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SAMANTHA
—Como si antes no tuvieran bastantes ganas, ahora tus padres van a asesinarme definitivamente —resopla Kirsty—. Juro que esto de ser buscadora no suele ser tan emocionante.
—¿De verdad? Vaya chasco —contesto con una sonrisilla.
Hemos vuelto a Pahara, a un hotel pequeño pero acogedor. Kirsty me ha puesto al corriente de cómo ella, Jedda y Zol lograron regresar al campamento base y cómo Emilia volvió a escapar hacia el otro lado de la montaña con el sherpa. Los demás no querían marcharse, pero sabían que no nos iban a encontrar sin ayuda. La pierna de Jedda necesitó asistencia médica urgente, aunque ya se está recuperando. No sé cuánto habrá tenido que pagar Zol para conseguir que nos recogiera un helicóptero. Es posible que con ese dinero hubiera podido comprar la montaña entera.
Al final, fue el ataque de Zain al abominable —su intento inútil de utilizar la varita— lo que nos ayudó. Eso y que el abominable arrojara los jirones de la tienda naranja por el aire. Por supuesto, en cuanto Kirsty divisó los primeros restos de nuestra tienda de campaña, llegó a las peores conclusiones. Imaginó que estaríamos igual de despedazados. Afortunadamente, Zol se negó a creer que su hijo no fuera a salir vivo de la montaña.
En cuanto a mis padres, estaban fuera de sí, pero no tenía sentido que vinieran a Bharata, ya que yo iba a regresar a casa en el siguiente vuelo. Después de mi experiencia al borde de la muerte, no me iban a dejar que me transportara a ningún sitio y, de todos modos, tampoco iba a lograr concentrarme lo necesario para conseguirlo. Pero hubo otros que sí hicieron el viaje: en concreto, los medios de comunicación. Esta vez no hubo forma de esconderse de ellos ni material reflectante para evitarlos. Cuando bajamos del helicóptero, había varias cámaras disparándonos a Zain y a mí, y tuvimos que salir corriendo hacia el hotel bajo los gritos de:
—¡Zain, Zain! ¿Cuánto te queda para curar a la princesa?
—Sam, ¿qué piensa tu familia de que te hayas aliado con la corporación ZA?
—¿Ahora estáis juntos?
No somos aliados, no creo que Zain y yo estemos juntos, pero, gracias a mí, ambos tenemos el ingrediente.
Sí, he compartido el pelo. Claro que lo he compartido. A pesar de que el orgullo no me permitiría considerar la idea de colaborar con Zain para conseguir el remedio, tampoco voy a impedir que él lo intente. Alguien tiene que ganar la Expedición y no vamos a dejar que sea Emilia Thoth.
Aunque hay que reconocer que esa no es la reacción de Dan y Kirsty cuando se lo cuento por la noche.
—¿Le has dado la mitad del pelo de abominable a ZA? —dice Dan. Su voz está teñida de escepticismo. Está tomando notas para su reportaje, pero no me preocupa la imagen que vaya a dar de mí.
—Claro que sí. Zain me ayudó salvándome la vida; de hecho, me la salvó dos veces: una de Emilia y otra en la cueva.
—Pues a mí me parece que fuiste tú quien se la salvó a él —replica Kirsty, de brazos cruzados.
En eso tiene razón. Zain no para de contar que lo salvé allí arriba con mi combinación improvisada de dulce de montaña y fuego de varita. Ante la prensa, ante sus padres, ante todo el mundo, ha estado insistiendo en que yo soy la heroína.
No puedo quitarme su historia de la cabeza. Al oírla, he encajado las piezas de un puzle que estaba incompleto: el diario perdido de la bisabuela Cleo, el rechazo absoluto de mi abuelo a contemplar siquiera la idea de los sintéticos, su odio virulento por las Expediciones Salvajes…
Pero, sin el diario de Cleo, me temo que nunca sabré la verdad.
