El tema del reconocimiento

«… por mis valerosas, muchas y cristianas hazañas, he merecido andar yo en estampa en casi todas o las más naciones del mundo; treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares» (Capítulo XVI de la segunda parte).

Estas palabras las dice don Quijote al Caballero del Verde Gabán después de que éste le hubo mirado y examinado con atención mesurada. Es la segunda vez que don Quijote da noticias de sí mismo en esta segunda parte. La primera, fue al Caballero de los Espejos. ¿Por qué no hizo ante él referencia o simple alusión a su historia impresa? Todo lo que se pueda responder a este respecto son conjeturas, porque el texto no lo dice ni lo da a entender. Es posible, y aun legítimo, pensar que la diferencia del trato que da al de los Espejos y al del Verde Gabán se debe, ni más ni menos, a que éste es un hombre real que se presenta como lo que es, y el de los Espejos es (y don Quijote no lo ignora) un farsante. La nueva conciencia, pues, que don Quijote tiene de sí mismo aflora para el lector en el capítulo XVI. Y no reaparece de manera expresa hasta el XXX, y no ya de sus labios, sino de labios ajenos, como verdadero «reconocimiento» provocado por su sola presencia. Acontece casi en los umbrales del castillo de los duques: ambos, el duque y la duquesa, han leído la primera parte, y así lo hacen saber, y porque la han leído se portan como se portan. El reconocimiento, además, es completo, porque también Sancho participa en la acción del castillo como tal reconocido.

El tema se anuncia en el capítulo II, por obra del bachiller Sansón Carrasco, personaje nuevo que trae consigo una novedad más importante que él: la de que la primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha se ha publicado, y que en ella figuran puntualmente las aventuras ya conocidas del lector. Se ha indicado que lo que para los lectores es «novela», «ficción», es, en la economía interior de la obra, «historia», más todavía que la de Cide Hamete. La entrada de Sansón Carrasco en la acción es en una escena de «reconocimiento»:

«Deme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote de la Mancha; que por el hábito de San Pedro que visto, aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, ni aún habrá, en toda la redondez de la tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escrita, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerla traducir del arábigo en nuestro vulgar castellano para universal entretenimiento de las gentes».

Entre las respuestas de don Quijote a lo largo del diálogo figura esta, digna de transcribirse:

«Una de las cosas que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa; dijo con buen nombre, porque, siendo al contrario, ninguna muerte se le igualara».

Esta frase es la respuesta a lo que piensa de sí mismo y para sí mismo en la primera salida. Quizá porque la noticia la haya traído Sancho anticipadamente, y en aquella ocasión se haya agotado la sorpresa, el hecho es que don Quijote contempla la realidad de su fama, es decir, «el cumplimiento de sus deseos», con elegancia y comedimiento, como quien estaba seguro de que había de acontecer, o como quien está por encima de sus propias ansias.

¿Quién duda de que el tema podía agotarse aquí? Se ha visto, sin embargo, cómo reaparece en la presentación que don Quijote hace de sí mismo ante el del Verde Gabán, y cómo explica la totalidad de la estancia en el castillo. Un azar histórico, en colaboración inesperada con el autor, le presta un notable refuerzo y permite prolongarlo hasta las últimas palabras de la novela. El desconocido Fernández de Avellaneda publica su falso Quijote, y el autor hace que el personaje lo sepa (segundo collage). Y no solamente lo hace así, sino que trae a la narración, «como personaje real», a uno de los que figuran en el apócrifo (tercer collage). Son dos momentos distintos del tema —ya sistematizado— que se ha llamado «reconocimiento»: el primero, en el capítulo LIX; el segundo, en el LXII. Entre ellos, se sitúa una referencia clara y condenatoria al apócrifo (capítulo LXX), donde un diablo dice de él:

«Quitádmele de ahí… y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos».

Esta última ocasión no es ya de mero reconocimiento, aunque lo implique; las otras dos, sí. Pertenecen, asimismo, al sistema, una frase intercalada en la narración del encuentro con Roque Guinart, quien «algunas veces le había oído nombrar» (a don Quijote), y todo lo de Barcelona, ya que don Antonio Moreno y sus amigos le reciben con estas palabras:

«Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha, no el falso, no el ficticio, no el apócrifo, que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores…».