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SAMANTHA

—¿Cómo? —replica Zol con desdén.

Al instante, todo el mundo estira el cuello para verla mejor. Está claro que mi teoría es correcta, aunque me empujen y me dejen fuera del corrillo. La princesa se ha levantado y ahora se halla de pie frente al espejo, sonriendo y charlando con su reflejo. No parece que esté muy enferma. De hecho, está… radiante.

Renel carraspea para intentar recuperar el control de la gente.

—Sí, sí, buen trabajo, Kemi. —Me mira—. La princesa Evelyn se ha envenenado con una poción amorosa que creemos que elaboró ella misma.

Increíble. Las pociones amorosas son peligrosas —por no decir que también son ilegales— y su receta original se eliminó por decreto real hace más de un siglo. Cualquiera que anote una nueva receta en sus diarios personales capta la atención del servicio secreto novaniano. Arjun cree que el hecho de que la familia real tenga ese poder es siniestro y opresivo, pero por lo menos mantiene a la gente a salvo…, excepto a la princesa, supongo. Estoy impresionada. No creí que fuera posible que la familia real elaborase sus propias pociones. Ellos son altamente dotados; quién sabe el efecto que podría tener su magia en los ingredientes…

—¡Atención, atención!

Renel da varias palmadas. Como nadie se gira para mirarle, toca la pared y la ventana que da a la habitación de la princesa se oscurece.

—No me parece que se encuentre en peligro de muerte —comenta alguien al que no reconozco.

—Entonces, no comprendes nada sobre la familia real y no eres apropiado para esta Expedición —espeta el rey—. Dedicamos nuestras vidas a mantener el flujo de magia bajo control. Si la mente de Evelyn corre cualquier riesgo…

—La princesa podría poner a toda la ciudad de Kingstown en una situación muy vulnerable —dice mi abuelo—. Una vez más, poniéndonos a todos en peligro —murmura tan bajito que sólo yo puedo oírle.

El rey no dice nada, aunque su silencio es muy elocuente. Renel vuelve a adelantarse:

—Ahora entendéis la gravedad del asunto. Contamos con suficientes médicos para mantener a la princesa en una situación estable, pero eso podría cambiar. La rapidez con que la salvemos depende de vosotros.

»En fin, no había una Expedición Salvaje desde hace más de sesenta y cinco años, así que he de comunicaros que hay varias normas que no se pueden infringir. No sólo porque la familia real quiere que se cumplan, sino porque la Expedición las exige.

»Primera: únicamente tienen derecho a competir en la Expedición Salvaje aquellos participantes llamados por el Cuerno de Auden. El primer participante o aprendiz en presentar una poción que vuelva dorado el Cuerno será el ganador. Si la fórmula presentada es inadecuada, el Cuerno seguirá siendo negro.

»Segunda: aunque sois los elegidos, podéis decidir si queréis participar o no. Disponéis de las veinticuatro horas siguientes a la llamada del Cuerno para inscribiros. Una vez que lo hagáis, estaréis obligados a participar en la Expedición. A cambio, se os proporcionarán unos salvoconductos de acreditación real para las Tierras Salvajes, que os darán acceso a todos los lugares donde necesitéis acudir para buscar los ingredientes.

»Tercera: además del participante y su aprendiz, cada equipo puede elegir a un buscador.

»Y por último: dado que el antídoto de una poción amorosa es un «remedio espejo», la poción ganadora debe ser lo más parecida posible a la fórmula de la princesa. Eso significa que todos los ingredientes usados en la poción de esta Expedición Salvaje deben ser naturales.

—Alteza, con el debido respeto, ¡eso es absurdo! —exclama Zol—. Podríamos obtener una poción sintética en cuestión de días… Buscar los ingredientes puede llevarnos semanas.

El rey suspira.

—Zol, lo que está en juego es la vida de mi hija. No podemos correr riesgos.

—El Cuerno de Auden te ha llamado porque eres un maestro alquimista, además de experto en mezclas sintéticas, ¿no es cierto, Zol? —dice Renel.

—Bueno, claro que sí, pero… —balbucea él.

—Entonces, sabrás que es fundamental que sigamos estas normas al pie de la letra.

—¿Cómo están tan seguros de que no se utilizaron productos sintéticos en la elaboración de la poción de la princesa? —pregunta Zol—. Exceptuando a algunos de estos anticuados —nos mira intencionadamente a mi abuelo y a mí—, ya casi nadie trabaja sólo con ingredientes naturales. Al fin y al cabo, ¡estamos en el siglo XXI!

Renel se mete la mano en el bolsillo de la chaqueta y saca un pequeño diario con el canto de las páginas dorado.

—Esta es la única prueba que tenemos de la mezcla que llevó a cabo la princesa. Empezó a anotar la fórmula, aunque no consiguió escribir más que un ingrediente. Pero lo que sí especificó es que la poción estaba hecha con ingredientes cien por cien naturales. Al parecer, temía que fuera más fácil descubrirla si utilizaba sintéticos. Así que repito: la poción ha de ser completamente natural.

Zol emite un sonido despectivo, pero no vuelve a protestar. Renel continúa:

—Aquellos que decidan participar recibirán el nombre de ese primer ingrediente como punto de partida. Después, trabajaréis por vuestra cuenta. El premio por la poción correcta consiste en un millón de coronas y el acceso a un flujo privado de magia novaniana durante veinticuatro horas. —Al mencionar el premio arruga la nariz, como si fuera insignificante tratándose de salvar a la princesa. Sin embargo, para los que estamos allí, tiene su importancia—. Puesto que las pociones amorosas son ilegales, también daréis vuestro consentimiento para que luego se os borren de la memoria los ingredientes y cualquier registro de la fórmula.

