22
SAMANTHA
Nada más bajar de la furgoneta nos rodean unos niños descalzos y sonrientes. Una de las niñas me agarra de la muñeca y me pone una pulsera de la amistad. Kirsty se hurga en el bolsillo y encuentra un caramelito con un brillante envoltorio dorado. La niña da un grito de alegría y se aleja brincando tras desenvolver y meterse en la boca la preciada golosina.
—Puede que necesites más de estos mientras estemos aquí —dice Kirsty, pasando con disimulo una bolsa de caramelos de su mochila a la mía. Sonrío agradecida; ojalá hubiera tenido más tiempo para preparar mi primer viaje fuera de Nova.
Dos niños me agarran de las manos y, acompañados por Arjun, nos sumamos de repente al juego de «una, dos y… ¡tres!». Kirsty se echa a reír y nos cuenta que a todos los niños del mundo les gusta que los columpien cogidos de las manos.
Tomamos un camino de tierra que atraviesa la selva, apenas lo bastante ancho como para que quepamos tres personas juntas, y menos aún si vamos jugando; pero, bueno, nos las arreglamos. El camino está oscuro y levanto la cabeza para contemplar la espesura que se extiende sobre nosotros: ramas tupidas como el techo afilado de una catedral, reacias a que la fuerte luz del sol de Bharata penetre hasta el suelo de la selva. Aunque en los árboles se oyen crujidos provocados por criaturas invisibles, el ambiente es de una paz absoluta.
El pueblo y la selva se funden con tanta delicadeza que no me doy cuenta de que hemos llegado hasta que los niños me sueltan la mano y se dispersan por detrás de las esquinas y las cortinas de las tiendas.
—Seguidme —dice Vijay, haciéndonos una señal con la mano.
Nos lleva hasta una casa construida sobre pilotes cuyo primer piso está elevado del suelo. Aunque no veo coches —sólo una motocicleta oxidada fuera de una cabaña—, distingo una señal inequívoca de civilización: una enorme antena parabólica que sobresale del segundo piso de la casa como una especie de hongo. Es obvio que hay alguien por aquí que no quiere perderse ni un solo programa televisivo.
La puerta de la casa se abre cuando subimos el primer escalón. Un hombre grande de barba afilada, con turbante y una túnica naranja chillón, sale y extiende los brazos.
—¡Bienvenida, joven Kemi! —exclama—. Soy Nalesh Patel, el padre de Vijay.
—Me llamo Sam —murmuro, y sonrío.
Pero él sigue hablando sin hacerme caso:
—Pensábamos que estabais eliminados definitivamente de la competición. No puedo creer que dejarais que ZoroAster os hiciera esa jugarreta en el barco.
Me avergüenzo al pensar que el mundo entero debe de haber visto ese momento.
—¿Están emitiendo muchas cosas sobre la Expedición?
—Todo lo que pueden. Ahora todos los equipos están aquí, en Bharata. Pero me parece que aún no han dicho que has vuelto a participar.
—Genial, nos gustaría que siguiera sin saberse —interviene Kirsty—. La Expedición Salvaje es la noticia del momento y el mundo entero tiene los ojos puestos en ella. Por eso es tan importante que vayamos un paso por delante de nuestros competidores.
—Y si todos los equipos están aquí, lo estamos consiguiendo —murmuro.
—No todos. ¿No dijo Anita que le habían robado un ingrediente a alguien? Como mínimo hay un equipo que no está en la Expedición. —Kirsty eleva la voz—. ¿Y dónde dices que está ese jazmín rosa, Vijay?
—Mañana a primera hora os llevaré hasta él.
Kirsty y yo cruzamos las miradas.
—¿No vamos a ir ahora? —pregunto.
—Pronto anochecerá —dice Vijay—. Hay demasiados felinos enormes y serpientes todavía más grandes como para pasar la noche en la selva. La senda hacia el jazmín seguirá estando aquí por la mañana.
