Inventar, recordar
CUANDO se intenta recordar hay un punto donde ya no se puede discernir si se está evocando o inventando. Inventar, en el mejor de los casos, sería inducir a partir de algunos elementos visuales lo que las imágenes del sueño estuvieron representando. En el caso de aquellos hombres jóvenes vestidos como funcionarios tuve la tentación de asignarles rasgos fisiognómicos y, a partir de ellos, parecidos con personas que por entonces conocí. Estoy convencido de que el mismo recurso de inducción debe operar durante el sueño. De ser así, la producción de episodios de sueños parecería librada a dirimirse un campo intermedio entre el azar y la memoria, que también es un dispositivo cargado de azar. Como en la producción de sueños, en el relato del sueño interviene la memoria, en comercio con las reglas del arte de narrar.
Un punto. Un punto: el punto justo de intersección entre los azares de la percepción y la memoria. Lo mismo que en el sueño sucede en la vida. Ahora dudo de la legitimidad de llamar «percepción» a las imágenes y los sonidos que se representan en el sueño. La noción de conciencia es una convención aceptable. Pero ¿puede aceptarse que convengamos en llamar «conciencia» a esa «conciencia-recordada», esa pantalla imaginaria de imagen y sonido donde se fueron registrando las señales del sueño? ¿Debo escribir entonces «registrando» o convenir que allí, donde sea, sonidos e imágenes estuvieron «produciéndose», es decir, no fueron «registrados»?
Lo que veo es lo que hay. Esta regla vale para la vigilia y se impone también a la conciencia del sueño. El mito de la normalidad o la cordura, la lucidez, la madurez y toda esa constelación de valores que gravita entre estas nociones, da por supuesto un sujeto que va por la vida ocupándose de distinguir lo verdadero de lo falso y lo aparente de lo real. Pensar el sueño como cifrado o clave de algo, a la manera de las antiguas supersticiones adivinatorias o de las más actuales creencias prácticas del psicoanálisis, tributa al mismo mito, en tanto cualquier deseo de revelación conviene al propósito de descubrir una verdad, pasada o futura. El mejor resultado de recordar no es descubrir una verdad sino sustituirla por algo mejor.