Pese a los peligros, un murmullo de excitación recorre la sala. Una Expedición Salvaje. La posibilidad de crear una poción ilegal para la familia real. Una poción natural… Es una auténtica pasada.

—Zol Aster, ¿sigues queriendo ser el primero en inscribirte? —pregunta el rey con una ceja levantada.

Zol se pone todavía más tieso mientras se ajusta la corbata.

—Por supuesto, majestad. Ya sean sintéticas o naturales, la corporación ZoroAster es la mejor fabricante de pociones de Nova. —Ahora es mi abuelo quien emite un sonido despectivo, pero él continúa como si no lo hubiera oído—: Será un honor ponernos a su servicio para salvar a la princesa.

Zol y Zain se aproximan al Cuerno, que sigue flotando en su curiosa luz dorada. En otros tiempos habrían tenido que escribir sus nombres en un papel para participar en la Expedición, pero hoy en día ya no se hace así. Ahora hay un dispositivo electrónico situado delante del Cuerno. Zol coloca el dedo índice en el aparato, que escanea su huella digital, y luego Zain hace lo mismo. En el interior del Cuerno algo crepita y echa humo.

Ya están inscritos en la Expedición.

Pero antes de que Zain haya levantado el dedo del dispositivo, el Cuerno se agita y resuena con el mismo ruido de trompetas estridente que oí en Royal Lane. En ese momento alguien más atraviesa el convocador, esta vez sin necesidad de ayuda. Es una mujer, vestida con un traje largo con capucha del color del mercurio agitado o la plata fundida. Lleva los bajos hechos jirones: un estilo tan pasado de moda que parece recién salida de las páginas de una novela histórica. Con ella llega también un olor fuerte y metálico, como el del cobre de un penique falso.

Unos guardas emergen de las sombras y lo que parece ser un centenar de hombres vestidos de traje y con las varitas en la mano rodea a la mujer.

Cuando se quita la capucha y muestra el rostro, agradezco la presencia de todos esos guardas.

—No… —El rey se levanta tan rápido que casi vuelca el trono—. ¡Tiene que haber algún error! Renel, revisa la llamada.

La mujer sonríe con unos dientes perfectos y unos labios rosa pálido.

—Yo también me alegro de verte, hermano.

Sería guapa si no resultara tan terrorífica. Tiene el pelo tan gris como su manto, y las venas, que su piel transparenta, son negras como la noche. Sé lo que eso significa. Les sucede a los alquimistas que juguetean con ingredientes que manchan el alma, el cabello, los ojos y la piel de las personas. Tiemblo con repulsión. Ya nadie utiliza pociones oscuras en Nova. Dicen los rumores que sigue habiendo gente en el continente, en lo más profundo de los bosques de Gergon, que sí las usa. Y esta es la prueba.

—Siento haber tardado tanto en llegar —continúa—. Supongo que al Cuerno le costó localizarme. Es bastante grosero por parte de mi familia el haberme quitado el pasaporte e impedido la transportación a mi país, ¿verdad? Pero el Cuerno de Auden no tiene en cuenta nuestras leyes, fronteras y exilios arbitrarios. Me ha llamado como participante y no podéis hacer nada para impedirlo.

El rey se agita de rabia con la cara encendida.

—¡Pero tú no eres alquimista!

—¿Y tú qué sabes, Ander? Oh, no te preocupes. Siempre le he tenido cariño a mi sobrina, que es más de lo que puedo decir de ti. Bueno, ¿y qué le sucede? —Chasca los dedos hacia los guardas—. Quitaos de en medio. Tengo que ver a la princesa.

—¡Ni se te ocurra! —grita el rey.

—No puedes detenerme. He sido llamada.

—Claro que puedo. ¡Soy el rey! —dice indignado.

—Siempre intentando cambiar las normas cuando te conviene. Creo que sabrás que el Cuerno ya ha llevado a cabo su elección. Como maestra alquimista nacida en Nova, estoy más que cualificada para formar parte de la Expedición —replica, dando grandes zancadas hacia la ventana. El cristal se vuelve transparente.

La estancia se queda en silencio y sin respiración mientras la mujer observa a la princesa.

—Una poción amorosa. Menuda extravagancia para poner en peligro su vida y la del país. Es bastante imprudente que lo permitieras bajo tu vigilancia, rey Ander. Aunque mejor para mí. —Se acerca al Cuerno y coloca el dedo en el dispositivo.

El Cuerno vuelve a echar chispas.

Se gira hacia los presentes y siento repelús cuando fija sus ojos en mí. Por fortuna, no se detiene mucho tiempo y va pasando la mirada paulatinamente de uno a otro.

—Yo seré quien salve a mi sobrina. Os aconsejo que os retiréis con dignidad ahora que podéis.

De dos saltos, desaparece atravesando de nuevo el convocador, de vuelta al lugar donde estuviera antes.

La voz del rey rompe el silencio sobrecogedor:

—¿A qué estáis esperando? ¡Id tras ella! —ordena a sus guardas, que saltan a través del convocador para intentar seguir su rastro—. Y en cuanto a vosotros, duplico la oferta del Cuerno. DOS millones de coronas y cuarenta y ocho horas de magia para quien encuentre el remedio antes que esa mujer.

—¿Quién era esa? —susurro a mi abuelo cuando por fin dejo de temblar.

—Emilia Thoth —dice con voz grave—. La hermana exiliada del rey. Venga, Sam, vámonos a casa.

—¿No nos vamos a inscribir en la Expedición?

Aunque ya sé la respuesta.