37

SAMANTHA

—Lo siento, pero no puedo bajar el precio —dice Joan, una azafata morena y chiflada con labios hechizados de color rojo intenso, desde detrás del mostrador de la Terminal de Transportación de Kingstown—. Esta tarde cuesta veinte mil coronas transportarse a Zambi. Tenemos mucho ajetreo. ¿No habéis oído hablar de la evacuación? Todo el mundo está huyendo por si los terremotos se repiten.

—¡Pero tenemos que ir allí! ¡Es por la Expedición! No querrás ser responsable de la muerte de la princesa, ¿verdad? —Ya me resbala desvelar cuáles son nuestras idas y venidas.

Entorna un poco los ojos mientras me mira, como si intentara recordar mi cara.

—Espera… Tú eres esa chica…, la Kemi, ¿no? Te vi la otra noche por la tele. ¿Qué tramas ahora? A saber lo que eres capaz de hacer para detener a ese pobre chico…, Zain. —Echa un vistazo a Arjun—. ¿Acaso tú eres otro pobre bobo al que ha embaucado para que la ayuden?

Se me escapa un grito ahogado de frustración.

—¿De verdad te crees todo lo que cuentan en la tele? —espeta Anita.

Joan aprieta los labios y tamborilea con los dedos sobre el teclado de su ordenador.

—No puedo hacer nada. Sale un vuelo a Zambi dentro de cuatro horas desde el aeropuerto. Tendréis que hacer escala en Ellara, pero llegaréis mañana por la tarde.

—¡No podemos esperar hasta mañana por la tarde! —grito, y doy un golpe en el mostrador.

—Cálmese, señorita, o tendré que llamar a seguridad. —Joan parece alarmada y extiende la mano hacia el teléfono.

—Bueno, bueno, bueno… ¿Qué es este escándalo? Dejad paso a este viejo.

Reconozco esa voz. Me doy la vuelta.

—Abuelo, ¿qué haces aquí?

—Sam, he venido para llevarte a casa. Arjun, Anita, vosotros también deberíais iros.

—¿Qué? Pero Molly…

—Gracias, señor —dice Joan, renunciando a fingir que es amable con nosotros—. Su nieta ha perdido los papeles.

Mi abuelo está muy cerca del mostrador, casi encima. Alarga el brazo para darle a Joan una palmadita en la mano.

—Siento mucho las molestias —responde, y chasca la lengua—. La juventud de hoy en día…

Pero entonces le agarra la muñeca con fuerza. Ella se retuerce, incómoda, aunque mi abuelo es la viva imagen de la debilidad y empieza a toser. La tos se vuelve cada vez más convulsa, hasta que se le agita todo el cuerpo.

—¡Abuelo! —Intento asistirle, pero gesticula con la mano libre para que le deje.

Se hurga en el bolsillo y saca un pañuelo. Justo delante de Joan, abre el pañuelo y le sopla en la cara una nube de polvo, que se esparce sobre ella como si fuera azúcar glas y luego desaparece.

La tos de mi abuelo cesa de inmediato.

—Entonces… ¿Dos billetes para Zambi? —le pregunta a Joan con una sonrisa traviesa.

—Ahora mismo, señor. Aquí tiene, señor. Que tengan buena transportación.

Mi abuelo tiene que apartarnos a Arjun y a mí del mostrador porque nos hemos quedado petrificados.

—Rápido, la poción no va a durar mucho.

—¿Qué le has hecho? —pregunta Arjun.

Mi abuelo me guiña un ojo.

—¡Polvo cautivador! —Suspiro profundamente—. ¡Y qué bien ha funcionado! —Otra poción prohibida, dificilísima de elaborar. Mi abuelo no ha perdido ni una pizca de sus facultades—. ¿Y qué pasará cuando se recupere?

—No va a saber nada de lo que ha pasado. ¡Para algo soy un Kemi! —refunfuña—. Ahora, andando.

Le doy a Anita un largo abrazo y luego echo a correr por la zona de acceso para llegar al área de seguridad y a las pantallas de lanzamiento. Allí me vuelvo hacia Arjun, que tiene gotitas de sudor por la frente.

