Volví a la cama, totalmente confuso.

¿Quedaban dos días para mi cumpleaños? ¿Acaso no lo había celebrado ya… dos veces?

Encendí la lámpara de mi mesilla de noche y me quedé contemplando la fecha de mi reloj: 3 de febrero, decía. Mi cumpleaños es el 5 de febrero, así que aún faltaban dos días. ¿Cómo podía ser? ¿Estaba retrocediendo en el tiempo?

«No —pensé—. Alucino.»

Agité la cabeza con fuerza y me di un par de bofetadas. Retroceder en el tiempo. ¡Menuda idea de bombero!

«Es imposible —me dije—. Cálmate.»

Solamente había deseado volver a celebrar mi cumpleaños… una vez. ¡No quería cumplir doce años una y otra vez durante el resto de mi vida!

«Pero si ocurre eso —pensé—, ¿por qué ahora faltan todavía dos días para mi cumpleaños? ¿Por qué no es simplemente la víspera?

»Tal vez sí esté retrocediendo en el tiempo —se me ocurrió— y esto no tenga nada que ver con mi deseo… Entonces, ¿qué me está pasando?»

Me estrujé los sesos.

¡El reloj de cuco de papá! Le había retorcido la cabeza hacia atrás…, me había ido a dormir… y cuando me levanté, el tiempo también había ido hacia atrás. ¿Sería eso? ¿Sería todo culpa mía? ¿Era verdad que el reloj estaba hechizado?

«No debería haberle retorcido el cuello a ese pajarraco —decidí—. No falla. Una vez que intento meter a Tara en un lío, acabo metido en un cacao mucho peor.»

Bueno, si eso era lo que había ocurrido, era fácil arreglarlo. Tan sólo tenía que bajar al estudio y darle la vuelta a la cabeza del cuco.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras de puntillas. Seguramente mis padres ya se habían dormido de nuevo, pero no quería arriesgarme. No tenía ningunas ganas de que papá me pescara jugando con su querido reloj.

Por fin noté que mis pies pisaban el suelo desnudo del recibidor. Entré en el estudio con sigilo y encendí una lámpara. Miré a mi alrededor, pero… ¡el reloj de cuco había desaparecido!