¿Qué es la primera parte, desde la perspectiva de la segunda?

Se intenta dar a esta pregunta las dos respuestas posibles, complementarias una de otra, aunque referidas a distintos aspectos del texto, ya que la una apunta a lo estructural y la otra, a lo argumental. Ambas igualmente importantes.

Muchas son las definiciones que se han dado de don Quijote, muchas las síntesis que se han hecho de su historia. La expresada ya en otra parte de este trabajo es esta: «Don Quijote es un hombre que quiere ser personaje literario». Se ha llegado a ella, en el lugar de referencia, después de un examen del primer texto en que el personaje expresa declaradamente «sus fines».

La definición, sin embargo, no puede quedar así, en mero apunte, e incluso hay en ella cierta impropiedad, nacida de que está dada «desde fuera» y no «desde dentro». Porque, «desde dentro», lo que don Quijote pretende es «llegar a personaje histórico». La impropiedad mentada es, sin embargo, legítima, porque lo son el «desde fuera» y el «desde dentro». Aceptada la hipótesis de que la novela es una «verdadera, puntual» historia, como tantas veces se repite, don Quijote aspira a una historicidad del mismo tipo; para el lector, sin embargo —y para el mismo autor, por supuesto—, la tal historia es una ficción.

A personaje histórico, según la concepción de don Quijote, se llega mediante «hazañas», palabra muy usada en el texto. Sale de casa, pues, a realizar hazañas que le hagan merecedor del paso a la historia escrita como sujeto agente de ellas, como «hijo de sus obras», según él mismo dice una vez.

Ahora bien, la historia oportuna, la que don Quijote cree que le corresponde, es precisamente un libro de caballerías. El encantador que lo escriba habrá de tener delante a los Amadises y Belianises, en cuanto modelos, como los tiene el autor, evidentemente, aunque no sea de los encantadores.

«Dentro» de la novela, su primera parte «es» historia. De esto no cabe duda. Don Quijote y Sancho quedan debidamente informados de ello, e incluso llegan (Sancho al menos) a una especie de «verificación». La novedad es la «rapidez» de su publicación. Don Quijote no contaba con ella para tan pronto. Quizá la esperase como reconocimiento póstumo, nada más. Su situación original es la de un hombre que ha visto su historia públicamente contada en vida, en virtud de lo cual existe objetivamente una imagen suya de rasgos fijos que ya no pueden ser rectificados, aunque sí corroborados. La imagen o figura histórica que al comienzo del relato había que hacer, ahora ya está hecha.

¿Sale de su casa don Quijote por tercera vez para ampliar, para corregir, para mejorar su propia figura con la esperanza de que también la describan? No se sabe aún. Para el narrador, que cuenta lo que ha leído en el manuscrito arábigo y en otras fuentes, don Quijote es ya historia desde el momento mismo en que toma la pluma. Historia inédita para los más, que él va a hacer pública. Y si esto, ser personaje histórico (o literario, que empieza ya a ser lo mismo), lo era ya antes de comenzarse el cuento, el narrador, que lo sabe, no ignora algo que parece de gran importancia para el entendimiento del personaje, es a saber: que no es un «fracasado», sino un «triunfador»; que no regresa «vencido», sino «victorioso». Desde el momento mismo en que alguien da cuenta de sus hazañas, aunque todas ellas se hubiesen frustrado, el propósito inicial, el bien apetecido que lo sacó de su casa y de sus casillas una y otra vez, está cumplido. A partir de esta convicción se empieza a experimentar cierta antipatía hacia el narrador, que no ve más allá de sus narices, que presenta a don Quijote como un pobre vencido. La calidad espiritual del narrador, al menos durante la primera parte, no excede la del cura y la del barbero, ni la de Sansón Carrasco. El autor ha hecho de él algo más que un instrumento: ha hecho un personaje truquista, tramposo, burlón, miope y acaso un poco resentido. Pero lo hizo así porque era necesario para que el libro sea lo que es.

