El cementerio Fuentes

PASÉ la vida soñando con cementerios. Encuentro uno que anoté en 1973. El cementerio se llamaba Fontana y estaba anexo a una colonia psiquiátrica en las afueras de la ciudad de La Plata. El administrador del cementerio era un psiquiatra, probablemente relegado a esa función secundaria a causa de su mal desempeño profesional. Lo cierto es que mantenía el jardín cuidado y las instalaciones funcionando como en tiempos de su inauguración, cumpliendo las prescripciones de los arquitectos y urbanistas franceses que diseñaron la capital de la provincia. Debía ser uno de los tantos casos en los que una sanción administrativa, una degradación o un desclasamiento provocan el encuentro del hombre con una vocación para la que no se sabía preparado y con la que se realiza plenamente. El administrador era feliz.

El cementerio Fontana era un bosque de robles, cedros y eucaliptus distribuidos irregularmente. En los claros, los arquitectos habían dispuesto grandes piletones de mármol, que, llenos hasta el borde con una solución de formol, servían para guardar los cuerpos. Los cadáveres se sumergían desnudos y flotaban a media agua en grupos de tres a seis que, por efectos del viento sobre la superficie, se desplazaban en círculos y caprichosamente se sumergían hasta rozar el fondo impecable de mármol para después subir sin alcanzar nunca la superficie. Era invierno: quizás en verano las poses y los movimientos de los cuerpos produjeran un efecto distinto.

Otro que soñara describiría la escena de cualquiera de esas «fuentes» como una coreografía macabra. Yo no la llamaría «macabra»: los deudos de estos muertos los visitaban para asomarse al borde de las piletas y contemplar las evoluciones de sus cuerpos. Una intensa emoción, exenta de tristeza y de horror, parecía embargarlos. Y ellos parecían familias japonesas asintiendo con solemnidad al mensaje de sus piletas de carpas y peces chinos: una estética ajena, que nunca podremos compartir. Y una rara felicidad que a nosotros nos ha de estar negada. Por lo menos a mí me está negada.