—¿Estás bien?

—Nunca he hecho esto antes.

—Oh, vaya, se me había olvidado. —No sé cómo, mi primera experiencia fue terrible—. En serio, no te preocupes. Sólo recuerda las normas. Sobre todo la de mantener el contacto visual.

Él asiente.

—Supongo que será mejor que me acostumbre si quiero ser un buen buscador. Vamos allá. Si le doy más vueltas, la situación me va a superar.

—Tú primero. Yo iré justo detrás de ti. Sólo tengo que hacer una llamada telefónica antes.

Cuando aterrizo, todo está oscuro. Me extraen a mí primero, así que, en cuanto Arjun sale tropezando de la pantalla, yo ya estoy esperándole. Él se pone a tiritar y de inmediato unos guardas lo rodean con mantas térmicas para taparlo.

—¿Qué le pasa?

—Está sufriendo una conmoción por transportación —explica uno de los médicos.

—¿No tenéis una poción para eso?

Meteorito de plata en polvo mezclado con esencia de bolsa de pastor y filamentos de luciérnaga: para retirarle de los flujos de magia y amarrarlo a la tierra firme, adonde pertenece.

Un preparado que a lo mejor sería de ayuda. No es que yo lo tenga… Me gustaría poder apagar el cerebro.

El médico saca un blíster de pastillas con el logo de ZA.

—Bueno, esto ayudará. Voy por agua.

—Ya me siento mejor —farfulla Arjun—. Casi estoy bien.

El médico se encoge de hombros.

—Estas pastillas te harán volver a la normalidad. En caso contrario —se vuelve hacia mí—, asegúrate de que esté arropado y de que descanse, si no quieres que sufra ningún daño a largo plazo.

—Muy bien. —Agarro las pastillas de todas maneras.

En cuanto salimos de la terminal, el calor es extremo, pero distinto al de Bharata: mucho más seco. Por un momento, me planteo por qué vivimos en un país con permanentes lloviznas y nubarrones, cuando hay otros lugares en el mundo con mucho mejor clima.

Enciendo el móvil —de inmediato empiezan a acumularse los gastos por la tarifa de itinerancia, pero qué le vamos a hacer— y veo que Anita nos ha enviado los detalles de la compañía de alquiler de coches para las Tierras Salvajes. Pese a que Zambi no es un país muy desarrollado, aquí son mucho más estrictos respecto a las leyes de las Tierras Salvajes que en casi todos los demás países del mundo. Es un lugar peligroso e imprevisible. Dicen que la fuente de toda la magia de los dotados está en Zambi. Si la magia fluye en Nova en forma de riachuelos, aquí fluye como una cascada. La magia azota la tierra y, a pesar de ser una persona corriente, siento como si pudiera agarrarla con mis propias manos.

Recogemos las llaves del coche y, por suerte, arrancamos sin ningún problema. Al haber llegado a través de un portal de transportación, es probable que estemos en la zona más próspera de Zambi. Todo está muy cuidado: hay rododendros flanqueando las calles, formando líneas definidas y espaciadas con simetría, e incluso hay una estructura de fuentes ornamentales que resulta particularmente ostentosa, si tenemos en cuenta que más del ochenta por ciento de las Tierras Salvajes de Zambi sufre sequía.

—¿Estás bien para conducir? —le pregunto a Arjun. Él se tambalea ligeramente, con la mirada perdida.

—Creo que necesito descansar un poco.

—Vale, descansa. Yo conduzco. Tú puedes echarme una mano como copiloto.

Le ayudo a entrar por la otra puerta y se desploma contra la ventanilla. Sigue sin querer tomarse las pastillas y lo único que tengo para ofrecerle aparte de eso es agua. Le planto la botella en la mano y le obligo a beber unos cuantos sorbos.

—De verdad, estoy bien. Me siento un poco atontado, nada más.

