Instituto Climatológico de Alemania,
31 de diciembre de 2008
E l intenso olor a humo le había impregnado el cabello y la ropa, pero no le molestaba. Al contrario. La llenaba de una profunda satisfacción. Aquella bruja se merecía la casa tan poco como Dirk. Era cierto que él la había pagado, pero ella la había encontrado y la había convertido en lo que era. O, mejor dicho, en lo que había sido.
Ahuyentó el recuerdo de Bettina y se concentró en su trabajo. En el instituto ya no quedaba ni un alma a esas horas del día de Nochevieja, así que en realidad tenía todo el tiempo del mundo, pero no podía dejar ningún cabo suelto y por eso se dio prisa. Dirk no le había quitado el acceso a las cuentas ni había cambiado las contraseñas, y las listas de números de autorización de transacciones seguían en el archivador que acababa de sacar de la caja fuerte. La gestión de las cuentas secretas, de todas formas, se la había traspasado por completo a ella. Seguramente para poder cargarla con toda la responsabilidad en caso de que algún día se supiera algo. Durante los días siguientes, Dirk tendría otras prioridades y no se pondría a controlar los saldos. Sonrió con malicia. Bueno, otra cosa hecha. Después de apagar el ordenador, se levantó, fue a la caja fuerte y guardó otra vez el archivador. Luego metió con cuidado los fajos de billetes de quinientos euros en su bolso. Doscientos cincuenta mil euros que habían estado esperando en secreto a caer en el bolsillo de algún político o algún competidor. Cerró la caja fuerte y salió del despacho del profesor Dirk Eisenhut sin mirar atrás ni una sola vez.