Siempre creí que el legado de los Kemi consistía en estar aferrados al pasado, enraizados en nuestras costumbres. Amarrados a nuestras tradiciones como hiedra eluviana alrededor de nuestros corazones. Pero ¿y si no fuera verdad? ¿Y si ser un Kemi implicara ser conocido por el progreso y la innovación? Vuelvo a pensar en aquella foto de la pared del campamento base en el monte Hallah. Mi bisabuela recorrió todo el camino de ascenso a la montaña hace más de cien años sin los equipos y herramientas que tenemos hoy en día. Fue una aventurera, una heroína.
—Bueno, eso ya da igual. Se lo he dado, así que está hecho —digo.
—Claro que no da igual —contesta Dan—. Sobre todo ahora que los únicos que quedáis en la competición sois tú y los Z.
Me quedo pálida.
—¿De verdad no queda nadie más? ¿Qué ha pasado con Arjun y Anita? —pregunto, temiéndome su respuesta.
—Las noticias dicen que todos están bien. —Yo suspiro aliviada y Dan continúa—: Se libraron por los pelos. Enviaron un maleficio a su laboratorio a través de un mensajero. Por suerte, el señor Patel había salido y no le pilló la explosión.
Hundo la cabeza entre las manos.
—Qué horror. Espera, por favor, tengo que llamar a Anita.
Marco su número, pero no me lo coge, ni tampoco Arjun. Les envío un correo electrónico, un mensaje de Connect, un SMS…, en definitiva, los bombardeo con mensajes para nada. No les culpo. No puedo ni imaginarme por lo que tienen que estar pasando. Sólo agradezco que estén sanos y salvos.
—Odio a Emilia —mascullo cuando despego la vista de mis aparatos electrónicos. Me tiembla todo el cuerpo de rabia—. Tengo que detenerla.
—Todavía no la ha pillado nadie con las manos en la masa —observa Dan—. He oído que incluso hay gente que se está poniendo de su parte, diciendo que todos nosotros estamos haciendo que Emilia pague el pato por su pasado y que merece otra oportunidad…
—¿Después de lo que nos hizo en la montaña? ¡Casi nos mata!
—Pero eso nadie lo vio.
—Claro que no. ¡Recuerda que estábamos escondiéndonos de los medios de comunicación!
—Eh, no mates al mensajero.
Kirsty le da un codazo a Dan.
—Ya está bien por esta noche. Sam, deberías irte al sobre. Mañana estarás ya en casa y entonces nos plantearemos lo del siguiente ingrediente.
¡El siguiente ingrediente! Ya vuelve la presión.
Me preparo para acostarme, poniendo el doble de esmero en todo lo que antes me parecía rutinario: lavarme los dientes, por ejemplo, o ponerme mi pijama favorito de lunares.
Cada instante es como un lujo, sobre todo el de meterme en una cama limpia y acurrucarme bajo un edredón. Me propongo algo para mañana: lo segundo que haré cuando llegue a casa —lo primero va a ser abrazar muy fuerte a toda mi familia— será acercarme a casa de los Patel y disculparme. Con insistencia. Humillándome, si es necesario.
A pesar del cansancio, no puedo desconectar la mente. Cojo mi diario mientras pienso en mi abuelo. Creo que él estaría orgulloso del truco del dulce de montaña. Tomo unas cuantas notas en una página aparte:
Abominables. Características: solitarios, tercos, huraños, tardan en enfadarse, aunque guardan rencor durante mucho tiempo. El humo del dulce de montaña les provoca un sueño profundo. El pelo de abominable (áspero, quebradizo, 10 cm de longitud) puede utilizarse en pociones amorosas.
Una vez que apago la lámpara de la mesilla de noche, se oye un suave golpeteo en la puerta. Me pregunto si Kirsty se ha olvidado de algo. Enciendo de nuevo la luz y voy a abrir.
Es Zain.
—Hola —dice. Sus hechizos (los habituales) están ahí de nuevo. Me siento una chispa decepcionada y aún más cohibida por estar en pijama.
—Hola. —Es lo único que logro responder.
—¿Puedo…?
—Ah, sí, claro. —Al volver, me choco contra un mueble.
Nos sentamos a los pies de la cama, un tanto avergonzados.
—¿Qué tal estás?
—Ya mejor. Todavía… —Cierro los ojos un instante y veo al abominable y sus garras.