Una vez que estamos fuera de la estación de transportación, la conducción se convierte en otro reto totalmente distinto. No es ni mucho menos tan caótica como en Bharata, pero tengo que concentrarme al mismo tiempo en averiguar qué ruta debemos seguir y en la carretera que tengo delante. Ojalá le hubiéramos pedido prestado el GPS al señor Patel.

Las Tierras Salvajes de Zambi… Me cuesta creer que esta vaya a ser la primera vez que las pise, en este viaje acelerado y delirante, en una búsqueda de cola de unicornio. Pero no se trata sólo de conseguir un ingrediente. He de rescatar a Molly.

Las Tierras Salvajes de Zambi penetran en casi todas las grandes ciudades del país, por lo que no tardamos mucho tiempo en llegar a una frontera. En una ocasión vi en un documental de la tele que un león de dientes de sable estuvo acechando a la gente por las calles de Jambo y provocó una oleada de pánico en la ciudad. En los barrios ricos tienen que poner alambradas a ras del suelo para evitar que los cocodrilos de doble cola se metan en las piscinas.

La frontera consiste sólo en una cabañita con el tejado de paja y un guarda de aspecto somnoliento. Conduzco hasta él y le tiendo nuestros salvoconductos.

—Todo debería estar en orden, señor —le digo con el tono más educado posible, pese a que tengo ganas de estallar y decirle que se dé prisa.

—Quédense aquí, no puedo dejarles pasar. —Se levanta, se despereza y se marcha hacia otra construcción pequeña señalizada como GUARDA DE TIERRAS SALVAJES. Sin pensarlo, me bajo del coche y voy tras él.

—Espere, señor… ¿Nos puede devolver nuestros salvoconductos?

—No, tengo que pasárselos a mi jefe para que los examine.

—Por favor…

Entonces recuerdo una cosa, algo que Kirsty me contó una vez sobre los guardas de las Tierras Salvajes y su pesado trabajo, obligados a vigilar una frontera que poca gente quiere atravesar.

—Sé que quiere comprobarlos con su jefe, pero quizás esto acelere el proceso… —Le muestro un billete de veinte dólares.

Se guarda el billete en el bolsillo y a cambio me devuelve los salvoconductos.

—Pueden pasar.

Vuelvo al coche con las manos temblorosas.

—¿Acabas de sobornar a ese tío? —pregunta Arjun con la cabeza apoyada en la ventanilla.

—Creo que sí.

—Samantha Kemi, eres tremenda.

Le sonrío y acelero. El coche sale disparado. Ya estamos en las Tierras Salvajes.

Algo parecido a la euforia —puede que sea la adrenalina— se apodera de mí. Ya estamos aquí. Lo hemos conseguido. Y sólo han transcurrido unas horas desde que nos enteramos de que Kirsty se había llevado a Molly. Tal vez todavía haya posibilidad de alcanzarlas, antes de que nadie resulte herido.

Saco el teléfono para enviar un mensaje a mis padres con las buenas noticias.

—Mierda.

—¿Qué pasa? —murmura Arjun sin fuerzas.

—No tengo cobertura.

—¿En serio? —Se endereza un poco y se saca su móvil del bolsillo—. Yo tampoco. Qué raro… El semestre pasado estudié una asignatura sobre la comunicación en las Tierras Salvajes. Zambi era una de las primera áreas con cobertura total debido a los riesgos existentes. Los equipos de rescate necesitan disponer de medios para salir rápido de aquí.

—Pues lo repito: mierda.

—Algo (o alguien) tiene que estar interfiriendo con la señal.

Doy un manotazo en el volante. Adivina, adivinanza.

—Emilia. —No me atrevo a despegar los ojos de la carretera, que cada vez se parece menos a una carretera y más a una serie de carriles arbitrarios que serpentean entre la hierba alta de la sabana—. ¿Qué crees que deberíamos hacer?

—Seguir adelante.

—Pero ¿hacia dónde?

Se pone el pulgar y el índice de cada mano en los lagrimales y aprieta. Es lo que hace cuando intenta acordarse de algo; no sé cuántas veces le habré visto hacerlo en los exámenes. Sea lo que sea, funciona.

