Capítulo 36
—¡Gabe! —lo llamo alegremente y saludo con la mano cuando solo nos separan una docena de pasos. Está a punto de entrar en el ascensor, pero se detiene y se gira hacia el lugar del que procede mi voz. Sonríe educadamente mientras el ascensor se cierra y se marcha sin él. Estoy segura de que está intentando reconocerme porque Sandra tiene razón. Solo lo he visto una vez.
Sus ojos se mueven de Chloe a Sandra y, como había planeado, mira a Sandra dos veces. Puede que esto vaya a ser más fácil de lo que pensaba.
Chloe pulsa el botón para llamar al ascensor mientras Sandra se encarga de las presentaciones formales. Si Gabe piensa que es raro que lo llamara por su nombre desde el otro lado del vestíbulo cuando, técnicamente, no nos han presentado, no lo demuestra, probablemente porque Sandra lo ha distraído un poco.
—¿Entonces has venido solo? —pregunto mientras los cuatro entramos en el ascensor.
Sandra y Chloe me lanzan sendas miradas de cólera, claramente poco impresionadas por la fluidez con la que paso de las presentaciones a la investigación de los hechos.
Gabe me echa un vistazo y luego vuelve a mirar a Sandra.
—Sí.
Yo asiento discretamente hacia Chloe y abro los ojos, como diciendo: «¿Ves? Tenía razón». Chloe inclina la cabeza hacia atrás y se encoge de hombros. Sabe que llevo razón, pero tendría que matarla para que lo reconociera. Espero que Gabe y Sandra organicen una gran boda para poder traer a Chloe de acompañante.
—¡Nos vemos! —grito mientras salimos del ascensor en el segundo piso y agarro a Chloe del hombro—. Voy a buscar a Sawyer para presentarle a Chloe —explico, y luego me voy pitando.
Imagino que es parecido a como se siente una madre cuando deja a su hijo en la guardería por primera vez. Me detengo en cuanto encuentro un escondite desde el que puedo mirar hacia atrás y asegurarme de que Sandra se queda donde la he dejado, con Gabe.
—A él le gusta ella. Lo ves, ¿no?
—Sí, vale. Le gusta —admite Chloe, a regañadientes.
—Son tan monos que van a necesitar un mote de pareja. ¡Sabra! ¡Sabra es perfecto! ¡Adjudicado!
Hago un bailecito levantando y bajando las manos para celebrar lo inteligente que soy.
—Sabra es una marca de humus.
Ah. Quizá no sea tan inteligente entonces. Bajo las manos y frunzo el ceño.
—Está bueno —comento desde nuestro rincón con vistas privilegiadas—. Las gafas de empollón le sientan muy bien, ¿no crees? —Esta noche va bien vestido. La última vez que lo vi, iba en vaqueros y con la camisa remangada—. Ese traje le queda de miedo.
—No puedo decir lo contrario —coincide Chloe, y echa un vistazo conmigo desde detrás de la esquina.
—¿Qué hace Sandra? —gruño—. Sus habilidades de ligue son atroces.
—¿Qué esperabas que hiciera? ¿Arrastrarlo a un armario?
—Me encantaría que lo hiciera, pero ahora mismo me conformo con más contacto visual. Está mirando su bebida.
—Sí, eso hace. Oh, no, viene alguien.
Observamos a una rubia alta que se une a Gabe y Sandra y las dos gruñimos cuando la intrusa coloca una mano en el brazo de Gabe y Sandra retrocede medio paso claramente.
—Zorra estúpida, quita las manos de encima del hombre de Sandra —susurro, aunque Chloe es la única que me presta atención.
—No está interesado en la rubia, míralo —comenta Chloe.
—Por supuesto que no, pero Sandra va a salir huyendo en menos de un minuto. Si no, mira.
Alguien se aclara la garganta detrás de nosotras y las dos nos enderezamos y nos damos la vuelta. Nos encontramos con Sawyer justo detrás. Parece muy cómodo, con las manos en los bolsillos, de pie a unos centímetros de nosotras. Supongo que lleva ahí un rato. Eleva una ceja hacia mí antes de mirar a Chloe.
—La compañera de Everly, Chloe, supongo —afirma, y le da la mano.
—Sawyer, tenía ganas de conocerte. —Chloe está exultante—. Soy fan de cualquiera que le pueda hacer la competencia a esta —dice y me da un codazo en las costillas cuando pronuncia «esta».
