Vida literaria
EN alguna transcripción de sueños escribí «cada vez se confunde más la verdadera literatura con ese género clásico de las crónicas de prensa que se solía llamar “vida literaria”…». Debí haber estado pensando en la crítica, pero también en algunas obras de ficción de Vila-Matas. Pasado el tiempo, en el momento de revisar estos borradores, tomé al azar su El mal de Montano donde se entrecruzan ficción, crítica y la llamada «vida literaria» y verifiqué que también puede ser legítimo, y hasta productivo, hacer ficción en los diversos puntos de intersección de estos tres géneros predominantemente narrativos. Tuve la premonición de que si imprimiese las páginas compuestas hasta ahora, su lectura sobre papel, en voz alta, o dejando que suene el texto subvocalizado, me llevaría a encontrar un par de sueños reveladores sobre esos puntos de intersección.
Cuando mi abuela materna, bordando, perdía una aguja, una bobina de hilo o un dedal, se inclinaba sobre su trabajo y dejaba caer con el codo algún objeto. Vivía convencida de que lo que uno extravía deliberadamente corre a reunirse con lo que ha perdido. El rito de imprimir y leer sobre el blanco lo mismo que se ha leído mil veces en la pantalla azul del Word a la espera de la aparición de un indicio perdido repite aquellas escenas domésticas de sesenta años atrás.
Imprimo obedeciendo al rito familiar.
Ahora tengo a mi derecha un mazo de papeles impresos a dos columnas con la tipografía más pequeña que soy capaz de leer. No los leo. Los veo y reconozco en los formatos de los párrafos el tema que refieren y adivino el ritmo que quise imprimir a la lectura de cada uno. Parecen imágenes de un sueño geométrico. De alguna manera, me satisface tenerlas, verlas. Algo parecido ocurre con los libros. Satisfacen con un goce afín a la avaricia. Poseer, agregar.