—Unicornios… Veamos. Apenas estudiamos nada sobre unicornios durante el primer curso, ¿lo sabías? El primer año tratamos lo más básico. Y esto no es básico.

Doy un volantazo para esquivar las ramas de un enorme baobab que cuelgan sobre la carretera.

—Vamos, Arjun. Sé que vas muy adelantado en tu formación como buscador. ¡Tienes que haber leído algo…!

—Sí, espera… Vale, vale.

Detengo el coche en plena sabana. ¿Cómo vamos a encontrarlas aquí? Hierba, llanuras y árboles hasta donde alcanza la vista…, pero ni rastro de otro coche. Ni rastro de otra vida. ¿Y si al llegar a las Tierras Salvajes giraron a la izquierda en vez de seguir recto? ¿Y si giraron a la derecha? Podríamos pasarnos días enteros buscando en la sabana sin tener ni idea de dónde están.

Procuro no pensar en que quizá nos topemos con Zain y el equipo ZA. Esa historia ha terminado. No dejo de recordármelo.

De pronto, resuena un chillido procedente de arriba y el cielo se llena de cientos de siluetas negras que proyectan su sombra contra el sol. Aunque estemos dentro del todoterreno, empiezo a gritar. Arjun saca su móvil, abre una aplicación y apunta hacia el cielo.

—¿Qué son esas cosas? —grito.

Me muestra la pantalla. Hay una foto de las criaturas y un circulito blanco girando que indica que el teléfono funciona.

—La aplicación «Descubridores» nos ayuda a identificar especies de las Tierras Salvajes. Es como una base de datos para buscadores a la que puede acceder cualquiera.

La pantalla se pone a parpadear con la imagen de un murciélago con pinta agresiva, con los extremos de las alas curvados formando unas garras de aspecto atroz. Bajo la foto pone Zambiera desmodus.

—¿Murciélagos vampiros? —pregunto.

—Ojalá. No, es como si fueran murciélagos vampiros 2.0. ¡Mira qué alas! Son despiadados, y una bandada como esa… —Enmudece—. Tenemos que seguirlos. ¡Sigue a los murciélagos, Sam!

—¿Qué? ¿Por qué?

—Su sangre favorita es la humana. Si hay alguien herido, el olor los atrae. —Piso a fondo el acelerador y giro las ruedas en la dirección de los murciélagos. Arjun se agarra al salpicadero—. Podría tratarse del equipo ZA, que esté en apuros…

—O podría ser Molly. —Ahora voy a toda pastilla para encontrar a Molly antes que esas bestias diabólicas que hay en el cielo. Aprieto los dientes mientras el volante tiembla entre mis manos y los neumáticos rebotan por el terreno abrupto.

—¡A la izquierda! ¡Tuerce a la izquierda!

Los murciélagos siguen volando en línea recta, pero le concedo a Arjun el beneficio de la duda.

—¡Vale, endereza!

Ya me doy cuenta de lo que ha divisado: un todoterreno, más adelante. Está aparcado frente a una espesa arboleda, la más frondosa que he visto hasta ahora en la sabana.

—¡Es un bosque en galería! —dice Arjun—. Según la base de datos, ahí es donde les gusta esconderse a los unicornios, porque tienen agua cerca y también cobijo. Quizás estén ahí. Lo normal sería que los murciélagos se quedaran un rato dando vueltas, pero luego, cuando desciendan al bosque, se extenderán por todas partes, ¿sabes? No tienes mucho tiempo.

Cuando llegamos a la altura del todoterreno, me bajo del coche a toda prisa. Echo un vistazo al interior del vehículo, pero no veo nada reconocible. Podría ser de Molly y Kirsty. Podría ser de ZA. Podría ser de Emilia. Sólo rezo por que sea de Molly.

Arjun se desploma en el asiento. Veo la lívida determinación de su rostro. Cuando encuentre a Molly, haré que volvamos a la seguridad de nuestro hogar. Pero esta parte voy a tener que llevarla a cabo yo sola, sin ningún buscador que me ayude.