Sawyer se frota la barbilla con deleite.
—Ah, apuesto a que conoces muchas historias. Deberíamos almorzar juntos un día.
—Ja, ja, vosotros dos. Ja, ja. Podéis intercambiar los números de teléfono después. Ahora tenemos que centrarnos.
—Sí, ¿qué le has hecho a mi secretaria? —Sawyer frunce el ceño y el rabillo de los ojos se le arruga cuando se fija en su apariencia—. ¿Qué le ha pasado a sus pantalones?
—Está sexy, ¿verdad? Puedes admitirlo; no me voy a poner celosa. Maldita sea, mira qué bien le sienta la falda con esas piernas. Ojalá las mías fueran tan largas —digo tristemente.
—¿A eso lo llamas falda? Parece una cinta de pelo.
—No seas antiguo. Es una falda —le aseguro—. A Gabe le ha gustado —añado.
—Sí, sin duda le ha gustado —coincide Chloe mientras yo asiento con petulancia.
—Pero ahora esa golfa entrometida está interfiriendo con todo el trabajo duro que he hecho —digo, gesticulando hacia la rubia que se ha unido a Gabe y Sandra. Y entonces Chloe y yo gruñimos al unísono. Porque Sandra acaba de rendirse y ha dejado a Gabe y a la rubia juntos. Se ha ido hacia el balcón, deprimida.
—Ve a hacerle compañía mientras yo pienso en una estrategia —le digo a Chloe y ahora es Sawyer el que gruñe.
Caminamos, y todos quieren parar a Sawyer para saludarlo rápidamente. Chloe y Sandra desaparecen en una de las salas de juegos al otro lado de la rotonda que separa la zona de la fiesta. Gabe la observa marcharse. Se separa de la rubia desconocida, pero no sigue a Sandra.
—Hacer que otras personas echen un polvo es difícil —me quejo a Sawyer en cuanto estamos solos.
Él coge una copa de champán de un camarero que pasa por ahí y me la pone en las manos.
—Quizá no deberías interferir —sugiere.
—No. —Niego con la cabeza—. Creo que eso no va a funcionar. —Doy un sorbo y golpeteo el cristal con los dedos—. ¿Tienes alguna idea? —Levanto la vista esperanzada.
—Mmm. —Se tira de la oreja, al parecer pensativo, y luego me mira y dice impávido—: No.
—Bueno, pues deberías.
—¿Debería?
—Sí, fuiste muy creativo al arrollarme.
—Me gusta pensar que te cortejé.
—Bueno, fue efectivo. ¿Entonces, dónde están tus ideas ahora, cuando las necesito?
—No estoy seguro de sentirme cómodo involucrándome en tus planes para que mi secretaria eche un polvo.
—La gente que echa polvos es un cincuenta por ciento más productiva que la que no.
Me mira fijamente durante un segundo.
—Te lo acabas de inventar.
Asiento.
—Pero ha sonado muy bien, ¿no? Creo que ha sonado muy bien.
—Bueno, tú estás echando polvos de sobra, Botas, así que estoy seguro de que se te ocurrirá algo.
Maldita sea. Esta vez sí que me ha superado.
—Vamos a dar un paseo juntos —le digo, deslizando un brazo por su espalda—. ¿Te he dicho lo guapo que estás esta noche?
—No me lo has dicho, pero puede que lo haya pillado antes.
—Muy sexy —le aseguro y le doy golpecitos en la espalda con la mano mientras camino. Después, añado un pequeño «Grrr», lo cual puede haber sido pasarse porque Sawyer suelta una enorme carcajada.
—Everly, no tienes vergüenza. Y eres muy, muy transparente.
—¿Tan malo es que quiera ayudar? —pregunto—. A veces la gente solo necesita un empujoncito. O, ya sabes, uno grande. O posiblemente que los encierres juntos accidentalmente en un armario.
Echo un vistazo a la habitación, preguntándome si podría llevar eso a cabo esta noche, pero enseguida decido que todavía no conozco bien la distribución del lugar.
Resulta que Sawyer sí se la conoce, porque un segundo después estoy en un armario con su mano bajo la falda.
—¡Lo sabía! —chillo—. Lo sabía, lo sabía, lo sabía.
