Capítulo 22


—¿Quién hace eso? —Estoy que echo humo—. ¿Quién se mete en la cuenta de Facebook de otra persona y actualiza su situación sentimental?

Estoy hablando por teléfono con Chloe. Mi perorata es recibida con silencio y luego, lágrimas. ¿Sabes esas lágrimas que te salen cuando te ríes tanto que lloras? Pues de ese tipo. Ella jadea en busca de aire mientras espero.

—Chloe, esto es algo serio.

—Tienes razón, tienes razón. —Suelta aire mientras intenta recuperar la compostura—. En serio. —Se aclara la garganta—. Está mal. No mal en plan allanamiento de morada, pero parecido, ¿no?

Yo jadeo.

—Oh, noo, ¡no puedo creer que hayas dicho eso!

—¡Pues lo he dicho! —Vuelve a reírse y oigo un ruido sordo. Estoy convencida de que se ha caído sola de la cama de tanto descojonarse. He llegado a la puerta de entrada del Hymer y la abro para pasar, ansiosa por seguir moviéndome, aunque no tengo ni idea de cuál es mi destino—. No está tan mal como, por ejemplo, crearle un perfil falso en una web de contactos a una amiga y hacer que vaya a una cita sin que lo sepa —responde impávida, y luego le da un ataque de risa.

Nunca va a dejar estar ese asunto en paz, así que pongo los ojos en blanco, aunque no esté aquí para verlo, y luego bajo trotando los escalones del exterior del edificio.

—Tengo que irme, Chloe. Te llamo más tarde.

No debería haberla llamado. Ha sido una violación total de la primera regla de quejarse como es debido. Hay que elegir al público correcto para tus quejas.

—¡Sawyer Camden es oficialmente mi nueva persona favorita! ¡Espero que seáis muy felices juntos! —dice con una voz cantarina antes de que pueda colgar.

Llego al último escalón y me detengo. Me abrocho la chaqueta y me pongo a pensar. En realidad no tengo ni idea de adónde voy. Necesito hablar con ese cabrón arrogante, obviamente. Y es entonces cuando caigo en la cuenta de que no sé cómo contactar con él. No me ha dejado su número de teléfono en las tarjetas que ha enviado. No sé dónde vive, solo sé que es en algún lugar de Filadelfia, y la única persona que podría decírmelo, Finn, se acaba de ir a dar clase.

Gruño. Así que eso es de lo que hablaba Finn. Debe de haber visto en Facebook la actualización sobre Sawyer y yo. Mierda, mi madre verá mi estado y me hará cientos de preguntas para las que no tengo respuestas. Probablemente ahora mismo está añadiendo a Sawyer a su lista de Navidad.

¿No podría Sawyer haberse limitado a llamarme? ¿Como una persona normal?

Debería buscarlo en Google. No me creo que todavía no lo haya hecho. No estoy en forma. Un momento, puedo usar Facebook. Más me vale, ya que ha hecho el esfuerzo de hackearme la cuenta para aceptar su propia petición de amistad. Abro la aplicación en el móvil y me meto en su perfil. Podría mandarle un mensaje por aquí o… Veamos con qué nos encontramos en su perfil.

«Trabaja en Clemens Corp».

Por supuesto que sí. Clemens Corp es una empresa de tecnología. Hace poco salió en los titulares de la prensa por vender un proyecto multimillonario de un navegador de internet a la industria del entretenimiento. También han desarrollado aplicaciones que probablemente se usan todos los días. Aplicaciones GPS para rastrear a tus hijos o a tu esposa… ese tipo de cosas. Es el lugar de trabajo de moda en Filadelfia. Se supone que las ventajas son increíbles, como usar tecnología antes de que salga al mercado, guardería gratis en las mismas oficinas, cafetería gratis… ese tipo de cosas. Lo más probable es que usara los recursos y el tiempo de la empresa para entrar en mi cuenta. «Muy apropiado, Sawyer».

Pero la buena noticia es que la sede está en la plaza Logan y sé exactamente dónde está el edificio. Pido un coche con la aplicación Uber y doy las gracias en silencio cuando me informa de que estará aquí en tres minutos. Podría caminar hasta la plaza Logan —son menos de cuatro kilómetros—, pero tengo prisa. Además, seamos realistas. Quiero tener buen aspecto cuando llegue, así que no voy a hacer senderismo ahora.

El coche llega y salimos disparados hacia la calle Market. Por cierto, el conductor está de acuerdo conmigo en que Sawyer está pasándose completamente de la raya con esta treta de Facebook. ¿Ves? Conoce a tu público. Ayuda que no sepa nada del trasfondo de la historia y que yo sea la clienta, así que lo más probable es que vaya a estar de acuerdo conmigo de todos modos, pero aun así es mucho más satisfactorio que desahogarme con Chloe.

Giramos en la estación del ayuntamiento y luego pasamos por la plaza John Fitzgerald Kennedy antes de encontrarnos con tráfico en la avenida Benjamin Franklin. Compruebo mi cuenta de Facebook y me pongo de más mala leche.

Por fin el coche se detiene en la plaza Logan. Le doy las gracias a mi nuevo amigo Tom y me bajo del coche de un salto. Luego me dirijo directamente hacia las puertas giratorias. Una vez que las he pasado me percato de que tengo dos problemas. Uno, hay un sistema de seguridad y no puedo meterme sin más en un ascensor. Y dos, no tengo ni idea de dónde encontrar a Sawyer en este edificio de cincuenta plantas. Bueno, no importa.