—Ahora vuelvo —le digo. Cojo su móvil y marco un número—. En cuanto haya cobertura, llama a este número.

—Si no vuelves en media hora, voy a por ti.

—De acuerdo. O, bueno…, si oyes gritos.

Sonríe. Salgo corriendo hacia el bosque.

Dentro hay un silencio sepulcral. Los árboles absorben el sonido: el viento, los pájaros y los murciélagos que fuera parecían tan ruidosos ahora se han aplacado, y en su lugar hay un sosiego claustrofóbico. Me abro camino entre la maraña de troncos y entro en el bosque.

Entonces lo atisbo a lo lejos: un destello naranja brillante poco natural entre los árboles. Reanudo la marcha. Quiero gritar, pero hay algo en el silencio de este lugar que me obliga a permanecer callada.

Llego a un claro. Allí está Kirsty; podría distinguirla a leguas porque lleva una chaqueta reflectante naranja encima de su uniforme habitual. No parece sorprenderse lo más mínimo cuando me ve. De hecho, es como si me estuviera esperando. Levanta la mano y al instante me quedo helada.

—¡Sam! —grita Molly.

Levanto la cabeza en la dirección del sonido. Está en uno de los árboles, suspendida en una jaula bastante estropeada hecha con listones de madera barnizada. Allí dentro parece diminuta, es probable que cupiera entre los barrotes si intentara salir. Pero está demasiado alto para saltar sin hacerse daño.

Un unicornio irrumpe entonces en el claro, justo por debajo de la jaula.

Casi me caigo al suelo. No he visto una criatura tan hermosa en toda mi vida. Me dan ganas de postrarme junto a sus pezuñas e implorar perdón. Me dan ganas de sepultarme en la tierra y sacarme los ojos de las órbitas, porque no merecen ver tanta majestuosidad. Es una criatura que parece nacida de la mismísima luz, luz y belleza y —en este momento— furia desatada y violenta.

Salta por encima de Kirsty, casi duplicando su altura, y ella, a su vez, salta hacia un lado y se retira apenas un momento después de que el cuerno de la criatura atraviese el espacio donde estaba su cabeza. Galopa en círculo por el claro, da coces a los árboles, vapulea los troncos con su musculoso cuerpo y hace que todo el bosque tiemble.

Parece un caballo, pero es más que eso. Es como si tuviera más músculo, como si además de sangre, piel y nervios estuviera hecho de acero, potencia, luz del sol y del propio universo. El cuerno es su rasgo más asombroso: se eleva en línea recta como una daga, aunque lo surcan curvas y espirales que lo hacen igual de amenazador y peligroso. Cuando vuelve a detenerse bajo la jaula, se levanta sobre sus patas traseras, pero no consigue llegar hasta ella. Quien haya colocado esa jaula ahí arriba ha empleado la máxima precisión. La punta del cuerno se queda a unos centímetros de la parte inferior de la jaula, aunque no llega a tocarla. Cada vez que el unicornio se alza, Molly se encoge un poco más en una esquina de la jaula. No obstante, por alguna razón, creo que la bestia no quiere hacerle daño. Lo que quiere es salvarla.

Las lágrimas se deslizan por mi cara. No puedo evitarlo. Hay algo en el hecho de ver al unicornio tan enfadado, encolerizado contra nosotras por apartarle de lo único que quiere. Pero no le voy a dejar que la alcance. Miro rápidamente hacia ambos lados buscando el modo de llegar al árbol.

—¡No te acerques, Sam! —vocifera Kirsty—. ¡Nunca he visto un unicornio comportándose así!

—¡No lo entiendes! —le respondo gritando—. Creemos que Emilia está interfiriendo en las señales telefónicas. ¡Y hay una bandada de murciélagos vampiros zambinos que vienen hacia aquí! Llegarán en un minuto.

Al oírme, se le nubla el rostro. Un batir de alas confirma mi advertencia y Kirsty escruta el cielo con los ojos entornados. Luego se lanza de nuevo al claro para provocar a la bestia, que está bajo la jaula arañando el suelo con un casco duro como el diamante.

