AGRADECIMIENTOS

LA inspiración de la historia que he relatado en esta novela surgió en mí hace cuatro años.

En aquel momento, mi conocimiento del mundo monástico quedaba limitado a la no muy frecuente adquisición, a través del torno, de las galletas erizo del monasterio benedictino de Palma di Montechiaro y a las historias familiares acerca de una antepasada, la tía Gesuela, una beata poco común, pues había financiado el convento del Boccone del povero en Favara, pero no se privaba jamás de hacer, cada dos años, un estupendo viaje a París.

Poco tiempo después recibí una invitación de Francesca Medioli a un encuentro con sus estudiantes en la Universidad de Reading, y a ella va mi primer agradecimiento, porque en aquella ocasión me regaló un fascinante estudio suyo acerca de una monja veneciana; en una nota aludía a I misteri del chiostro napoletano [Los misterios del claustro napolitano], publicado en 1864, la autobiografía de una ex monja, Enrichetta Caracciolo. A esta mujer corresponde mi segundo agradecimiento; estoy especialmente en deuda con ella por las descripciones de los ceremoniales.

Doy las gracias, además, a Alfredo De Dominicis por haberme hecho conocer y amar su Nápoles de la única manera posible: hablando y caminando por la ciudad, hasta que los pies ya no pueden más. El recuerdo de nuestros paseos es indeleble.

Doy las gracias a Gianbattista Bertolazzi y a Piero Hildebrand por haberme introducido en el mundo de las camelias antiguas.

Doy las gracias a Gaetano Basile por haberme introducido en los claustros de Palermo con el poder evocativo de sus relatos.

He leído mucho sobre monaquismo, y no sólo sobre el del sur de Italia. Quiero dar las gracias al padre Anselmo Lipari —prior de la abadía de San Martino delle Scale, insigne docente universitario y escritor— por nuestras conversaciones y por lo mucho que aprendí de sus libros mientras me documentaba sobre las distintas reglas monásticas; doy las gracias a tal propósito también a Luca Domeniconi y a su equipo de las librerías Feltrinelli, por haberme sugerido tantas y tan interesantes recomendaciones de lecturas, así como a David Bidussa, director de la Biblioteca de la Fondazione Feltrinelli, por haberme ayudado con paciente inteligencia a escoger materiales acerca del Risorgimento napolitano y siciliano.

Doy las gracias a Uberto De Luca, primo «recobrado» y gran conocedor del mar y de la historia naval, y no sólo de nuestra isla, por haberme corregido tan meticulosamente —y en parte habérmelas inspirado— las descripciones de las travesías que he hecho afrontar a mi heroína.

Un inmenso gracias va a las abadesas y a las monjas de los monasterios que he visitado en toda Italia, desde Sicilia a Lombardía, algunos, más de una vez incluso. Por haberme permitido entrever una realidad de trabajo y de oración en la que lo poco se convierte en mucho, la soledad se vuelve comunión con el mundo exterior y el espíritu se eleva por encima de las cosas; allí el amor reina supremo.

Doy las gracias a Piero Guccione: mi encuentro con un artista como él ha supuesto un auténtico regalo. La belleza de sus cuadros me ha honrado dos veces en las cubiertas de mis libros.

Como siempre, por último, quiero dar las gracias de todo corazón a Alberto Rollo, Giovanna Salvia y Annalisa Agrati. No sólo por su entrega y profesionalidad, difícilmente superables, sino también porque cuando, al igual que les ocurre a las monjas, sentí la tentación de regresar a mi antigua vida, cada uno de ellos me hizo entender en silencio que para mí ya no había camino de regreso de la escritura.

La monja y el capitán
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