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SAMANTHA
La mugre pegada al tarro de cristal es tan espesa que ni siquiera se lee la etiqueta. Lo froto ligeramente con el borde de la manga antes de recordar la severa advertencia de mi madre de no volver a estropear la ropa de la tienda. En lugar de eso, cojo el trapo que me metí en el bolsillo esta mañana. Un nuevo restregón desvela la caligrafía estilizada de mi abuelo, pulcra y precisa, excepto allí donde la tinta se ha corrido formando grietas que se extienden por el papel de lino como si fueran dedos.
Berd du Merlyn
—No puede ser. —Las palabras se me escapan mientras un repentino brote de entusiasmo me sube serpenteante por la espina dorsal. Tengo que apoyar el tarro en la estantería y respirar hondo varias veces para tranquilizarme antes de poder seguir.
—¿Qué has encontrado? —Mi mejor amiga, Anita, me mira desde varios estantes más arriba.
Las dos estamos haciendo equilibrios sobre los peldaños de unas escaleras de tres plantas y treinta y seis estantes de altura. Hemos hecho un trato. Anita me está ayudando en la tarea monumental y soporífera de realizar el inventario de los miles de ingredientes, mezclas, pociones, plantas y cachivaches de la tienda de mi familia.
A cambio, voy a ir con ella a ver el concierto del decimoctavo cumpleaños de la princesa en una de las pantallas gigantes que hay junto al castillo, a pesar de que con sólo oír algo sobre su vida siento vergüenza ajena. He metido a escondidas un libro en mi bolso por si acaso.
Sonrío de oreja a oreja mientras Anita arrastra su escalera hacia mí. Los rieles están viejos y obstruidos por el polvo y, a pesar de que suelo lubricarlos con gotas de aceite, los rodillos siguen sin deslizarse con suavidad.
Giro el bote en su dirección y ella emite un leve silbido.
—¿Crees que es auténtico?
—Quién sabe —digo. Mi corazón palpitante me delata. Siempre que registro estas estanterías siento que estoy cavando cada vez más cerca de un tesoro escondido y que algún día encontraré algo fabuloso. Hoy podría ser ese día—. En Naturaleza y poción he leído algo sobre una planta conocida como «barba de mago». Quizá Berd du Merlyn sólo sea un nombre antiguo para referirse a esa planta.
Antes de poder remediarlo, me vienen a la mente los distintos usos de la barba de mago: Ingrediente clave en las pociones relacionadas con la conmoción; una infusión de cinco minutos en agua caliente (no hirviendo) ayuda a suavizar la recepción de malas noticias. Es un ingrediente relativamente común y su hallazgo no sería nada del otro mundo.
Sin embargo, si resultara que es pelo auténtico de la barba de Merlín, del mismísimo Merlín… Bueno, en ese caso ya sé cómo pagaríamos la reparación de la gotera del techo que descubrí ayer —de la manera más desagradable: mojándome la cabeza—, que de momento está sellada con cinta de embalar.
Agarro bien la tapa del bote y la giro con todas mis fuerzas. Se resiste por un momento y luego salta acompañada de una gran nube de polvo que me explota justo en la cara.
Una tos seca y el movimiento frenético de mi brazo hacen que el polvo se disperse, pero se me cae el alma al suelo.
Vacío.
Anita me da una palmadita en el brazo.
—¿Algo más que añadir a la lista de Kirsty?
—Eso parece. —Suspiro, agarro el bolígrafo que llevo en la oreja y apunto «barba de mago (pelo)» en mi lista de cosas que faltan y que hay que encargar a Kirsty, nuestra buscadora, para que nos las consiga. Y parece que voy a tener que encontrar otra forma de arreglar la gotera.
A veces, cuando me siento romántica, pienso en todas las generaciones de Kemi que han estado sobre estos peldaños y en los grandes alquimistas que han examinado estas estanterías.
Pero entonces me topo con la realidad: la tienda se está yendo al traste, nuestros suministros están disminuyendo y no hay perspectivas de negocio que puedan cambiar la situación.
No siempre fue así. Hubo un tiempo en que la Tienda de Pociones Kemi fue una de las apotecas más famosas de Kingstown. Pero ya nadie necesita apotecas cuando existen megafarmacias en el centro de la ciudad que venden versiones sintéticas de pociones tradicionales por la mitad de precio. Ahora somos los vestigios de antaño. Reliquias.
El padre de Anita también tiene una tienda de pociones, especializada en técnicas de mezcla de Bharata. Cuando su aprendiz se marchó para convertirse en ingeniero, el señor Patel decidió no contratar a otro, aunque Anita propuso dejar su plaza en la universidad para sustituirlo. Dentro de un par de años, cuando el padre de Anita se jubile, cerrará la tienda para siempre. Otra apoteca que se irá a pique, mientras que la Tienda de Pociones Kemi se empeña en continuar a toda costa.
El señor Patel es afortunado. Al menos ha elegido cerrar el negocio, así que tiene cierto dominio de la situación. Cuando pienso en lo que me sucederá cuando llegue nuestra hora, se me abre un agujero en el estómago.
Anita se desplaza a lo largo de las estanterías para regresar al lugar donde estaba trabajando. Intento recuperar el entusiasmo por la tarea, pero se ha esfumado en el éter como las motas de polvo del bote vacío.
—¡Dios mío, Sam, mira esto!
—¿Qué? —Me apresuro a llegar hasta ella. ¿Qué habrá encontrado? ¿Aliento de esfinge? ¿Quizás un diente de dragón?
Me planta en la cara su teléfono móvil. En la pantalla está la princesa Evelyn posando en uno de los salones de baile del Gran Palacio.
—¡La princesa va a llevar en su decimoctavo cumpleaños el mismo vestido de Prime Store que yo quería comprarme para el baile estival! Genial, ahora va a estar agotado en todas partes —se lamenta.
—No me puedo creer que vayas a ir al baile estival.
—Sí, bueno, no todas evitamos a los chicos para centrarnos en las pociones…, como una que yo me sé.
—Muy graciosa. Pero no vas con pareja, ¿o sí?
—Estoy haciendo que mis admiradores se sumen a la cola, como la princesa Evelyn, esperando a que aparezca mi pareja ideal. —Anita se da un manotazo en la larga y brillante melena negra y saca la lengua.
Le lanzo el trapo y suelta una risita.
—¿Y quién crees que será su acompañante esta noche? —pregunta.
—¿A qué te refieres?
Anita me mira con cara de resignación.
—Venga ya, si me vas a obligar a que te ayude con el inventario, me tienes que amenizar el rato, por lo menos. Empiezo yo: creo que será Damian.
—Qué va. La familia real nunca permitiría que la princesa se casara con una estrella del pop. Será el príncipe Stefan de Gergon. Diplomáticamente vendría bien.
—Pues qué aburrido. Oh, ya sé: Zain Aster.
—¿Tú crees?
—¿Por qué no? Arjun dice que en la uni sólo se habla de lo buenos amigos que son él y la princesa. —Arjun es el hermano de Anita, dos años mayor que nosotras. Él y Zain estuvieron en el mismo curso en nuestro colegio—. ¿Has visto últimamente a Zain? —Arquea las cejas, insinuante.
—Son imaginaciones tuyas, boba. Zain Aster no tiene ni idea de quién soy.
—Si tú lo dices…