguna razón, ustedes retiraron el medallón que colgaba de su cuello.

—No puedo contestarle, acabo de entrar. Preguntaré al turno de la noche, aunque dudo de que lo hayan hecho. ¿Cómo era?

Mazarine rompió a llorar.

—No llores. —El viejo tomó las manos de la joven entre las suyas—. Aparecerá, es muy probable que lo tengan. ¿Estás segura de que lo llevabas puesto?

—Segurísima. Antes de quedarme dormida lo escondí en mi pecho.

La enfermera salió y minutos más tarde volvió a aparecer, pidiendo al anciano que la acompañara.

—Es posible que haya sido víctima de un robo —le dijo en voz baja—. No es frecuente, pero alguna vez ha sucedido.

Por eso, antes de ser ingresados, pedimos a los enfermos que no guarden objetos de valor en las habitaciones. —La enfermera miró al viejo con gesto de impotencia—. Lo siento.

—¿Lo tiene? —preguntó ansiosa Mazarine.

No hizo falta que le contestara; la mirada cabizbaja del anticuario respondió. Se sentó junto a ella murmurando.

—Te lo advertí, jovencita. Mira que te lo advertí.