Cuarto caso típico (primera parte, capítulos X, XI, XII)
«… Yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja».
En la batalla con el vizcaíno, don Quijote resulta herido en una oreja. No parece que existan precedentes en los libros de caballerías que le permitan incorporar esta concreta realidad dolorosa a su papel. (Téngase en cuenta que, en la misma primera parte, en igual situación doliente, «acordó de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algún paso de sus libros, y trujóle su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marqués de Mantua cuando Carloto lo dejó herido en la montaña». Aquí una clave le permite modificar la estructura de la situación). El intento de curarse con el bálsamo de Fierabrás le falla por falta de la medicina. Tiene, pues, que aceptar la realidad como es, así como un procedimiento curativo ordinario: el de unas hojas de romero mascadas por un cabrero y mezcladas con aceite. La mención del bálsamo significa un intento fallido de transformación e incorporación. Pero, en la relación de don Quijote con los cabreros, como en la aventura de los yangüeses, y otras, este intento no aparece. El episodio de la oreja, pues, constituye un caso especial dentro de las situaciones en que don Quijote acepta en su ser lo real, porque no le ofrece posibilidades de transmudarlo en materia caballeresca; la citada de los cabreros, todo el episodio del pastor Crisóstomo, etc. Las claves no sirven, no pueden actuar sobre esas realidades. Don Quijote, sin embargo, se mueve entre ellas sin dejar de ser quien es. Salvo en lo de la oreja, porque, a quien le duele, es a Alonso Quijano (no así lo que se acaba de citar del capítulo V, donde el dolor se transfiere, del hombre, al personaje).