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SAMANTHA
Me recuesto en la cama y me acurruco bajo el edredón. La Expedición me ha tenido distraída, pero ahora que estoy eliminada no puedo cerrar los ojos, porque lo único que veo entonces es a Zain Aster y a la princesa Evelyn. El príncipe oscuro, la hermosa princesa.
Y luego estoy yo. La chica empollona y corriente, nacida para estar encerrada en un laboratorio —sin más compañía que los viales de barba de mago y las plantas raras— y no para vivir una magnífica historia de amor. En esta fórmula no hay sitio para mí. Soy un ingrediente de más que no es apto para el brebaje final.
Me duele el corazón y, aunque mi mente la busca, no da con ninguna mezcla capaz de sanar algo así. No hay una poción para curar mis sentimientos actuales, a menos que sea una dosis del sueño más profundo que se pueda imaginar, que me lleve lejos de aquí hasta que los recuerdos de Zain sean distantes y borrosos, como fotografías olvidadas al sol. Pero esa poción no existe.
Siento un repentino ataque de locura y me dan ganas de reír y reír y reír. Sin embargo, me concentro en mi respiración. Trago saliva, pero tengo la garganta obstruida.
No concibo que alguien quiera una poción amorosa. ¿Por qué iba alguien a querer soportar este dolor? ¿Por qué sufrir esto de forma voluntaria? Si algo nos ha enseñado la historia sobre las pociones amorosas es que siempre siempre acaban en tragedia y desastre.
La princesa será la excepción. Ella no sabía que el chico a quien intentó suministrar la poción siempre estuvo enamorado de ella. Despertará de su locura —la despertará él, si queremos que la historia esté perfectamente escrita— y se darán cuenta de lo afortunados que son de tenerse el uno al otro. Ella comprenderá el error que ha cometido, se disculpará por haber sido tan tonta, él la perdonará.
¿Y aquel momento con Zain en la montaña? Un fallo técnico. Ella nunca lo sabrá. Yo no se lo contaré a nadie.
Sé dónde estaré. Mi vida nunca más volverá a ser como esta, en las Tierras Salvajes, buscando ingredientes con Kirsty. Ya he vivido bastantes aventuras para el resto de mi vida. Quizá me apunte a un curso nocturno de empresas para aprender a obtener beneficios decentes —lo suficiente como para ir tirando— mientras veo cómo mi sorprendente hermana va aumentando su poder. Ella se irá y hará cosas maravillosas, pero siempre sabrá dónde encontrarme.
Puede que con el tiempo vuelva a ver a Zain y a la princesa Evelyn, cuando me encuentre entre el gentío, pegada a las vallas metálicas para presenciar los grandes acontecimientos de sus vidas: su compromiso, su boda, su primer bebé. Seré un rostro más entre la multitud. Quizá me vista con algo que tenga un ribete de pelo blanco, sólo para ver si le recuerdo al abominable, a la montaña. Pero sus ojos pasarán por encima de mí sin detenerse, hacia la siguiente persona que esté a mi lado. No querrá mirarme de cerca porque yo seré la única que sepa la verdad.
Yo seré la única que sepa que, para estar con la persona a quien ama, pisoteó a toda la gente corriente que vio por debajo de él. Incluyéndome a mí.
Mi teléfono vibra en la mesilla de noche. Es Anita, que me manda un mensaje: ¿Has visto los informativos?
Enciendo la tele, pero le quito el sonido. Leo los subtítulos de las noticias: ZA SALVA A LA PRINCESA. Suelto un gruñido. ¿Eso es lo que Anita quería que viera? Pero luego aparece un segundo titular: EMILIA THOTH DETENIDA POR LA POLICÍA DE ZAMBI. Se ve una imagen de Emilia con unas esposas hechizadas, de esas que emplean para apresar a los dotados, con la cara y las manos llenas de suciedad y el pelo alborotado sobre la cara. Siento que un arrebato de felicidad eclipsa mi mal humor. Al menos, nuestro viaje hasta allí ha servido para algo. Se muestran las imágenes que Dan grabó, pero a nosotros apenas nos mencionan. Nuestro contratiempo ya es una noticia antigua en comparación con la del remedio de ZA.
