Capítulo 23


El ascensor se para y salimos. El señor Laurent hace eso que hacen los hombres, lo de mantener la puerta del ascensor abierta para nosotras como si pudiera aplastarnos hasta matarnos si un hombre no la sostuviera. Es un gesto bonito y, además, estoy segura de que le da la oportunidad de darle un repaso al culo de Sandra. Una combinación ganadora.

—¿Sawyer sigue en la reunión de Chesterfield? —El señor Laurent se detiene fuera del ascensor y dirige la pregunta a Sandra.

—Sí, señor. Están en la sala de reuniones Langhome.

El hombre arquea levemente las comisuras de la boca y esboza una pequeña sonrisa de suficiencia cuando ella pronuncia la palabra «señor».

—Llevas trabajando aquí dos años, Sandra. Creo que ya he mencionado que me puedes llamar Gabe.

Sandra abre los ojos como platos y asiente, pero cuando habla lo hace con seguridad fingida.

—¡Por supuesto! —Y entonces, eleva ligeramente la cabeza y añade—: Gabe.

Él la mira durante un segundo más y luego asiente y se dirige en la dirección opuesta a la nuestra.

Sandra me guía hacia la derecha, por un pasillo ancho que pasa junto a una sala de reuniones con paredes de cristal hasta que yo no puedo contenerme más.

—¿Dos años? —Caminamos a un ritmo muy eficiente por el pasillo y la coleta de Sandra se balancea con cada paso.

Sus pasos no vacilan, pero gira la cabeza hacia mí y dice:

—¿Perdón?

—¿Eso —respondo mientras la señalo y luego apunto en la dirección por la que Gabe ha desaparecido— lleva pasando dos años? —No me lo creo. No puede ser que esto se haya estado cociendo durante dos años y que no haya ocurrido nada.

Sandra pestañea rápidamente y abre la boca para hablar, pero luego la cierra.

—¿Disculpa? —dice en un intento por contestar. Se siente como un pez fuera del agua y no sabe cómo responder al ser sometida al tercer grado al estilo Everly.

El pasillo acaba en una esquina que da a otro pasillo ancho que atraviesa transversalmente el edificio, pero nos detenemos aquí y entramos en una especie de recibidor. Hay un escritorio; doy por hecho que es el de ella después de echar un rápido vistazo al espacio. Un jersey cuelga del respaldo de una silla y hay un bloc de notas en el escritorio. Hay dos sillas colocadas al otro lado de la mesa y un sofá pequeño pegado a la pared cercana a una puerta doble abierta que supongo que lleva al despacho de Sawyer. Todo muy sofisticado.

—¿Me permites la chaqueta? —pregunta, y yo me la quito y se la paso. Tiro de las mangas del suéter hasta la punta de los dedos. Sandra cuelga el abrigo en un armario cerca de la puerta y entonces me ofrece asiento—. Puedes esperar aquí —añade y me da la espalda. Se ofrece a traerme una bebida, pero insisto en que no necesito nada. Entonces se va y me promete que le dirá a Sawyer que estoy aquí, pero repite que está en una reunión y que, por favor, sea paciente.

En cuanto se va, me levanto y entro en el despacho contiguo. Toda la estancia está rodeada por unas ventanas que van del suelo al techo. Camino justo hasta el borde y apoyo la frente contra el cristal. La hostia. Las vistas desde aquí son magníficas. Debemos de estar en el último piso. La plaza Logan parece más grande desde aquí arriba de lo que creerías. Es fácil distinguir la fuente rodeada de césped, aunque los coches alrededor de la glorieta son enanos. Me giro e inspecciono la habitación. Probablemente es cuatro veces más grande que mi habitación de la residencia, quizá más. Hay un gran escritorio con dos sillas enfrente y una zona separada con un sofá y sillas junto a la pared y una nevera escondida detrás del panel decorativo.

Hay una parte con una cocina pequeña pegada a la pared contigua al despacho exterior. Reviso el contenido de la nevera. No porque quiera algo, sino porque soy una entremetida, pero tiene refresco de naranja y limón, y a mí me encanta. Me encanta casi tanto como mis zapatos nuevos, así que cojo una lata y voy hasta el escritorio. Dudo un momento. Este no puede ser el despacho de Sawyer, ¿no? Es muy impresionante. Pero el de Sandra está afuera, así que sí debe de ser el de Sawyer. Me muerdo el labio un momento y luego me dejo caer en la silla detrás del escritorio. Hay un ordenador, pero está bloqueado, obviamente. No pasa nada porque, aunque Sawyer me hackeó el Facebook, a mí me va más el fisgoneo en persona.

No hay mucho sobre el escritorio. Un bolígrafo, unas cuantas notas adhesivas… Es muy decepcionante. Pero hoy en día todo es digital, así que lo más probable es que lo interesante esté en su ordenador. Pongo el refresco en la mesa y abro el cajón. Es raro que los de seguridad no quisieran dejarme entrar en el edificio. No hay nada en los cajones. Qué rabia.

—¿Has encontrado algo interesante?

Es Sawyer.

Por supuesto.