No hay nada que desee más que descansar después de este viaje tan largo, así que le lanzo una mirada suplicante a Kirsty. Ella mira hacia el bosque, que cada segundo que pasa está más oscuro y ominoso pese a que el sol todavía no se ha puesto. Me da pavor meterme ahí dentro, aunque noto que Kirsty está ansiosa por partir. Puede que los buscadores siempre estén levantados, listos para la aventura, pero yo soy alquimista. Yo necesito dormir.
Kirsty se da por vencida. Cuando entramos en la casa, están proyectando la programación de la tele en una sábana blanca colgada de la pared de enfrente. La pantalla está dividida en cuatro partes, cada una de las cuales muestra imágenes de un equipo distinto. Zain está en una esquina, llegando a la terminal de transportación, con unas gafas de sol de aviador con montura dorada y una chaqueta de cuero negra; su aspecto es desenfadado y fascinante.
Anita y yo soltamos un «¡buf!» simultáneo y nos da un ataque de risa. Luego, ella se acerca a mí y me lleva de la mano a un lugar más apartado.
—Seguro que los Z van a la Expedición con un equipo de estilistas. Están más preocupados por las cámaras que por las pociones.
De pronto, un olor a canela y comino inunda la habitación.
Canela: para la agilidad mental, la disolución de coágulos, el alivio de los resfriados y la gripe.
Comino: para facilitar la digestión, para purificar la piel.
La expectativa de comer hace que me suenen las tripas. Vijay me pone un cuenco de arroz entre las manos y yo se lo paso a la señora Patel —la tía de Arjun y Anita, quien viste un impresionante sari verde oscuro—, que lo llena de curry caliente.
Con el primer bocado casi me estalla la cabeza: mi paladar novaniano no está acostumbrado ni de lejos a tanto picante. Los Patel de Bharata se ríen de mí, hasta que la señora Patel se compadece y me pasa una reconfortante bebida de yogur. Me tranquiliza ver que Arjun y Anita tampoco parecen disfrutar mucho con la comida, aunque Kirsty sí está devorando su plato.
Lo siguiente que nos ofrecen es un cuenco lleno de frutas exóticas, que viene acompañado por una de las niñas que me dieron antes la mano. La niña trae un palo sin corteza tallado burdamente. Vijay le da una palmadita alentadora en la espalda.
—Vamos, Pari —le dice—. Enséñales lo que has estado practicando.
Ella vacila unos instantes antes de coger una de las frutas más extravagantes del cuenco: un objeto ovalado de color rosa cubierto por unas hojas verdes cuyos bordes forman una especie de estrellas. La niña lo coloca en la mesa con suavidad hasta que consigue que se quede de pie frente a nosotros. Luego levanta el palo, apunta hacia la fruta, cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás.
Y hace algo que no esperaba: magia.
—Es una varita —susurro, constatando lo obvio.
Las hojas se desprenden de la fruta y forman un estampado de estrellas sobre la mesa, a la vez que dejan el centro rosa chillón del fruto desnudo y vulnerable. Después, la corteza rosa se va separando de la pulpa blanca y tierna. Cuando está completamente pelada, abre los ojos y, con un rápido golpe de muñeca, divide la fruta en cuartos, uno para cada uno.
Vuelvo la mirada hacia Vijay mientras estallamos en un fervoroso aplauso.
—Vijay… —digo— es dotada. Y muy potente, a tenor de lo que es capaz de hacer aquí con esa varita. ¿Va a la escuela?
Kirsty me agarra del brazo para hacerme callar, pero Vijay se encoge de hombros.
—Nos echará una mano en el campo, como los demás magos. Ellos nos facilitan mucho el trabajo, por eso son tan valiosos. —La abraza.
—Aquí los dotados son importantes, pero sus familias no pueden permitirse enviarlos a escuelas específicas, como harían en Nova —explica Kirsty.
Me duele saber que, a pesar de que soy corriente, mi vida es mejor que la de los dotados de otros lugares sólo por vivir en Nova. Tal vez si le hablara a Renel de esta niña, o incluso a Zain, podrían ayudarla…
Kirsty percibe la expresión de mi rostro.
