8
PRINCESA EVELYN
«Ella está ahí, junto al espejo. Puedo espiarla por el rabillo del ojo. Dios mío, qué guapa es. Debería acercarme. Debería saludarla».
La verdad era que estaba paralizada por la incertidumbre.
«Me gustaría ser tan atrevida como ella. —Decidió arriesgarse y echar otra mirada, para lo cual giró la cabeza despacio, muy muy despacio, por encima del hombro—. ¡Oh! Me está mirando. —Sus ojos se cruzaron con los de la otra chica, pero los apartó de inmediato—. Respira, Evelyn». Su respiración iba y venía en oleadas profundas, y sentía el rubor en las mejillas. No recordaba si al sonrojarse estaba más hermosa o sólo más extraña, así que no se atrevió a darse de nuevo la vuelta.
Francamente, a Evelyn le costaba creer que la chica hubiera tenido la osadía de seguirla hasta allí, hasta sus habitaciones privadas. Tendría que dirigirse a ella y plantarle cara, pero estaba nerviosa. Evelyn se reprendió a sí misma. Una princesa novaniana no debería ser tan cobarde.
Se volvió mientras se recolocaba unos mechones de cabello. Entonces tragó saliva y levantó la mirada hacia la hermosa desconocida.
—¿Cómo te llamas?
—¿Cómo te llamas?
—Evelyn.
—Evelyn.
—¿En serio?
—¿En serio?
Así que era eso. Era el destino. De algún modo, ambas compartían el mismo nombre. En el rostro de la chica se veía que era cierto, que no estaba bromeando. Las dos, lo mismo, una mitad de la otra. Pero no resultaba práctico que ambas se llamaran Evelyn.
—Yo seré Eve y tú, Lyn.
—Yo seré Eve y tú, Lyn.
Ah, la chica sólo estaba haciéndose la graciosa. Eve notaba el brillo en los ojos de Lyn. Estupendo, veía que se entendían.
Nunca en su vida se había sentido tan conectada con alguien. Apenas podía creer que unas pocas horas antes hubiera estado a punto de cometer un tremendo error. Había recibido tanta presión para que eligiera pareja —presión por parte de sus padres, presión por su magia— que había planeado suministrarle una poción a Zain. Él estaba bien, pero era demasiado varonil, demasiado masculino comparado con la delicadeza que tenía ahora delante. Por suerte, Lyn llamó su atención en el último momento.
Eve siempre supo que debía manejar su poder con responsabilidad. No podía quejarse del privilegio que tenía, pero la idea de estar eternamente con alguien a quien no amara la aterrorizaba hasta límites insospechados. Sus padres nunca se habían amado, ni al principio ni ahora. Eve sabía que coqueteaban con otros miembros de la corte —esos amoríos llenaban las columnas de cotilleos—. Sin embargo, su madre aceptó casarse sin poner ningún reparo para gozar de la mejor vida posible.
No era frecuente que un miembro de la realeza fuera tan afortunado como Eve.
Había encontrado a su amor verdadero, justo a tiempo. Lyn. Pronto se casarían. En los informes de prensa de la familia real se hablaba de preparativos de boda desde que ella tenía dieciséis años; si querían, podrían organizarlo todo en un mes.
Los medios de comunicación estarían encantados y horrorizados al mismo tiempo. Durante todo el mes tendrían una cobertura total en la prensa, pero así no les daría mucho tiempo a especular sobre quién diseñaría su vestido, el esquema de colores, la música… Porque no había nada como una boda real para desatar una tormenta mediática. Y encima con dos novias hermosas… ¡Sería una locura! Una celebración por todo lo alto. Fiestas en la calle, tazas de té decoradas con sus caras y fotografías en todas las revistas. Se emocionaba sólo de pensarlo.
¡Tenía que empezar a prepararlo! Esta vez no llevaría un vestido comprado en la calle, necesitaba un diseñador de élite. Se preguntaba si la firma Perrod estaría disponible. Pero ¡qué bobada estaba diciendo! Lo dejarían todo por ella…
Unas voces interrumpieron sus ensoñaciones:
—¿Qué vamos a hacer, Ander?
Era la voz chillona de su madre. Eve la oyó en la otra punta de la habitación, dando taconazos en el suelo mientras caminaba en círculo. Era raro que estuviera allí, pero entonces recordó… Seguro que habían ido a conocer a Lyn. ¡Claro! ¡Tenían que conocerla antes de anunciar el compromiso! No recordaba que su madre se hubiera ocupado nunca de ella de una forma maternal, puesto que la habían criado las niñeras y los consejeros reales. Pero suponía que sus padres sí se preocuparían por la persona con quien se iba a casar. Y se iban a quedar muy tranquilos.
Su padre también estaba en la estancia, sentado en el trono que llevaba siempre con él de un sitio a otro.
—No podemos hacer nada —respondió él—. Ya se ha anunciado la Expedición.
—Pero eres el rey. ¿Seguro que no puedes parar todo esto? ¡Cómo vamos a confiar en que esos curanderos traigan el remedio para nuestra hija si está ella de por medio! La malvada de tu hermana Emi…
—No pronuncies su nombre en este palacio —exclamó enfurecido el rey—. No sabemos… —hizo una pausa y luego susurró—: si estarás invocando su presencia en esta sala.