Me besa, probablemente para que me calle con lo de que tenía razón sobre acostarnos en la fiesta, pero ya me he jactado, así que no voy a quejarme. Entonces me hace retroceder hasta la pared al lado de la puerta y usa ambas manos para bajarme los calzoncillos que llevo bajo el vestido hasta la mitad del muslo, y entonces ya no pienso en tener razón.
—Si me metes el dedo y no me follas duro después voy a matarte —le advierto mientras le rodeo el cuello con los brazos y tiro de él para volver a poner sus labios sobre los míos.
Me cubre la mitad del culo con la palma de una mano, manteniéndome firme, mientras me dibuja dos círculos en el clítoris con un dedo de la otra antes de introducírmelo rápidamente.
Me golpeo la parte de atrás de la cabeza contra la pared y suspiro de placer.
—¿No quieres que te haga el amor en este armario, Everly? —Mete el dedo con dureza, en contraste con sus palabras—. ¿Quieres que te folle duro? —Retira el dedo y luego me embiste con dos. Jadeo y mis rodillas ceden un poco, pero entre la pared y cómo me agarra el culo, no me voy a ir a ninguna parte.
—Sí, fóllame duro, Sawyer —consigo gritar—. Por favor.
Está oscuro; una ranura en la puerta arroja un pequeñísimo rayo de luz, pero no es suficiente para distinguir a Sawyer. Noto su boca en mi cuello sin verlo moverse; la oscuridad y la fiesta del exterior son elementos eróticos añadidos a los que no estoy acostumbrada.
—Me encanta que estés tan húmeda. —Tiene la boca junto a mi oreja y sus labios apenas me tocan. Me acaricia con su aliento con cada palabra que dice—. Estás lista para follar en menos de dos minutos —murmura, y yo me humedezco incluso más que hace un momento.
Le paso las manos por los brazos y me aferro sus bíceps a través de la camisa, mientras me contraigo alrededor de sus dedos.
Él gruñe y me embiste otra vez con movimientos bruscos. Me gusta, y muevo las caderas para empujarme contra su mano. Estoy caliente por todas partes, de pie en este armario con un vestido sin mangas. Mi cuerpo está sonrojado por el calor y mis pezones erectos. Soy plenamente consciente de cada centímetro de mi cuerpo y de cada centímetro que él toca. Vuelvo a rotar las caderas y me froto contra su mano. Mi pecho se agita y mi sexo desea más.
—Voy a follarte en este armario, Botas. Con seiscientas personas justo al otro lado de la puerta. ¿Te gusta?
Asiento, antes de darme cuenta de que no puede verme.
—Sí. Creo que sí —susurro como respuesta—. ¿Te parece bien? ¿Que quiera que me folles así?
—Más que bien —gruñe.
—¿No es demasiado guarro?
Él ríe.
—No.
—Entonces me gusta. —Le recorro los antebrazos hacia abajo con las manos y luego las llevo a su cintura. Recorro el cinturón con los dedos hasta que noto la hebilla y la desabrocho. Ambos extremos cuelgan mientras suelto rápidamente el botón que hay debajo y luego deslizo la cremallera—. Quiero tu polla dentro de mí. Aquí y ahora.
Meto la mano en sus calzoncillos y le saco el miembro, rodeándolo con la mano. Tiro de mi brazo y masturbo su pene erecto con la mano. Sawyer saca los dedos de mi interior y me envuelve la mano con la suya, apretando mi agarre y aumentando el ritmo. Noto mis fluidos en su mano, húmeda contra mi piel. Parece una guarrada hacerle una paja como si fuéramos adolescentes después de jugar a la botella con los amigos en la otra habitación en lugar de estar en una fiesta de empresa de la cual él es el anfitrión y que se celebra justo tras la puerta. Pero también me siento poderosa al saber que él está aquí conmigo, con mi mano alrededor de su polla y mi calentón cubriéndole los dedos.
Deslizo la muñeca por debajo de la suya y le cojo las pelotas con la mano. Él continúa haciéndose una paja, su respiración es rápida y emite un gruñido cuando le araño el escroto con las uñas.
—Date la vuelta —me ordena—. Las manos en la pared.