—No puedes «salvar» a todos los niños dotados que te vayas encontrando. Además, aquí también los necesitan.
Hago un gesto de frustración.
Ahora que hemos terminado de cenar, Kirsty, Arjun, Anita y yo nos trasladamos al salón, que es un amplio porche abierto al exterior. Hay almohadones de colores, aunque un poco raídos, diseminados por todas partes, y un dosel de lucecitas sobre nosotros. Es mágico. Me hundo con gusto en uno de los almohadones mientras Arjun enciende un farolillo y el aire se impregna del olor especiado del incienso.
Anita se sienta justo enfrente de mí y frunce el ceño.
—Bueno, Sam, desembucha. ¿Cómo es que de repente tienes a Zain Aster en tu lista de contactos de Connect? ¿Desde cuándo sois tan amiguitos?
Con tanto jaleo todavía no he puesto a Anita al corriente de todo. No puedo evitar sonrojarme, si bien trato de aparentar indiferencia.
—Hace un par de días se pasó por la tienda. Dijo que se sentía mal por la jugarreta que me hizo su equipo.
—Ah, qué amable por su parte. —Anita, sorprendida, arquea una ceja.
—Sí, muy amable —replica Arjun, poniendo los ojos en blanco—. Seguro que buscaba una oportunidad para husmear un poco entre las existencias de los Kemi, por si se había olvidado de robar algo.
Sus palabras me causan un dolor inesperado. Le frunzo el ceño.
—ZA no nos robó. Mi abuelo cree que fue Emilia Thoth para evitar que encontráramos la receta.
Anita se estremece.
—Mi padre nos habló de su aparición en el palacio. Parece terrible, aunque seguro que no será tan fuerte como para suponer una verdadera amenaza. ¿No lleva exiliada toda la vida?
—Bueno, no es que parezca que experimenta con pociones prohibidas…, más bien, da la impresión de que se baña en ellas. —Recuerdo las largas mechas de su pelo gris pizarra, el tono pálido de su piel, la horrible forma curvada de sus uñas. Me estremece la idea de que alguien pueda entregarse a tal horror—. Creo que nadie debería subestimarla. Esta es la oportunidad que estaba esperando porque, si le sucede algo a la princesa, ella es la siguiente heredera. Lo más probable es que nos robara ella. ¿Y si robó también la persirela del otro equipo?
—Pero ¿para qué quiere participar en la Expedición? —pregunta Anita, cruzándose de brazos.
—Probablemente para asegurarse de que nadie consigue el remedio —opina Arjun.
—Por eso ha estado preparándose para ser alquimista —asiento—. La Expedición Salvaje le proporciona acceso inmediato al Palacio de Nova e invalida su condición de exiliada. Para ella era un juego a largo plazo, pero parece que le valió la pena esperar.
—Dejemos a Emilia —dice Arjun—. Con suerte, si seguimos pasando desapercibidos, se centrará en otros equipos que le supongan una amenaza mayor.
—Pero ya ha atacado a los Kemi —responde Kirsty—. Debemos tener cuidado, abrir bien los ojos y conservar el sentido común.
—¡Vamos a consultar el perfil de Zain para ver si hay alguna pista! —Anita me guiña el ojo y abre su portátil.
—¿Tienes conexión aquí?
Ella se echa a reír.
—Efectivamente. Que tengamos agua caliente no es tan seguro, pero… ¿señal de televisión y conexión a Internet? Siempre.
Me estiro hacia ella para identificarme en su ordenador pero, al buscar a Zain, resulta que vuelve a tener un perfil privado y que el botón de «conectar» está de nuevo activo. Me ha eliminado de sus amigos. Duele como una picadura.
