Fuego de los e-mails

LOS sueños de cementerios son también sueños sobre instituciones. Suelo soñar con instituciones, organismos públicos, palacios, casas y familias. Puedo soñar con accidentes geográficos y paisajes y con ciudades y regiones que jamás visité, pero nunca soñé con la Internet, que por el mantenimiento del correo y distintas actividades profesionales me ocupa no menos de dos horas diarias de atención.

¿Será porque el encierro frente a una pantalla es parte del espacio del sueño…?

Tampoco he soñado con sueños y, sin embargo, he escrito relatos donde los personajes sueñan sus sueños y despertares. Despiertan en su sueño, no de su sueño.

Por lo que sé y lo que imagino, la invención que dio origen a la fama y la fortuna de Alfred Nobel bien pudo ser producto del azar y del espíritu de la época. La nitroglicerina, invención del italiano Sobrero, estallaba por reacciones químicas administrables al alcance de cualquiera, pero era tan explosiva que, una vez elaborada, no podía hacer otra cosa que estallar.

Anoté «espíritu de la época» pero es un espíritu de todas las épocas: cambiar las cosas para evitar que cumplan naturalmente su destino natural en el tiempo natural. Estabilizar el explosivo para que estalle sólo cuando una voluntad humana lo decida no es diferente a conservar una reserva de agua en vasijas, domar camellos, caballos y elefantes y adiestrar perros de trabajo o salar y ahumar carne de aves, peces y mamíferos para demorar tanto como sea posible el estallido de la pudrición.

Muchos mitos acerca de la evolución de la especie humana reparan en la invención del fuego cifrando en ella la chispa que encendió este prodigio animal de la cultura.

Pero ningún humano inventó el fuego y, en cambio, allí donde aparecen humanos siempre se inventan medios para conservarlo. La combustión doméstica o tribal, sea en las hogueras o en las usinas y los calefones, es el paradigma de la destrucción ordenada.

Y, que se sepa, jamás un humano habría inventado el fuego para sí mismo. Siempre estas creaciones de medios técnicos destinados a imponer un tiempo humano sobre el imprevisible tiempo de las cosas del mundo requirieron un creador humano que contara con otros humanos, o que las destinara a ellos con el propósito, una vez más, de liberarlos de su dependencia del tiempo de la naturaleza y obtener de ellos, naturalmente, algo a cambio de tal beneficio.

Me distraje calculando cómo convertir esta imagen en un pronunciamiento sobre la literatura o el arte.