Me giro. Todavía tengo las piernas atrapadas por la mitad del muslo por la ropa interior y coloco las palmas de la mano contra la pared. Mi corazón se desboca en la oscuridad, tengo los muslos empapados y mis oídos intentan compensar la falta de luz. Oigo como se arruga un envoltorio y el roce de la tela mientras se pone el condón. Entonces levanta la falda de mi vestido por encima de mi espalda, me agarra firmemente de las caderas y me estruja la piel con los dedos. Me arrastra un paso hacia atrás hasta que estoy inclinada, con las manos en la pared y el culo en pompa. Sus pies hacen de cuña para los míos; noto la suavidad de sus pantalones en mis piernas desnudas. Tiene que agacharse para colocarse. Siento la fricción de la tela contra mis piernas antes de sentirlo a él en mi entrada. Empuja hacia el interior y gimo suavemente. Me encanta sentirlo dentro de mí, aunque solo sea un centímetro. Desliza ambas manos hacia delante, coloca las palmas en mi estómago, entrelaza los dedos y entonces me levanta hasta ponerme de puntillas y me embiste profundamente al mismo tiempo.
Jadeo y grito su nombre; presiono las palmas contra la pared para mantener el equilibrio.
—¿Estás bien?
Respiro un segundo.
—Sí. Está muy adentro. Estás muy adentro. —Meneo las caderas—. Me gusta.
Se retira unos centímetros y cierro los ojos. La sensación al deslizarse dentro de mí me gusta mucho. Creo que nunca me cansaré de sentirlo dentro de mí. La tiene muy gruesa y larga, y sentirme tan llena me vuelve loca. Su polla me parte en dos hasta llegar a mi nirvana personal. Hace presión en mi bajo vientre con las manos, tira de mí mientras me penetra otra vez y casi me corro. Joder, la presión que ejercen sus manos contra mi estómago combinada con el hecho de que esté dentro de mí es demasiado. Murmuro algo y él se queda quieto y se hunde tanto en mi interior como le resulta físicamente posible. Noto su estómago contra mi culo y la tela de sus pantalones contra la parte de atrás de los muslos, y me acuerdo de que estamos follando en un armario durante una fiesta.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Sí. —Suspiro—. Me gusta lo que haces con las manos.
Presiona firmemente contra mi estómago, desliza la base de una palma por mi piel y me embiste otra vez.
—Eso. Oh, Dios mío, Sawyer. —Empujo la pared y me acerco a él con el único apoyo que tengo, y entonces empieza a follarme con fuerza. La fiesta es el sonido de fondo del choque de piel contra piel y el roce de la ropa dentro del armario.
Dejo caer la cabeza hacia delante y el pelo me tapa la cara como una cortina. Distingo nuestros pies gracias al haz de luz que entra por debajo de la puerta. Sus pulcros zapatos negros están plantados en el suelo, por fuera de las puntas de mis tacones, que apenas tocan el suelo. Veo como mis dedos se mecen hacia delante y atrás mientras me embiste desde atrás. Esto es exquisitamente guarro.
—Voy a correrme, Sawyer —digo mientras me contraigo a su alrededor, y él aminora el ritmo de su polla al deslizarse hacia fuera—. Fóllame todo lo que quieras. Tengo que correrme —le advierto, intentando mantener los brazos firmes en la pared mientras llego al clímax.
—Es una buena oferta, Botas —responde mientras ralentiza el ritmo, pero no se detiene. Empuja despacio cuando tengo un orgasmo y mi cuerpo se convulsiona a su alrededor. La fricción se incrementa porque mis músculos se contraen. Noto como se desliza deliberadamente.
—Lo siento —jadeo—. Siento haberme corrido tan rápido. La hostia, Sawyer. —Mi pecho se agita por el agotamiento, a pesar de no hacer nada más que mantener el torso separado de la pared. Sawyer está haciendo todo el trabajo en esta ocasión—. ¿Quieres una mamada o prefieres continuar?
Me embiste desde atrás; el choque de su piel contra la mía renueva mi deseo como un látigo.
—No, no quiero que te arrodilles en los azulejos del armario de un hotel, Everly.
Mierda. Qué dulce es.
Entonces me folla con tanta fuerza que me preocupa la seguridad de mis muñecas y termino con ambos antebrazos presionados contra la pared para evitar darme en la cabeza.
Sawyer se corre con un gruñido ronco y se queda quieto mientras me presiona contra la pared y deja caer su cuerpo sobre mi espalda durante un largo momento antes de ponerme derecha y retirarse.
—Voy a encender la luz.
¿Hay luz?