La mente me va a toda prisa. Si consigo llegar al árbol, si Kirsty hace que el unicornio se mueva, si Molly se escapa, si, si, si… entonces, ¿qué?

Kirsty, aterrorizada, tiene los ojos muy abiertos, y el miedo me encoge el corazón. Ella debía de tener un plan antes. Está claro que pretendía atraer al unicornio mediante la juventud y la inocencia de Molly. Pero no tuvo en cuenta a Emilia, aunque tendría que haberlo hecho. Debería haber sabido que Emilia no se detendría hasta que estuviéramos todos muertos, incluida la princesa.

El unicornio baja el cuerno.

Kirsty aguarda ahí, con los brazos extendidos y la chaqueta abierta, intentando convertirse en un enorme e imponente objetivo.

Entonces el unicornio ataca.

En ese momento, yo también salgo corriendo y salto desde donde estoy, detrás de un árbol, hasta el árbol que hay en el centro del claro.

No es que sea el más fácil de trepar, ni por asomo. Pero he reconocido el tipo de árbol gracias a uno de mis libros de pociones oscuras. Saco un cuchillo del bolso que llevo a un lado y le hago un corte al tronco. Inmediatamente, el corte se llena de una savia pegajosa.

Árbol laticífero ámbar: la espesa resina de su corteza puede utilizarse para crear colgantes funerarios, y es ideal para amarrar y almacenar recuerdos.

Al hundir las manos en él, se me impregnan de la sustancia de color dorado claro, espesa y brillante.

Kirsty se da la vuelta y sale corriendo por el bosque mientras el unicornio la sigue a toda prisa. Pero el batir de alas se oye cada vez más cerca, más fuerte, y sé que no tengo mucho tiempo.

Me froto las manos y, con el calor, la savia se vuelve más pringosa. Entonces salto todo lo que puedo y le asesto un manotazo al tronco con la mano derecha. La palma se me queda pegada al árbol, así que me lanzo también mientras busco con dificultad un buen apoyo en el tronco para los pies.

La savia empieza a despegarse casi de inmediato, de modo que tengo que seguir trepando, moviendo una mano tras otra, cada vez más arriba. Me duelen los hombros por el esfuerzo, pero después de cuatro movimientos más alcanzo la primera rama. Desde aquí, todo será más fácil.

Salto hacia la siguiente rama.

—¡Ya voy, Molly!

—¡Date prisa! —Parece muy asustada, su voz es un gritito agudo.

Hay una rama justo debajo de la jaula. Si lograse quitar la gruesa estaca de madera que mantiene cerrada la puerta, Molly podría lanzarse hacia mí y yo la cogería. Así es como ha tenido que meterla Kirsty al principio. Desde aquí, yo sería capaz de subir a Molly.

El problema es que el primer murciélago se posa en la rama a la vez que yo.

—¡Fus-fus! —digo, y me siento ridícula. Como si un vampiro se fuera a largar a la voz de «fus-fus»… Me enseña los dientes, que son afiladísimos y largos, más similares a agujas que a colmillos, perfectos para inyectar veneno y chupar sangre. Lanza un chillido, imitándome. Entonces, extiende las alas y sisea como una serpiente.

Agarro lo primero que pillo, mi linterna, y se la lanzo. Acierto de lleno; el murciélago me vuelve a chillar y luego sale volando.

—¡Molly, estoy aquí!

Me pongo de pie en la rama y estiro el brazo. Cojo el extremo de la estaca varias veces para intentar sacarla.

Pero entonces se posa en la jaula el primer murciélago. Sus pequeñas garras, semejantes a manos, rodean los barrotes y con las alas golpea ferozmente la madera, combándola. Su fuerza hace que la jaula se balancee durante unos instantes. A continuación, como si se produjera una tormenta negra, un montón de murciélagos se arremolina alrededor de la jaula y la cubre por completo formando una capa doble, triple, cuádruple. Se atacan y se muerden entre ellos, desesperados por llegar a la preciada sangre que hay dentro: la sangre de mi Molly.