La segunda respuesta, como ya se indicó, apunta a cuestiones de otra índole. Durante la primera parte, el autor pone al personaje en todas las situaciones necesarias para que «se constituya como tal». Sabe, como Shakespeare y como Sartre, que el personaje aparece así en todos los aspectos de su personalidad, incluso los contradictorios. Al terminar la primera parte, el personaje, pues, está hecho, ya que ha recorrido todas las situaciones necesarias para su acabamiento.

Pero ¿todas? No le falta más que una: la que se establece por el hecho de que su historia se haya publicado. Esta es la gran novedad «situacional» de la segunda parte. Ante ella, el personaje puede hacer dos cosas: quedarse en la aldea o salir otra vez al campo, y, en cualquiera de ellas, procurar el reconocimiento o renunciar a él: son los cuatro posibles narrativos a partir de la situación, agrupables dos a dos. Sin embargo, de una manera práctica, no se sabe qué valor tendría la renuncia. De hecho, en la segunda parte, no se dice que don Quijote salga en pos del reconocimiento; sólo se sabe que éste se produce. ¿Podría ser de otra manera? Quizá no. Por lo general, los posibles narrativos son mera especulación. Las únicas posibilidades reales del autor son: sacar a don Quijote de su casa, como hizo, o dejarle en su aldea, como quieren sus amigos. En un caso y en otro, el «reconocimiento» sería inevitable. Eludirlo como tema sería falsear el desarrollo lógico de los supuestos ínsitos en la primera parte. Al autor le hubiera bastado, de no querer repetir la estructura narrativa, con aplicar la técnica «presencial» de la primera parte a una construcción «cerrada» (planteamiento, nudo, desenlace) como la de El curioso impertinente. Esto le obligaría a poner en pie a los pobladores de la aldea, no sólo los que ya se conocen, sino esos otros, la «gente», los «hidalgos» a que Sancho hace referencia: coro de monstruos, de bobos, de iluminados, de vanidosos, alguna que otra maja y alguna que otra puta. ¿Cuál sería la reacción de todas estas gentes a partir del momento en que hubieran adquirido conciencia de que entre ellos vivía un «personaje histórico»? Es perfectamente imaginable el bachiller como agente de propaganda, como creador del mito, aunque acaso para deshacerlo después.

Curado don Quijote, le habría organizado un banquete de gratitud y homenaje, al que la gente acude por que no digan, pero llena de reservas. No estaba en los hábitos sociales del tiempo proponer allí mismo la erección de una estatua o, al menos, la fijación de una lápida conmemorativa, claro, pero otras cosas habría equivalentes. Y allí, con el discurso de agradecimiento del homenajeado flaco y los chistes y refranes del gordo, se acabaría el festejo, tras el que comenzaría la cotidianeidad terrible, el despliegue de las envidias, la crítica feroz en labios de las personas honorables, y también, ¿por qué no?, el envanecimiento de Sanchica (no el de su madre, mujer sensata, como sabemos) y la paradójica defensa de los libros de caballerías a cargo de la sobrina y acaso también del ama, ya que había proporcionado tanta gloria y renombre a su tío y señor, respectivamente. Por grande que haya sido la comprensión del autor para los pecados humanos, por mucho humor que derrochase en la descripción y en el relato, y aunque hallase para la nueva historia un montaje tan complejo y de resultado tan ambiguo como el hallado para la antigua, toda la suciedad del alma humana concentrada en un lugarejo manchego quedaría al descubierto y sin paliativos. Cabe la pregunta de si, siendo tan divertida como lo es la segunda que el autor escribió, no sería mucho más triste.

Pero esta historia «no podía ser escrita» porque don Quijote no era hombre de quedarse en casa, una vez experimentada la libertad de los caminos. Y porque era lógico que fuese a buscar el «reconocimiento» en los mismos o parecidos lugares a los que le habían conocido.