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SAMANTHA

Estoy de pie, algo incómoda, vestida con un precioso traje que han enviado por mensajería desde una de las tiendas más caras de Kingstown. Por lo visto, no había nada en mi armario lo bastante elegante para mi primera cena con la realeza. Sin embargo, me niego a llevar tacones. Ya que voy a ser la única corriente de la sala, prefiero no ser también la única gigante.

Pero antes de la cena me han pedido que espere aquí. El estómago me ruge por la expectación. Me han curado los rasguños y los huesos rotos, y me han aplicado un hechizo de primera calidad para darme buen color, aunque no pueden usar magia en mi agotado cerebro. Siento que podría dormir durante un año entero. Renel me ha acompañado hasta esta sala de recepción llena de espejos que se encuentra justo al lado del dormitorio de la princesa. En ella hay un incómodo sofá, cuyas patas tienen forma de garras de león, donde intento sentarme, pero está tan duro y tan repleto de bultos que vuelvo a ponerme de pie. Además, me preocupa un poco que se me estropee el vestido.

Se produce un chispazo eléctrico y, súbitamente, la princesa aparece en la habitación. Trago saliva. Pese a haber estado tan cerca de ella como para verterle en la garganta una poción amorosa, tenerla aquí, despierta y mirándome, resulta intimidatorio. De cerca es increíblemente bella.

Se acerca a mí a toda prisa y me coge las manos como si fuéramos buenas amigas que no se ven desde hace mucho tiempo.

—Samantha Kemi. —Me da dos besos. Al acercarse, huele a Elixir n.º 5—. Así que tú eres la mente maravillosa que me ha salvado.

Yo me pongo roja como un tomate.

—Creo que más bien fue el trabajo en equipo…

Sacude las manos con desdén.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Sabes cuánto tiempo tardé yo en encontrar la receta para una poción amorosa? Años. Es decir, para averiguar lo del amor no correspondido. —Me observa sin pestañear a través de sus iris de color gris metálico—. Eso requiere mucha destreza.

Me muerdo el labio mientras considero qué responder, pero la princesa me detiene con una mano.

—Me has salvado la vida. Y estoy segura de que la poción era extrapotente debido a que ambas amamos de forma no correspondida a la misma persona.

Ya no me sonrojo más porque es imposible, pero siento ganas de que me trague la tierra.

—Y él también te quiere —contesto tartamudeando—. Después de todo, no necesitabas la poción.

Ella se echa a reír. Esa no es en absoluto la reacción que me esperaba. Alarga la mano y me coge de la muñeca.

—Ay, Sam, ¡no seas tonta! Él no me quiere; al menos, no de ese modo. Él no fue tan listo como tú, pero eso pronto lo descubrirás. Y, sinceramente, tampoco estoy segura de haberlo querido alguna vez de esa forma. Tienes que entender que Zain es mi mejor amigo. Ganarme su corazón, aunque fuera de un modo falso, era el único camino que encontré para alcanzar algo de felicidad en el futuro. Mira, la verdad es que no amo a nadie. Todavía.

Sonrío. La princesa me está empezando a caer bien, a mi pesar. Ella debe de darse cuenta, porque vuelve a inclinarse y a darme dos besos.

—Gracias —dice—. ¿Tienes teléfono?

—Eeeh… —Hurgo en mi bolsito de mano, que también es nuevo. Nunca antes había necesitado un bolsito de mano—. Aquí está —balbuceo mientras se lo paso.

Ella teclea su número en la agenda.

—Ya está. Así podremos ser amigas y podrás venir a la boda.

—¿La boda? —Abro los ojos de par en par.

Evelyn me sonríe con tristeza.

—He intentado evadir mi responsabilidad y mira lo que ha pasado. Todavía tengo que casarme. Es un horror, pero qué le vamos a hacer. ¿Te veo en la cena?

—Oh, no estoy segura de adónde debo dirigirme…

—No te preocupes, enviaré a alguien para que te acompañe.

Y, antes de que pueda añadir nada, ya ha desaparecido. Por suerte, esta habitación tiene puerta; de lo contrario, me sentiría atrapada de verdad.

Exploro la estancia. Aquí es donde sucedió todo, según los programas de la tele. Junto a la ventana hay una mesita con un par de vasos. Sobre una bandeja de plata hay una brillante jarra de cristal, pero está vacía.

—Ya no me fío de las mujeres que están cerca de esa mesa —dice una voz desde la puerta.

Me doy la vuelta. Es Zain.

—¿Qué quieres?

Si le molesta mi tono cortante, no lo demuestra. Y encima hace una reverencia.

—He venido para ser tu acompañante en la cena.

—¿Estás de broma? ¿Mi acompañante? Mira, prefiero irme a casa antes que sufrir más humillaciones, ¿vale?

Por fin se nubla su expresión.

—Sam…

—No, nada de «Sam». He pasado un infierno por tu culpa, ¿lo sabías?

—Lo sé. Mi padre…

—Deja de culpar a tu padre de esto.

—Sam…

—¿Crees que porque la princesa haya confundido sus emociones tú tienes derecho a confundir las mías para salvarla? Hay cosas que son igual de fuertes…, qué digo, más fuertes aún que las pociones amorosas que conoces. Los sentimientos reales, por ejemplo.

—Sam…

No puedo evitarlo. Estoy enfadadísima con él.

—Pensé que había algo entre nosotros… ¿Y tú no podías llevarle la contraria a tu padre en esto? Todo ha sido una mentira como una casa.

—No es mentira.

—¿Cómo?

—No es mentira. Yo sí que siento todo eso por ti, todo lo que dije. Creía que el ingrediente final que me desveló Evelyn era el amor. Se lo conté a mi padre y él dijo que la poción debía hacerla alguien que creyera estar enamorado de la persona que la iba a recibir.

—Por eso hiciste esas declaraciones en televisión. —Me cruzo de brazos.

—Exacto. Pero mi padre se equivocaba y yo también. Por otro lado, estabas tú. Tú averiguaste el ingrediente final pese a que no tenías por qué hacerlo. No puedo creerme que yo te haya causado esto… Pero, en fin, en cierto modo me alegro de que así fuera.

Entorno los ojos.

—¿Y eso por qué?

—Porque espero poder pasar el resto del verano intentando compensarte.

Quiero decir algo, encontrar algún comentario agudo para poder contestar, pero cuando abro la boca no me sale nada. ¡Boca traidora! Entonces suelto:

—¿No te vas a casar con la princesa?

—¿Qué? No.

—Pero ella ha dicho… —Y me callo. Ella no ha dicho que se fuera a casar con Zain. Sólo que todavía tenía que casarse.

Él aprovecha la oportunidad: me coge la mano.

—Eres única, Sam Kemi. ¿Me vas a dejar que intente recuperar tu confianza?

Yo me permito esbozar una sonrisilla.

—Lo pensaré.

Me coge del brazo.

—Vamos a llegar tarde a la cena.

—Que esperen —digo, y levanto la cara para besarle.