—Bueno, pues ya está —digo—. En realidad, no me apetecía enterarme de sus #ProblemasDeDotados. —Cierro la tapa del portátil y aspiro hondo—. De todos modos, chicos, creo que tengo una teoría. —Los tres se giran para mirarme, expectantes—. Puedo estar totalmente equivocada, por supuesto, pero… he estado pensando en la persirela y la hiedra eluviana. Ambas tienen propiedades que pueden servir para «construir» amor, como si fueran ladrillos: la persirela para la belleza, la hiedra eluviana para la fidelidad. Y ahora, el jazmín rosa para la pasión. Es una poción de alto nivel donde todo está permitido, ¿verdad? Así que creo que lo siguiente va a ser pelo de abominable.
—¿Para la soledad? —Arjun parpadea—. ¿Y eso cómo encaja?
Noto que me ruborizo.
—Bueno, no lo sé seguro, porque nunca he estado enamorada, pero…
—No, tienes razón —dice Kirsty con un suspiro—. Los abominables son como los pingüinos… Se emparejan de por vida. Y no sólo eso, sino que además son muy obstinados en la búsqueda de su pareja. Deambulan por las montañas para encontrar a su único y verdadero amor sin tener ningún otro contacto hasta que lo encuentran. La soledad es el precio que tienen que pagar. Es una pieza perfecta. Sólo tú podrías haber combinado esos ingredientes, Sam. Es genial.
Anita se inclina hacia delante.
—Entonces, cuando hayamos conseguido el jazmín, buscamos la hiedra eluviana y nos vamos a las montañas.
Kirsty asiente.
—Sí, aunque lo de la hiedra no será fácil. Es peligroso, por no decir otra cosa. —Se queda mirándome fijamente, lo que hace que me revuelva—. Sería mejor que nos dividiéramos para buscar los ingredientes y, así, movernos más deprisa. No creo que tu abuelo tenga guardado ninguno de ellos, ¿verdad?
Hago una mueca.
—Voy a escribir un correo electrónico a mis padres con estas ideas y se lo preguntaré.
Pero, cuando abro mi correo, tengo la bandeja de entrada llena de mensajes de otros buscadores, de proveedores y de oportunistas que pretenden venderme ingredientes a precios desorbitados. Me fijo en que hay varios que ofrecen el polvo de Aphroditas a cambio de cantidades abusivas. Además, a saber qué será verdadero y qué una estafa.
—¿Alguien quiere comprar jazmín dorado por doscientas mil coronas?
—¿Estás de broma? —balbuce Arjun.
—No. Mira aquí…
—Está claro que los vendedores de ingredientes han oído rumores acerca del siguiente ingrediente que estamos todos buscando. ¿Todavía no hay nadie que venda hiedra eluviana a precios disparatados? —pregunta Kirsty.
Hago una búsqueda rápida, pero no da resultados.
—Bien, eso significa que seguimos estando un paso por delante.
Levanto la cabeza de la pantalla y el olor del incienso que flotaba dulcemente en el aire se vuelve acre.
—¿Alguien está demasiado cerca de una vela? Huele como a quemado.
Instintivamente todo el mundo se aparta del farolillo más cercano, pero todo parece en orden. Miro hacia arriba y veo que en el cielo, que está cada vez más oscuro, se eleva una columna de humo.
—Fuego —susurro.
Todos levantan la cabeza y salimos en estampida para ver quién baja antes de la veranda. Arjun es el primero en atravesar la puerta, y tras él van Vijay y el señor Patel, preocupados. Después vamos nosotras. Kirsty, con la mochila en la mano, me da instrucciones para que me ponga las botas, cosa que hago lo más rápido que puedo, y con las prisas casi me resbalo en las escaleras.
—Viene de la selva —dice Vijay con tono de urgencia.
—Vamos, Sam, date prisa. —Kirsty enciende una linterna que llevaba en la mochila y el haz de luz ilumina la espesa maraña verde que tenemos delante, tan densa como un muro.
Me lanza otra linterna y, al intentar atraparla, se me cae al suelo.
—¿Vamos a ir hacia allá con ese fuego? Preferiría ir en dirección contraria.
—Estamos en la selva, Sam, y es la estación húmeda. Los árboles no se ponen a arder solos así como así. —Ella ya está corriendo—. Es la zona del jazmín rosa.