Entrecierro los ojos; su advertencia no ayuda a que mis ojos se acostumbren a la repentina invasión de luz. Refunfuño y me apoyo contra la pared, molesta por tener que estar de pie ahora. Quiero tumbarme en algo blando mientras Sawyer me pasa los dedos por la espalda desnuda y me quedo dormida con la cabeza en su hombro. En su lugar, tengo que recuperar la compostura y volver a la fiesta.
Sawyer rodea la base del condón con los dedos, se lo quita y le hace un nudo. Aún la tiene un poco erecta. Me encanta mirársela en todos sus estados. Me fascina. Me encanta que no le importe; mi curiosidad no le avergüenza lo más mínimo. Le pedí que se corriera en mis tetas la semana pasada para poder mirar. No me asombró que estuviera feliz de cumplir esa petición. No pude quitarle los ojos de encima y observé cómo se masturbaba, con las rodillas en la parte exterior de mis caderas. Sus brazos, joder, esos brazos. Sus bíceps se flexionaban mientras se agarraba a sí mismo, acariciándose con una mano, más brusco consigo mismo de lo que he sido yo con él. Entonces se corrió, manando sobre mi pecho, y yo no sabía en qué concentrarme. En su cara, que me miraba mientras lo hacía, o en la descarga que caía sobre mi piel. O sea, no suelo tener la oportunidad de ver eso. La expresión de su cara cuando pasé la mano por el semen y lo extendí por mis tetas, bueno, esa expresión se me quedará grabada en la memoria para siempre. Y un momento después, cuando lanzó mis piernas sobre sus hombros y metió la cara entre mis muslos… bueno, creo que él también lo disfrutó.
Ahora guarda el condón en el bolsillo, se sube la cremallera y luego se gira hacia mí.
—¿Estás bien, Botas? —Esboza una media sonrisa, que indica que sabe puñeteramente bien que estoy perfectamente. Bueno, recién follada, pero bien. Cruza la distancia que nos separa y presiona los labios contra los míos—. Hay un baño a la vuelta de la esquina —dice, alisándome el pelo con los dedos antes de agacharse y subirme los calzoncillos, que todavía estaban en mis muslos, hasta mis caderas.
Asiento, y me coge de la mano antes de apagar la luz y luego vuelve a la fiesta como si fuera el dueño del lugar. Me lleva hasta el baño de mujeres y me viene un pensamiento fugaz y me pregunto si alguna vez se habrá follado a alguien en ese armario en concreto, pero luego decido que me da igual. Me importa una mierda con quién haya estado; ahora es mío y me lo voy a quedar.
Entro al baño y voy directa a un cubículo para limpiarme, pero me distraigo porque Chloe y Sandra están sentadas en la sala de espera del aseo. Interrumpo una conversación y a una Sandra triste.
—Oh, hola. —Saludo con la mano y echo un vistazo a los cubículos que hay al otro lado.
Chloe frunce el ceño y me mira despacio.
—¿En la fiesta, Everly? ¿En serio? Vive a unos metros de aquí. Dios.
Sandra abre los ojos como platos y nos mira a una y a otra, hasta que pilla lo que dice Chloe.
Me encojo de hombros y me dirijo al cubículo.
—Lo has visto, ¿no? —grito—. Su piso parece estar mucho más lejos con ese aspecto que tiene.
—Oh, Dios —responde Sandra detrás de mí.
—Agradece que no vives con ella. La puesta al corriente de los fines de semana cobra toda una nueva dimensión.
—¡Te estoy oyendo! —grito desde detrás de la puerta.
—¡Lo sé! —responde Chloe.
Termino, me lavo las manos y luego me acerco con las manos en las caderas hacia donde están sentadas.
—Oye, ahora es todo risas y fiestas, ¿pero a quién acudes cuando quieres saber si es normal que un tío se corra en menos de un minuto? —Me señalo—. A mí. Eso es. —Levanto una ceja desafiante.
—Sí, sí.
Dirijo mi atención a Sandra y pregunto:
—¿Por qué estáis escondidas en el baño?
—No estamos escondidas —dice ella mientras se desploma en el sofá—. Solo estamos descansando un minuto.
—Vamos. —Doy un paso adelante y extiendo una mano a cada una—. Levantad. —Tiro de ellas y luego me detengo en el espejo junto a la puerta para retocarme el pintalabios y arreglarme el pelo—. No te he puesto sexy para que te escondas en el baño. Vamos a buscar a Gabe.