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SAMANTHA

Viajamos en la moto durante casi cuatro horas seguidas y al final nos detenemos en un hotel decrépito a las afueras de una aldea. Según Kirsty, hemos estado dirigiéndonos todo el tiempo hacia el norte, y es indudable que la temperatura aquí es varios grados más fría. Kirsty aporrea la puerta hasta que abre un hombre de apariencia somnolienta. Después de un buen rato, acaba accediendo a alquilarnos una habitación y, cuando nos la enseña, tengo la certeza de que allí no se ha alojado nadie en años. Puede que en décadas. Hay telarañas enormes por todas partes, aunque es probable que las arañas de Bharata sean lo bastante grandes como para tejer telarañas de ese tamaño en una sola noche y sin ningún esfuerzo. Me da un escalofrío sólo de pensarlo.

Aunque, mira, por lo menos funciona el wifi.

Una vez que me he conectado, llamo a mis padres para ponerles al día de los últimos acontecimientos. Kirsty me recuerda que no mencione ningún detalle acerca de nuestra ubicación. Por otra parte, decido omitir lo referente a Emilia, aunque resulta que no hemos sido el único equipo que ha estado en apuros. Kirsty y yo todavía no hemos tenido oportunidad de ver las últimas retransmisiones de la tele, así que mi padre me pone al corriente:

—Todo el mundo sabe que has vuelto a la Expedición. Una chica colgó una foto tuya en DotaChat. Después, en Bharata, siguieron a Anita y Arjun con cámaras y os grabaron cuando salíais del aeropuerto para montaros en el coche, aunque en las imágenes no se os veía bien la cara. Pero os perdieron gracias a vuestra forma de conducir, bastante temeraria. ¿No se suponía que Kirsty iba a cuidar de ti?

Se me encoge el estómago. Kirsty tenía razón: los medios de comunicación han estado siguiendo a Anita y Arjun. Eso significa que para Emilia no ha debido de ser muy difícil dar con nosotros.

—¿Qué dicen de mí?

—De momento… pasas desapercibida.

—Entonces, creen que no tengo ninguna posibilidad. —Me llevo un chasco al pensarlo, aunque sé que no debería: Kirsty diría que eso es positivo. Por otra parte, si Emilia nos persigue es porque nos considera una amenaza, lo que me provoca una extraña satisfacción—. ¿Y qué hay de los otros equipos? —pregunto.

—Dos de los participantes han abandonado —dice mi padre—. Pero ninguno de ellos es ZA —añade, anticipándose a la siguiente pregunta—. A ambos les robaron las reservas de polvo de persirela. Uno de los alquimistas era el presidente de una pequeña marca de sintéticos recién fundada cuyo laboratorio se ha incendiado. Parece que fue provocado.

—Empieza a parecer la firma de Emilia —murmuro.

—¿Qué pasa? —Mi madre pone cara de preocupación—. ¿Te ha hecho algo Emilia? Los rumores apuntan a que ha sido ella quien ha provocado el incendio, pero no hay ninguna prueba.

—No, mamá. Estoy bien —respondo, odiándome por mentir.

—El presidente de la marca de sintéticos reclama una indemnización de la familia real. Su protesta está siendo muy fuerte, pero, según parece, lo ocurrido forma parte de los riesgos de la Expedición.

—Menos mal que tú y los Patel cuidáis unos de otros —dice mi madre—. Quizá fuera mejor que regresarais…

—No puedo, mamá. —La voz se me quiebra cuando les cuento que nos hemos separado de Arjun y Anita, y una duda incómoda comienza a asaltarme.

Es obvio que a ella no le parece bien, pero intenta que sea yo misma la que averigüe cómo resolver mis errores. Me entran unas ganas tan irrefrenables de tenerlos aquí conmigo, en Bharata, que no puedo contener el llanto. El rostro de mi madre vuelve a mostrar preocupación. Me seco las lágrimas con rapidez.

—¿Hay noticias de la princesa? —pregunto para romper el silencio.

—No, pero no dejan que la prensa se acerque a ella. Anoche hubo una tormenta de rayos muy extraña; dicen que la princesa pudo ser el origen. Incluso hay rumores de evacuación del casco antiguo de Kingstown —contesta ella.

—Parece peligroso. Ahora os toca a vosotros tener cuidado.

—Tú céntrate en ti. ¿Qué plan tienes ahora? —inquiere mi padre.

—Mañana vamos a ir a buscar la hiedra eluviana.

—Como máximo, pasaremos una hora en la selva —comenta Kirsty desde el otro extremo de la cama, donde está examinando unos mapas.

De pronto, llaman a la puerta. Kirsty acude a abrir de un salto. Veo que mis padres estiran el cuello, como si de ese modo pudieran ver más allá de los límites de la pantalla.