Recibo una notificación en el móvil. Es mi madre, que me pregunta si Sawyer come carne roja porque está pensando en hacer un asado por Navidad. Creo que se me dilatan las fosas nasales mientras me dirijo al mostrador de seguridad y doy un golpe sobre el mostrador con las manos.

—Necesito ver a Sawyer Camden. Ahora.

La sonrisa desaparece de la cara del guardia y la reemplaza una expresión aburrida.

—Señorita, no tenemos un departamento de atención al cliente en el edificio. Si accede a nuestra página web, pone «Contáctanos» en la parte superior. No tiene pérdida. —Me ofrece una sonrisa indiferente—. O puedo darle una tarjeta con el número de Atención al cliente.

—No necesito el servicio de atención al cliente; necesito ver a Sawyer Camden. Trabaja aquí, y me gustaría verlo. —Sonrío con firmeza e intento no descargar la frustración que me ha provocado Sawyer con el pobre tipo del mostrador de seguridad. Hago señas hacia el teléfono que hay detrás del mostrador—. Llámelo o deme un pase o algo. —El guardia no se mueve para coger el teléfono, pero sí ladea la cabeza y me observa mejor, como si estuviera siendo irracional y tuviera que lidiar conmigo.

—Señorita, voy a tener que pedirle que…

—¡Everly!

El guardia y yo levantamos la mirada bruscamente. Una mujer rubia taconea por el vestíbulo en nuestra dirección.

—¿Everly Jensen? —pregunta, pero más por cortesía que porque esté insegura.

—Sí —respondo con cautela.

Está claro que la chica trabaja en este lugar. El guardia murmura un «Señorita Adams» e inclina la cabeza con su llegada. Lleva una chaqueta negra monísima, una falda y unos zapatos a juego que me encantarían para mí. Tiene el pelo rubio recogido en una coleta baja, con las puntas rizadas de manera que parecen ondas naturales. Una tarjeta de identificación oficial del edificio que lleva sujeta a la cintura completa el atuendo.

Sonríe felizmente y extiende la mano.

—Soy Sandra, la secretaria del señor Camden —dice—. No te esperaba. De lo contrario, me habría asegurado de que tuvieras la autorización necesaria. Lo siento —añade y habla totalmente en serio—. Ted —le dice al guardia—, me la llevo arriba. Te enviaré una autorización para ella que hay que tener en el archivo en el mostrador.

El guardia asiente con un «Señorita», aunque es tan mayor como para ser el padre de esta mujer y entonces, pasamos por el torno de acceso y enseguida desliza su tarjeta de identificación en los ascensores.

—Está en una reunión. Te llevaré arriba y le diré que estás aquí, pero no estoy segura de si puede salir ahora —añade, y lo dice a modo de disculpa, como si yo fuera a quien están causando molestias.

Acabamos de entrar en un ascensor vacío y de repente empiezo a dudar sobre mi decisión de aparecer en su trabajo sin previo aviso. Se lo merece después de la treta de hoy, pero esto es demasiado raro incluso para mí.

—Bueno, podría volver en un momento mejor —le ofrezco mientras el ascensor aminora hasta pararse.

—No, no. —Abre los ojos alarmada ante la sugerencia de que tal vez debería irme—. No hay ningún problema, de verdad. No creo que le haga gracia que te vayas sin saludarlo —añade con otra sonrisa en la cara.

Eh. Vale. Yo no creo que se vaya a poner contento cuando le cante las cuarenta, pero, joder, ya estoy aquí.

Las puertas se abren y un hombre de la edad de Sawyer entra. Lleva vaqueros y una camisa remangada hasta el codo, un atuendo que contrasta enormemente con el de Sandra. Probablemente sea un friki informático. Siempre se salen con la suya aunque lleven ropa informal en el trabajo. Pero es sexy. Lleva unas gafas de pasta que le enmarcan perfectamente la cara. Bueno, al menos ahora sé que no estoy tan fuera de lugar con mis vaqueros gastados embutidos en unas botas. No son esas botas. No es que se las devolviera, pero no me las he puesto. Además, se supone que hoy va a nevar, lo que por desgracia requiere que lleve unas botas para la nieve y no unas Louboutin.

—Sandra —la saluda el hombre y asiente en mi dirección.

—Señor Laurent —responde ella, pero su voz suena diferente a la de hace un momento. Respetuosa. Puede que este tipo sea importante, pero sospecho que hay algo más. Echo un vistazo a Sandra y observo como baja la vista hasta el culo del tío cuando este alarga el brazo para apretar un botón del panel. ¡Oh! ¡Le van los frikis informáticos sexys! Me pregunto si puedo ayudarla. Me encanta ayudar.

Las puertas se cierran y el ascensor vuelve a subir, esta vez sumido en un silencio incómodo. Sí que necesitan mi ayuda.

—Sandra, me encantan tus zapatos —digo, bajando la vista. Sin embargo, no le miro los zapatos. Inclino la cabeza como si lo estuviera haciendo, pero solo es para ver si el señor Laurent aprovecha la oportunidad para darle un repaso a sus piernas mientras las dos estamos distraídas mirando los zapatos.

Lo hace, cosa que haría la mayoría de los tíos. Sandra tiene unas piernas fabulosas. Sin embargo, la mirada de él se detiene más tiempo del necesario y luego traga saliva y se aclara la garganta. Es sutil y no hay manera de que Sandra se haya dado cuenta, pero yo sí. Confirmo que no lleva anillo y después, satisfecha, me guardo la información hasta que la pueda usar. Este día está cambiando de verdad.