La voz aterrorizada de su padre sólo podía hacer referencia a un nombre: su tía, la exiliada Emilia Thoth. A los dieciocho años abandonó el palacio para ir, supuestamente, a la universidad de Gergon. Sin embargo, a los veintiún años organizó un golpe para robar la corona, un intento fallido que acabó con su exilio oficial del país.
Emilia no creía en el acuerdo que supeditaba el poder de la familia real al gobierno electo de Nova. Aquel contrato los había convertido en figuras de paja, de la más alta consideración pero incapaces de explotar toda la capacidad que tenían para la magia. El resultado era la paz y la democracia en Nova. Funcionaba a la perfección.
Sólo Emilia y sus seguidores, hambrientos de poder, opinaban lo contrario. Los rumores decían que ella aún vivía en Gergon, donde una familia real gobernaba con mano de hierro mediante la magia.
Gergon nunca confirmó haber dado asilo a Emilia —hacerlo hubiera equivalido a comenzar una guerra—, pero no era difícil imaginar que preferían que ella estuviera allí, en la retaguardia, por si algo iba mal en Nova. Porque lo único que el rey y la reina no podían evitar era que, si a Eve le ocurría algo, Emilia sería la siguiente en la línea de sucesión.
—Hemos enviado tras ella a un grupo de agentes a través del convocador —continuó el rey—. La encontraremos y la detendremos antes de que le pase algo a Evelyn.
—¡Eso no lo sabes! ¿Y qué hay de los otros participantes? Ahora todos están en peligro.
—Alguien tendrá que curar a Evelyn a tiempo y Emilia volverá al destierro, dondequiera que estuviese. Los participantes conocen los peligros que hay cuando se inscriben.
—¡Ah! ¿Crees que están preparados para peligros como el de tu hermana? Nada la detendrá para terminar con la competición.
Su padre se revolvió en el trono.
—Hay diez participantes compitiendo contra ella… y varios más que aún no se han inscrito. Además, Zol ganará.
—Más le vale. Por cierto, ¿dónde está? Necesito hablar con él sobre su despreciable hijo.
Como si la voz de su madre los hubiera convocado, Zol y Renel atravesaron una puerta que apareció en el muro de piedra. Eve puso cara de alivio: al ver a Zol se acordó de Zain. Qué contenta estaba de que la poción no hubiera funcionado. Ahora él también era libre para encontrar el amor. El guardapelo estaba vacío cuando fue a usarlo, así que no debió de completar la fórmula. ¿O tal vez cambió de opinión y se deshizo de su contenido? Era difícil acordarse. Tenía el cerebro nublado, los acontecimientos se borraban de su memoria como la tiza en una pizarra. Pero entonces levantó la mirada para encontrarse con la de Lyn y al instante sintió que sus preocupaciones se disipaban.
—Tenemos una pista sobre el primer ingrediente de la Expedición —anunció Zol.
—¿Hay una Expedición? —Al oír a Zol, Eve reaccionó—. Qué emocionante. Pero aquí no hay nadie en peligro de muerte… ¿Qué están buscando? Ojalá sea una poción de buena suerte para mi boda, sería maravilloso.
Zol la miró tan boquiabierto que Eve se echó a reír. Pensó que nunca había visto al padre de Zain tan incómodo en su presencia.
—¿Su boda, princesa? —preguntó.
—Oh, qué tonta. ¡Ni siquiera se lo he dicho aún a mis padres! Mamá, papá… Quiero presentaros a alguien. Esta es Lyn. —Señaló a su amor, que permaneció inmóvil—. Deberías hacer una reverencia —le susurró a Lyn. Como siguió sin moverse, Eve se puso a reír—. ¡Claro! ¡No sabes cómo hacerla! Por favor, no te lo tomes a mal, madre, es una novata en todo este galimatías real. Yo te enseñaré, Lyn, es fácil. —Eve hizo una reverencia hacia el espejo y, para su regocijo, Lyn la imitó—. ¡Oh, perfecto! ¿No os encanta? —dijo a sus padres—. ¡Queremos casarnos lo antes posible!
Todos se quedaron mirándola sin pronunciar palabra, pero ella se encogió de hombros y desvió su atención hacia Lyn. A la larga, sus padres lo aceptarían.
—¡Si hubieras controlado a tu hijo, no habría pasado nada de esto! —protestó la reina.
—Oh, no se preocupe. Hablaré con él —dijo Zol con voz de indignación—. Y seremos nosotros quienes encontremos el remedio, no lo olvide. Como ya he dicho, tengo dispuesto un equipo que está intentando localizar el primer ingrediente e investigando el resto de la fórmula.
Eve suspiró. Estaba claro que toda esa cháchara de adultos estaba aburriendo a Lyn. Eso no podía ser.
—Bueno, ¿cuándo voy a ir a la fiesta? —dijo, obviando la tensión con su voz alegre. Todas las miradas se dirigieron a ella—. Tengo que dar la gran noticia. Organizad una entrevista por la tele. Deseo cobertura nacional. Ah, y conseguid un fotógrafo para nuestro retrato oficial. ¡Quiero presentar a Lyn al mundo entero!