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PRINCESA EVELYN
Su corazón palpitaba mientras Renel, el consejero más antiguo de la casa real, anunciaba la llegada de Zain. Entre los dedos sujetaba con firmeza un guardapelo de plata en forma de corazón que le colgaba del cuello. Pero, en el momento en que lo vio llegar, sintió que sus nervios y su tensión se aliviaban. Incluso se echó a reír cuando Zain se acercó a ella como si estuviera en su propia casa, ignorando al gruñón de su consejero.
—¡Evie! —Fue directo hacia ella y la abrazó. Llevaba una colonia almizclada y moderna, con cierto trasfondo químico de laboratorio.
—Te has vestido para la ocasión —susurró ella, posando suavemente los dedos sobre el hombro acolchado de su esmoquin.
Él se rió.
—Bueno, es la mayor fiesta del año y tengo que estar guapo para las damas. —Se puso a bailar de inmediato y a hacer como si se levantara el cuello de la camisa.
—Parece que le has puesto empeño, sí —dijo Evelyn con un tono que intentó que sonara normal, aunque las palabras de él habían sido como pequeños puñales en su corazón—. Renel, ¿nos disculpas? —preguntó, y aguardó a que el consejero de nariz aguileña abandonara la sala.
—¡Estás increíble! —dijo Zain, dando un paso atrás y agarrándola del brazo para admirarla.
Sí que estaba guapa. Llevaba el largo cabello rubio recogido hacia atrás con una cinta que sujetaba una cascada de rizos sueltos, y su peluquero le había puesto unas ligerísimas mechas doradas entre los mechones de pelo. Su vestido, que llegaba hasta el suelo, estaba confeccionado con purpurina azul lavanda y flotaba alrededor de su grácil figura. Muchos diseñadores habían suplicado vestirla para la fiesta de su decimoctavo cumpleaños, pero ella eligió a un diseñador local de la calle principal, una decisión que los medios de comunicación calificaron de «atrevida» y «valiente». A ella sencillamente le había gustado ese vestido.
El guardapelo era el único accesorio que no hacía juego… Pero tenía una finalidad y había llegado el momento de usarlo.
—¿Quieres beber algo? —preguntó, maldiciendo por dentro el tono chillón de su voz. Atravesó la sala hasta una mesita junto a la ventana.
—¡Claro! —contestó Zain.
Ella sonrió, luego le dio la espalda para verter el vino contenido en una delicada jarra de cristal en dos de las copas más finas de Nova, con hermosas bases de peltre pulidas como espejos. Con un movimiento rápido, abrió el guardapelo. Un polvo añil cayó en el fondo de la copa de él y se disolvió en el líquido rojo oscuro.
Examinó las copas de cerca y suspiró aliviada: parecían idénticas. Esperó cierto recelo, pero él no preguntó ni objetó nada.
—¿Por el enamoramiento? —propuso ella.
Él tomó la copa que le tendió y la entrechocó con la suya, sonriendo.
—Por ti, princesa.
—Por nosotros.
Sus palabras brotaron casi como un suspiro mientras se llevaba la copa a los labios y observaba cómo él hacía lo mismo. Entonces cerró los ojos, echó hacia atrás la cabeza y apuró el vino de un sorbo. El líquido descendió suavemente por su garganta, como si fuera miel. Una sensación cálida irrumpió en su cuerpo y le recorrió las venas, hasta que sintió como si le ardieran las puntas de los dedos de las manos y de los pies y el corazón le fuera a estallar de felicidad.
Pestañeó antes de abrir los ojos de nuevo.
Y, al mirar hacia los fríos ojos azules que se reflejaban en la base plateada de su copa, se sintió loca, profunda e irrevocablemente enamorada.