Ya ni siquiera oigo los gritos de mi hermana. Me han obstruido por completo su visión y siguen llegando más a mi rama. No tengo tiempo de tomar una decisión. Me pongo de pie en la rama y salto hacia la jaula.

Pero ni siquiera me acerco a ella, porque en ese momento un murciélago se estrella contra mi espalda, me clava las garras en la piel y me golpea los brazos y la cabeza con las alas. Su fuerza me hace perder el equilibrio y, más que saltar, es como si me cayera. Levanto los brazos y la savia pegajosa que tengo en las manos me ayuda a agarrarme a la rama. Me balanceo hacia el tronco con el murciélago todavía en la cabeza, furioso. Rodeo el árbol con las piernas, luego las manos se me despegan de la corteza y me concentro en quitarme el murciélago de encima. Al final lo consigo, pero antes sus colmillos me han dejado unas marcas profundas en el cuello. Arranco una ramita del árbol y, en cuanto siento que tengo un poco de margen, le doy un golpe en el ala. Desaparece.

Ahora estoy trepando para aproximarme de nuevo a la jaula, pero de pronto veo movimiento. La parte de abajo de la jaula se desprende; una parte, un falso suelo. Y Molly también se cae. Las criaturas no se percatan. Pero ella está cayéndose y la altura es demasiado elevada.

—¡Molly! —grito, como si mis palabras pudieran crear una especie de amortiguación que la protegiera. No tengo tiempo de reaccionar. No puedo hacer nada… Sólo ver su caída.

Desde el bosque, el unicornio aparece entre el follaje. Me asalta la imagen de Molly atravesada por su cuerno, pero en el último momento él agacha la cabeza y mi hermana cae encima como una muñeca de trapo. Instintivamente, lo agarra por el cuello y el unicornio se la lleva por el bosque. Un aluvión de murciélagos que baja desde la jaula y desde el cielo los persigue.

Desciendo del árbol apartando a golpes los últimos murciélagos que se abaten sobre mí, aunque su atención se ha desviado.

Salgo tambaleándome en la dirección del unicornio, corriendo todo lo que mis débiles piernas me permiten. Alguien me llama por mi nombre y, al girar la cabeza, veo a Kirsty moviéndose con esfuerzo en la otra parte del bosque, con la cara llena de sangre y una herida en el hombro, que se cubre con la mano.

—Kirsty, se la ha llevado. Se ha llevado a Molly.

Ella aprieta los labios con gesto decidido. Y aunque la odiara, y ahora mismo la odio muchísimo, seguiría sabiendo que es la única capaz de hacer esto.

De repente, empieza a correr; y si ella puede con el hombro herido, yo también.

Un fuerte relincho resuena desde el interior del bosque. Apenas puedo respirar; no quiero saber qué está pasando.

Llegamos a otro claro, más rocoso y cubierto de musgo. Molly se encuentra allí, sigue sentada a lomos del unicornio, con los ojos cerrados y las manos extendidas. Tiene un arañazo en la mejilla, que está sangrando, y lleva un par de guantes de seda.

—¡No, Molly, detente! —grito. Está usando la magia en el lugar más peligroso de las Tierras Salvajes.

Los murciélagos caen en picado y pululan a su alrededor, pero no pueden atacarla. Algún tipo de campo de fuerza generado por las manos enguantadas de mi hermana los está repeliendo. Su pelo castaño ondea tras ella, a pesar de que apenas corre una pizca de viento en el bosque y, cuando el unicornio se encabrita, Molly se sujeta a él con los muslos, moviéndose sin esfuerzo alguno, como si llevara montando toda su vida.

Kirsty me agarra del brazo.

—¡Agáchate! —dice.

—Pero la magia…

—Va a salir bien, confía en mí.

Me tiro al suelo musgoso y embarrado justo cuando Molly da una palmada. Su campo de fuerza se extiende a lo ancho y a lo alto, y en un instante los murciélagos se apartan hacia los lados. Los que están más cerca del estallido caen como una lluvia a nuestro alrededor, mientras que los otros son lanzados formando un remolino hacia el cielo, lejos de la niña y de su magia poderosa.

