29
SAMANTHA
Saldremos con las primeras luces del amanecer, así que pasamos la noche en el albergue de montaña.
Desde la ventana del comedor, en el segundo piso, tenemos unas vistas impresionantes del Monte Hallah. La cumbre se eleva sobre la tierra de un modo espectacular, seguida de otras montañas que se prolongan más allá de mi visión, subiendo y bajando como si fueran olas congeladas en el tiempo. Un manto blanco cubre el tercio superior de la superficie visible de la montaña, lisa y tupida.
Como si me concedieran un deseo todavía no formulado, al otro lado de la ventana empieza a caer una suave nevada. La observo mientras se pone el sol, que baña la ladera de la montaña con un reflejo rosado. La escena inspira paz.
Un escalofrío me recorre y bajo la vista hacia mi taza de cacao caliente. Creo que mis huesos saben que las palabras «montaña» y «paz» no son compatibles.
Chocolate: tiene tantos usos que resulta estúpido enumerarlos todos, incluso en mi cabeza.
Ahora estoy sola. Zol no ha bajado a cenar, por suerte. Zain sí, pero no se ha acercado, ya que Kirsty y Dan estaban por aquí rondando. Le he oído hablar por teléfono con su equipo de técnicos de laboratorio de las oficinas centrales de ZA. Pienso en la llegada de mi padre a la habitación de hotel de Loga para llevarse a casa la pasta. Me pregunto cómo serían las cosas si tuviera los recursos suficientes para poder llevar un laboratorio completo siempre conmigo. O incluso si mi abuelo hubiera accedido a venir. Él es la única persona que conozco que debe de sentir la misma impaciencia que yo al pensar en la fórmula. Y sigo dándole vueltas a lo que dijo Dan, lleno de admiración; a veces se me olvida que mi abuelo elaboró algunos de sus preparados más importantes siendo más joven que yo.
Zain me ha echado varias ojeadas durante la cena, pero he conseguido apartar la vista. De todas formas, sigo sintiendo un revoloteo en la barriga y me ha costado mucho comer. ¡Estúpido y traidor estómago!
Me doy la vuelta al oír una tosecita incómoda; es él, que está en la puerta. Nunca lo había visto con una ropa tan informal: lleva una sudadera con capucha de color azul, descolorida y gastada por los puños, vaqueros rotos y un gorro de lana que le cubre todo el pelo, excepto varios mechones rebeldes.
Nunca lo había visto tan guapo. Yo también voy vestida de forma descuidada, pero a él le queda de maravilla, mientras que yo… yo simplemente parezco desaliñada.
—¿Hay alguna posibilidad de tomar algo caliente en este sitio?
Bajo despacio la taza y me trago de golpe el sorbo que tengo en la boca.
—Me he tomado el último cacao que quedaba, ya sólo hay café soluble. Y la leche también se ha acabado, así que tendrás que prepararlo con agua.
—Pues creo que ahora mismo me tomaría con más gusto un café soluble tibio que cualquier otro día un expreso bien caliente.
Me echo a reír.
—Sí, mucho mejor que un batido extragrande de café con vainilla.
—Totalmente. —Añade dos cucharadas colmadas de café en una taza y va hacia el termo del agua caliente.
—Yo le echaría azúcar —suelto de repente—. Así no sabría tanto a agua sucia.
—Qué lista. No sólo se te dan bien las pociones, ¿eh? ¿También tienes madera de camarera?
—Se me dan bien muchas cosas.
—Y que lo digas. —Sonríe—. Me alegro de que sigas en la Expedición. No sabía si te volvería a ver, con Emilia por ahí intentando detenernos a toda costa.
Ojalá no me hubiera terminado el cacao tan pronto. Ahora no tengo nada que hacer, aparte de sostener la taza y mirarle. Por suerte, él sigue hablando y no se fija en mis manos inquietas y torpes.
—Todos parecen olvidar que el centro de todo este asunto es una chica. Las cosas se están poniendo muy feas para Evelyn, ¿sabes? Han tenido que encerrarla…, pero eso podría ser aún peor. Ella es terriblemente fuerte.
—Estás muy preocupado por ella, ¿verdad?
—Me preocupa que ninguno de nosotros sea capaz de salvarla. Si no lo conseguimos… no sé qué será de ella. No sé qué será de Nova. Y en la Expedición Salvaje… creemos que estamos reuniendo los ingredientes adecuados, pero ¿quién sabe? Ella tardó años en elaborar su poción. ¿Y si nos olvidamos de algo? ¿Y si nadie lo hace bien?
—Supongo que por eso se convocó la Expedición Salvaje, para reunir a los mejores.
—Pero estamos poniendo en peligro su vida. —Hace una pausa—. Y también han llamado a Emilia, que sólo piensa en el poder y no quiere que Evelyn se cure. —Da un puñetazo en la mesa—. Lo peor de todo es que no me puedo creer que Evelyn me ocultara durante tanto tiempo lo de la poción. Si necesitaba tan desesperadamente que la ayudaran, yo habría hecho algo. Quiero decir, éramos amigos. Muy buenos amigos, o eso creía.
Parece necesitar desahogarse, así que le dejo terminar. Tras unos segundos de silencio, le digo:
—¿Zain?
—Sí.
—¿Crees que estaba dirigida a ti?
—¿El qué?
No respondo, me limito a dar golpecitos en el borde de mi taza vacía.
—¿La poción amorosa? —Suspira—. Sí, eso parece.
—Entonces, ella nos ha puesto en peligro a todos primero. Por ti.
Nos quedamos callados. Permanecer más tiempo aquí me parece más peligroso que escalar la montaña.
—Será mejor que me vaya a dormir —digo—. ¿Te veo mañana?
Asiente.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
Bajo del alféizar de la ventana de un salto. Sólo me da tiempo a dar un par de pasos cuando vuelve a llamarme.
—¿Sam?
Me doy la vuelta, indecisa. Si lo miro, puede que no sea capaz de apartar la vista.
—Verás… —Vuelca la taza y se le derrama el café. Suelta un quejido de dolor, corro a buscar servilletas de papel y, antes de darme cuenta, estoy limpiándole el café caliente que le ha caído en la mano. Se echa a reír—. Bueno, no ha pasado nada… En fin, lo que quería decirte es que nunca llegaste a responderme cuando te pregunté si nos veríamos después de que esto acabe.
Sigo concentrada en limpiarle el café, pero apoya la mano encima de la mía. Permito que la deje allí un segundo y luego me aparto. Recuerdo quién es. Es Zain Aster.
—Hmmm, no sé…
—Vale, no me respondas ahora. ¿Me lo dirás cuando esto acabe?
Me muerdo el labio y asiento. Luego continúo hacia mi habitación.
Kirsty no está. Me tumbo en la cama y oigo cómo el corazón me late a mil por hora. Lo único que quiero es llamar a Anita y contarle lo disparatada que se ha vuelto mi vida. Me pregunto si estará en un albergue de montaña de algún otro lugar pensando en mí. Es probable que me odie.
Me abrazo con fuerza a una almohada. El análisis pormenorizado del comportamiento de Zain va a tener que esperar hasta que baje de la montaña. Entonces ya me plantearé lo injusto que es que el chico por el que estoy colada, que acaba de invitarme a salir y a cuya propuesta querría responder afirmativamente, sea mi mayor contrincante.