Los arañazos ya casi están curados, los han cicatrizado mágicamente mediante una poción que tienen aquí. He tomado nota mental de los ingredientes, por supuesto. Avellano de bruja: para las cicatrices. Milenrama: para la coagulación de la sangre. Pero el recuerdo sigue ahí. Me estremezco sin querer.
—Ayer estuviste increíble. Sinceramente…, pensé que iba a perder la cabeza cuando llegamos a ese callejón sin salida… Pero tú conservaste la sangre fría.
—Tu varita humeante me dio la idea.
Zain se sonroja de vergüenza.
—¿Oíste a mi padre en la montaña? Lo que dijo fue horrible.
Le agarro las manos.
—Tu padre dijo lo que creyó que tenía que decir para salvarte la vida. Sólo intentaba protegerte, estaba desesperado.
—Fue patético.
—¿Sabes qué? No le culpo. Es menos estúpido que echar a andar hacia alguien armado con una pistola.
Sus labios esbozan una sonrisa.
—Sí, supongo que sí.
—Por suerte, recogí ese dulce de montaña en su momento.
—Bueno, me salvaste la vida. —Me aprieta la mano más fuerte—. Eres una chica increíble.
—Ya está bien —digo.
Él se separa con pinta de sentirse algo herido.
—Sam, lo digo en serio…
—No, oí lo que dijiste ayer. Yo no te gusto; te gusta la idea que tienes de mí. Has estado esperando el momento oportuno para hablar conmigo porque me consideras especial por pertenecer a esta antigua familia. Pues deja que te abra los ojos, Zain: no soy especial. Evelyn es especial. Es una princesa. Yo sólo soy yo. Así que o te gusto por ser yo, o me tendrás que dejar en paz.
—Eres tú la que me gusta, Sam.
—Ni siquiera me conoces —le reprocho.
—Vale, tienes razón. Mi abuelo estaba obsesionado con vosotros, los Kemi, y eso hizo que yo quisiera conocerte. Él pensaba que teníais algún tipo de poderes ocultos, alguna fuente de conocimiento alquímico, pero ahora ya sé la verdad. Lo que sucede es que sois inteligentes, Sam; muy inteligentes. Por eso me gustas. Y quiero conocerte, si me dejas.
Clavo la vista en el estampado del edredón, incapaz de mirarle a él. Ha dicho todo lo que quería oír y no puedo evitar que mi corazón traicionero se infle. Me acaricia una mejilla.
—Y, además, me salvaste la vida.
Lo miro y me guiña un ojo. Me río, no puedo evitarlo.
—Nos la salvamos mutuamente.
—Exacto. Eres la única persona del mundo que sabe por lo que hemos pasado. Que lo sabe de verdad. —Retira la mano y me arde la cara donde la ha acariciado.
—Fue una especie de primera cita de locos —comento.
—Una historia para contar a los nietos. —Sonríe, y luego parece incómodo—. Tengo que transportarme a Nova en un par de horas. Mi padre…
No quiero oír lo que va a decir, pero, antes de que me de tiempo a aceptarlo, se oye un estruendo producido por el viento, que ha hecho chocar las persianas contra el cristal. Ambos damos un respingo. Lo normal es que me hubiera echado a reír, pero estoy demasiado tensa después de lo del abominable.
—¿Puedes quedarte conmigo hasta que me duerma? —le pido, lamentando la vocecilla que me sale. Pero él es la única persona con la que quiero estar ahora.
—Claro que sí.
Vuelvo a meterme en la cama, con la cabeza apoyada en su pecho, y oigo como el corazón le late bajo mi oído. Cierro los ojos y me sumerjo en un sueño profundo.
***
Cuando me levanto, en la mesilla hay una taza de café hechizada para mantenerse caliente. Murmuro algo sobre las técnicas para ligar de los dotados, pero tengo que admitirlo: las tácticas de Zain son bastante buenas. Mientras me bebo el café, el calor se me extiende desde la boca hasta la punta de los pies. Entonces me doy cuenta de que en la taza hay algo: unas palabras hechizadas para que aparezcan justo por debajo de la línea del café:
Para mí eres especial, Samantha Kemi.