Luego muestran una foto de un comunicado de prensa oficial de ZA en la que aparece un vial de cristal grabado con su logo. El vial está lleno de un líquido rojo oscuro, espeso como la sangre. Justo como uno esperaría que fuera una poción amorosa.
Respondo a Anita: Por lo menos, Emilia se equivocó. La princesa está a salvo. Que les vaya bien.
Ella me contesta casi al instante: No tienes que demostrar coraje, guapa. Me acerco a verte en cuanto pueda.
Sus palabras hacen que me aparezcan las primeras lágrimas en los ojos, ya que me siento agradecida de tener a gente que me quiere. Pero no estoy intentando demostrar coraje. De verdad que me alegro de que la princesa esté a salvo, aunque eso signifique que mi abuelo tenía razón: al final, la familia real adaptó las normas según su conveniencia. Y Zain me rompió el corazón para salvar a la princesa.
La princesa… Tiene gracia: durante todo este proceso, no había pensado en ella tanto como ahora, a pesar de que todo giraba a su alrededor. Ahora, sola en mi habitación, pienso en cómo será verse forzado a adoptar unas medidas tan desesperadas. Tener tanto miedo al rechazo como para evitarlo a toda costa… Me pregunto si habrán rechazado a la princesa Evelyn alguna vez en su vida.
A mí lo que me asusta no es el rechazo, pues lo he vivido en mis carnes: en el colegio, por parte de los dotados. Al menos, si te rechazan, te están prestando algo de atención.
No, mi mayor miedo es el anonimato. El olvido. La oscuridad. El miedo a no hacer más en la vida que pudrirme en mi tienda familiar. El miedo a pasarme la vida sin hacer nada relevante. El miedo a encontrar al chico al que quiero entregar mi corazón y que él me ignore. Que me olvide.
Zain.
Me repugno por estar aquí compadeciéndome, pero no puedo evitar que la imagen de su cara esté grabada bajo mis párpados. No necesito una poción amorosa, necesito un remedio antiamoroso que alivie este dolor.
Es como si me hubiera tomado una de esas pociones oscuras. Una de las que causan dolor, otra mezcla completamente ilegal. Las pociones dolorosas son idiosincrásicas, personales para quien las elabora. Es necesario que el mezclador le cause un dolor físico inmenso a alguien cuando está terminando de preparar la poción. Cuanto más agónico sea el dolor, más fuerte será el resultado. Sin dolor no funciona, salvo que lo que se pretenda sea causar al receptor un ligero dolor de estómago. Demasiado dolor —si matas durante la elaboración, por ejemplo— tampoco funciona. La poción se quema y se echa a perder.
El mezclador tendría que ser una persona bastante horrible para aceptar el encargo de una de estas pociones. Además, ¿quién querría comprarle una poción a alguien así, sabiendo que tú podrías ser su siguiente víctima?
Y las pociones amorosas ni siquiera implican amor, ¿no es cierto? Implican la ilusión del amor: la fantasía. Implican deseo, pasión. Yo he visto amor de verdad: el de mis padres, por ejemplo. En él no hay nada unilateral; consiste en dos personas que están de acuerdo en afrontar el mundo juntas, sin importar los desafíos. Consiste en respeto.
Es personal.
De repente, como una grieta causada por un terremoto, se me abre un abismo en la mente. «Cerebro, ahora no, por favor». Pero no es una voz que se pueda acallar.
Una corazonada me grita que algo está mal.
Mi mente retrocede hasta aquel momento en la biblioteca, cuando esas palabras escritas en una lengua antigua llamaron mi atención. Eluvium era la hiedana. Indicum. Índigo. Ese es el color que tendría que haber esperado, no el carmesí. Era demasiado obvio.
Sacudo la cabeza. No van a dejar que la princesa beba una poción amorosa defectuosa. Si no pueden utilizar el Cuerno para verificar la autenticidad de la poción, la analizarán con minuciosidad. De ningún modo ZA va a cometer un error, hay demasiadas cosas en juego: su reputación, su negocio… Por no mencionar la vida de la princesa.
Salgo de la cama y me siento. ZA ha metido la pata.
La poción amorosa que han creado está mal. No va a funcionar.
Y yo soy la única que puede solucionarlo.