—Bueno, mamá, papá, tenemos que irnos. Hablaremos en cuanto tengamos la hiedana.

Kirsty se vuelve y me sonríe. Ya estoy hablando como una buscadora: en su jerga, «hiedana» significa hiedra eluviana.

Les lanzo unos cuantos besos al aire, que ellos me devuelven, y cierro la tapa del ordenador. Luego miro a Kirsty con sorpresa, ella se encoge de hombros y abre la puerta.

Se trata de un hombre. Otro huésped, o eso parece. Tiene la cara roja e hinchada por el sudor y el esfuerzo físico.

—¿Sois el equipo Kemi? —Saca de repente un cuaderno y es entonces cuando nos damos cuenta de que es periodista.

—Fuera de aquí —masculla Kirsty, y cierra de un portazo.

Vuelve a llamar, pero lo ignoramos.

—¿Cómo nos ha encontrado? —murmuro.

—Ni idea. —Kirsty agita las manos, desesperada, y el tipo vuelve a llamar, cada vez con más insistencia—. ¡Largo! —le grita.

—¡Por favor! —suplica el hombre desde el otro lado—. Juro que no os he seguido hasta aquí, ha sido casualidad. Esa loca exiliada tendió una emboscada en la selva a mi equipo. Se lo llevó todo: mi dinero, mi material de trabajo, mi documentación…

—¡No es problema nuestro!

—Me dejó inconsciente y, cuando me levanté, estaba solo. Por suerte, no encontró mi furgoneta, porque entonces me habría quedado aislado, pero luego se me acabó la gasolina…

—¡Tampoco es problema nuestro!

—Por favor… ¿Habéis oído lo que se dice de vosotras en la tele? Os están llamando débiles. Tratan de desacreditaros. Pero yo puedo contar vuestra historia.

Kirsty y yo nos miramos.

—Tiene razón —me susurra—. Es mejor tener a alguien de nuestra parte. Necesitamos controlar este circo mediático antes de que él nos domine a nosotras. ¿Para quién trabajas? —dice, elevando la voz para que el periodista pueda oírla.

—Para El Heraldo de Nova.

—¿Dotado o corriente?

—¡Corriente!

Kirsty vuelve a abrir la puerta.

—Vale. Mira, nosotras también estamos huyendo de un ataque de Emilia. Seguimos en la Expedición.

El periodista parece aliviado por haber conseguido algún tipo de declaración y, ahora que está más calmado, me doy cuenta de que es mucho más joven de lo que pensaba. Si no resoplara como si acabara de correr una maratón, sería incluso atractivo.

—Ahora que ya tienes tu titular, ¿qué tal una cerveza? Off the record, por supuesto —añade Kirsty, que por su tono de voz parece haber llegado a la misma conclusión que yo.

—Parece un buen plan.

—Sam, ¿vienes abajo?

Sacudo la cabeza.

—Me voy al catre… o a la telaraña, mejor dicho.

—¡Claro, no te preocupes! —Kirsty cierra la puerta tras ella y se lleva al periodista. Menos mal.

Cuando apago la luz y estoy a punto de meterme en la cama, mi teléfono se enciende y, con las vibraciones, se desprenden trozos de pintura del techo que me caen en la cabeza. Lo cojo de la mesilla de noche y no reconozco el remitente del mensaje. Me asusto al pensar que tal vez los medios de comunicación hayan averiguado mi número, pero no es un periodista.

Es Zain.

Hola, dice el mensaje.

El corazón se me pone a mil con sólo leer la dichosa palabra. Me parece una respuesta emocional muy patética por mi parte, aunque no puedo controlarla.

Estoy barajando la mejor manera de responder cuando vuelve a vibrar.

¿Estás en Bharata? Te he visto en la tele, estabas en el aeropuerto. Siento haberte eliminado de Connect. Mi padre se enteró y se cabreó bastante.

Las mariposillas en el estómago dejan de revolotear. ¿Sólo me está escribiendo para enterarse de dónde estoy y para contarme que su padre me odia (menuda sorpresa)? Ni siquiera he empezado a teclear cuando vibra una vez más.

Oh, bueno, eso último ha sonado regular… Mi padre se siente amenazado por ti. De hecho, yo también, aunque no por las razones que piensas. ¿Me odias?

No puedo aguantar la risa. No sólo porque parece que Zain me lea el pensamiento, sino porque se le nota nervioso. Sus torpes mensajes son más propios de mí que de él.

Al final, le respondo:

No te odio. Y tu padre se va enterar.

Varios segundos después, vibra.

No me cabe duda.

Me quedo dormida y sueño con chicos de pelo azabache y ojos azules.