La liquidez

PUERTOS y bahías que se secan, ríos que se secan, y bancos y restos de naufragios que afloran en las grandes bajamares componen un subgénero de los sueños de mar.

En los sueños de mar nunca falta el viento, y si hay calma, los veleros avanzan igual, como impulsados por la corriente de aire que crean con su movimiento. La falta de agua, que es más frecuente, es siempre una señal de terror y evoca el miedo de varar, algo que pocos conocen tan bien como los que navegaron el Río de la Plata.

Un analista, mujer, insistía en que el «secarse» de las aguas representaba la falta de dinero, que en mi país se refiere con la metáfora «estar seco». (Los economistas usan el término «iliquidez» para expresar lo mismo en escala macroeconómica…). Pero en el caso de los sueños de bajamar, con la desaparición del fluido que permitía flotar y desplazarse, queda revelado el fondo, que en la navegación normal permanece invisible. Es como el orden social, cuyo verdadero fondo se hace más evidente cuanto más debe uno moverse en él sin dinero. O como la vida misma, que cuando transcurre sin pasión ni deseo, muestra mejor su fondo de muerte y proyectos fallidos: los famosos naufragios, los restos irrisorios de fracasos humanos.

Entre nosotros, y sostenida por algunos tangos, sigue vigente la expresión italiana «vento» —viento— como metáfora del dinero. Los barcos de los sueños de mar se mueven entre esos dos fluidos: debajo, el agua, que en la escena de terror se seca y pierde liquidez hasta paralizar, y encima, el viento, que es lo que el navegante debe administrar para dirigirse a su destino.

Los sueños de mar son muchas cosas y enseñan mucho, pero son también elaboraciones sobre la administración del dinero y de todos los capitales de la vida.