Tercer caso típico (primera parte, capítulo XVIII)
«En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvareda…».
Es la aventura de los rebaños. A primera vista, el hecho de que el polvo los oculte podría aconsejar su homologación con el tipo anterior; pero hay que tener en cuenta que, en este caso, la realidad se manifiesta en seguida por indicios (balidos) que permiten a Sancho identificarla. Inmediatamente, don Quijote decreta: «son ejércitos». Y se conduce, a partir de ese momento, como si lo fueran. Sancho le advierte varias veces que se equivoca. El narrador interviene para recordar al lector, explicativamente, «que tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamientos, sucesos… y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosa semejante»; y, más adelante: «viendo en su imaginación lo que no veía ni había…». Se trata, pues, de un caso en que los tres, narrador, caballero y escudero, se portan de la manera que les es propia: el narrador, recordando las circunstancias mentales del personaje; éste, transformando la realidad; el escudero, viéndola correctamente.
¿Por qué don Quijote transforma la realidad? ¿Cómo lo hace?
La realidad de dos rebaños que se acercan carece de valor por sí sola; no le sirve al caballero, «tal como es», para levantarla de sí misma, de su vulgaridad, y meterla sin más en el mundo de la caballería. Pero «si la transforma», sí. Entonces, lo hace, por el procedimiento que le es habitual, el mismo que le sirvió para transformarse a sí mismo: la metáfora. Ejércitos es el «sustituyente» de rebaños. La semejanza que autoriza la metáfora viene dada en el hecho de que «ambos sean muchedumbres que levantan polvo». Esta operación consiste: a) en crear una apariencia (por medio de la palabra) que se superponga a la realidad) y la reemplace; b) en comportarse ante la apariencia así creada como si fuera realidad.
Hay siempre, en este tipo de aventuras, un elemento que don Quijote no integra en su sistema, por lo general (aunque no siempre) «algo que no ve o no tiene en cuenta». En la aventura de los rebaños, «no ve» a los pastores que el polvo esconde; en la del barco encantado, «no ve» las aceñas. En la de los molinos, «no espera» que el viento mueva las aspas. Etc. Pero siempre el desastre procede de este factor real descartado o ignorado.