Capítulo 26


Sawyer está esperándome cuando bajo las escaleras. Está apoyado en la pared de los buzones con las manos en los bolsillos y una postura relajada mientras inspecciona el ajetreo del vestíbulo. A juzgar por su expresión diría que le divierte. Hay un par de chicos haciendo el vago en el sofá, pasándose una pelota de baloncesto de uno a otro. Dos repartidores de pizza diferentes esperan a que los alumnos vayan a su encuentro en el vestíbulo para recoger los pedidos. Una pareja está discutiendo cerca de los ascensores. Y al menos cuatro chicas lo están mirando a él, joder.

Yo veo a Sawyer antes que él a mí. Aprovecho ese tiempo para fijarme en él. Es tan guapo que me duele mirarlo. Lleva una ropa diferente a la de esta mañana. Ya no viste traje, sino que lleva unos vaqueros desgastados y un suéter gris de cuello en forma de pico, del que sobresale el cuello de una camisa blanca de botones. Tiene el pelo oscuro alborotado, como si se hubiera dado una ducha después del trabajo y se hubiera pasado las manos por él mientras se secaba. Tengo muchas ganas de tocarle el pelo. Sé que debe de ser tan abundante como parece y me fascinan sus casi imperceptibles ondas. Sin duda será algo a lo que podré agarrarme más tarde.

Sawyer me ve y me recorre lentamente el cuerpo con la vista de arriba abajo y luego vuelve a subir.

—¿Recoges aquí a todas las chicas con las que sales? —bromeo.

Exhala lentamente y niega con la cabeza.

—No pensaba que existiera una mujer que me haría esperarla en una residencia universitaria —responde—. Pero tampoco te esperaba a ti, Botas.

Bueno, joder, no tengo respuesta para eso. Lo miro fijamente a los ojos un segundo y asiento; el momento es extrañamente íntimo. Sawyer tiene unos ojos azules arrolladores y estoy descubriendo que me gusta mucho que me presten atención.

Me ayuda a ponerme el abrigo y salimos. Cuando me sostiene la puerta del coche caigo en la cuenta de que todavía no sé adónde vamos, y me gusta. No planear la cita es jodidamente fantástico. No tengo que pensar en ello. No tengo que preguntarle qué quiere hacer ni preocuparme por que se lo pase bien. Solo tengo que divertirme. Puede que Sawyer lleve razón sobre lo de que te conquisten en lugar de ser quien conquista. A menos que esté a punto de llevarme a un club de striptease.

Llegamos hasta la calle 5, que no está nada lejos, cuando pienso que hoy lo he buscado en Google y que sé demasiado sobre él. Como su segundo nombre —Thomas—, su cumpleaños —el veintisiete de enero— y sus ingresos —un montón—. Cosas que no debería saber todavía. Lo más probable es que no sea más información que la de él ha averiguado sobre mí, pero de todas formas, es raro. Puede que sea la parte de los miles de millones lo que lo hace raro. Sin duda es la parte de los miles de millones. Me muevo en el asiento y luego le pregunto si ha tenido un buen día en el trabajo.

—La tarde ha sido muy aburrida. He tenido que estar sentado durante toda una reunión muy empalmado.

—Lo siento —murmuro. Ni siquiera lo hago con sarcasmo.

—¿Qué pasa, Botas? ¿Ninguna respuesta mordaz por tu parte?

Nos paramos en un semáforo al lado del hospital. Una ambulancia pasa zumbando con las luces rojas y azules encendidas, que atraviesan el coche.

—No pasa nada. —Niego con la cabeza y me enderezo.

—Ah, por fin me has buscado en Google, ¿no? —dice y sonríe con suficiencia.

—Mmm, sí.

—No hagas eso. No te comportes de manera diferente.

—¿Por eso te gusto? ¿Porque nadie más te llamaría cabrón a la cara?

—Es complicado, Botas, muy complicado, encontrar ese tipo de honestidad. Lloro constantemente en mi pañuelo de papel personalizado de altísima calidad. Por supuesto, puedo hacer que Siri me llame cabrón, pero es difícil tomarse en serio a un teléfono, ¿sabes? Le falta acritud.

—Siri no hace eso —respondo, pero estoy sonriendo.

—No miento, Everly Jensen. Hazlo ahora mismo.

Me estoy riendo, pero me apunto. Deslizo el dedo por mi móvil, pulso el botón de inicio, llamo a Siri y pido que me llame cabrona. Cuando responde con su agradable voz robótica y me pide que confirme que a partir de ahora quiero que me llame «cabrona», los dos nos descojonamos.

Todavía me estoy recuperando de mi ataque de risa cuando él entra en un garaje. Veo el logo del Ritz-Carlton cuando lo pasamos. ¿En serio? Vale, sí, tenía un poco la esperanza de que pudiéramos ir directamente a esta parte, ¿pero un hotel? Los multimillonarios son todos iguales. Solo he conocido a uno, pero probablemente son todos iguales. Arrogantes. Y raros. ¿Un hotel? Su casa habría estado bien.

—No puedo creer que me hayas traído a un hotel. —Jadeo—. ¿Es esta tu versión de ver una serie y lo que surja? No está bien, Sawyer. No mola, Sawyer. No mola. —No puedo parar y gesticulo con los brazos—. ¿Un hotel? ¿Eres uno de esos millonarios raros que no pueden ni llevar a una mujer a su casa? Has dicho que íbamos a tener una cita. —Termino con un resoplido y dejo caer las manos en el regazo.

«Te toca, Sawyer».

Sawyer se mete en una plaza y apaga el motor antes de girarse hacia mí y poner un brazo detrás de mi reposacabezas. Se inclina y se encuentra con mi mirada. Entonces hace una pausa un segundo antes de responder.

—Vivo aquí —contesta, con el rostro totalmente imperturbable—. No en el hotel. Eso sería… —Hace una pausa al recordar mis palabras y añade—: De multimillonario raro. Vivo en la torre residencial. En un piso, no en una habitación de hotel.

Oh.

—Además, solo estoy aparcando el coche. Vamos a ir al parque Love. Está a unas manzanas. —Entonces añade mientras señala por encima de mi hombro—: En esa dirección.

Vale, mierda. Me doy golpecitos con el dedo en la barbilla mientras pienso en cómo escapar de esta rabieta falsa cuando él no puede seguir serio y sonríe.

—Eres una actriz malísima, Everly.

—¡No lo soy! —No puedo creer que me haya dicho eso. Mis dotes interpretativas son de lo mejor.

—Sí lo eres.

—En serio. No creerías de la de cosas que me he librado —presumo.

Un momento. Probablemente no debería haberlo dicho en voz alta. Frunzo el ceño y me muerdo el labio.

—No lo dudo, Botas. Has sido una fuente constante de entretenimiento en mi vida, eso seguro. Y ahora que te conozco no puedo saciarme.

—¿No crees que soy demasiado? —Contengo el aliento.

Todos piensan que soy demasiado.

—Nunca.