La energía pasa rozándonos a Kirsty y a mí; noto su estela, que chisporrotea como la electricidad sobre mi espalda y me eriza el pelo.

Molly cae desplomada sobre el lomo del unicornio, y este baja las patas para dejarla deslizarse hasta el suelo. Luego él se tumba a su lado, Molly acomoda un brazo por encima de su cuello y ambos parecen sumirse en un profundo sueño.

Poco a poco, Kirsty y yo nos levantamos. Ella se sujeta el hombro.

—Ten cuidado: el unicornio estará protegiendo a Molly, pero podría seguir quedando un exceso de magia del que no estarás protegida.

Hago una mueca. Ningún peligro mágico va a alejarme de mi hermana en estos instantes.

—¿Molly? —susurro. Percibo la suave oscilación de su pecho, su frente lisa. Aparenta estar en paz, pero sé que después de todo ese gasto de energía debe de estar al borde del desfallecimiento y va a necesitar asistencia médica enseguida.

Nos acercamos con cautela.

—Nunca había estado tan cerca de un unicornio —susurra Kirsty con lágrimas en los ojos—. Es decir, al menos durante el tiempo suficiente para poder examinarlo con detenimiento.

Sé a qué se refiere. Cuando el unicornio estaba furioso en el claro, se movía demasiado rápido para que pudiéramos percibir de verdad su belleza. Pero aquí tumbado, con la misma fuerza pese a estar sumido en un dulce sueño, es cuando realmente se le puede apreciar. Da la impresión de ser blanco, pero cada uno de sus pelos parece traslúcido, como diamantes fraccionados en hebras. Su cuerno no es perlado, como me esperaba, sino que se asemeja más a una lanza, una hoja de metal precioso retorcida, como de plata, pero más dura. Parece algo dañado en la punta y está manchado de sangre seca que enseguida pasa del carmesí al marrón oscuro. Me pregunto por un momento de dónde procederá esa sangre, e intuyo lo que le ha sucedido a Kirsty en el hombro.

—Con cuidado —me advierte ella mientras me acerco a las dos figuras dormidas.

Alargo la mano y toco el brazo de Molly. Ella cambia de postura y el unicornio se mueve con ella.

—¿Mols? —susurro.

Me responde con un gemido, pero al menos me responde. Poco a poco le levanto el brazo y me voy acercando más para apartarla del unicornio. La cojo en brazos y parece ligera como una pluma, más ligera de lo normal.

—Espera —musita con los labios ligeramente húmedos. Pestañea antes de abrir los ojos.

—¿Qué sucede, cielo?

—¿Has cogido el ingrediente?

—No te preocupes por eso, Mols —le susurro, hundiendo la cara en su pelo y agarrándola más fuerte.

—No, está bien. Quiero hacerlo.

—Tú… —Me parece casi increíble pedirle una explicación. La acerco lo suficiente como para que llegue a la cola del unicornio y le arranque un pelo con suavidad. Kirsty se mantiene a una distancia respetuosa. Quizás el hecho de haber puesto a mi hermana pequeña en peligro de esta manera también le haya afectado. No hay mucha gente que conozca a Molly y que no sienta deseos de protegerla.

Aunque es obvio que no necesita tanta protección como yo pensaba: ha escapado ella sola de los murciélagos, no me ha necesitado. Vino hasta aquí para coger el ingrediente; eligió ser valiente, pese a las barreras que hemos puesto alrededor de ella desde que nos enteramos de que era dotada. Podría haberse vuelto intolerante, consentida. Sin embargo, se ha hecho fuerte.

Estoy muy orgullosa de ella, incluso ahora que la veo dormida en mis brazos.

Me doy la vuelta para mirar al unicornio por última vez, pero ya se ha ido, se ha vuelto a fundir con el bosque. El espacio donde se había echado a descansar está ahora vacío.

Unas luces empiezan a parpadear entre los árboles y me doy cuenta de que tiene que ser Arjun, que está esperando en el todoterreno. Por fin podemos dejar atrás esta pesadilla… y volver a casa.